Raramente se escucha a alguien quejándose por no poder llorar; más común es escuchar frases hechas blandidas cual verdades absolutas que no dejan bien a los que lloran. Sin embargo Jesús sorprendió a sus discípulos afirmando: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.”
Desarrollamos en nuestros dos artículos anteriores los alcances de la afirmación de Jesús que los pobres son bienaventurados porque el reino de los cielos es de ellos1.
Ahora veremos la segunda afirmación que sorprende tanto como la primera:
"Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación." 2
Comenzaremos por analizar por qué las dos primeras 'bienaventuranzas' están ligadas fuertemente entre sí.
Artistas -pintores y fotógrafos- se han ocupado de retratar esa conjunción social y anímica que une razas, etnias, y nacionalidades mucho más sólidamente que la Organización de las Naciones Unidas.
La pobreza y las lágrimas han llegado a ser inseparables en el paisaje que revela las consecuencias de la ambición ilimitada de la humanidad caída en pecado. ¿Relacionaremos las lágrimas con los pobres solo de tanto ver fotos premiadas y noticieros con escenas de dolor e infortunio?
Los medios se alborotan para ser primeros en informar sobre una celebridad vista en el momento preciso que intentaba enjugar una lágrima. Esas noticias pagan muy bien porque tienen morbo. ¿Por qué habrá de llorar un rico? ¿Acaso no tiene todo lo que compra el dinero? ¿Cuál será su problema? ¡Averigüemos! Tal vez nuestro contexto social nos impulse a ser espectadores del exhibicionismo mediático –en el que no desearíamos caer nunca – y a solo opinar desde fuera porque ‘eso es lo que hay’.
¿No será hora de plantearnos una reflexión profunda acerca de nuestra conducta sobre este asunto?
¿ES BUENO O MALO LLORAR?
Por lo general, intentamos no llorar. No es de gente culta andar llorando por allí, asumimos.
Sin embargo, estamos programados para llorar. El llanto es la primera señal de vida humana. La sala de partos es el único sitio donde se festeja el llanto, porque indica que un bebé ha nacido.
Con el tiempo las lágrimas van asociándose a distintas causas: dolor, alegría, desazón, admiración, temor, gratitud, odio, amor. No obstante, es posible que se ignoren muchos de los beneficios que tiene el acto de llorar, según los que divulgan conocimientos médicos acerca de la buena salud. Me informé en cierta publicación femenina que las lágrimas ayudan nuestra visión, matan bacterias, eliminan toxinas, reducen el estrés. Por si eso fuese poco, los entendidos explican allí que el ánimo de una persona se eleva si se elimina el exceso de manganeso en el organismo, cosa que hace el llanto.
En conclusión, que “llorar es una reacción natural que los seres humanos tenemos para descargar la angustia, la depresión o cualquier tipo de emoción negativa. Si una persona no libera los sentimientos tristes a través de las lágrimas, puede causar daño al sistema límbico del cerebro, al sistema nervioso y a su salud cardiovascular. Acumular angustia hace tan mal a la salud como fumar” 3.
Nuestro Señor Jesucristo lloraba. El NT cita su llanto sobre Jerusalén 4 y por su amigo Lázaro que había muerto 5. Conocedor del ser humano como ningún otro, en el Sermón del Monte relaciona el llorar con la consolación.
¿EN QUÉ CONSISTE LA CONSOLACIÓN?
En las Escrituras el acto de consolar está relacionado con Dios y con el prójimo. Los amigos del sufriente Job, varón caído en desgracia al punto de convertirse en paradigma del dolor y pobreza humanos, lo reprenden a causa de su situación. Elifaz temanita le dice en una larga perorata:
“¿En tan poco tienes las consolaciones de Dios, y las palabras que con dulzura se te dicen?”6
Sin perder paciencia ni compostura, a pesar de su mísero estado, Job responde a sus ‘amigos’:
“Muchas veces he oído cosas como estas; Consoladores molestos sois todos vosotros. ¿Tendrán fin las palabras vacías? ¿O qué te anima a responder? También yo podría hablar como vosotros, si vuestra alma estuviera en lugar de la mía; yo podría hilvanar contra vosotros palabras, y sobre vosotros mover mi cabeza. Pero yo os alentaría con mis palabras, y la consolación de mis labios apaciguaría vuestro dolor.”7
Este poético diálogo – quizás inspirador de Shakespeare – revela los dos costados de la miseria humana: uno sufre en carne propia y otros – meneando sus cabezas – opinan sobre el remedio; lejos de ayudar no hacen más que ahondar el dolor.
¡Cuánto daño podemos hacer intentando ayudar sin estar movidos por una genuina compasión!
