En la primera parte de esta serie consigné que ha sido una falsificación histórica sostener el involucramiento de Dietrich Bonhoeffer en atentado alguno para matar a Hitler. Así lo sostienen, y a mi parecer demuestran, los autores del libro a cuya reseña di comienzo la semana pasada.
Durante su tiempo en Nueva York, en 1930-1931, Bonhoeffer tuvo lo que llamó su gran liberación, uno de cuyos componentes fue
la transformación en su entendimiento de “la Biblia, especialmente el Sermón del Monte”. Esta sección del Evangelio de Mateo, en palabras del propio Dietrich, “me liberó [y] desde entonces todo es diferente”, confío en misiva del 27 de enero de 1936 a su novia. Sobre la influencia de la experiencia neoyorquina dejó constancia años más tarde, cita Mark Thiessen Nation, en escrito fechado en noviembre de 1942: “ha sido de muy grande significado para mí hasta el día de hoy”.
En tres conferencias dadas por Bonhoeffer en 1932 se pronunció claramente por el involucramiento de las cristianas y cristianos en la búsqueda de la justicia y la construcción de la paz. Lo hizo el 26 julio, en la Conferencia Juvenil por la Paz, en Checoslovaquia. Entonces enfático sostuvo que “el orden de la
paz internacional es el mandato de Dios para nosotros hoy”. El 29 de agosto, en Suiza, durante la Conferencia Internacional Juvenil del Concilio Universal Cristiano, planteó que ante los ánimos puestos al servicio del odio era imprescindible que los seguidores de Cristo fuesen agentes de justicia, verdad y paz. Finalmente, en diciembre, desarrolló el tema “Cristo y la paz”, ante el Movimiento Estudiantil Cristiano Alemán.
Fue concluyente: “El mandamiento, ‘no matarás’. La palabra que dice, ‘ama a tus enemigos’, nos han sido dados simplemente para ser obedecidos. Para los cristianos, cualquier servicio militar, excepto como personal de ambulancias, y cualquier preparación para la guerra, están prohibidos”.
En un sermón (15 de enero de 1933), que Mark Thiessen Nation llama “escalofriantemente previsor”, basado en Mateo 8:23-27, Bonhoeffer dijo a sus oyentes que “la Biblia, el Evangelio, Cristo, la Iglesia, la fe, son un gran clamor contra el miedo en la vida de los seres humanos”. Hizo un exhorto: “aprendamos a reconocer y entender la hora de la tormenta”. Dos semanas después de este sermón era elegido Adolfo Hitler como canciller de Alemania.
Tras la muerte del presidente Hindenberg (2 de agosto de 1934), Hitler tomó el control del gobierno germano e intensificó las medidas para hacer realidad el supremacismo ario, que ya de por sí estaba imponiéndose mediante leyes y decretos discriminatorios.
El 7 de abril de 1933 fue promulgada la Ley para la Reconstrucción del Servicio Civil Profesional, la que excluía a los no arios de los empleos gubernamentales. Esta Ley
afectaba directamente a las iglesias, ya que los clérigos eran considerados servidores públicos. Además, cualquier clérigo que bautizara judíos sería sujeto al despido.
En contraste
ante el silencio de la mayor parte del liderazgo cristiano, Bonhoeffer hizo pública su posición en el ensayo La Iglesia y la cuestión judía, escrito a mediados de abril (apenas unos días después de la Ley que prohibía trabajar en el servicio público a los no arios), y publicado en junio. Bonhoeffer remarca en su escrito tres formas de actuación de los cristianos en la nación alemana de entonces: 1) Existen razones legítimas para oponerse al Estado cuando éste no actúa propiamente en su rol de Estado para todos. 2) La Iglesia tiene la obligación incondicional de ayudar a las víctimas del Estado. 3). Si la Iglesia observa que el Estado está dirigiendo a la sociedad hacia la destrucción, debe detener las ruedas del Estado destructivo.
La cuestión judía para Bonhoeffer era tema para dilucidar teológicamente, causa para movilizarse políticamente contra el totalitarismo nazi, pero también un asunto que le tocaba personalmente. Gerhard Leibholz, su cuñado, y Franz Hildebrandt, muy querido amigo, eran judíos.
