La música, como tantas cosas, puede ser útil en la medida en que la utilizamos para la gloria de Dios; pero se debe poner en su debido lugar.
Nunca he sido anti-música. Pero como en todas las cosas, todo tiene su límite. Incluso la música -cuando se le da demasiado protagonismo en la casa de Dios- puede convertirse en un obstáculo más que en una bendición.
Nuestra amada iglesia protestante se fundó sobre una sola cosa: la predicación de la Palabra de Dios. Todos los principales reformadores fueron, ante todo, hombres de la Palabra. Sus iglesias se construyeron en torno a la sana doctrina de las Escrituras. Nada podía cuestionar la centralidad del púlpito cristiano. Después de todo, el pecado principal de la Iglesia Católica Romana en la Edad Media había sido ocultar las profundas verdades de la Biblia. Así los reformadores quisieron traer de vuelta la antigua predicación al primer plano de la adoración cristiana. Pienso en Lutero, Zwinglio, Calvino, etc.
Pero parece que nuestro movimiento evangélico contemporáneo está comenzando lentamente a deslizarse por las laderas del oscuro monte de la confusión. Nos hemos olvidado de las múltiples lecciones que la historia nos enseña.
Hoy en día la música se ha convertido en nuestro nuevo becerro de oro que nadie se atreve a desafiar. ¿Quién sería tan insensato como para poner en tela de juicio la cantidad de nuestros cantos o dudar de la espiritualidad de nuestros líderes de alabanza? La música nos hace sentir tan bien, ¿verdad? Simplemente tiene que venir de Dios. Sin problemas reducimos el tiempo asignado a la comunidad fraternal e incluso a la predicación de la Palabra en nuestros cultos dominicales, pero no la música. ¡Ni hablar! “¡Danos cinco, diez o quince minutos más!” A todo el mundo le encanta el tiempo de adoración.
Una vez más, no soy anti-música como tal. ¡Para nada! Me encanta alabar al Señor por medio de himnos y canciones. Sin embargo, me opongo a la música cuando se vuelve tan importante que el enfoque se quita de la Palabra de Dios. He asistido a reuniones en los últimos años que estaban simplemente llenas de música y dejaban unos minutos para tener una breve 'palabra' al final. ¿Pero esto qué es? ¡Jesús quiso una iglesia construida sobre su enseñanza! Nunca pronunció una sola palabra acerca de la música.
También me opongo a la música cuando se diluye en un simple entretenimiento. Esto es lo que estoy presenciando cada vez más como predicador. Voy a eventos para compartir la Palabra y en lugar de adorar, somos entretenidos con cautivadores solos, técnicas de danza y canto y otras cosas similares. La música suena tan fuerte que ni siquiera se puede oír al pueblo de Dios cantando. Me acuerdo, por ejemplo, de un 'culto de adoración' en el cual liberaban una especie de gas que llenaba el aire cada cinco minutos sólo para mantener la atención de los jóvenes. Vi a la gente que intentaba atrapar el gas, empujándose unos a otros y saltando como pollos descabezados. No se experimentaba ni una pizca del temor del Señor. Era un mero espectáculo carnal ofrecido en el altar del entretenimiento.
Considero que este tipo de tonterías es una blasfemia indigna del nombre de Dios. ¿Qué gloria recibe el Señor de tal locura? ¿Dónde está la sensación de la presencia del Señor en esas reuniones? ¿Es eso un culto? ¡Puedes apostar hasta tu último euro a que no lo es!
Tenemos que volver a la adoración bíblica. Para evitarlo algunas denominaciones evangélicas han eliminado la música por completo. Ahora bien, yo no recomendaría ir tan lejos. Pero sin duda, algo se tiene que hacer para redirigir el rumbo de nuevo hacia la roca de la Palabra de Dios. La música, como tantas cosas, puede ser útil en la medida en que la utilizamos para la gloria de Dios; pero se debe poner en su debido lugar. Debe ser teológicamente correcta. Debe permitir que la voz de la iglesia se oiga. Y no debe ser tan prolongada que canse a la gente antes de que el predicador suba a hablar en el nombre del Señor.
A fin de cuentas, la voz de Dios es mucho más importante que la nuestra. ¿O me equivoco?
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