Lutero asume que está peleando personalmente contra el diablo, y cree que está de parte de Dios, y, quizás, lo que es más problemático, que Dios está de su parte.
Después de haber calificado a los dos bandos, campesinos y señores, de estar ambos en contra de Dios, y de ser la suya una lucha injusta por parte y parte, y luego de buscar la paz, aunque fuere por medio de acuerdos humanos, tiene claro Lutero que el tiempo no pinta bien. Muchos “signos y prodigios” que se han producido le “pesan en el ánimo” y se “teme que la cólera de Dios se haya desencadenado con demasiada fuerza”. Hay que ponerse manos a la obra y escribir “Contra las bandas ladronas y asesinas de los campesinos” (1525), pues le queda claro que son instrumento del diablo contra la Iglesia y el orden propio. Están “haciendo una obra diabólica… y los dirige un archidiablo”. Son rebeldes, revolucionarios; y un rebelde “es un proscrito de Dios y del emperador; de modo que el primero que pueda estrangularlo actúa bien y rectamente. Cualquiera es juez y verdugo de un rebelde público, lo mismo que, cuando se declara un incendio, el mejor es el primero que pueda extinguirlo… Por eso, quien pueda ha de abatir, degollar o apuñalar al rebelde, en público o privado… ha de matarlo igual que hay que matar a un perro rabioso; si tú no lo abates, te abatirá a ti y a todo el país contigo”. Si esto vale para una persona privada, ya me dirán qué podrían hacer los príncipes con sus ejércitos, que “llevan la espada legítimamente”.
Que estos rebeldes “honran y sirven al diablo bajo apariencia del Evangelio”. Lutero lo ve claro: “Creo, incluso, que el diablo presiente el día final y por eso emprende algo tan inaudito, como si dijera: esto es lo último, por eso tiene que ser lo peor… Ahí ves qué príncipe tan poderoso es el demonio, cómo tiene al mundo en sus manos y puede confundirlo todo”. Que esto es una lucha directa contra el diablo, por eso, “quien muera del lado de los campesinos arderá eternamente en el infierno, pues esgrime la espada contra la palabra de Dios y su obediencia, y es un secuaz del diablo”. Si los campesinos llegaran a vencer sería, bajo la voluntad de Dios, el medio que Dios usaría (al propio diablo) para “destruir toda institución y toda autoridad, y convertir al mundo en un desierto, como preludio del último día, que no estará lejos”. Así que, “queridos señores, liberad, salvad, ayudad, tened misericordia de esta pobre gente [la que es víctima de la rebelión]. El que pueda, que apuñale, raje, estrangule; y si mueres en esa acción, bienaventurado tú, pues jamás encontrarán una muerte más dichosa… Que todos los fieles cristianos digan aquí: amén. Quien crea que esto es demasiado duro, piense que la rebelión es intolerable y que en todo momento hay que esperar la destrucción del mundo”.
Es el final del mundo, el fin de los tiempos (como ya se anotó la semana anterior), el paisaje donde Lutero vive y se vive. Precisamente, como acto contra el diablo, contrajo matrimonio en estas fechas, con gran preocupación de sus propios íntimos.
Estamos en el espacio más creativo de Lutero. Y es bueno recordarlo; así no fabricaremos personajes idealizados, ni idealizaremos los tiempos y las épocas excluyendo a los personajes que la componen. Lutero asume que está peleando personalmente contra el diablo, y cree que está de parte de Dios, y, quizás, lo que es más problemático, que Dios está de su parte. Su palabra y aplicación es la de Dios. Por eso puede defender su libro contra los campesinos diciendo simplemente que los que no lo acepten tienen “corazones ciegos y desagradecidos”, ni siquiera merecería la pena refutarles sus argumentos, pues, sino que habría que dejarles en su escándalo “hasta que se pudrieran en él”. Que ya se sabe que los rebeldes no admiten razones. “Los campesinos tampoco quisieron escuchar ni se dejaron decir nada, por eso hubo que abrirles las orejas con bolas de arcabuz y las cabezas saltaron por los aires”. Lutero está seguro de que su libro agrada a Dios, y eso le basta. Lo que Lutero dice y aplica es la palabra de Dios. ¿No saben los que critican a su libro que su crítica es inútil? “¿No es justo callarse la boca cuando se escucha que Dios así lo dice y así lo quiere?” Lutero se lo creyó.
A causa de los más débiles se aviene a dar algunas explicaciones. “A los demás que son seducidos por esas gentes o son tan débiles que no pueden comparar mi librito con las palabras de Cristo, se les dice esto; hay dos clases de reinos, uno es el reino de Dios, el otro es el reino del mundo… el reino del mundo es un reino de la ira y de la severidad, pues en él hay castigo, resistencia, juicio y condena, para reprimir a los malos y proteger a los buenos, y por eso tiene también la espada y la lleva… el reino del mundo no es sino servidor de la cólera divina para los malos y un verdadero precursor del infierno y de la muerte eterna”. No debe extrañarnos que los que usan a Lutero para la filosofía política, lo hagan para favorecer un estado totalitario. (Si queremos leer la Reforma como ámbito de libertades sociales, de una política protestante, debemos acercarnos a Calvino.)
