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Los fichajes de Jesús

Contra todo pronóstico asumieron que debían ser ejemplo, a pesar de su inexperiencia, debilidades y escasa formación.

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 14 DE MARZO DE 2015 21:45 h

No soy seguidora de ningún equipo de fútbol, pero de vez en cuando escucho noticias sobre las ‘hazañas’ de algunos de los ‘galácticos’ de este deporte, o sobre las exorbitantes cantidades que se destinan para la adquisición de estas estrellas mediáticas. Ningún club quiere hacer una mala elección, quiere lo excelente. Nosotros, como espectadores, a veces, sin pensarlo, podemos pensar en seguir este patrón de comportamiento. Y estaría bien si no tuviéramos un manual de instrucciones, la Biblia, que viene a acabar con esas momentáneas ilusiones y a reordenarlo todo. Es el mundo al revés, decimos, cuando oímos el “Sígueme” de Jesús, que nos hace tomar consciencia de quiénes fueron sus fichajes para conformar ese equipo del cual hoy formamos parte.



Hace más de dos mil años, Él no repasó una lista de los que conformaban el Sanedrín o pasaban largas horas en la Sinagoga. O ayunaban diariamente y daban limosnas de lo que les sobraba. Todo lo contrario; más bien pasó por el puerto marítimo de la época, como nos dice Mateo: “Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron”.



Simples pescadores, incultos, con una apariencia que no incitaría a contratarlos. Me extraña que no les pidiera pasar por un examen médico. Y para colmo llama también a Leví (Mateo), un publicano que saqueaba a su propio pueblo. Y si seguimos, nos encontraremos con un ladrón, que más tarde le traicionaría. Desde un enfoque humano, en su elección no había nadie que garantizara el cumplimiento de Sus planes. El reino de Dios había empezado, ése que se podía comparar con una perla de gran precio, con un tesoro escondido, o un grano de mostaza… ¿No se daría cuenta Jesús que con ese elenco no iría a ninguna parte? ¿Que lo iban a criticar? ¿Quién confiaría en personas que engañaban al pueblo, que no conocían la Ley desde la cuna? ¿O que no apedreaban a las prostitutas y a las infieles? ¿O que no crucificaban y degollaban a los que se comportaban como corderos?



¿Cómo pensaría Jesús, quien había sido enviado por el Padre, con un gran Plan, iniciar su ministerio en este mundo con algunos que de seguro compartían hasta los pocos peces que pescaban, y no pasaban de largo cuando veían a un extranjero tirado por el camino; y eran capaces de arrepentirse y devolver lo hurtado?



¿No necesitaría Jesús personas intachables, de buena presencia y de buen parecer? Es algo que no entendemos, ¿verdad? Pero lo que sí es inaudito, tal vez porque en pleno siglo XXI es difícil que alguien lo haga, ellos lo dejaron todo. Rectifico: hoy hay muchos que no escatiman ni su propia vida a la hora de difundir el mensaje del Maestro. Mateo también nos habla del llamamiento de Jacobo y Juan, mientras remendaban sus redes, en plena faena: “Y luego los llamó; y dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, le siguieron”. Como si nos dijese a ti y a mí que dejemos el trabajo que nos da de comer, o la empresa familiar que es rentable para emprender una actividad que de seguro no sabían de qué se trataba. O que tomes a tu familia y os digan: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”, sin siquiera mencionar el sueldo mensual, el seguro médico, un colegio decente para tus hijos, la futura universidad, la pensión, el seguro de hogar por si los fariseos intentaban quemarles la casa… Pero dicen que lo dejaron todo. A pesar de que les dijo también: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su alimento”. Sólo provistos de su Palabra para que la dieran gratis, mostrando con ello que no quieren rentabilidad de ningún tipo. No es fácil; no es cualquier cosa. Pero también les dice que pueden recibir acogida en una casa digna porque son obreros dignos de un salario. Recordar hoy las palabras de Jesús nos llevan a reflexionar sobre este asunto, y yo misma reconozco mi culpa al no valorar el trabajo no remunerado de muchos, pensando que no son dignos de techo y comida por no considerar su servicio como un trabajo, debido a sus características peculiares.



