Nuestra Reforma española es un espacio donde la cuestión judía se vive en la propia riqueza de la Palabra.
Ya avisé antes de cómo es menester ubicar a Lutero en su propio paisaje existencial para, no asumir o excusar, pero sí explicar sus posiciones contra unos y otros. Cada uno vive en su escatología personal, y eso influye en su manera de vivir.
Ahora mismo, en el mundo evangélico, es evidente que si alguien piensa, se vive, en un modelo en el que lo que viene de inmediato es la venida personal de Cristo aquí a la tierra, para reinar durante mil años, eso le hace verse a sí mismo de un modo diferente a otro, por ejemplo, que piense que esa venida no se tiene que producir, que cuando Cristo venga por segunda vez será ya el fin y no hay más Historia. Y póngase en cada caso, y otros tantos con diferentes percepciones del final, lo que cada uno crea sobre la influencia, o no, del pueblo judío en esos acontecimientos finales, y tendremos modelos de paisajes vitales donde miles de personas existen en sus cosmovisiones.
Lutero cree, y actúa en consecuencia, que su deber es asentar a la Iglesia Cristiana (católica, en cuanto es la que está en todas partes) en este trance final, y coloca al pueblo judío como uno de los enemigos de esa Iglesia, junto con el papado, turcos, revolucionarios sociales, etc.
Pero el judaísmo también está en la Reforma de otra manera, y eso lo muestra Calvino, y d. v., lo trataremos la próxima semana, como un judaísmo de la Historia de la redención, como los que tienen el pacto antiguo, pero que es parte del nuevo. Un judaísmo, un pueblo judío, que no le queda más que ser parte del pacto de redención, común para todos los redimidos, y de ninguna manera esperar en la fábula judaica de que Cristo en su segunda venida se integra con ellos para reinar con su pacto antiguo durante mil años. Dejando todo el espacio de Historia y de redención entre su rechazo que lo pone en la cruz, hasta su segunda venida para reinar aquí, como un paréntesis, como un agujero negro, sin continuidad con lo anterior.
Es precisamente nuestra Reforma española un espacio donde la cuestión judía se vive en la propia riqueza de la Palabra, de toda la Palabra, donde las dos alianzas se reciben en la persona y obra del Mesías, cada una en su recorrido histórico, como una sola obra de redención.
Citando los sermones de Juan Crisóstomo contra los judíos que seguían en su sinagoga, con desprecio de la Iglesia, y reprochando a los de la Iglesia que acudían a los ritos de la sinagoga “como la fiesta de los tabernáculos, o los ayunos… Unos por curiosidad, otros para celebrar con ellos su fiesta”; lo que los colocaba en gran miseria, pues “por todas partes corren contra su salvación: porque despreciaban la ley cuando había que cumplirla, y ahora que ha cesado se esfuerzan en observarla… resistiendo al Espíritu Santo con su dura cerviz y su corazón incircunciso, desobedeciendo lo que antes era de ley, y ansiando cumplirlo cuando ya no es tiempo”, Alonso de Oropesa reconoce para ese judaísmo “que tiene que durar en su cautiverio hasta el fin, y que ya nunca más han de recuperar el templo ni todo lo demás que corresponde de cualquier forma al rito y celebración del culto antiguo”, y que la Iglesia deberá tolerar esos ritos, aunque sean [en palabras de Crisóstomo] “sus ayunos borracheras sin vino… y sus tabernáculos no más decentes que cámaras de meretrices”. La Iglesia, pues, “no puede matarlos ni destruirlos, ni convertirlos a la fe por la fuerza. Oropesa, como buen jerónimo, cree “que el judaísmo tiene que durar hasta el fin del mundo… y la Iglesia tiene que tolerarlo”. Este es el camino: tolerancia en medio de las comunidades cristianas, invitarlos con amor a la conversión, sabiendo “que algunos se convertirán, y que a esos tenemos que recibirlos entre nosotros en la misma gracia y ley de comunión general, y que al final de los tiempos todos en general volverán a la fe verdadera y la confesarán unánimes con todos los fieles”. Sigue Oropesa, “pero que nadie piense que los cristianos pueden arrebatarles por la fuerza a los judíos las cosas que poseen, o con cualquier engaño, o que se los puede obligar a la fe por la violencia, o que hay que bautizar a sus pequeños contra la voluntad de sus padres, o que los fieles