Según la interpretación del Dr. Hugh Ross, el relato de la creación contenido en el Antiguo Testamento encaja con lo que vemos en la naturaleza.
El versículo nueve del relato bíblico de la creación nos descubre el nacimiento de los continentes en la corteza terrestre. “Dijo también Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco. Y fue así. Y llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares. Y vio Dios que era bueno” (Gn. 1:9-10). Es menester notar que no se emplea el verbo “crear” (bara). Esto permite deducir que a la Tierra firme no se la crea ahora porque ya había sido creada en el versículo primero. Tan sólo se la hace aparecer. Se la “descubre” de entre las aguas.
La geología histórica afirma que hace 3.500 millones de años aparecieron sobre la superficie de los océanos unos gigantescos bloques de granito con forma de cúpula, procedentes del interior de la corteza terrestre y que flotaban sobre el manto. Se trata de los llamados cratones, que serían los protocontinentes a partir de los cuales se formaron los primeros continentes. Estos cratones se pueden detectar en el centro de los continentes actuales y están rodeados por cinturones orogénicos. Es decir, regiones donde se consume corteza terrestre formándose volcanes y dando lugar a terremotos. Mil millones de años más tarde (hace 2.500 millones de años), la Tierra presentaba ya importantes masas continentales emergidas que sobresalían por encima de un océano global de agua líquida. Posteriormente, la tectónica de placas generaría lentamente los distintos continentes por medio de desplazamientos laterales y como consecuencia de las corrientes de convección de los materiales del manto terrestre. Los fenómenos sísmicos y volcánicos actuales nos recuerdan ese incesante proceso de renovación de la corteza de la Tierra. Todo esto nos confirma la quinta coincidencia entre Génesis y la ciencia: la formación de una tierra firme rodeada por agua.
Llegamos así al origen de las plantas terrestres en el tercer día: “Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno. Y fue la tarde y la mañana el día tercero” (Gn. 1:11-13). Otra vez más, no se usa el verbo bara (crear) porque no hay nada que sea radicalmente nuevo. Llegado este momento, el planeta dispone de todo lo necesario (tierra, luz, agua y dióxido de carbono) para permitir que las plantas, que posiblemente habían estado confinadas a la superficie de las aguas en estado microscópico, puedan establecerse sobre tierra firme. Este período comenzó hace alrededor de 3.000 millones de años con las algas y continuó con los helechos, musgos y otros vegetales antiguos. La particular fisiología de las plantas, tanto acuáticas como terrestres, contribuiría a cambiar para siempre las condiciones ambientales de la Tierra. Otra coincidencia fundamental: las plantas sobre la tierra firme fueron el siguiente evento importante de la creación.
El relato nos introduce en el cuarto día creacional, descorriendo el oscuro telón atmosférico, para que podamos ver el Sol, la Luna y las innumerables estrellas: “Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años, y sean por lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así. E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas. Y las puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra, y para señorear en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno. Y fue la tarde y la mañana el día cuarto” (Gn. 1:14-19). Como ya se ha señalado, el término “haya” significa “aparezca” (hayah), lo cual quiere decir que en hebreo se entiende que Dios hizo aparecer las lumbreras, no que éstas fueran creadas en este momento. Génesis expresa, desde el punto de vista de un observador terrestre, cuándo aparecieron sobre la bóveda celeste el Sol, la Luna y las estrellas y aclara también con qué finalidad fueron hechas.
Hace 2.000 millones de años la atmósfera empezó a volverse más transparente. Los astros celestes, que ya estaban allí, se empezaron a observar desde la Tierra. Y esto constituye la séptima coincidencia entre la ciencia y el relato bíblico: la transparencia de la atmósfera ocurrió después de que los vegetales se establecieran sobre la Tierra y los astros son como un reloj para la vida.
Según la ciencia, hace entre 1.000 y 500 millones de años el planeta poseía una atmósfera con un 20% aproximado de oxígeno; un ciclo del agua estable; una tierra firme poblada por vegetales; una adecuada protección contra los rayos ultravioletas gracias a la capa de ozono y disponía del Sol, la Luna y las estrellas visibles como relojes biológicos. Todo estaba a punto para crear los animales en el quinto día.
“Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta expansión de los cielos. Y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se mueve, que las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que era bueno. Y Dios los bendijo, diciendo: Fructificad y multiplicaos, y llenad las aguas en los mares, y multiplíquense las aves en la tierra. Y fue la tarde y la mañana el día quinto” (Gn. 1:20-23). El texto hebreo vuelve aquí a usar el verbo “crear” (bara), que no se había empleado desde el primer versículo del relato a propósito de la creación de los cielos y la tierra. ¿Por qué? Porque los animales con vida o seres vivientes (nephesh) son criaturas diferentes a todo lo demás. Seres que manifiestan unos atributos vitales singulares. Poseen mente, voluntad y emociones. Esto es algo radicalmente nuevo en toda la creación.