Muy distinto es nuestro Dios, quien desciende hasta nosotros, inmersos en la dura prueba sin aparente salida, y de Su consolación nace el ánimo que necesitamos. Así lo dice David en uno de sus salmos:
“Cuando yo decía: Mi pie resbala, Tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba. En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma.” 8
Jesús conocía las Escrituras. Porque Él es el Verbo encarnado que habitó entre nosotros les enseñó a sus atentos discípulos:
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.” 9
Notemos que Jesús no asocia el llanto con alguna causa, ni menciona a los posibles causantes. Vemos a mucha gente pasar cerca de nosotros todos los días, pero casi nunca detectamos a alguien que llore, salvo en circunstancias muy especiales. Si pudiésemos saber cuántos de esos prójimos llevan a cuestas angustias o sufrimientos posiblemente nos sorprendería enterarnos de que no son pocos los que llegan a sus casas y se encierran a llorar sin ser vistos.
Jesús está descubriendo ante sus discípulos a los que ya no les queda más que llorar. Y esos seres son los pobres de espíritu, los que ya no tienen nada de donde aferrarse en este mundo. Les enseña que esas son las personas ‘bienaventuradas’ porque recibirán ‘consolación’.
El NT nos presenta a un hombre justo y piadoso, de nombre Simeón, que esperaba la consolación de Israel 10. Lucas agrega un dato muy importante: “el Espíritu Santo estaba sobre él”. En un relato imperdible para quien desee investigar acerca del Israel de Dios y de la esperanza que tiene el verdadero israelita leemos de un anciano de nombre Simeón que había recibido una promesa del Espíritu: no moriría antes de ver al ‘Ungido del Señor’. Y cuando María y José trajeron el niño al templo para cumplir con el ritual judío, Simeón estaba allí; tomando al niño en sus brazos el anciano exclamó para la admiración de los presentes:
“(…) han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel.” 11
Simeón esperaba al Mesías prometido por los profetas y ¡lo sostuvo entre sus brazos a poco de nacer! Sus ojos estaban fijos en ese bebé que era de carne y hueso pero que había sido gestado por el Espíritu para ser ‘Dios con nosotros’. Simeón vio en el niño Jesús ‘la consolación de Israel’; ahora podía partir en paz de este mundo. ¡Qué privilegio! El verdadero israelita es consolado al encontrarse con Jesucristo.
Cuando el Evangelio era predicado por los auténticos Apóstoles, a los judíos primero y luego a los gentiles, hubo una creciente oposición de parte de los que se decían israelitas pero no tenían la
Revelación del Espíritu. Infiltrados en las primeras congregaciones de creyentes de Antioquía, Siria y Cilicia pretendían imponer los rituales de la Ley a los que habían recibido la libertad en Cristo.
Fue necesario que los ancianos de la iglesia en Jerusalén se reuniesen con los Apóstoles para resolver qué hacer; finalmente, decidieron escribirles una carta con instrucciones precisas. Dice Lucas que cuando la leyeron, los fieles de Antioquía “se regocijaron por la consolación. Y Judas y Silas, como ellos también eran profetas, consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabras.”12
Una congregación entera había estado padeciendo a causa de impostores; pero, gracias a la guía del Espíritu Santo y la sabiduría divina dada a los genuinos siervos de Jesucristo, recibían ahora la tan ansiada consolación. Este tema da para mucho más. Pero desearía dejarlo aquí con el broche que tomo de Pablo cuando escribe a los creyentes de la iglesia en Roma:
“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús.” 13
Si estás feliz en tu congregación, sientes como que no te falta nada, vives como si ya estuvieses en el cielo y vas a por más, me permito preguntarte hermana, hermano: ¿Nunca lloras?
Y si tu respuesta fuese ‘No, gracias a Dios’, te respondería: ‘entonces, tienes un problema’. Y te exhortaría a observar la cantidad de prójimos que necesitan de ti tanto como de mí. Pues cada día vemos que lo dicho por el Señor de que en el mundo tendríamos aflicción 14, y que a los pobres siempre los tendríamos con nosotros 15 es algo real, doloroso, ineludible que nos compromete.
Nuestro compromiso cristiano es mirar con nuevos ojos al mundo que está allí padeciendo sin solución de continuidad; y también el de mirarnos a nosotros mismos con sentido crítico, única manera de descubrir nuestro fallo de no poner por obra de manera completa el atinado consejo paulino:
“Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran.” 16
Confieso con total convencimiento que yo lo estoy aprendiendo como algo nuevo, cada día.
Invito a los estimados lectores a pensar sobre esta pregunta: ¿Qué lugar ocupa en mi iglesia el ministerio de consolación? En la próxima DM concluiremos este artículo. Hasta entonces si el Señor lo permite.
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Notas
1. Mateo 5:2.
2. Ibíd. 3.
3. “Llorar hace bien a la salud”, Mujer, Vivir, Salud, 9 de abril de 2010.
4. Lucas 19:41, 42. “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos.”
5. Juan 11:35. “Y lloró Jesús”; este es el versículo más breve en todas las Escrituras.
6. Job 15:11.
7. Ibíd.16:2-5.
8. Salmo 94:18,19.
9. Mateo 5:3.
10. Lucas 2:25.
11. Ibíd. 30-32.
12. Hechos 15:31, 32.
13. Romanos 15:4,5.
14. Juan 16:33.
15. Marcos 14:7.
16. Romanos 12:15.
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