El 11 de abril de 1933 murió el padre de su cuñado. Éste le solicitó a Bonhoeffer que oficiara en el funeral. Alguien le sugirió que antes de aceptar consultase el asunto con su superintendente general, quien tajantemente le dijo que no dirigiera la ceremonia fúnebre. Bonhoeffer declinó la invitación de su cuñado. Meses después (23 de noviembre de 1933), en carta a su hermana Sabine y su esposo, Dietrich confesaba avergonzado que seguía atormentado por su negativa y añadió:
“Para ser franco, no puedo pensar qué me hizo comportarme como lo hice. ¿Cómo pude estar tan terriblemente temeroso en ese tiempo? […] Todo lo que puedo hacer es pedir que perdonen mi debilidad de entonces. Sé con certeza que debí haber actuado de forma diferente”.
El anterior episodio, como asienta Thiessen Nation, posiblemente contribuyó para que la experiencia de vergüenza por su debilidad haya “fortalecido a Bonhoeffer para decidir hablar y actuar sin miedo en relación con los judíos, quienes, lo sabía bien, se encontraban en creciente peligro en Alemania”.
La gran mayoría de los liderazgos eclesiásticos, agrupados en los llamados Cristianos Germanos, se alinearon con las pretensiones y prácticas de Hitler. En el agitado abril de 1933 el protestantismo fue convocado para la “sincronización de la Iglesia y el Estado”, consistente en poner a tono la identidad cristiana con la ideología nazi.
Una minoría, en la que estaba Bonhoeffer, fue en sentido contrario a quienes se rindieron ante el totalitarismo hitleriano. En mayo, once pastores de Westfalia hicieron una declaración coincidente en varios puntos con el artículo de Dietrich (
La Iglesia y la cuestión judía). Rechazaron la exclusión de las iglesias de cristianos descendientes de judíos, y la tuvieron por herética y cismática. Consideraciones parecidas hizo el emergente Movimiento Juvenil Reformado (MJR), y Heinrich Vogel en los
Siete artículos de doctrina evangélica. En julio 24 y 25 hubo una reunión del MJR en la que Martín Niemoller asumió un rol significativo para que el grupo articulase una confesión de fe.
De agosto 15 al 25, del mismo 1933, seis teólogos y pastores, entre ellos de manera destacada Dietrich Bonhoeffer, redactaron la Confesión de Bethel, que confrontaba la sumisión de los Cristianos Germanos al nazismo. La Confesión de Bethel, fue la única, afirma Thiessen Nation, que “Bonhoeffer ayudó a formular”. La Declaración Teológica de Barmen, redactada en su mayor parte por Karl Barth, fue aprobada por el movimiento aglutinado en la Iglesia Confesante en mayo de 1934. El documento de Barmen iba en el mismo sentido que la Confesión de Bethel, ambos denunciaron al régimen nazi como contrario a los valores del Evangelio.
La confesión de Bethel rechazó “la falsa doctrina de que la voz del pueblo [seguidor de Hitler] pudiese ser la voz de Dios. Es la voz que clama tanto ¡Hosanna! Como ¡Crucifícalo! Su respuesta fue: ‘No este hombre [Cristo], sino Barrabás’”. Clarificando su posición ante el afán totalitario del nazismo y su discurso racial redentorista, el documento principalmente autoría de Bonhoeffer apuntaba: “rechazamos la falsa doctrina del Estado cristiano en cualquiera de sus formas […] El Estado no puede presumir de traer salvación a los seres humanos. No puede usar a la Iglesia como su fundamento moral y religioso.
Es una falsa doctrina pensar de la Iglesia como alma o conciencia del Estado […] La comunidad de aquellos que conforman la Iglesia no es determinada por la sangre ni, tampoco, por la raza, sino por el Espíritu Santo y el bautismo”.
Nota: En el artículo de la semana pasada, la parte inicial de la reseña y comentario al libro
Bonhoeffer the Assasin? Challenging the Myth, Recovering His Call to Peacemaking, ofrecí que la segunda parte contendría el recuento documental que desmiente la afirmación hecha por varios autores en el sentido de que Bonhoeffer formó parte de algún complot para asesinar a Hitler. Es tan pormenorizada la revisión hecha por Mark Thiessen Nation, el responsable de los capítulos históricos en la obra, sobre que tal afirmación es una distorsión de la realidad, que he decidido referirme a ese cúmulo de datos en mi próximo artículo. También intentaré ocuparme de las observaciones, preguntas y opiniones vertidas por algunos lectores del primer artículo.
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