Según el reformador de Ginebra, la gracia no sólo tiene que ver con la salvación, sino también con los dones ofrecidos al hombre natural.
Seguimos juntos pensando y reflexionando sobre política protestante. Eso significa pensar y reflexionar, algo cada vez más extraño, aunque las consecuencias de no hacerlo como conviene ya se adelantan en la Biblia, “ser llevados cautivos”.
Nadie puede asumir que construir un edificio material, uno bien realizado y afirmado (piensen en rascacielos, palacios, hospitales…), se pueda llevar a cabo sin tiempo, planos, y trabajo. Sin embargo, por eso de que la mente, como el cuerpo, está afectada por el deterioro del pecado, a veces te encuentras con personas que ven estos pasos de pensar y reflexionar como algo inútil y pesado, que no es necesario para las cosas “espirituales”, esos edificios fundamentales, y que es pérdida de tiempo ocuparlo en estas cosas.
Tener muchos libros y mucho pensar, por sí mismo, no es solución de nada, y puede ser un aspecto más de la rebelión contra el Creador; pero que se puedan llevar a cabo los deberes con el Creador sin pensar y escribir, pues tampoco es posible. Por supuesto, que eso lleva trabajo y esfuerzo. Seguro que para seguir el pensamiento del artículo de la semana anterior, por poner un ejemplo, o la cuestión del concepto de vocación en Weber… se necesita pararse, pensar, volver a leer, remarcar diferencias, en fin, trabajar para que salga el edificio; si queremos que sea sólido y adecuado. Y si planteamos nada menos que política protestante, que abarca al conjunto de los actos y actores sociales, pues no se puede presentar un simple sentimiento, o anécdota simpática. Hay que trabajar pensando y reflexionando, que si no, Podemos caer en esclavitudes de discurso, las antiguas palabras infladas con las que comerciarán con nosotros; y que como te descuides te puede parecer incluso amable el papado.
En los congresos sobre nuestra Reforma Española que realizamos, hay de todo, incluyendo algunas intervenciones más bien cortitas y de notable mediocridad (¡son las menos, pero se han dado!), también, y es lo más normal, presentación de trabajos de mucha enjundia. Esta que usamos del profesor Antonio Rivera García, de la que he puesto en las tres semanas anteriores menos de la mitad, el resto sigue con lo de hoy y, d. v., otras varias semanas, es una conferencia, una sola conferencia. Si no pensamos y reflexionamos, cosas, además, que tienen como fundamento la enseñanza de la propia Biblia, pues seremos llevados cautivos porque nos faltará visión.
Antes de llegar a la sección 4ª (Libertad y Estado de derecho) y la final (5ª, De la Reforma a la autonomía moderna del saber jurídico-político), les pongo hoy, copiando al profesor Antonio Rivera, un apartado sobre el paradigma del deber y la ordenación externa de la Iglesia.
Si el discurso de Calvino sobre la libertad, sobre el que trataremos en el próximo apartado, puede ser aproximado al paradigma liberal de los derechos, lo cierto es que el pensamiento de Calvino sobre la autoridad y la institución se acercan al paradigma del deber, el propio del republicanismo [sobre la distinción entre el paradigma liberal de los derechos y el republicano del deber, el autor dirige a J. G. A. Pocock, “Virtudes, derechos y manners: un modelo para historiadores del pensamiento político”]. En nuestra opinión debe encuadrarse dentro de este paradigma la explicación que, acerca de la ordenación de la Iglesia, nos ofrece el reformador en los magníficos Comentarios a los Corintios, y que podríamos extender al mismo Estado.
Según el reformador de Ginebra, la gracia no sólo tiene que ver con la salvación, sino también con los dones ofrecidos al hombre natural. Dios reparte estos dones de manera desigual con el fin de que cada uno no sea autosuficiente y tengo necesidad del otro. Tal distribución de las gracias debe servir para unir, para que el individuo sea consciente de que es sólo un miembro más del cuerpo o de la Iglesia. A este respecto Calvino escribe que “las gracias no son distribuidas de modo diverso entre los fieles para que estén separados, sino para que en la distinción haya unidad” [1 Co. 12:4]. Este discurso sobre la heterogeneidad de los miembros del cuerpo es claramente pre-moderno, y por ello en el reformador tampoco faltan las analogías musicales que con tanta profusión se utilizan en la Edad Media, como aquella de la armonía que exige diferentes sonidos o cantos. [“La proporción y el buen orden que encontramos en la Iglesia consiste en una unidad lograda a partir de la reunión de varias partes, como cuando la variedad de los dones tienden a un mismo objetivo. De forma parecida, en la música hay diversos cantos, pero se moderan y distribuyen para que haya proporción y todos suenen de modo armonioso. Es así necesario que haya distinción de dones y oficios, y que en cualquier caso el todo sea reducido a uno”.]
Dentro del paradigma del deber se inserta la exhortación de Calvino –pronunciada en sus Comentarios a los Corintios– de que los fieles hagan uso de sus dones y oficios para lograr el bien de todos: “Dios no les ha conferido tales gracias para que cada uno goce separadamente de la suya, sino para que cada uno ayude al otro”, “para que los miembros de la Iglesia se comuniquen mutuamente unos con otros y mantengan una buena unión”. En realidad, para el reformador la libertad no existe sin la caridad, sin el servicio al Otro, al bien común. Afirmación de Calvino que nos parece similar a la utilizada por el republicanismo antiguo para unir la libertad del ciudadano con la exigencia de servir al cuerpo de la civitas. De acuerdo con esta posición, que sería poco liberal, la unidad de la institución, la caridad, se antepone al principio individual de la salvación o de la certitudo salutis: “el oficio [deber] de un hombre cristiano –nos indica el reformador– le lleva a elevarse por encima de la sola búsqueda y adquisición de la salvación de su alma [el autor cita la carta de Calvino a Sadoleto]. En cambio, cuando nos centramos –como hace Weber– en la certitudo salutis subrayamos la convergencia de la ética calvinista con el capitalismo y el liberalismo.
En este contexto de exaltación del deber y del oficio cabe mencionar la importancia de la vocación o de la profesión para el calvinismo. La originalidad de la versión calvinista radica en que el esfuerzo individual, si pretende ser legítimo, ha de repercutir en el bien de la comunidad. Convicción que, como señala John Dunn, seguramente el filósofo Locke aprendió de su padre en Somerset, y que se refleja en aquellos fragmentos donde el inglés explica que “el trabajo por amor al trabajo”, y no en beneficio del semejante, “es contra natura”.
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