Hace 543 millones de años, en el llamado período Cámbrico, hubo un Big Bang biológico en sólo diez millones de años. Es decir, la aparición de unos quinientos millones de especies nuevas de organismos, la mayoría de las cuales eran marinas. Los zoólogos creen que de aquella enorme cantidad de animales primigenios tan sólo sobrevive hoy el 1% (unos cinco millones de especies). La extinción ocurrida a lo largo de la eras ha sido la tónica dominante. Sin embargo, al principio aparecieron los invertebrados marinos de golpe; más tarde, hace unos 400 millones de años, se produjo otra explosión de vida y surgieron rápidamente los principales grupos de peces. Mientras que las aves irradian también masivamente, según el registro fósil, hace entre 100 y 50 millones de años. Todo esto es otra coincidencia significativa entre el discurso científico y el relato inspirado que indica que: hubo un estallido repentino de vida animal seguido de otros equivalentes.
Hay que tener presente que Génesis ofrece elementos básicos o generales, no detalles concretos. Los actores poco significativos para el propósito del relato no suelen mencionarse (plancton, microbios, insectos, dinosaurios, etc.). Únicamente se habla de aquellos que pueden suplir nuestras necesidades humanas. Se trata de un texto escrito para que pueda ser entendido por cualquier persona, en cualquier momento y lugar.
“Luego dijo Dios: Produzca (yatsa) la tierra seres vivientes (nephesh) según su género, bestias (behemoth) y serpientes (remes) y animales de la tierra (chay) según su especie. Y fue así. E hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno” (Gn. 1:24-25). De nuevo estamos ante la palabra “producir”, no ante “crear”. Los únicos animales que se mencionan ahora son los grandes cuadrúpedos terrestres (behemoth); los vertebrados de movimiento rápido (remes) y los mamíferos salvajes (chay). La paleontología, por su parte, afirma que hace 350 millones de años proliferaron los animales terrestres y que durante la era de los mamíferos tuvo lugar una explosión de estas especies hace unos 50 millones de años. Lo cual significa la novena coincidencia entre ambos relatos. Es decir, que los animales superiores son relativamente recientes.
Se entra así en el sexto día, el más significativo de todos, ya que en él se creará al ser humano. Todo está preparado para la aparición del hombre sobre la faz de la tierra. “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó…” (Gn. 1:26-31). Una vez más se vuelve a usar el verbo bara para indicar la creación especial del hombre y la mujer con arreglo a la imagen de Dios. Una especie singular que la Tierra todavía no conocía.
Los partidarios de la hipótesis documentaria del Pentateuco, que proponen que los cinco primeros libros de la Biblia son una combinación de documentos provenientes de cuatro fuentes de origen independiente (yahvista, elohista, deuteronómica y sacerdotal), afirman que el primer capítulo de Génesis describe un relato de la creación del hombre, mientras que el capítulo dos aportaría otro distinto. En realidad, se trata de una explicación que ha sido muy criticada como puede apreciarse por la numerosa bibliografía existente. Muchos biblistas creen hoy que el capítulo dos no constituye un nuevo relato de la creación del hombre sino un detallado desarrollo de la misma que presupone la del primer capítulo, y las supuestas diferencias serían complementarias y no contradictorias.1
Aunque estas cifras suelen variar a menudo, la paleoantropología supone que hace entre 50.000 y 30.000 años apareció el Homo sapiens sobre la Tierra. Un ser capaz de fabricar herramientas, de hablar y hacerse preguntas sobre su propia existencia; creador de arte y con capacidad de abstracción; preocupado por la muerte y el más allá; con conciencia moral e interesado en la existencia de Dios para adorarlo y descubrir la verdad. De manera que el hombre supondría la décima coincidencia entre la ciencia y el Génesis escritural ya que ambos están de acuerdo en que el ser humano fue el último en aparecer.
Finalmente se llega al descanso de Dios durante el séptimo día. Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos. “Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación” (Gn. 2:1-3). Dios no descansa de su actividad providente, sólo lo hace del trabajo de la creación. Desde la creación del hombre, nada significativamente nuevo se ha creado en la Tierra. Más bien al contrario, la extinción de muchas especies biológicas suele ser por desgracia lo habitual. Y esta es la última coincidencia. Desde la aparición del hombre no se ha creado nada nuevo.
Según esta interpretación del Dr. Hugh Ross, y de aquellos que como él defienden el creacionismo de la Tierra antigua2, entre quienes me incluyo, el relato de la creación contenido en el Antiguo Testamento encaja con lo que vemos en la naturaleza. Si esto es así, ¿no resulta sorprendente que el autor del Génesis acertara, hace más de tres mil años, con la secuencia de la creación que la ciencia ha descubierto recientemente? ¿Dónde obtuvo semejante información? Los pueblos periféricos a los hebreos no le pudieron ayudar mucho ya que tenían concepciones fantásticas y mitológicas. Todo esto induce a pensar que sólo un Dios sabio e inteligente pudo revelarle estos conocimientos. El mismo que diseñó un mundo adecuado para nosotros y desea comunicarse todavía hoy con la criatura humana. Si se interpreta bien, la ciencia puede ser usada como una herramienta para defender la fe.
Notas
1 Biblia de Estudio Siglo XXI, 1999, Mundo Hispano, p. 11; L. Berkhof, 1979, Teología sistemática, TELL, Grand Rapids, Michigan, p. 186;
2 El doctor Hugh Ross es el presidente de la organización “Reasons to Believe” (www.reasons.org) donde difunde sus ideas. Existe también una organización filial en Argentina, en español, dirigida por el Dr. Fernando Saraví (www.razones.org).
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