La mente humana es campo de investigación propicio para conocer el origen de nuestra conducta. Los sentidos no producen la misma respuesta en todos los seres humanos porque, a diferencia del instinto animal tenemos conciencia. En cada uno de nosotros influyen factores genéticos, el trauma natal, el período de lactancia, la infancia en el hogar y la escuela, las circunstancias que debemos enfrentar a lo largo de nuestros días y nuestras decisiones; todo ello va imprimiendo rasgos individuales que son únicos e irrepetibles.
Algunos nos concentramos más que otros cuando leemos. Hay quienes fijan su vista en la página del libro o pantalla del ordenador – costumbre que se aconseja evitar variando el punto de vista a menudo – y otros que mueven los labios mientras leen en silencio. Y están los que leen en voz alta. No pocas personas tienen esa costumbre. Cuando se les pregunta por qué lo hacen responden que así se concentran mejor, pues cuando leen en silencio se distraen.
Comprender lo que se lee no solo depende de la manera que leemos, como ya hemos visto. También es necesario saber explicar lo que hemos leído. Al científico Albert Einstein
(1) – cuya foto ilustra esta nota – se le atribuye haber dicho alguna vez:
“Si no lo puedes explicar de manera simple, aún no lo comprendes bien.” Aunque el científico considerado como el más importante del siglo XX no fuese su autor, viene bien esta frase para valorar el diálogo entre Felipe y el funcionario de la reina de Etiopía.
El etíope que regresaba de Jerusalén rumbo a su país venía leyendo en voz alta; pero confesó no entender lo que leía. Felipe aparece en escena para ayudarle a comprender.
“Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees?
El dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él.
El pasaje de la Escritura que leía era este: ‘Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia; mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida.’
Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro?
Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús.
Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.
Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino. Pero Felipe se encontró en Azoto; y pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea.”(2)
El texto bíblico no aporta detalles sobre el vehículo. Suponemos que, dado el nivel social del etíope, era un carro tirado por caballos, conducido y escoltado por varios servidores. Solo unos pocos tenían suficiente nivel económico-social como para disponer de movilidad y servidumbre. Al acercarse al carro que transportaba al funcionario Felipe le escuchó leer en voz alta. Sabemos que la pregunta inicial despertó tal interés en el viajero lector que lo indujo a invitar a Felipe a subir al carruaje y sentarse junto a él.
Esta figura del etíope y Felipe leyendo las Escrituras juntos en un carruaje en movimiento simboliza de manera magistral lo que el Verbo encarnado desea operar en nosotros, pasajeros terrenales: que Él sea quien convoque, acerque, comunique y haga real Su Palabra en nosotros. No importaron los impedimentos étnicos, sociales y políticos que separaban a estos dos hombres, la Palabra viva los acercó e hizo Su obra: no volvió vacía a Aquél que la había enviado
(3).
Primera conclusión. Este inusual encuentro nos permite afirmar que
lo único que Dios necesita de los mensajeros de Jesucristo es que estén atentos al llamado y a su misión, pues Él es poderoso para conducirlos directamente hasta la persona que necesita recibir el mensaje.
La Escritura que leía el etíope era el profeta Isaías. El pasaje, nada menos que la profecía del Mesías, el Cristo de Dios presentado como el cordero provisto para la expiación de pecados por medio de un sacrificio voluntario y suficiente
(4). Pero, esto no lo sabía el etíope; y por tercera vez pregunta, ahora en forma de ruego:
“¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro?”(5)
¡Vaya pregunta! Revela una verdad a menudo olvidada; que no siempre leer las Escrituras es suficiente. Debemos leerla con sincero espíritu de búsqueda, analizando lo que leemos, esperando aprender de ella lo que aún no sabemos. Nada mejor que detenernos de vez en cuando, levantar nuestra vista del papel y tinta y meditar en lo que acabamos de leer. Esto le pasó al funcionario real; estaba leyendo sin entender hasta que, preguntando, la luz comenzó a hacerse en su mente. Felipe vino en socorro con las respuestas que él necesitaba. De la misma manera, el Espíritu que inspiró la Escritura está presto a revelarnos lo que Dios ha dispuesto para nosotros, si lo pedimos en oración.
