La memoria abre expedientes que el derecho y la historia dan por cancelados. Walter Benjamin
En el siglo XIX México fue el país latinoamericano donde los protestantes padecieron más casos de persecución. El historiador Hans Jürgen-Prien sostiene que en el mencionado siglo “el número de mártires protestantes se eleva a 59, entre los que vale la pena advertir sólo un extranjero. Se trata, pues, de protestantes mexicanos, victimados por católicos mexicanos. En efecto, el peso fuerte de la labor misionera evangélica descansaba desde fechas tempranas sobre los hombros de los mexicanos, de manera que en 1892, del total de 689 colaboradores que trabajaban en México, 512 eran mexicanos”.1
Para Prien el único protestante extranjero (norteamericano) víctima mortal de la intolerancia fue el misionero John L. Stephens, de la Iglesia congregacional. El hecho tuvo lugar en Ahualulco, Jalisco, el 2 de marzo de 1874. Junto con él cayó abatido por la horda linchadora Jesús Islas.
En realidad fueron por lo menos tres los extranjeros víctimas de la intolerancia, motivada ésta por la idea de que era necesario defender la integridad religiosa católica romana del país. El primero fue un protestante norteamericano (de oficio zapatero), asesinado en agosto de 1824 en la ciudad de México. Otro crimen es el ya citado de John L. Stephens. Y el tercero que he localizado es el de Henri Morris, ultimado en el ataque sufrido por la congregación evangélica de Acapulco el 26 de enero de 1875.
El número de víctimas mortales proporcionado por Jürgen-Prien está tomado de un recuento hecho por una fuente periodística protestante: El Abogado Cristiano Ilustrado.2 Dos años después otro periódico, El Evangelista Mexicano (26/VI/1890), reportaba que “sesenta y cinco protestantes han sido asesinados por los romanistas en los muchos motines que la Iglesia romana ha levantado contra el Evangelio en México […]”.3 Abundaba en su consideración sobre la actitud de las autoridades católicas y sus órganos de información respecto de las persecuciones y sus trágicos resultados, ante los cuales “ni el arzobispo Labastida, ni ningún obispo o cura romanista, ni los periódicos de esa secta han dicho una sola palabra para hacer que los romanistas desistan de sus sanguinarios ataques contra sus hermanos. Según nuestro modo de juzgar, el clero tiene toda la culpa y toda la responsabilidad en estos casos”.4
Una breve nota periodística difundió el trágico cuadro de lo acontecido en Acapulco el 26 de enero de 1875. El Siglo XIX informaba que a las ocho quince de la noche “los católicos armados de machetes y rifles asaltaron la Iglesia evangélica de Acapulco; resultando de aquel imprevisto ataque once heridos y cinco muertos, uno de los cuales es americano”.5
Los orígenes del protestantismo en Acapulco datan de 1872, cuando el evangélico José Matilde Rodríguez se asienta en el puerto. A Rodríguez se une Catarino Franco, quien había conocido congregaciones protestantes mientras residió en California, Estados Unidos. José Matilde difunde su fe y como resultado se convirtió Simón Díaz. Contribuye a la consolidación de la célula J. Gómez, integrante de la Iglesia de Jesús,6 movimiento iniciado en la ciudad de México y que logró importante difusión por su líder, el ex dominico Manuel Aguas.
Al pequeño grupo evangélico se suma en septiembre de 1874 el liberal Procopio C. Díaz, diputado al Congreso de Guerrero e impresor de publicaciones anti clericales. De acuerdo a lo escrito por Leopoldo M. Díaz, hijo de Procopio, éste recibía visitas frecuentes de José Matilde Rodríguez. En una de esas visitas deja una “Biblia, algunos tratados en forma de folletos y unos números de La Estrella de Belén”, 7 el periódico editado por la Iglesia de Jesús entre marzo y noviembre de 1870.
