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Nicanor Parra: antipoesía y trascendencia (I)
 

N. Parra, poemas y antipoemas

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 07 DE SEPTIEMBRE DE 2014 05:05 h

Durante medio siglo



La poesía fue



El paraíso del tonto solemne.



Hasta que vine yo



Y me instalé con mi montaña rusa.



 



Suban, si les parece.



Claro que yo no respondo si bajan



Echando sangre por boca y narices.[1]



N.P., “La montaña rusa”



 



 



FILIACIONES



Sin ánimo de presentarlo como “el patriarca de la poesía latinoamericana” ni mucho menos como “el último de los grandes”, celebramos aquí el arribo a la edad centenaria de uno de los mayores renovadores de la poesía en castellano de los últimos 50 años, periplo que empezó “oficialmente” con Poemas y antipoemas (1954), el volumen con que la obra de Nicanor Parra apareció en el panorama de las letras hispanoamericanas para cambiar su perfil de manera definitiva.[2]



 



Antes, el Premio Cervantes 2011 había debutado en la letra impresa con Cancionero sin nombre a los 24 años, en un intento por continuar sobre los pasos de su admiradísimo Federico García Lorca (“El ángel de García Lorca nacionalizado en los valles transversales del macizo andino, entre cantores de cueca y payadores”[3]). Con su estilo socarrón, así se refirió en una entrevista con Mario Benedetti (1969) a esa influencia temprana en su primer volumen: “Ese libraco es lo que se llama ordinariamente un ‘pecado’ de juventud.



 



Es un libro garcialorquiano, demasiado influido por el autor de… Se me han olvidado las obras de mi maestro: fíjate tú la situación en que me encuentro. Ah, Romancero gitano y otros libros”.[4] En otra entrevista responde: “…la voz de García Lorca era hipnótica: una especie de encantador de serpientes, cuyo ritmo y cuya música me resultaban avasalladores y muy fácil de imitar”.[5] La nómina de huellas que exhibe más adelante es notable: Aristófanes, Luciano, la Gesta Romanorum, Chaucer, Cervantes, Quevedo, Bécquer (sorprendentemente), Kafka (cuya tumba saqueó), Huidobro, Mistral, Pezoa Véliz (“Muchas veces se ha dicho que si Pezoa Véliz hubiera vivido un poco más, habría sido el autor de los Antipoemas[6])…



 



La antipoesía, como tal, hizo su aparición con un volumen que causó furor en una época en que Neruda lo abarcaba todo, dentro y fuera de Chile. De hecho, Parra fue considerado mucho tiempo como un escritor “anti-Neruda”, como también Pablo de Rokha y otros más. En un ensayo ya clásico, que prologó la primera antología española de Parra, el poeta, sacerdote y crítico José Miguel Ibáñez Langlois −quizá el más acucioso de sus estudiosos−, ha definido impecablemente esta tendencia o estilo:



 



En el contexto de la poesía actual, la sensibilidad antipoética acusa el impacto del surrealismo francés, también aclimatado por las esencias criollas, por el humor ladino y el habla espontánea del chileno. […]



La antipoesía se alimenta del desgaste de una tradición poética precisa, cuyos desechos utiliza con ingenio sarcástico: la tradición que proviene del simbolismo, pasa por la poesía pura y el surrealismo, y termina en el cansancio de las imágenes herméticas, en la delicuescencia de los ‘metaforones’ del 38, en las coartadas de la oscuridad lírica.[7]



 



Se entiende así la capacidad de los dispositivos antipoéticos para dislocar/descolocar todo lo que se ha tenido por “poético” con anterioridad y la necesidad de un cambio de mentalidad para situarse ante ellos. Algo similar hace con respecto al antipoema, al trazar sus coordenadas para esbozar la tarea de dejarse deconstruir, como lectores/as por el bombardeo del discurso parriano, apuntando ya hacia uno de los aspectos que más le interesa, como veremos:



 



…el antipoema de Parra no es la serena y apolínea creación que se produce en una cumbre de equilibrio de la forma verbal y la experiencia humana. Es la poesía de una época no apta para tales triunfos, clasicismos ni armonías, porque en ella se extingue el brillo de la divinidad en el mundo […] El antipoema es una respuesta posible: una palabra que ya no puede cantar a la naturaleza, ni celebrar al hombre, ni glorificar a Dios o a los dioses, porque todo se le ha vuelto problemático, comenzando por el lenguaje.[8]



 



Siempre ha habido antipoesía, agrega Ibáñez, pero fue entonces el momento en que un físico-matemático de formación dinamitó las concepciones y las prácticas de sus contemporáneos y antecesores con un cinismo admirable. Poemas y antipoemas es el pórtico, muy comedido aún, que anuncia lo que vendría después: un proyecto radical de superación de los manierismos líricos para hacer que todo, incluyendo la prosa oficial y publicitaria, por mencionar sólo dos formas expresivas, sea vehículo de un lenguaje poético por negación. La ironía se adueña ahora de todo: invade y desmitifica las realidades a la mano y el poeta que escribe “puede ser romántico hasta el llanto, clásico hasta la perfección, burgués hasta la médula y revolucionario sin límites”.[9]



 



PRIMERAS PROVOCACIONES



El poema que abre el primer libro reconocido por Parra es ya un ejemplo de esta ruptura, en donde lo sagrado se mezcla con lo cotidiano jocosamente.