En esta época Lutero escribió también otras cosas muy aprovechables, pero Lutero es Lutero. ¿Entonces qué hacemos? Pues leerlo (por lo menos algunas cosas fundamentales. –Yo he leído casi todo de Calvino, seguramente me quede alguna pequeña cosa por ahí, de Lutero me es imposible, no le puedo dedicar tiempo, con lo que he leído ya me basta–), y procurar ubicarlo en su contexto existencial, en su paisaje. De todos modos, en mi opinión, Lutero sería como un ariete formidable para derribar una muralla, y así fue con el papado de sus días, pero que luego no sirve para edificar la ciudad; el ariete derriba, pero no edifica. Aunque también sea verdad que para edificar, a veces sea necesario primero derribar. Y cada uno hace su función. Hagamos hoy la nuestra con fidelidad.
Y ya vamos con los judíos. Realmente seguimos en la misma reflexión, no solo del Lutero que se vive en el final de los tiempos, sino, en el caso de los revolucionarios campesinos, porque en ellos aparecen los judíos como figura al servicio de los poderes de los príncipes. El campesino que ve cómo se llevan su cosecha para pagar sus diezmos, tiene en mente la figura del judío al servicio de las finanzas de los señores; son signo de la opresión de los poderosos.
En relación con la cuestión judía, Lutero debe pintarse en una primera postura, la que muestra en su obra “Jesús era judío”, de 1523, donde “si queremos ayudarles, debemos ser guiados por el amor cristiano, no por el legalismo papal. Debemos recibirlos cordialmente, y permitir que trabajen entre nosotros… y que vean nuestra vida cristiana”; y otra que la va adquiriendo con el paso del tiempo, y que se muestra en su último sermón, unos días antes de morir, precisamente contra los judíos (“Si se convierten y desisten de sus blasfemias y crímenes, entonces los perdonamos, sin no, no debemos tolerarlos”.), y, sobre todo, su obra “Sobre los judíos y sus mentiras”, de 1543, donde, si entonces se pudiera hacer eso de cortaypega, podría haber cortado una buena parte de su escrito contra los campesinos y pegarlo en este contra los judíos. El método es semejante, y las palabras igualmente terribles en las que propone que se les mate, y quemen sus casas. Las misma virulencia, y todo como un deber para preservar la Iglesia.
No sé cómo se verían los judíos a sí mismos en el paisaje de su existencia; seguramente habrá diferencias y matices, pero es innegable que durante siglos, y en este de la Reforma, por todos lados, la presencia del judaísmo es parte de todos los paisajes existenciales de la cristiandad. En España algo podemos poner como ejemplos, pero en toda Europa ocurría que el judío era un asunto que siempre formaba parte de la cosmovisión. No es nuevo, se asumía que el Anticristo tendría al pueblo judío como su primer seguidor, luego vendrían las bofetadas y el final de la Historia. Siempre con una segunda venida de Cristo única, de una sola vez, no para estar aquí un periodo de mil años.
Sobre Lutero y los judíos existen multitud de escritos. Aquí solo apunto la cuestión, sobre todo para reafirmar la postura de un Lutero que se ve en el final de los tiempos. Y en esos tiempos están los judíos. Que si ya tenían mala prensa por lo de matar al Cristo, ahora se les sumaba que serían los servidores del Anticristo en el paso final de la Historia. Todo eso con el horizonte de su conversión en masa, como atestigua Pablo (Romanos 11:25-32). Las fábulas judaicas contra las que se avisa en el Nuevo Testamento se han reproducido y multiplicado en toda la Historia; en el tiempo que nos ocupa había muchas, igual que hoy. Si alguno en esos tiempos quería “preparar el camino del Señor”, tenía que allanar la finca judaica. Hoy igual. Y eso implicaba una gestión no siempre idéntica.
En un primer momento en el lado luterano se quiso frenar los bulos contra los judíos, como que mataban niños y se bebían su sangre. Y ya he puesto el libro de Lutero donde apremia para que se les reciba cordialmente en medio de las ciudades cristianas. Incluso, por ello, el papado le acusó de ser favorecedor de los que habían matado al Señor, y seguían con sus crímenes. Desde antes, pero especialmente al final del siglo XV, se produjo una explosión de profetismo y visiones apocalípticas como preludio del final. Aquí en España, y en toda Europa. La figura del Anticristo es tema recurrente. Curiosamente, en muchos casos colocado en Roma. Otros, lo ponen en Jerusalén. En cualquier caso, la final venida de Cristo pasaba por los judíos. Y acelerar esa venida es misión del cristiano. Hoy igual, dicen.
Para la final conversión en masa de los judíos, vivamos con ellos en paz y que vean nuestro caminar cristiano, dijo Lutero al principio. Otros no compartían la opinión. Siempre el judío es enemigo, y debe ser derribado. Queda claro, en una postura u otra, el final, la bendición última de la tierra, no puede llegar con un judaísmo sin conversión. Si están, hay que convertirlos, o liquidarlos. Y Lutero piensa que no se van a convertir. El suelo no puede soportar el final con esta mancha. Liquidación que supone expulsión en casos concretos; en otros, simple liquidación física. Esto es lo que vive Lutero, porque vive en el final de los tiempos. Y tiene que preservar a la Iglesia católica, no solo del papado, sino de los otros siervos del diablo, los revolucionarios y los judíos. Sobre ellos enseña que la Iglesia debe librarse de ellos, ya vemos cómo, pues ya tiene bastante con sus propios pecados, como para llevar también los de los judíos. Si están en la casa, la casa está bajo el juicio de Dios, y su cólera viene pronto. Hay que echarlos; y ya sabemos cómo lo han realizado en tantas ocasiones; alguna tan cercana.
Seguimos, d. v., la próxima semana con Lutero y su paisaje, a ver qué vemos.
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