Segunda conclusión:
La pregunta de este hombre es honesta; revela a un sincero buscador. No sabía el etíope que un profeta no habla de sí mismo; que es solo un intermediario, un mensajero entre Dios y los hombres. Hasta ese día nadie le había hablado de Aquél que había venido a cumplir con todas las profecías, Jesús, el Hijo de Dios
(6).
Cuando alguien nos pregunte acerca de nuestra fe, es muy conveniente saber discernir si pregunta por sincera necesidad o por simple curiosidad. En el primer caso no debemos hablar de nosotros sino de Jesús y de su obra. En el segundo caso, hemos de ser cuidadosos al extremo, ya que el enemigo puede usar a una persona para hacernos caer en largas y vanas discusiones, quitarnos tiempo de otras tareas y terminar por amargar nuestro día
(7).
La pregunta honesta también es útil para frenar a muchos que dicen hablar mensajes recibidos de Dios pero no tienen nada en común con Jesucristo. Porque son impostores esparciendo mentiras llevan a sus interlocutores a objetivos prefijados por medio de frases y preguntas capciosas que repiten una y otra vez hasta grabarlas en las mentes que se prestan, como si fuesen verdades. Los testigos falsos, los que siembran cizaña, puntillosamente emplean métodos inductivos contrarios al Mensaje de Cristo. Van incorporando en los débiles mensajes encriptados del que terminan siendo esclavos. Es común oírles repetir generalidades, leyes, preceptos y textos sacados de contexto para apoyar sus devaneos dialécticos.
Por la gracia de Dios no era Felipe uno de ellos. Dios nunca envía testigos falsos; este era un evangelista que venía de predicar de Cristo y de su amor a cientos y miles de personas hambrientas espiritualmente.
Tercera conclusión: la respuesta honesta revela al verdadero mensajero. Lucas, narrador de esta historia y médico, resume en una sola frase el método empleado por Felipe:
“abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús.”(8)
Felipe escuchó, luego habló. ¡Cuán inútil es hablar sin escuchar! Felipe supo escuchar para ir directo al meollo de la cuestión. No perdió el tiempo con rodeos intelectuales, leyes o frases de seminarios de marketing.
Partiendo de la profecía que su interlocutor estaba leyendo
“le anunció el evangelio de Jesús”. El evangelio de Jesús es el que cumple la Ley y los profetas. No lo pueden modificar extensas prédicas basadas en el AT que nunca llegan al cumplimiento de la profecía en el NT. Tampoco nuestros floridos discursos, interpretaciones rebuscadas o prédicas mágicas.
¡Qué lección de sencillez para los que gustamos trabajar con las palabras!
El evangelio de Jesús se impone a la prédica de cualquier impostor. Sea quien fuere, tenga la fama que tenga; por muy alabado y seguido por las multitudes que sea un hombre, nunca estará a la altura del Hijo de Dios. Hay un solo evangelio, el de Jesús; y un solo Hijo primogénito de Dios, Jesús.
Felipe anunciaba el evangelio de Jesús.
Cuarta conclusión: El resultado de la prédica de Felipe fue 100% efectivo.Como no podía ser menos, el buceador de la verdad – al encontrarla, comprenderla y recibirla – hace una cuarta pregunta con la que demuestra tener ya la luz que buscaba:
“¿qué impide que yo sea bautizado?”(9)
Al oír de boca de Felipe el evangelio de Jesús el funcionario comprendió que el profeta Isaías no se refería a sí mismo sino al Mesías, el Cristo de Dios, el cordero que quita el pecado del mundo, en la persona de Jesús, el enviado del Padre que vino a cumplir con la misión de redimir al mundo. Felipe seguramente le mencionó el bautismo de Jesucristo – muerte, sepultura y resurrección para vida eterna – simbolizado con el bautismo en agua, de la manera que Jesús le había enseñado a Nicodemo el milagro del nuevo nacimiento cuando este fariseo fue secretamente a consultarle
(10). Y también le habrá contado del Espíritu que vino al mundo para convencer de pecado de justicia y de juicio a los escogidos de Dios Padre
(11). ¿Cómo lo sabemos? ¡Por la pregunta que le hizo el etíope!
