Revueltas dejó escrita la grata impresión que le causó el lingüista John Dedrick, que trabajaba para traducir la Biblia a idiomas autóctonos.
En el centenario del nacimiento de José Revueltas (1914-1976) se han realizado desde distintas ópticas múltiples evocaciones de su persona y obra. El escritor y activista político de izquierda fue consecuente opositor del régimen mexicano que lo encarceló en varias ocasiones. Pero también criticó excesos, autoritarismos e incapacidades del Partido Comunista Mexicano, el cual le expulsó de sus filas por la osadía de levantar la voz contra “la vanguardia ideológica del proletariado”.
Otro gran intelectual y escritor mexicano, premio Nobel de Literatura 1990, cuyo centenario también se ha cumplido en el presenta año, consideró a José Revueltas ''uno de los mejores escritores de mi generación y uno de los hombres más puros de México'' (Posdata, Siglo XXI, 11a ed., México, 1977, p. 38). Correligionarios, lo mismo que no pocos de sus adversarios, le han reconocido a Revueltas su integridad e indomable compromiso con las causas de los oprimidos y desposeídos en México.
Revueltas, lo anota Carlos Monsiváis, comienza a publicar escritos en 1937 (“José Revueltas: crónica de una vida militante”, en Escribir por ejemplo (de los inventores de la tradición), Fondo de Cultura Económica, México, 2008, p. 198), En 1941 escribe la novela El luto humano, cuya línea narrativa ha sido bien resumida por la investigadora Edith Negrín: “un grupo de campesinos sale de su pueblo en busca de nuevas tierras, tras el fracaso de un sistema de riego. Mediante indicios precisos, el texto establece un presente de la historia narrada que corresponde a algunos años anteriores a la etapa de escritura y publicación de la novela. La anécdota del sistema de riego remite a la reforma agraria gubernamental que tuvo lugar en la década de los treinta [del siglo XX]. Los planos del pasado de la narración tienen como referente extratextual los años finales del régimen porfirista, la etapa de la lucha armada del movimiento revolucionario de 1910 y el levantamiento campesino cristero que se inicia en 1926. En distinto nivel –porque no son vividos por los personajes de la novela–, se mencionan otros planos históricos que tienen una enorme significación simbólica: la conquista y colonización de México en el siglo XVI y la Revolución soviética de 1917” (“El luto humano y la narrativa mexicana que lo precede”, en Literatura mexicana, Instituto de Investigaciones Filológicas-UNAM, vol. 3-1, 1992, p. 93).
En 1941 Revueltas ve publicada su novela Los muros de agua, en ella captura la experiencia, según escribió el propio autor, de “dos forzadas estancias que debí pasar en [el penal de] las Islas Marías, la primera en 1932 y la segunda en 1934. La clandestinidad a que el Partido Comunista estaba condenado por aquellos años nos colocaba a los militantes comunistas en diario riesgo de caer presos y de ser deportados al penal del Pacífico”.
En 1943 José Revueltas emprendió un viaje desde la ciudad de México hasta Vícam, pueblito indígena de Sonora y como resultado escribe para la revista Así una serie de crónicas sobre el largo recorrido. Las crónicas del periplo fueron recuperadas por Andrea Revueltas y Philippe Cheron, están incluidas en el antepenúltimo volumen de las obras completas revueltianas (''Viaje al noroeste de México'', Obras completas, tomo 24, Era, México, 1983, pp. 26-97).
