Vivir es realmente maravilloso, aunque no me pasa desapercibido el sufrimiento físico y sicológico de muchísimas personas. Pero convengamos que el hecho de haber nacido y ser quienes somos pone a nuestro alcance infinidad de posibilidades en la vida, nos convierte en seres realmente privilegiados. Al escribir algo así, sé que me expongo a ser apreciado por muchos como un ingenuo, poco realista y excesivamente idealista; pero sin considerarme ninguna excepción y siendo tan susceptible como cualquier otro mortal a las amenazas patógenas que pululan en el ambiente y creyéndome tan vulnerable como cualquier hijo de vecino, me puedo identificar fácilmente con cualquier persona de nuestra singular especie humana.
Lo que ha marcado la diferencia en mi actitud ante la vida es mi descubrimiento personal de Dios, sí me estoy refiriendo a ese buen Dios que creó los cielos y la tierra y a todos los seres que gozan de vida orgánica. Por mucho que le doy vueltas a la cuestión desde todos los puntos de vista, me reitero en el fascinante hecho de la singularidad humana: ¡somos únicos y estamos vivos! Y a pesar de ser tan defectibles como creativos, reconozco que la vida, aunque ha sido un proyecto frustrado por nosotros mismos, también se ha convertido a la vez en un ensayo general para la vida eterna, cuando no, para la muerte eterna (separación eterna de Dios) en el peor de los casos.
Por eso, al llegar a mis sesenta años, soy mucho más consciente de la brevedad de la vida, recordando que apenas anteayer estaba jugando a las canicas. Aunque también me percato de que la vida es corta y larga a la vez y este sentido de temporalidad y de una anhelada eternidad que pervive en nuestras almas, nos tiene que hacer reflexionar acerca de nuestra responsabilidad moral ante nuestro Creador; pues esto tiene que ver con el aquí y ahora, y no tanto con el más allá, para resolver esta cuestión a tiempo.
Hemos de reconocer con sincera humildad que todos y cada uno de nosotros estamos en falta con Dios, hemos pecado de mil maneras diferentes y debemos reconciliarnos con Él antes de que sea demasiado tarde. El purgatorio no existe, la dantesca leyenda del río Leteo que purifica nuestros pecados en un lugar intermedio, es pura fantasía novelesca.
Jesucristo es nuestro verdadero Sumo Pontífice (esto quiere decir literalmente nuestro puente de Salvación y único Mediador entre el cielo y la tierra). Por eso, si adviertes de alguna manera que Dios, ese buen Dios que te ama como nadie, te está hablando en lo íntimo de tu ser, no seas indiferente, ni rehuyas su llamada ante esta sencilla persuasión de alguien que te está hablando o escribiendo en Su Nombre...Porque hoy es tu día de Salvación, querido amigo/a.
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