¡Cuántos problemas menos habría en muchas congregaciones donde se nombra a Jesucristo si nadie fuera a su casa sin preguntar lo que no entendió! Cuántos más se salvarían si se predicase el evangelio de Jesús y no los evangelios antropocéntricos comercializados en la actualidad por los dueños de aceitadas organizaciones humanas.
El agua que lava las inmundicias de nuestro cuerpo estaba allí a mano; y Dios – el que la creó y sostiene con ella la vida terrestre – vio con agrado el acto que siguió al encuentro que Él mismo había preparado.
“Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo:
Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.” (12)
Una quinta conclusión. No hay impedimento para que la persona que confiesa a Jesucristo dé el siguiente paso, y testifique de su consciente y total entrega al Señor del Mensaje con el bautismo. Aún así, Felipe fue guiado a asegurarse de que el etíope sabía lo que hacía; y su respuesta fue concreta y llana, sirviendo de buen ejemplo para la definición paulina:
“Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.” (13)
No hubo necesidad de un curso preparatorio para este candidato al bautismo; tampoco de una discusión sobre cómo debía efectuarse este acto sacramental instituido por el Señor Jesucristo. Lo cierto es que el funcionario ordenó detener el vehículo, se bajaron ambos y –a la vista de todos los que quisieran ver, y con la aprobación de Dios – Felipe, conforme al pedido de Jesucristo, bautizó a este nuevo hijo del Padre.
Habrá quien diga que en este temprano relato de una conversión individual se omitieron muchas enseñanzas que aparecerían más tarde de parte del apóstol Pablo, principalmente. Si fuese verdad, deberíamos compadecernos de este hombre y preguntarnos qué habrá sido de él a su regreso a su país, en el caso de ser el primer convertido etíope.
Sexta conclusión.Aunque no soy teólogo opino que este relato es 100% esclarecedor respecto de cómo obra el Espíritu de Dios para la salvación del pecador. Incluye el escudriñar y predicar la Palabra de la cual viene la fe salvadora, la confesión verbal que brota de un corazón que cree en Jesucristo, el Hijo de Dios, único Nombre dado a los hombres en el cual podemos ser salvos; y, finalmente, el cumplimiento del mandato del Señor de bautizar a los discípulos. Podemos estar seguros de que este hombre recibió el perdón de sus pecados de parte de Dios.
Me llama la atención que el relato finalice sin mención alguna a ‘las manifestaciones espectaculares’ que muchos esperan ver hoy en día en los recién convertidos. ¿Les enseñarán que debe ser así y no de otra manera? Para los que siempre necesitan ver con sus ojos físicos algo sobrenatural ¿qué piensan de la súbita desaparición de Felipe? ¿No les basta con el relato de que el Espíritu le arrebató de ese sitio semidesértico entre Jerusalén y Gaza y lo depositó lejos de allí, en Azoto? Lo cierto es que el etíope no perdió tiempo para averiguar sobre Felipe. ¡Ahora tenía a Cristo!
Séptima conclusión. El relato me convence de que el etíope fue lleno del Espíritu Santo. Me deleita comprobar en este maravilloso escrito la manera en que opera el Espíritu Santo. Está presente prácticamente en todos los detalles. Recuerdo que Jesús fue lleno del Espíritu tan pronto como fue bautizado por Juan en el Jordán. El simbólico descenso de una paloma sobre Él, y la voz del Padre desde los cielos confirmando a su Primogénito demuestran que, a partir de Jesús, los pecadores arrepentidos y obedientes a Su mandato de amor habríamos de recibir ese beneficio, como ocurrió con el etíope
(14). La Palabra confirma que la llenura del Espíritu genera gozo divino. Y el etíope recién bautizado
‘siguió gozoso su camino’ (15).
Una de las trabas que la iglesia local puede poner a la obra salvífica y transformadora del evangelio de Jesucristo es la extendida costumbre de enfatizar eso de ‘tener experiencias’. Se predica un evangelio que debe ser experimentado por cada oyente para demostrar si, en realidad, es un verdadero creyente. Todo parece girar alrededor de si se siente o no la acción del Espíritu en uno. Y se machaca sobre la necesidad de manifestarlo a través de testimonios visibles y audibles. De allí surgen los discriminatorios tratos diferenciales de los que ‘tuvieron la experiencia’ para con los que aún no la han tenido.
