Como ningún otro teólogo e intelectual evangélico latinoamericano de su generación, Escobar tomó muy en serio el oficio de escritor.
Es tiempo de celebrar la vida de Samuel Escobar, hacerlo con gozo y un profundo sentido de agradecimiento a él por la fructífera siembra realizada en su ministerio alrededor del mundo. Samuel es un ejemplo en muchas áreas. Intelectual y activista evangélico, teólogo del camino, maestro que ha enseñado a pensar la fe, estimulador de vocaciones, brillante expositor de la Palabra, ameno conversador, escritor riguroso, pastor, hermano, amigo, entrañable esposo, padre y abuelo. Cumple 80 años y por ello estamos de manteles largos en muchas partes del orbe.
Los artículos, libros, predicaciones y conferencias de Samuel Escobar han nutrido la fe y el intelecto de varias generaciones de evangélicos hispanoamericanos. El conjunto de su producción es resultado de haber dedicado bastantes e intensas jornadas para dejar impresas sus reflexiones, sus hallazgos, sus retos para quienes buscaban una fe pensante y un intelecto incendiado por el seguimiento de Cristo en las heridas tierras latinoamericanas.
Samuel Escobar, como ningún otro teólogo e intelectual evangélico latinoamericano de su generación tomó muy en serio el oficio de escritor. Debió desarrollarlo en medio de múltiples actividades que no le permitían las mejores condiciones para sentarse a reflexionar y poner sus frutos por escrito. Ha combinado su cariz de activista evangélico, y evangelizador, con la difícil tarea de ser un intelectual en un contexto en el que se mira con sospecha, y hasta desdén, a los pensadores. Él es, en el mejor de los sentidos, un intelectual evangélico que ha sabido dialogar con el cambiante mundo que la ha tocado vivir.
Como estudiante en la Universidad de San Marcos, en Lima, a Samuel le toco escuchar al filósofo mexicano Leopoldo Zea, generador e impulsor de una filosofía latinoamericana y latinoamericanista. Esa experiencia, junto con otras vinculadas a la necesaria encarnación del Evangelio en el contexto se América Latina le hicieron tomar conciencia de que era necesario desarrollar un pensamiento bíblico teológico que tomase en serio las condiciones históricas, económicas y culturales latinoamericanas. En tal ejercicio coincidieron con él, entre otros, René Padilla, Pedro Arana y Pedro Savage, por lo que consideraron imprescindible dar a luz, en 1970, a la Fraternidad Teológica Latinoamericana para reflexionar sobre nuestra realidad e intentar respuestas a tal realidad.
Un año antes de la fundación de la FTL, Escobar participa en el Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE I), que tuvo lugar en Bogotá, Colombia, en 1969. En ese evento su voz representó una especie de independencia de quienes simplemente aspiraban a seguir la agenda teológica y evangelística de los organismos misioneros norteamericanos. Leer hoy la intervención de Samuel Escobar (titulada Responsabilidad social de la Iglesia), a la vez que imaginar las reacciones del sector más conservador, puede darnos una idea de su osadía y claridad para llamar al regreso de un Evangelio integral.
En CLADE I Escobar afirmó que era tiempo de terminar con la dañina idea que separaba la evangelización y la acción social: “… en América Latina ha habido tendencia a identificar la preocupación por lo social con el liberalismo teológico, o con un enfriamiento en cuanto a la lucha evangelizadora. Debemos de una vez por todas acabar con esta confusión lamentable. Existe suficiente base en la historia de la iglesia y en las enseñanzas de la Palabra de Dios para afirmar rotundamente que la preocupación por la dimensión social del testimonio evangélico en el mundo no es un abandono de las verdades fundamentales del Evangelio, sino que es más bien llevar hasta sus últimas consecuencias las enseñanzas acerca de Dios, Jesucristo, el hombre y el mundo que forman la base de dicho Evangelio”.
En 1974, en el Congreso Internacional sobre Evangelización Mundial, en Lausana, Suiza, le correspondió a dos latinoamericanos remover drásticamente conciencias. Uno de ellos fue René Padilla, el otro Samuel Escobar. Este último hizo un llamado a revisar detenidamente lo que se entendía por evangelización, ya que consideraba existía una reducción de la integralidad del Evangelio para sustituirlo con fórmulas que diluían la riqueza del mensaje bíblico.