Jesús solo quiere que de esa llamada al seguimiento haya una obediencia a la misma. Que es la ruta hacia una fe genuina. Jesús los llamaba a salir de su entorno conocido, de su vida de aparente seguridad para iniciar una nueva vida dentro de una aparente inseguridad. Y que conlleva ineludiblemente sufrimiento, la cruz y la muerte. En este sentido, dice D. Bonhoeffer: "Seguir a Jesús es estar vinculado al Cristo sufriente. Por eso el sufrimiento de los cristianos no tiene nada de desconcertante. Es, más bien, gracia y alegría" (El precio de la gracia. Ed. Sígueme. Salamanca).



Jesús quiere un seguimiento sin condiciones, sin nuestras propias líneas programáticas; sin el "Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa". Su propuesta radical exige una respuesta radical, porque llama a una nueva existencia que no tiene nada a ver con la existencia anterior, con ese mundo fabricado a nuestra medida.



Ante estas perspectivas, te preguntas ¿quién atendería el llamado de Jesús? Los pobres de espíritu; que aceptarían dejar todo lo que estorbase y les retuviera de cumplir con la misión encomendada. No había lugar para el por si acaso. El panorama no era atractivo. Y más si pensamos en seguir a alguien desprestigiado por los dirigentes de la política, la economía y de la religión de su época. Alguien que tuvo compasión de las ovejas sin pastor, y que tuvo una denuncia profética tal como lo habían hecho los antiguos profetas: “¡Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía, para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas, y robar a los huérfanos!” (Isaías 10.1-3).



Pues lo hicieron ellos, aun sabiendo que tendrían que relacionarse con todo lo que los rodeaba. Sabían que tendrían que ocuparse de los enfermos físicos y de espíritu porque escaseaban los centros públicos de salud, los pastores con tiempo y pasión para atender a la desbordante clase de los problemáticos de la sociedad de su época. Debieron olvidarse de cuidar solo lo suyo en favor de los demás. Reorganizarlo todo ahora en función del que ha hecho la llamada.



Contra todo pronóstico asumieron que debían ser ejemplo, a pesar de su inexperiencia, debilidades y escasa formación.



Este equipo asumió que, a pesar del peligro que suponía, había que proclamar el mensaje del Maestro, pero que no valían las rigideces cuando los oyentes también tenían hambre y sed de pan y de justicia. Tenían que velar por los derechos de los desprotegidos, la igualdad entre todos los seres humanos, promover las relaciones de los unos con los otros, una equitativa distribución de los panes y los peces. No valía decir: “Lo siento, no puedo", porque a los que habían apostado por Él se le podían multiplicar los escasos bienes poseídos y las fuerzas para no desmayar. Porque habían oído la voz del Buen Pastor que los había llamado por su nombre trayéndoles un nuevo horizonte y Esperanza. Estaban abiertos al seguimiento aunque éste muchas veces implicara persecución y escarnio. Y sabían que podían negar al maestro tres veces, dormirse y no velar con Él, abandonarle por temor en un turbulento momento, pero tenían certeza de que Él conocía sus corazones y podía medir sus intenciones.



¿Podemos aplaudir hoy la excelente elección de Jesús, sus buenos fichajes? Creo que son suficientes sus palabras en Juan 17, cuando ora por ellos: “… He acabado la obra que me diste que hiciese”. “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo… No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal… Santifícalos en tu verdad… Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo…”.



Jesús los encomienda a su Padre, con total garantía. La preparación de tres años estaba culminada. Pudo decir: “Como el Padre me envió, así también yo os envío” (Juan 21).



¿Eres parte de su equipo? ¿Fue barato tu fichaje? Sé que no es fácil.


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

EZEQUIEL JOB
16/03/2015
20:29 h
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Para Dios no es importante lo que somos ni lo que hemos sido, sino lo que seremos, porque El nos mira como una semilla, como una piedra a ser pulida. Lo que seremos depende de El y solamente de El, y si El esta con nosotros, tenemos la victoria mas segura y no hay enemigo que aguante, eso es lo que El quiere que pensemos, porque eso es FE(Rom 8:31). Dios no necesita ninguna habilidad, ciencia o inteligencia humana para hacer su Obra, solamente necesita un corazón dispuesto y que le crea (2Cr16:9
 



 
 
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