La unidad de la salvación, de la redención, la unidad de la Escritura, de la Palabra, es fundamental. Nunca dos pueblos con promesas distintas y distintas redenciones.
Porque vosotros, hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea; pues habéis padecido de los de vuestra propia nación las mismas cosas que ellas padecieron de los judíos, los cuales mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se salven; así colman ellos siempre la medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo”
1ª Tesalonicenses, 2:14-16.
Calvino, frente a los que impiden la predicación del Evangelio de salvación, y quieren imponer el suyo propio, en este caso, el evangelio judaico, es decir, la salvación por medio de sus fábulas [esto valdría para cualquier grupo religioso], procura explicar la Escritura. Esa Palabra luego produce una experiencia, y eso es la vida cristiana (por ejemplo, para él un cristiano apático es una contradicción); Lutero explica la experiencia cristiana, la suya, como explicación de la Escritura. No es lo mismo.
Calvino en su comentario: Pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo [“ira, cuando se usa de sí propio, significa el juicio de Dios”], “quiere decir que no tienen esperanza en absoluto, porque son los vasos de ira del Señor. Lo que está diciendo es que la justa venganza de Dios los persigue y alcanza, y no los dejará hasta que perezcan. Este destino se aplica a todo reprobado, que se sumerge profundo en su muerte establecida. El apóstol, sin embargo, hace la declaración sobre el cuerpo entero del pueblo, como un todo, pero de tal manera que no se prive de esperanza a los elegidos. Puesto que la mayor parte se opusieron a Cristo, él habla en términos generales de toda la nación. Tenemos que recordar, no obstante, la excepción que él mismo hace en Romanos 11:5, que el Señor siempre se reserva algún remanente. Debemos siempre tener en mente el propósito de Pablo: que los creyentes deben con todo cuidado evitar asociarse con los que están siendo castigados por la justa venganza de Dios, hasta que perezcan en su obstinación”.
Voy a usar un estudio del profesor Antonio Rivera, con el título precisamente de “La respuesta de Calvino a un judío español: o las afinidades entre calvinismo y judaísmo”, donde se investiga esta obra de Calvino, poco conocida, donde presenta sus objeciones, y, por tanto, afirma sus posiciones personales, frente a una obra escrita por un “cierto judío español”. Que luego se averigua el nombre (Ben Saprut, de Tudela, 1340-1410), pero que Calvino ni conocía, ni importaba, pues su contestación es ofrecida para mostrar su defensa de la obra perfecta de Cristo, contra el judaísmo y los que siguen sus pisadas de proponer a un Cristo menor, sin que sea Dios Verdadero.
(Los entrecomillados corresponden al trabajo del profesor Antonio Rivera.) “El reformador Jean Calvin apenas tuvo relaciones directas con el judaísmo. Además, en Ginebra no había comunidad judía desde 1490, año en que fueron expulsados los israelitas por el obispo de la ciudad… El texto que vamos a abordar… es importante porque pertenece a su última etapa y resume su posición con respecto a la relación de las dos Alianzas.”
Esta es la cuestión fundamental, la unidad de la salvación, de la redención, la unidad de la Escritura, de la Palabra. Nunca dos pueblos con promesas distintas y distintas redenciones. “Veamos someramente la teoría de Calvino sobre la relación entre Antiguo y Nuevo Testamento. A partir de la edición de la Institución de la Religión Cristiana de 1539 llega a la conclusión de que no hay una diferencia sustancial, de contenido, entre los dos Testamentos o Alianzas. Las promesas que contienen ambos Testamentos son las mismas porque tienen como único fundamento a Cristo… Según Calvino, la Alianza perpetua con Abraham y sus descendientes se expresa a través de la Ley, que no solamente integra el Decálogo –‘la regla de vivir justa y santamente’—sino de los demás preceptos religiosos que Dios ha revelado a través de Moisés. La Ley del Antiguo Testamento tiene para Calvino una doble dimensión. Desde un punto de vista histórico, se identifica con la legislación particular del pueblo de Israel y –como sucede con todo buen orden jurídico—se adapta a las condiciones históricas de esta nación. Dios no la ha dado para que se observe en toda la tierra, sino para el pueblo judío en particular. Al mismo tiempo, toda la Ley está orientada hacia Cristo… Calvino sostiene... que la ley moral y ritual era un pedagogo que conducía hasta Cristo… Para Calvino, no había diferencia fundamental entre los judíos antes de la venida de Cristo y los cristianos, ya que las dos Alianzas no se distinguen por su contenido esencial, sino por su lugar cronológico dentro de la economía de la salvación”.