les tienen que impedir sus fiestas y sus reprobables ceremonias, o que los traten con asperezas injustas e inhumanas”. La Iglesia “también los soporta y espera que se conviertan para que se salven, ya que Dios no rechazó y abandonó a este pueblo hasta el punto de no salvar y convertir siempre a algunos de ellos, como el Apóstol claramente lo hace ver…” Estos judíos “que así se convierten, aunque antes no hubieran sido su pueblo, una vez venidos a la fe se vuelven pueblo suyo”. Es decir, que los judíos solo pueden volver a ser pueblo de Dios por la conversión, y eso los coloca en unión con los que ya viven en la casa, la Iglesia, y son uno más; no son un cuerpo aparte, sino miembros del único. Como parte de ese cuerpo, Oropesa cree que “en los últimos tiempos, una vez se descubra la maldad del anticristo, entrará todo el pueblo judío y confesará y mantendrá la fe católica junto con nosotros hasta el derramamiento de la sangre, si fuera preciso”. [Según enseña Jerónimo.] Un solo rebaño y un solo pastor, de eso se trata. Cuando ocurra al final de los tiempos, ya no habrá más tiempo aquí, “después del juicio universal en la segunda venida de Cristo, le sucederá un estado perfectísimo que no se cambiará nunca más y que no tendrá fin, del mismo modo que una vez concluido el estado del Antiguo Testamento en la primera venida de Cristo, le sucedió el estado de la santa madre Iglesia, absolutamente perfecto en lo que puede darse en esta vida, y que no ha de cambiarse nunca en otro estado más perfecto mientras perdure en este su peregrinar”.
No hay, pues, mejor tiempo que este peregrinar (que termina con la segunda venida de Cristo), cuando se ha ofrecido de una vez para siempre “el único y altísimo sacrificio, al que se dirigían todos aquellos sacrificios como a su definitivo y principal fin que, una vez alcanzado, ya era razón de que ellos cesasen…” De esa manera la Congregación o Iglesia contiene lo previo como parte de su existencia en la salvación, pues “una sola es la verdadera y universal Iglesia de todos los fieles antiguos y modernos que se han salvado y se salvarán hasta el último elegido (Salmo 149:1)… como una y la misma es la fe y credulidad de ellos, sin la que es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6)”. Se trata de “que sin la fe de Jesucristo mediador entre Dios y los hombres nunca nadie pudo ni podrá salvarse; y que él es la cabeza de esta santa madre Iglesia universal (católica), que adquirió para sí con su propia sangre, la santificó y la llevó a la perfección.” Sigue Oropesa, “concretando ahora: como la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo (Juan 1:17) y por sus méritos se liberan todos los hombres, es necesario que todos los que se han salvado y han de salvarse se hagan miembros de Cristo y se incorporen a él, ya que sus méritos no se extienden más que a los que se hacen sus miembros y se unen a él: esto se obtiene mediante su auténtica fe. Así hay que concluir que resulta imposible que alguien se salvara desde el comienza del mundo sin que tuviese de alguna manera verdadera fe de Cristo, ni se ha dado a los hombres otro nombre bajo el cielo con el que podamos salvarnos (Hechos 4:12)… Y ciertamente por esta fe y pasión se han salvado todos los elegidos desde el comienzo del mundo y se salvarán hasta su fin… Por eso, aún antes de tener la ley o la circuncisión, se dice de Abraham: ‘Y creyó él en Yahvé, el cual se lo reputó por justicia’ (Génesis 15:6); con lo que queda claro que no fue justificado por la circuncisión o por la ley, sino por la fe en Jesucristo, que supera a la circuncisión y a la ley, como ampliamente expone el Apóstol en la carta a los Romanos”. Estas cosas las pongo de su libro Luz para el conocimiento de los gentiles (1449-64).
Que esto es un claro contraste con la visión y actitud de Lutero, es evidente. Por eso podemos hablar de los judíos y la Reforma en otras perspectivas; en la tocante a nuestra Reforma española, incluso hay un sector que podría incluir “la Reforma judía”, pues no pocos procedían del judaísmo, pero siempre como gente que se ha convertido, y que no se les ocurre imaginar que pertenecen a otro pueblo, o que tienen otra relación con el Mesías diferente al resto de los miembros del cuerpo, único, que es la Iglesia.