Entre los folletos estaba la carta escrita por Manuel Aguas en la que daba cuenta de su conversión al protestantismo. Recordemos que en ella informó a Nicolás Arias, superior de Aguas en los padres dominicos, de cómo tuvo lugar su decisión de romper con el catolicismo romano para sumarse a la Iglesia de Jesús en abril de 1871.8 La misiva de Aguas se imprimió y reimprimió muchas veces con el título de Viniendo a la luz. El ejemplar que de ella leyó Procopio C. Díaz tuvo el efecto de atraerlo “paso a paso […] como mariposa, trazando sus círculos concéntricos cada vez más cerrados alrededor de la cruz del Salvador”.9
Ya convertido Procopio puso su imprenta al servicio de la difusión de las creencias del grupo. En poco tiempo llegó a ser el líder de la naciente Iglesia evangélica de Acapulco, y en su casa se concentraron las actividades y reuniones, las cuales “ocupaban no sólo el interior de este hogar, sino aún los portales se veían repletos de concurrentes”. Los cultos “duraban varias horas, según el ritual de la Iglesia episcopal que entonces se llamaba Iglesia de Jesús. Se cantaba al son de un cornetín tocado por el Sr. Catarino [Franco]”.10
La célula toma la decisión de enviar a dos de sus integrantes, Catarino Franco y Simón Díaz, a la ciudad de México con el fin de solicitar apoyo y les fuese asignado un pastor. Ambos tienen un encuentro con el misionero Henry C. Riley, quien les comunica que la Iglesia de Jesús no puede prestarles la ayuda requerida. Franco y Díaz entonces recurren a la Iglesia presbiteriana que se reunía en el callejón de Betlemitas, donde ejercía su ministerio pastoral Arcadio Morales.11
Antes de ser líder en la congregación de Betlemitas (calle que actualmente tiene el nombre de Filomeno Mata), Arcadio Morales lo había sido en el grupo dirigido por Sóstenes Juárez (en San José el Real número 21), donde Arcadio se convirtió el 26 de enero de 1869.12 A principios de octubre de 1869 la congregación de Sóstenes Juárez muda su domicilio al callejón de Betlemitas,13 y ahí se congrega Arcadio Morales. Después formaría parte de la inicial Iglesia de Jesús que abre sus puertas en un salón, situado en San Juan de Letrán número 12, a fines de marzo/principios de abril de 1870.14 Cuando a partir de abril de 1871 la Iglesia de Jesús tiene como principal centro de actividades el templo de San José de Gracia (Mesones 139), Arcadio Morales cumple tareas de predicación y evangelización.
Hacia mediados de 1872 un grupo de la Iglesia de Jesús disiente de ella y busca independizarse. Para tal efecto organiza una reunión en Chalco, para deslindarse de los informes que Henry C. Riley hace llegar a la Sociedad de Misiones Extranjeras en Nueva York. Los delegados de “más de treinta congregaciones evangélicas independientes” del estado de México manifiestan que “las personas que fundaron esas congregaciones y las que ahora las forman, no admiten clero ni cooperarán a formar otro cuerpo teocrático de esa especie, pues creen, que al hacerlo así, no harían más que cambiar de yugo, y que para ser cristianos les basta estudiar y practicar el Evangelio”.15
Poco menos de 500 personas, de cuya directiva era presidente Arcadio Morales, dirigen el 30 de agosto una petición al gobernador del Distrito Federal. En ella hacen notar que “los protestantes de esta capital aumentan diariamente y practican su culto en los templos de San José de Gracia y San Francisco”. Mencionan que dichos lugares son de propiedad privada. Encomiendan al funcionario al que va dirigida la misiva se sirva solicitar en su nombre, al supremo magistrado de la República, les conceda el “templo de Santo Domingo para el expresado culto protestante, por ser éste un punto céntrico y, por lo mismo, a propósito para facilitar el acceso a todos los concurrentes de aquellos rumbos”.16
La solicitud es negada. Entonces Arcadio Morales, Agustín Palacios y otros abren un nuevo lugar de culto en la calle Cinco de Mayo.17 Aquí permanece Agustín Palacios, en tanto que Arcadio Morales se concentra en el grupo de Betlemitas, donde lo contacta el misionero presbiteriano norteamericano Merril N. Hutchinson a principios de enero de 1873. Seis meses después se lleva a cabo la apertura de Betlemitas número 8 como Iglesia presbiteriana, el 27 de julio de 1873.18
Cuando Catarino Franco y Simón Díaz llegan al grupo que pastoreaba Arcadio Morales éste muestra total disposición para auxiliar a la célula de Acapulco. Es así que los pone en contacto con el misionero M. N. Hutchinson, quien emprende el viaja hacia Acapulco y llega en el mes de noviembre de 1874. Hace exposiciones bíblicas en casa de Procopio C. Díaz y otras labores educativas.
Hutchinson poco a poco le imprime a la Iglesia evangélica de Acapulco un cariz presbiteriano. Con motivo de abrir formalmente cultos públicos como Iglesia presbiteriana en la capilla de San José, se hacen preparativos para el acto que tendría lugar el 26 de enero de 1875. El misionero Hutchinson no pudo participar en la ceremonia por encontrarse enfermo.19 Se hizo cargo del acto Procopio C. Díaz.