 



Sinfonía de cuna



Una vez andando



Por un parque inglés



Con un angelorum



Sin querer me hallé.



 



Buenos días, dijo,



Yo le contesté,



Él en castellano,



Pero yo en francés.



 



Dites moi, don angel.



Comment va monsieur.



 



Él me dio la mano,



Yo le tomé el pie



¡Hay que ver, señores,



Cómo un ángel es!



 



Fatuo como el cisne,



Frío como un riel,



Gordo como un pavo,



Feo como usted.



 



Susto me dio un poco



Pero no arranqué.



 



Le busqué las plumas,



Plumas encontré,



Duras como el duro



Cascarón de un pez.



 



¡Buenas con que hubiera



Sido Lucifer!



 



Se enojó conmigo,



Me tiró un revés



Con su espada de oro,



Yo me le agaché.



 



Ángel más absurdo



Non volveré a ver.



 



Muerto de la risa



Dije good bye sir,



Siga su camino,



Que le vaya bien,



Que la pise el auto,



Que la mate el tren.



 



Ya se acabó el cuento,



Uno, dos y tres.[10]



 



El ángel en cuestión es, evidentemente, una caricatura, pero la intención de dar cuenta de su contigüidad es lo que prevalece, aunque con el agregado de la mirada sardónica que lo recibe. Comenta Ibáñez que “según la opinión del poeta, el cielo se está cayendo a pedazos” (“Advertencia al lector”) y añade: “Esta destitución sarcástica de los órdenes sagrados no impide en absoluto, como se verá, que el autor dirija precisamente hacia la altura divina sus más ardientes o desesperadas sondas”.[11]



 



Más inquietante es “Desorden en el cielo”, que, partiendo de un muy obvio tono anticlerical, coloca a un personaje en las mismísimas puertas celestiales para exigir su ingreso, siendo rechazado y denunciado duramente por San Pedro.



 



Un cura sin saber cómo,



Llegó a las puertas del cielo,



Tocó la aldaba de bronce,



A abrirle vino San Pedro:



“Si no me dejas entrar



Te corto los crisantemos”.



Con voz respondióle el santo



Que se parecía al trueno:



“Retírate de mi vista



Caballo de mal agüero.



Cristo Jesús no se compra



Con mandas ni con dinero



Y no se llega a sus pies



Con dichos de marinero.



Aquí no se necesita



Del brillo de tu esqueleto



Para amenizar el baile



De Dios y de sus adeptos.



Viviste entre los humanos



Del miedo de los enfermos



Vendiendo medallas falsas



Y cruces de cementerio.



Mientras los demás mordían



Un mísero pan de afrecho



Tú te llenabas la panza



De carne y de huevos frescos.



La araña de la lujuria



Se multiplicó en tu cuerpo



Paraguas chorreando sangre



¡Murciélago del infierno!”.



Después resonó un portazo,



Un rayo iluminó el cielo,



Temblaron los corredores



Y el ánima sin respeto



Del fraile rodó de espaldas



Al hoyo de los infiernos.[12]



 



Poemas y antipoemas incluye también algunos de los textos más conocidos y emblemáticos de Parra: “Autorretrato”, “El túnel”, “Los vicios del mundo moderno” y “Soliloquio del individuo”, monólogos dominados por un deliberado prosaísmo que recoge las angustias y ansiedades del momento.



 



Para G.R., cuyo gusto antiparriano no resulta convincente



 



[1] N. Parra, Versos de salón. Santiago de Chile, Nascimento, 1962, p. 10.



[2] Cf. L. Cervantes-Ortiz, “Nicanor Parra: premio Cervantes a la antipoesía”, en Magacín, de Protestante Digital, 18 de diciembre de 2011, www.protestantedigital.com/ES/Magacin/articulo/4358/Nicanor-parra-premio-cervantes-a-la-antipoesia.



[3] José Miguel Ibáñez Langlois, “La poesía de Nicanor Parra”, en N. Parra, Antipoemas. Barcelona, Seix Barral, 1972 (Biblioteca breve, serie mayor, 1), p. 10. Este texto se ampliaría hasta convertirse en el libro Para leer a Parra. Santiago de Chile, El Mercurio-Aguilar, 2003.



[4] M. Benedetti, Los poetas comunicantes. México, Marcha Editores, 1971, p. 38.



[5] Sergio Prieto, “Entrevistas: un poeta contra la pedantería”, en Visión, Santiago, 7 de njoviembre de 1969, cit. por R. Costa, “Para una poética de la (anti)poesía”, en N. Parra, Poemas y antipoemas (1954). Ed. de René Costa. Madrid, Cátedra, 1988 (Letras hispánicas, 287), p. 10.



[6] Ibid., p. 40.



[7] J.M. Ibáñez Langlois, op. cit., pp. 10, 16.



[8] Ibid., p. 15.



[9] Ibid., p. 17.



[10] N. Parra, Poemas y antipoemas (1954), pp. 51-52.



[11] J.M. Ibáñez Langlois, op. cit., p. 19.



[12] N. Parra, Poemas y antipoemas (1954), pp. 69-70.


 

 





 
 
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