En su intervención, cuya cuidadosa escritura refleja su decisión de tomar distancia de polos existentes dentro del mundo protestante, Samuel Escobar dijo que el liberalismo del siglo XIX y comienzos del XX quiso adaptarse a la mentalidad racionalistas y presentó “una evangelio social en el cual un Dios sin ira iba a salvar a un hombre sin pecado, mediante un Cristo sin Cruz”.
La parte medular de la crítica de Escobar en Lausana fue para el evangelicalismo triunfalista, preocupado en lograr conversiones sin detenerse a considerar que tal vez los convertidos lo eran a una versión del Evangelio muy distinta y distante de lo enseñado por Jesús. Fue así que Samuel identificó como tentación el afán de “reducir el Evangelio y mutilarlo eliminando del mismo las demandas del fruto del arrepentimiento, y todo aspecto que pudiera hacerlo desagradable a una sociedad nominalmente cristiana pero de veras idólatra. Por todos los medios hay que alertar a la iglesia acerca de las necesidades de los millones que todavía no han oído el Evangelio. Pero con igual celo debe insistirse en la necesidad de mantener la totalidad del Evangelio de Jesucristo como Salvador y Señor cuyas demandas no pueden ser barateadas. Ningún sentido de urgencia por el crecimiento cuantitativo de la iglesia debiera llevarnos a callar alguna parte de todo el consejo de Dios”.
Escobar es un lector acucioso y conocedor de múltiples temas. Sus intereses van de la literatura latinoamericana, pasan por la historia y sociología, se detienen para dialogar con filósofos y pensadores, abarcan la producción misionológica, abrevan en la teología, reflexionan con la política y tendencias culturales contemporáneas. Para un gran lector, como lo es Samuel Escobar, debió ser muy doloroso tener que dejar atrás varias bibliotecas personales formadas en los distintos países en los que ha vivido. Porque le ha sido imposible cargar con tantos libros en las varias mudanzas, y ello le ha obligado a tener que empezar de nuevo a formar un nuevo acervo en cada nueva residencia.
Samuel Escobar, el escritor, ha debido serlo bajo presión. Nada de cuantiosos fondos ni retiros con todo a la mano para dedicarse solamente a escribir. Él mismo lo ha dicho: “En el mundo de habla hispana hay pocos escritores que viven sólo de su trabajo literario. Ese es un lujo que sólo pueden darse las grandes figuras del ‘boom literario’, cuyos libros se venden por cientos de miles. En el mundo evangélico de habla hispana probablemente no hay ningún escritor que viva sólo de lo que escribe. El acto de escribir es una continua guerra contra el tiempo, contra las presiones de la tarea pastoral, de la docencia, de los deberes domésticos, de las giras evangelísticas. Quizás eso sea mejor, porque así la palabra escrita estará siempre cerca de la vida y puede ser más pertinente”. Escritura y vida están entrelazadas en la obra escobariana.
En el caso de Samuel Escobar mucha de su producción ha quedado en revistas, capítulos de libros, obras agotadas hace muchos años. Con el fin de rescatar esa producción, en la Fraternidad teológica Latinoamericana-México y el Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano tenemos caminando un proyecto que consiste en reunir la obra dispersa de Escobar para publicarla y ponerla a disposición de los interesado(a)s en algún momento del 2015. En la tarea de la recopilación estamos quien esto redacta y Carlos Mondragón, junto con quien en nuestra adolescencia conocimos y entablamos una perdurable amistad con Samuel Escobar.
Geográficamente me encuentro a miles de kilómetros de Valencia, España, donde tiene su hogar Samuel Escobar desde hace varios años, pero emocionalmente estoy muy cercano y le hago llegar un agradecido y festivo abrazo, el que hago extensivo a Lilly, su esposa, a quien él cuida en un testimonio de amor que conmueve. Gracias, muchas gracias, queridísimo Samuel. Hoy me he comido un platillo mexicano que te gusta mucho, y lo he degustado en tu honor: un delicioso pozole.
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