A las ocho quince de la noche más de doscientas personas irrumpieron violentamente en la capilla y del sangriento saldo informa el comandante Mejía en un comunicado que remite al ministro de Guerra. Escribe que “fue alterado el orden en esta población por un ataque que gente del pueblo, armada de machetes y rifles hizo al templo evangélico”. Relata que tras realizar las diligencias correspondientes, “se recogieron cinco muertos, entre ellos un ciudadano americanos, y once heridos”.20
Un testigo de los hechos señala al sacerdote católico Justo de Nava como quien estuvo azuzando a su feligresía para que actuara en contra de los protestantes. Refiere que “se sospecha fundadamente que el autor de los crímenes cometidos es Justo de Nava, porque es público y notorio que en sus visitas a los pueblos ha repetido incesantemente a los indios que pronto perderían Acapulco debido a los protestantes”. Según el remitente, el párroco habría asegurado que “Dios se le había manifestado, facultándole para conceder 20 mil indulgencias y la salvación eterna a todo el que matara a un protestante”.21
Entre los heridos por parte de los evangélicos estuvieron “Procopio Camilo Díaz, Simón Díaz, Pascual Sotelo, Raimundo Vergara, Lucas Herrera, Juan Gutiérrez Marín y los muertos fueron: Enrique Morris, Eusebio Zabala, Feliciano Basilio y un jovencito de trece años sirviente de la familia de don Procopio”.22 La muerte del muchacho fue resultado de una confusión, dado que “al principio del asalto [él] se subió a una ventana, cubriéndose con una cortina. Desde allí presenció la hecatombre de los evangélicos y se quedó en su escondite hasta el fin; y cuando todo se había apagado, quedando la capilla en silencio, anegada de sangre y cubierta de miembros humanos, arrancados a machetazos de sus respectivos cuerpos, entonces el mocito bajó de la ventana y partió para su casa a la carrera. Mas la fuerza federal que había quedado fuera de la capilla, custodiándola, creyendo que el joven era uno de los asaltantes recibió orden de tirar y lo mataron”.23 El norteamericano que pereció en el ataque fue Henri Morris, de Boston, quien al parecer era residente de Acapulco. De él se dijo “que era un caballero digno y respetable, y que deja una viuda y varios hijos”.24
Del lado de los agresores hubo varios heridos y por lo menos un muerto. De acuerdo con la crónica hecha por Leopoldo M. Díaz, al ver la esposa de Procopio que a éste lo atacaban salvajemente a machetazos los agresores, ella “sacó su revolver que no había querido usar haciendo un disparo, causando la muerte de un asesino e hiriendo a otro”.25
Años después del ataque a la Iglesia presbiteriana, un medio evangélico, al hacer el recuento de los protestantes asesinados entre 1873 y 1887, consignaba en 15 los muertos en Acapulco como resultado de lo sucedido la noche del 26 de enero de 1875.26 Es posible que varios de quienes quedaron mal heridos hayan fallecido días después.
En la trágica noche Procopio C. Díaz recibió catorce machetazos, “dos de ellos en la frente, perdiendo los dedos segundo y tercero de la mano derecha”.27 Él señaló directamente al cura Justo de Nava como el instigador del ataque, a quien le unía un vínculo familiar porque era su primo.
Después de lo vivido en Acapulco, Procopio C. Díaz realizó trabajos evangélicos en distintos lugares de Guerrero, por ejemplo en Chilpancingo, y en otras partes del país, como en el estado de México, Michoacán, Tabasco, Yucatán y la ciudad de México.28
El pastor Procopio viviría casi diez años después del ataque sufrido en Acapulco otro trágico episodio el 26 de octubre de 1884, cuando junto con Nicanor Gómez (entre otros) visitan a la comunidad evangélica de Almoloya del Río, en el estado de México.
