La iglesia de Cristo nació en el mundo con una lengua llameante. Ella tenía algo que decirle a todo el mundo y, ¡oh, cómo lo dijo! Con apasionada certeza y con la audacia del Espíritu Santo, la iglesia primitiva, rompió toda barrera para plantar la conquistadora bandera de Jesús en todo el planeta.
Desde entonces, el cristianismo siempre se ha caracterizado por un espíritu celoso de la predicación que se atreve a hablar en el nombre del Señor. Cada generación avivada ha producido una larga lista de celosos voceros celestiales que se negaron a guardar silencio cuando la gloria del Señor estaba en juego. Pienso en Lutero, Zuinglio, Calvino, los Puritanos, Wesely, Whitefield, Edwards, Spurgeon y Lloyd Jones. Se levantaron con fuego en su interior y dieron a conocer los caminos del Todopoderoso. Eran soldados, héroes y guerreros de la fe.
Así que la pregunta que quiero hacerte hoy es:
¿dónde están todos los jóvenes predicadores? ¿Dónde están los jóvenes de esta próxima generación que renuncian a la comodidad mundana para ser portavoces del Altísimo? ¿Dónde están?
Miro a mi alrededor y, en la mayoría de las iglesias, encuentro decenas de jóvenes luchando por entrar en el grupo de alabanza y adoración de la Iglesia. Todo el mundo quiere estar en la plataforma tocando algún instrumento. Y eso no es, necesariamente, algo malo. ¡Demos gracias a Dios por tales personas! Pero me pregunto, ¿dónde están las voces proféticas?
Me parece que, poco a poco, el cristianismo contemporáneo occidental se está convirtiendo en un movimiento musical de masas con poca o ninguna predicación que lo acompañe. La esencia está en vías de desaparición. ¿Dónde está la sustancia?
Confío demasiado en la providencia de Dios como para creer que Él va a dejar que la luz del Evangelio se extinga por completo en Europa. Él tendrá siempre sus testigos. Su elección es segura. Pero es una señal preocupante de estos tiempos que los creyentes más célebres son jóvenes estrellas de rock cristiano.
¿Qué pasó con los jóvenes misioneros sin un céntimo que derramaban su sudor, sangre y lágrimas por la causa de Cristo para prosperar en tierras lejanas? ¿Qué acerca de las almas jóvenes como David Brainerd (1718-1747) y Robert Murray McCheyne (1813-1843) que permanecían obstinadamente fieles al mensaje del Evangelio incluso cuando la muerte vino a llamar a su puerta?
El gigante puritano William Perkins (1558-1602) también lamentó la escasez de jóvenes que estaban entrando en el ministerio en el siglo XVI. Citó tres razones principales: 1) los predicadores tienen que hacerle frente a la persecución, 2) la dificultad que tiene atender a las obligaciones del llamado del ministerio, y 3) la insuficiente recompensa financiera dada a los que entran en el llamado. ¡Las cosas no han cambiado mucho desde hace quinientos años!
Los jóvenes predicadores deben estar preparados para ser escupidos, amenazados e insultados sin cesar, tanto por los no creyentes como por los creyentes. Ésta es la suerte que toca a los testigos de la verdad. Además, deben buscar a Dios fervientemente para oír su voz y así saber qué hablar en público. Tal búsqueda es intensa, larga, interminable y, a veces, seca y estéril. Pero al final, Dios viene. Y tienen que hacer todo esto sin esperar grandes dividendos (de este lado de la tierra). Muchos tendrán que combinar su ministerio de predicación con un trabajo a tiempo parcial o a tiempo completo, pero cuando Dios enciende un fuego en el corazón de uno, este es imposible de resistir.
Oro, constantemente, que Dios pueda levantar a predicadores jóvenes en nuestras naciones y que una generación inmersa en la Biblia, pueda ponerse en pie para tomar sobre sus hombros el manto de la iglesia primitiva.
Que todos podamos animar a nuestros jóvenes predicadores y orar por ellos día y noche. Ellos lo necesitan. Abracémoslos, lloremos con ellos y sembremos en ellos para que la lengua de fuego de Pentecostés florezca de nuevo en la tierra.
Traducido por Julian Esquinas
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