Tras recorrer buena parte del país, Revueltas llega a Vícam. Aquí se impresiona con el trabajo del lingüista John Dedrick, a quien describe como de estatura regular, delgado, ojos claros nórdicos y apasionado de su trabajo. Al comunista mexicano le impacta que Dedrick llevara viviendo varios años en el inhóspito lugar (con temperaturas de 42 grados a la sombra en ciertas épocas del año): ''Lleva algunos años de vivir en Vícam, junto con su esposa, y habita una casucha miserable, tanto y en tan malas condiciones como la de cualquier indígena”. Prosigue Revueltas en su descripción: “Quise preguntarles qué actitud tenían para con él los indios; si no les causaba extrañeza verlo junto a ellos, viviendo igualmente que ellos y estudiando sus problemas. La respuesta me la dieron los propios yaquis: ‘Le decimos Juanito. Es muy bueno. Sabe muy bien nuestro idioma’”. Más adelante deja constancia de su reconocimiento y esperanza en el trabajo del Instituto Lingüístico de Verano (ILV):
El Instituto Lingüístico de Verano tiene distribuidos representantes y trabajadores a lo largo de todo el país, entre cada una de las tribus, con el propósito de que estudien, descubran, ordenen, la gramática de los idiomas indígenas. Hay miembros de dicho instituto entre los mayas, los choles, los tzeltales, los tojolobales, los tzotziles, los chontales de Tabasco, los mixes, los zapotecas, los chontales de Oaxaca, los popolucos, los chinantecos, los cuitecos, los popolocas de Puebla, los mixtecos y una docena más de grupos étnicos que se encuentran distribuidos en diferentes partes de la República. Dentro de unos diez años, a lo más, la imperceptible, tenaz, abnegada labor de estos trabajadores de la filología nos dará la sorpresa de que nuestras lenguas indígenas cuenten con un alfabeto racional, con una gramática, con unas leyes, con una fisonomía, en fin, que les dé impulso para hacer llegar hasta los indios de México todo el acervo de cultura necesario para que vivan una vida libre y de pleno desarrollo (pp. 39-40).
Para cuando Revueltas dejó escrita la grata impresión que le causó el lingüista John Dedrick, el ILV tenía poco menos de una década de haber iniciado trabajos en México. En 1934 el fundador del ILV, William Cameron Townsend inició el aprendizaje del náhuatl entre los nahuas de Morelos, con miras de dominar el idioma para traducir la Biblia. Dos años más tarde, el presidente Lázaro Cárdenas en gira por Tetelcingo, Morelos, conoció directamente las tareas del ILV e invitó a Townsend para que extendiera el trabajo que estaba realizando en Tetelcingo a otras áreas de México con poblaciones indígenas.
Lo que estaba haciendo John Dedrick en Vícam era compartir las mismas condiciones de vida de los habitantes del poblado con el fin de aprender el yaqui, para después darle expresión escrita y comenzar a traducir a dicha lengua porciones de la Biblia. Estaba dándole forma para los yaquis al objetivo del ILV, que es “una organización sin ánimo de lucro cristiana evangélica, cuya finalidad principal es recopilar y difundir documentación sobre las lenguas menos conocidas, con el propósito de traducir la Biblia a dichas lenguas”.
En muchos asuntos y temáticas José Revueltas fue a contracorriente de las posiciones hegemónicas en la izquierda. Hacerlo le valió ser estigmatizado y expulsado por esa izquierda que él criticaba. No vaciló en oponerse “al juicio [marzo de 1971] stalinista en Cuba del poeta Heberto Padilla” (Carlos Monsiváis, “José Revueltas: crónica de una vida militante”, op. cit., p. 237), mientras la inmensa mayoría de intelectuales latinoamericanos de izquierda justificaron la atrocidad en el nombre de la pureza revolucionaria.
Los elogios de Revueltas al ILV, en la persona de John Dedrick, fueron, y son, discordantes con los pareceres generalizados dentro de la izquierda latinoamericana, que ha señalado al ILV como órgano ideológico del imperialismo norteamericano. Revueltas conoció los trabajos de campo del mencionado Instituto, convivió con uno de sus lingüistas, recabó opiniones de los indígenas sobre lo que hacía el organismo y cómo lo hacía. Concluyó que las traducciones del ILV eran “para hacer llegar hasta los indios de México todo el acervo de cultura necesario para que vivan una vida libre y de pleno desarrollo”. No cabe duda que José Revueltas era un comunista atípico e incómodo para los guardianes del pensamiento de su época, para la que Carlos Monsiváis llamó “la aduana de las ideas”.
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