Trescientos católicos rodearon el templo en que se hallaban cuarenta evangélicos, a quienes atacaron con machetes, armas de fuego y piedras. Como muchos, Nicanor Gómez logra salir y se introduce en “la casa del presidente municipal Mariano Castro” con la esperanza de encontrar protección. En lugar de ello “la hija del presidente, Tomasa Castro, aunque vio que [Nicanor] tenía un balazo en la cara y estando caído por falta de fuerzas, tomó una viga y lo golpeó con ella en la cara partiéndole los labios y deshaciéndole la boca”.29
Apolonio C. Vázquez auxilia a Nicanor, aunque por su mal estado es poco lo que puede hacer por él. Apolonio acompaña el traslado del pastor Gómez a las oficinas municipales, a donde llega su esposa y decide llevarlo a Capulhuac. Nicanor “por ocho días luchó entre la vida y la muerte”.30
Nicanor Gómez muere el 2 de noviembre, y antes que él Pastor Landa y Nicolás Muciño. En casa de la familia Gómez dirige un culto fúnebre Manuel Zavaleta, pastor de la Iglesia presbiteriana de Toluca, elige como base de su sermón Apocalipsis 14:13, “Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, que descansarán de sus trabajos; porque sus obras con ellos siguen”.
En una sencilla circular Manuel Zavaleta informa sobre el deceso: “En Capulhuac, ayer [2 de noviembre] a las ocho de la noche, pasó a mejor vida el ministro cristiano Dn. Nicanor Gómez. Mártir por la causa del Evangelio de N. S. Jesucristo, y víctima del fanatismo católico romano. Oremos a nuestro amoroso Padre, por su afligida familia, y por los que le mataron”.31
Tras poco más de dos décadas de ministerio evangélico y haber sobrevivido a por lo menos dos ataques mortales, el de Acapulco en enero de 1875 y el Almoloya del Río en octubre de 1884, Procopio C. Díaz fallece el 22 de noviembre de 1895 en la ciudad de México.32
1 Hans-Jürgen Prien, Historia del cristianismo en América Latina, Ediciones Sígueme, 1985, p. 775.
2 El Abogado Cristiano Ilustrado, 15/II/1888, p. 2.
3 Citado por Alicia Villaneda, “Periodismo confesional: prensa católica y prensa protestante, 1870-1900”, en Álvaro Matute, Evelia Trejo y Brian Connaughton (coordinadores), Estado, Iglesia y Sociedad en México, siglo XIX, UNAM-Miguel Ángel Porrúa, 1995, p. 355.
4 Ibíd.
5 El Siglo XIX, 28/I/1875, p. 3.
6 Apolonio C. Vázquez, Los que sembraron con lágrimas. Apuntes históricos del presbiterianismo en México, El Faro, México, 1985, p. 168-169.
7 Ibíd., p. 169.
8 El Monitor Republicano, 26/IV/1871, pp. 2-3.
9 Apolonio C. Vázquez, op. cit., p. 169.
10 Ibíd., p. 170.
11 Ibíd., pp. 170-171.
12 Arcadio Morales, “Memorias”, El Faro, 15 de junio de 1947, citado por Alberto Rosales Pérez, Historia de la Iglesia Nacional Presbiteriana El Divino Salvador de la ciudad de México bajo el pastorado del pbro. y dr. Arcadio Morales Escalona, 1869-1922, s/e, México, 1998, p. 23.
13 El Monitor Republicano, 9/X/1869, p. 2.
14 La Estrella de Belén, 8/IV/1870, p. 6.
15 El Monito Republicano, 22/VIII/1872, p. 3.
16 El Ferrocarril, 2/IX/1872, p. 3.
17Arcadio Morales, “Memorias”, El Faro, 15/VI/1947, reproducido en Alberto Rosales Pérez, op. cit., p. 36.
18 El Faro, 15/I/1899, p. 9.
19 Apolonio C. Vázquez, op. cit., p. 174.
20 El Siglo XIX, 30/I/1875, p. 3; El Monitor Republicano, 30/I/1875, p. 3 y La Voz de México, 31/I/1875, p. 3.
21 El Siglo XIX, 6/II/1875, p. 3.
22 El Faro, 15/II/1908, p. 27.
23 Ibíd.
24 El Siglo XIX, 27/II/1875, p. 3.
25 Apolonio C. Vázquez, op. cit., p. 176.
26 El Abogado Cristiano Ilustrado, 15/II/1888, p. 27.
27 Ibíd., p. 80.
28 Semblanza que hace Arcadio Morales, citada por Alberto Rosales Pérez, op. cit., p. 297.
29 Ibíd.
30 Nicanor F. Gómez Pascoe, , Ahora sí soy su soldado, Publicaciones El Faro, México, 2004, p. 101.
31 Facsimilar en Nicanor F. Gómez, op. cit., p. 105.
32 El Faro, 15/XII/1895, p. 191; El Partido Liberal, 26/XI/1895, p. 3.
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