Las dos Alianzas, en cuanto sustentadas en Cristo, son, de necesidad, de gracia. “El Antiguo Testamento nos presenta en estado de promesa lo que el Nuevo nos ofrece como una realidad presente. Ahora bien, la nueva alianza no es otra cosa que el restablecimiento de la antigua que había sido rota por el pueblo elegido… A diferencia de Bullinger, Calvino subraya que la Alianza restaurada es un foedus gratuitum concedido por Dios a los hombres, pues, aunque todo pacto tenga una naturaleza bilateral, el hombre, en su estado carnal, no puede cumplir con su parte sin la gracia.”
Me parece que las cuestiones que aquí se tratan en respuesta a un cierto judío, y la manera de presentarlas del profesor Antonio Rivera, constituyen un excelente espacio para ver nuestro paisaje, donde nos vivimos, también como redimidos, mirando la Historia, pero con los pies en nuestro presente, caminando. En este sentido, el apartado que titula “El extra calvinisticum: la respuesta a las objeciones relacionadas con la cristología o la doble naturaleza de Cristo”, es esencial. Al final, para nosotros, lo fundamental en cualquier discusión es ¿y tú quien dices que es Jesús? Sigo citando. “Una parte considerable de las cuestiones del judío giran en torno al misterio de la encarnación. Un judío difícilmente puede entender que el Hijo de Dios sea al mismo tiempo Hijo del Hombre, es decir, no puede entender el misterio de la doble naturaleza de Jesús. Es lógico que Calvino tuviera especial interés en responder esta cuestión, pues, si algo caracteriza la cristología del reformador, es la extraordinaria acentuación de la naturaleza divina de Cristo. Esto es precisamente lo que se conoce como extra calvisticum. Como sucede con el asunto de la continuidad entre las dos Alianzas, uno tiene la impresión de que está contestando antes a sus críticos cristianos que a este judío del que, por lo demás, lo ignora todo, empezando por su nombre… Podría pensarse que Calvino no concede a la obra de Cristo una importancia fundamental, ya que sostiene el dogma de la inmutabilidad de la voluntad divina y la consiguiente unidad sustancial entre el Nuevo y Antiguo Testamento. Y, sin embargo, siempre aconseja leer toda la Biblia como testimonio de Cristo. Desde luego, escribe con insistencia que Cristo es la finalidad última del Antiguo Testamento, pero es muy probable que un lector sin prejuicios tenga la impresión de que, en su teología, el Cristo del Evangelio se asemeja demasiado al Dios del Antiguo Testamento.”
“Calvino, al acentuar la diferencia entre las dos naturalezas, y en esto consiste el extra calvinisticum, pretende evitar que la encarnación suponga una disminución de la divinidad, y, por tanto, quiere salvaguardar la divinidad de Cristo de toda contaminación por parte de su humanidad”. Por esto Calvino rechaza la doctrina luterana de la ubicuidad. “Quien sí está dotado, según Calvino, del don de la ubicuidad es el Espíritu Santo. La tercera persona tiene además la misión de suplir la ausencia de Cristo y remediar el hecho de que la presencia corporal del Hijo de Dios ya no es posible en este mundo. El Espíritu Santo, en su función mediadora, logra que el fiel se una espiritualmente con Jesucristo en la Cena. Por tanto, sólo a través del Espíritu Santo el hombre puede salvar la distancia infinita que le separa del Redentor, cuya morada se encuentra hasta el día del juicio final en los cielos”.
“Como era de suponer, el judío español no entiende que se pueda compatibilizar en la misma persona de Cristo la doble naturaleza de ‘Hijo del Hombre’ e ‘Hijo de Dios’. Sobre la denominación `Hijo del Hombre’ referida a Cristo, Calvino reconoce que la Ley prohíbe hacer a Dios semejante al hombre, pues de lo contrario se rebajaría la majestad divina. Ahora bien, el reformador entiende primero esta cuestión de manera retórica, dado que es preciso situarse en el ámbito de la metáfora o de la analogía cuando se trata de expresar la trascendencia inaccesible, impenetrable, para el hombre… A diferencia del Cristo de los humanistas cristianos, el del reformador nunca corre el peligro de rebajarse a niveles humanos, y por ello puede superar fácilmente las objeciones del judío español”.
