Llevo unos sesenta de mis ochenta años conectado de alguna u otra forma con el movimiento evangélico a nivel mundial. En estas décadas al comienzo me tocó trabajar formando parte de la obra evangélica en el mundo universitario en toda América Latina.
Ello me conectó con organizaciones misioneras, casas editoriales, organismos de cooperación y miles de personas. En los tres años en que dirigí los GBU de Canadá llegué también a conocer de cerca y por dentro el mundo de las organizaciones misioneras norteamericanas. Luego por veinte años estuve activo en la educación teológica en un Seminario que se precia de ser evangélico. Puedo decir con realismo y sin amargura que en cierto modo estoy al tanto de las grandezas y miserias de ese mundo evangélico. Y dentro de él me quiero quedar aunque conozco y respeto también otros ámbitos que forman parte del Cristianismo.
El movimiento de Lausana es una corriente singular en el mundo evangélico contemporáneo. Dentro de unos días se cumplen cuarenta años del Congreso Internacional de Evangelización Mundial que se llevó a cabo en la ciudad suiza de Lausana del 16 al 25 de julio de 1974.
En el proceso de preparación del Congreso y durante el evento
se forjó el famoso Pacto de Lausana y nació el movimiento del mismo nombre.
En 2010 tuve el privilegio de participar con una treintena de evangélicos españoles en la conferencia Lausana III en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, y comprobar cómo lo que empezó en 1974 había crecido y se mantenía vigoroso. Hoy tenemos un Movimiento de Lausana en España.
He escrito varios trabajos sobre este tema en Protestante Digital y me gustaría evitar repeticiones innecesarias. Me he propuesto reflexionar sobre algunos puntos que me parece que explican que el movimiento de Lausana haya perdurado por cuatro décadas en este mundo evangélico, en el cual tantos movimientos con agendas y expectativas globales empiezan y al poco tiempo desaparecen sin pena ni gloria.
UN POCO DE HISTORIA
Después de la Segunda Guerra Mundial que terminó en 1945 se intensificó un ciclo de actividad evangelizadora y desde lo que podemos describir como el sector evangélico del protestantismo mundial. Cincuenta años antes, en 1910 las grandes denominaciones protestantes habían convocado la famosa Conferencia Misionera de Edimburgo cuya intención era acelerar la evangelización mundial. “La evangelización del mundo en nuestra generación” fue el lema de algunos de sus organizadores más entusiastas. Pero apenas cuatro años más tarde se desató la Primera Guerra Mundial (1914-1918) en la cual nos encontramos capellanes protestantes y católicos europeos bendiciendo a las tropas en ambos bandos. Las iglesias establecidas y poderosas no habían podido hacer nada para evitar la carnicería brutal que fue esa guerra. Tampoco pudieron evitar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Las guerras trajeron una crisis de conciencia en el mundo cristiano que, unida a la difusión de una teología liberal, iba a producir entre los protestantes europeos y estadounidenses un desgaste del interés por la evangelización mundial. Si bien hubo un esfuerzo por unir a las iglesias en el servicio a las tremendas necesidades de la posguerra, el esfuerzo unificador fue perdiendo de vista la motivación misionera y la dimensión evangelizadora quedó postergada.
Fue en el sector evangélico, más apegado a la autoridad de la Biblia y al celo misionero, que se mantuvo el sentido de urgencia respecto a la responsabilidad evangelizadora de la iglesia. Después de la segunda guerra mundial los Estados Unidos pasaron a ser protagonistas destacados en la política mundial y también en la actividad misionera. Por una parte surgió la figura del evangelista
Billy Graham, cuyas campañas atrajeron a miles de personas que habían perdido contacto con las iglesias y habían abandonado la fe cristiana. Por otra parte aparecieron
nuevas organizaciones dedicadas a la actividad misionera en el mundo.
Veinte años después, a mediados de la década de 1960, se organizaron congresos y conferencias para evaluar las realizaciones y promover nuevos avances. Es dentro de ese contexto que se puede entender que Billy Graham convocara a un Congreso Mundial de Evangelización en Berlín en 1966, un antecedente del congreso de Lausana.
Aquel año yo me encontraba estudiando en la Universidad Complutense de Madrid, y fui invitado a participar en Berlín. Quienes asistimos a ese Congreso recordamos algunas de sus notas distintivas: la convicción de que la actividad misionera tenía que contar con un respaldo teológico, la toma de conciencia del crecimiento acelerado del movimiento pentecostal en todo el mundo, cuyo carácter evangélico se aceptó, y la convicción de que había que buscar formas de cooperación y corregir el espíritu de competencia que dominaba la actividad misionera.
Para mí en Berlín fueron decisivas las exposiciones bíblicas del pastor anglicano John Stott sobre la Gran Comisión. Destacó especialmente el texto en el Evangelio de Juan, donde Jesús había dicho “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Jn 21:20). Stott comentó: “Me atrevo a asegurar que aunque estas palabras representan la forma más simple de la gran comisión, son al mismo tiempo las que expresan mayor profundidad, las que nos redarguyen más poderosamente y también, por desgracia, las más olvidadas.”
[1]
Así
se resaltó no sólo un imperativo, sino también un modelo: misión a la manera de Jesús. Eso ponía el listón muy alto y obligaba a una revisión de los conceptos de “cruzada” y “conquista” que por entonces muchos evangélicos entusiastas usaban.
La revista
Pensamiento Cristiano de Argentina publicó el texto de las exposiciones de Stott y luego José Grau las publicó como libro en 1973.
Después de Berlín vinieron una serie de Congresos regionales en los cuales fue desarrollándose una visión renovada de la misión. Y así llegamos al Congreso de Lausana 1974 que derivó en ese movimiento que ha perdurado hasta hoy.
¿Por qué este movimiento ha conseguido perdurar? Propongo aquí seis claves que me han llamado la atención y que iremos desgranando.
[1] John Stott en
La evangelización y la Biblia, Ediciones Evangélicas Europeas, Barcelona 1973; p.21.
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