Es incomprensible que se pretenda justificar esa doctrina con la interpretación de que lo que ocurría en los orígenes de la iglesia de Jesucristo es lo mismo que debe darse en la actualidad en cualquier parte del mundo. Opino que no discernir el contexto en el cual se daban aquellas manifestaciones y exigir que se den en nuestros diferentes contextos actuales es no haber entendido el
‘evangelio de Jesús’ que predicaban Felipe y todos los apóstoles de Jesucristo.
Cobra veracidad aquí el dicho del científico citado; no lo pueden explicar de manera sencilla porque aún no lo han entendido cabalmente; pues el evangelio de Jesús es:
“Poder de Dios para salvación a todo aquél que cree”(16).
Demos gracias a nuestro misericordioso Padre por no obligarle al pecador a ‘experimentar’ Su gracia. Él hace todo lo necesario y suficiente para que Su palabra viva ilumine nuestro oscurecido entendimiento y nos guíe a toda verdad. Solo ella puede generar fe en el corazón rebelde y corrompido del pecador, producirle convicción de pecado, darle espíritu de arrepentimiento y justificarle ante Dios por medio de la confesión de fe en Jesucristo.
La nueva vida en Cristo Jesús es diferente a una mera experiencia sensorial visible y audible que puede ser filmada y subida a internet para ser vista por millones de ávidos curiosos a los que se les pide clicar en ‘me gusta’.
Recibir la vida de Cristo es un proceso de cambios profundos que comienza con la mortificación de lo que antes gobernaba nuestra vida de autosuficiencia. El poder vital de la Palabra va permeando todas las áreas del ser; valorando lo perdurable sobre lo efímero; reparando una relación con Dios que fue interrumpida y ningún hombre puede restaurar por sí mismo. Esta nueva vida es eterna, viene desde Dios a la tierra y comienza a operar en sus hijos adoptivos. En ellos se manifiestan rasgos de Su imagen y semejanza tales como
“el fruto del Espíritu” que el apóstol Pablo enumera:
“amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.” (17)
El resultado de ese fruto en nuestra vida influye en quienes nos rodean y en el medio en el que vivimos. Somos agentes de cambio pues somos libres para servir a nuestro prójimo por amor de Jesucristo. Mientras seguimos nuestro camino diario el gozo del Señor nos fortalece
(18) y el Espíritu nos da testimonio de que somos suyos
(19). Esto es solo posible porque Jesucristo fue quitado de la tierra tras ser resucitado. Nosotros, su incontable descendencia, gratificamos al Señor Jesucristo reconociéndole como heredero de la Gloria de Dios; Él no se avergüenza de llamarnos hermanos y, como tales, somos coherederos de Su gloria
(20).
Será hasta la próxima, si el Señor lo permite.
Notas
Ilustración: fotografía del científico alemán-norteamericano Albert Einstein
1. Albert Einstein (1879 – 1955). Su aporte a la ciencia es indiscutiblemente enorme. Muchos debatieron si era ateo, agnóstico o no confeso creyente en el Dios judeo-cristiano. Discusiones inútiles de lado, su mente fue privilegiada por el Dador de la vida y dejó una serie de definiciones que han dado lugar a cientos de volúmenes sobre él y su pensamiento
2. Hechos 8:29-40; negritas del autor
3. Isaías 55:11
4. Ibíd. 53:7,8
5. Hechos 8:34
6. Lucas 24:26, 27, 32
7. 2ª Timoteo 2:16; Tito 3:9-11;
8. Hechos 8:35
9. Ibíd. 36
10. Juan 3:5
11. Ibíd. 16:8
12. Hechos 8:37
13. Romanos 10:10
14. Efesios 1:13; 4:30
15. Hechos 8:39b
16. Romanos 1:16
17. Gálatas 5:22,23
18. Nehemías 8:10b
19. Romanos 8:16
20. Hebreos 2:11, 12, 17; Romanos 8:17; Efesios 3:6; Tito 3:7; Santiago 2:5
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