“Según el reformador, los judíos, mientras no se conviertan, no podrán entender que en el Mesías cristiano se da la unidad trascendente de dos aspectos tan diversos como la voluntad inescrutable del Padre y el deseo de obediencia del Hijo. En virtud de su oficio de Mediador entre lo trascendente y lo inmanente, Jesús no sólo reúne en sí mismo la majestad divina y participa –como decíamos—en el decreto eterno de elección, sino que también ha debido mostrar sumisión y humildad durante su encarnación humana. Por eso –escribía Pablo de Tarso—“se ha vaciado él mismo”, o despojado a sí mismo de su majestad divina, ‘tomando la forma de servidor’, y, por tanto, ha manifestado obediencia total hacia el Padre… Volvemos a subrayar que el extra calvinisticum, el componente que separa al reformador de Ginebra de la interpretación de otros teólogos, consiste en remarcar la distancia infinita, que nunca hallaremos en humanistas cristianos como Erasmo, entre la criatura y la segunda persona de la Trinidad”.
“Las respuestas de Calvino también contienen una defensa de la retórica de los Escritos Sagrados… Calvino ha advertido a menudo sobre el doble lenguaje utilizado en relación con las cosas sagradas… Dios se presenta a los seres humanos a través del Mediador, Cristo, que se ha manifestado, como veíamos en el apartado de la kenosis, de una forma que está a la medida de la limitada facultad de los fieles y de su salvación. Este Dios que se muestra a la criatura no es Dios en sí mismo, cuya alteridad resulta completamente incomprensible para la criatura. De acuerdo con este doble punto de vista sobre la divinidad, Calvino distingue dos tipos de lenguaje o maneras de hablar: un lenguaje teológico, sin retórica alguna, pero adecuado a la omnipotencia divina, como podemos ver en la teoría de la predestinación y el extra calvinisticum; y un lenguaje adaptado a la finitud y condiciones materiales del ser humano. Este último lenguaje se sirve de medios retóricos…”
Y nos queda, para terminar, ver algo de la posición de Calvino sobre el final de la Historia y la conversión de los judíos. (Por supuesto, nada que ver con un “imperio directo y universal de Cristo aquí presente en la tierra en el milenio”.) Cito al profesor Antonio Rivera. “Calvino espera, al igual que el apóstol, que este pueblo, en virtud de su adopción particular, gratuita e irrevocable por Dios, acabe convirtiéndose al cristianismo. Siguiendo a Pablo (Ro. 9:4), el reformador de Ginebra no considera baladí que Cristo descienda de los judíos, del pueblo elegido por Dios, si bien la consanguinidad con el Redentor es según la carne… El Mesías se vincula así a la raza de Abraham, pero la ‘elección común o general del pueblo de Israel’, el hecho de que todo el pueblo judío fuera ‘llamado heredad de Dios’, no impide que muchos fueran ‘extraños y ajenos’. Por esta razón no todos los que descienden de Israel son israelitas (Ro. 9:6-8) que merezcan la especial o particular elección divina y, en consecuencia, la salvación.”
“El reformador agrega que, aunque ahora el pueblo judío ha quedado ciego por un tiempo, no ha sido excluido para siempre de la gracia de Dios. Lo más significativo en los comentarios a la epístola de Pablo, es la insistencia de Calvino en la predestinación y en la teología del resto. No es que al final Israel, todo el pueblo judío, se salve después de arrepentirse, sino que habrá ‘un resto que se salve’… Calvino interpreta la expresión de Pablo, ‘y así todo Israel será salvado’, en el sentido de que Israel es el nombre de todo el pueblo de Dios. Es decir, lo interpreta en relación con la expresión ‘Israel de Dios’ (Gá. 6:16), que es el nombre que Pablo da a la Iglesia que reúne tanto a judíos como a paganos. Por tanto, la gracia de Dios se extiende universalmente, y ya no es algo que deba vincularse únicamente con la Alianza con el pueblo judío.”
Lo dejo, con gratitud al profesor Antonio Rivera por ofrecernos tales reflexiones.
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