El mismo procedimiento sigue Alonso de Cartagena. “Así, pues, Dios dio la ley y otras muchos beneficios a aquel pueblo por la promesa hecha a sus padres… Y esto no por los méritos de Abraham, sino por decisión gratuita… Por la sola y gratuita elección, pues, los padres recibieron la promesa, y el pueblo engendrado de ellos recibió la ley”. Cartagena propone el resumen de la unidad de los dos pueblos, judío y gentil, en uno, para no separarse luego con una escatología judaica: “Cuando a aquél, cuya casa está en paz y que es amador de la unidad y de la caridad, le plugo (Salmo 75:3) acelerar la redención universal, e invalidar por completo la división entre los hombres, que por secretas razones suyas durante mucho tiempo había permitido tolerar, y romper la separación, y reducir a unidad perenne al género humano que había descendido por propagación de la carne de un Adán mortal, determinó tomar carne humana bajo un segundo Adán sin mancha y, al recibir pasión y muerte en ella, liberar de la muerte a todas las gentes y pueblos unidos bajo él, para que desde aquel momento en adelante no se considerase diferencia alguna de origen de generación carnal, sino la unidad de la regeneración espiritual”… y todo ello atestiguado ampliamente por el Antiguo y Nuevo Testamento. Porque “la fuerza del Evangelio se encuentra en la ley y en los cimientos de la ley tiene principio el Evangelio”.
Sigue, “el Viejo Testamento es la ley para aquellos que la conciben carnalmente, para ellos es vieja y está envejecida porque no puede mantener sus fuerzas; para nosotros, en cambio, que la confesamos espiritualmente, siempre es nueva. Y lo es también para nosotros uno y otro Testamento, no por la antigüedad del tiempo, sino por la novedad del mensaje… Sin embargo, para el pecador y para el que no guarda las leyes de la caridad también los Evangelios envejecen”. La raíz de la salvación siempre está vigorosa, por eso hay esperanza para todos, incluyendo a los judíos. “Consta, por consiguiente, que los descendientes de Israel, según la carne, hechos verdaderos israelitas por la recepción de la fe, han sido y son partícipes de la salvación ofrecida al género humano por mediación de nuestro Redentor… Reciben la adopción de hijos… la fe es lo principal… Hay que poner especial atención en la fe, y si ésta resplandece en la carne israelita, no por eso es menos resplandeciente… El Apóstol se gloría de haber nacido de raíz judía para mostrar que él, que había sido desgajado del olivo, de nuevo había sido injertado en él.”
Sobre las conversiones de judíos al final de los tiempos, sigue la argumentación “que cuantos más generales se hagan las conversiones de los israelitas infieles ‘de tempore in tempus’, tanto más parecerá acercarse aquel tiempo del que dijo el Apóstol (Romanos 11:26): todo Israel será salvo, y, por consiguiente, el final inminente de este fatigoso mundo… Por este motivo, cuanto más frecuente y abundante sea la conversión de los infieles israelitas, tanto más cierto será que se aproxima el día del juicio final”. Ahora bien, estos judíos convertidos no son una comunidad aparte o apartada, pues “es bien sabido que cuando acceden a la fe católica se forma una sola Iglesia, un solo pueblo, un solo cuerpo, cuya cabeza es Cristo”. Porque tanto para gentiles como para judíos, “la única felicidad verdadera es tener al Señor como a su Dios, lo que es propio solamente del nuevo pueblo al recibir la ley de la gracia, sin importar la procedencia de la antigua sangre”. En fin, que esto se alarga, que todas las promesas para la comunidad de los fieles en el Antiguo Testamento se tienen que recibir cumplidas en Cristo. “Todo, pues, tiene que referirse a la Iglesia y a los tiempos del Salvador, tiempos en que fue establecido el tabernáculo de Dios… no dos linajes, sino de uno solo, y bajo un solo rey, y bajo un solo pastor…” Alonso de Cartagena murió en 1456; como Oropesa era de origen judío.
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