La actitud psicológica ante lo sagrado cristaliza en el ruego, en la oración, sus más intensa y profunda manifestación culmina en el éxtasis místico: en el entregarse a lo absoluto y confundirse con Dios. Pues bien, el poeta lírico establece un diálogo con el mundo; en este diálogo hay dos situaciones extremas, dentro de las cuales se mueve el alma del poeta: una, de soledad; otra, de comunión. El poeta parte de la soledad, movido por el deseo, hacia la comunión. Siempre intenta comulgar, unirse, “reunirse”, mejor dicho, con su objeto: su propia alma, la amada, Dios, la naturaleza… La poesía mueve al poeta como el viento a las nubes quietas: siempre más allá, hacia lo desconocido.
O.P., “Poesía de soledad, poesía de comunión” (1943)
Sin ánimo de ser exhaustivos o de glosar completo el libro de Rafael Jiménez Cataño sobre Octavio Paz, bien valdría la pena el esfuerzo de tomar las referencias al tema religioso en el tercer capítulo, pues el autor ha colocado esa reflexión en los diversos contextos de su análisis. Así, al resumir el pensamiento paciano, en el apartado “La otredad: amor y muerte”, Jiménez no deja pasar la oportunidad de citar la manera en que Paz llegó a definir el cristianismo como “la historia de la salvación por el amor”,
[1]mientras discute los matices que manejaba el poeta entre amor y erotismo.
En relación con la evangelización de América Latina, Jiménez destaca la manera en que el autor de
Libertad bajo palabra percibía el impacto de la llegada del cristianismo al mundo prehispánico conquistado por la violencia: “…la gran revolución que se ha hecho en México, la más profunda y radical” (
Pequeña crónica de grandes días) por parte de los misioneros, lo que difería notoriamente de la visión oficial de la historia, pero también de todo la comprensión católica más extendida.
En una entrevista concedida a Enrique Krauze, Paz amplía su visión de la presencia cristiana en lo que sería México y asume, más bien, una postura dialéctica de semejante suceso, que le sirve para repasar la historia del país en ciernes, primero en sus inicios: “En el siglo XVI, México cambia de civilización con ese gran hecho terrible que fue la Conquista; con ella comienza la evangelización, la introducción del cristianismo”.
[2]De ahí, se conecta con el siglo XIX directamente y hace un análisis sintético de algunos aspectos religiosos: “El cambio del politeísmo al cristianismo fue, no menos, sino más profundo que la revolución liberal de Juárez. Abandonar a los dioses por el monoteísmo cristiano fue un paso mucho más radical que cambiar el orden católico por el liberal”.
Esta percepción positiva del catolicismo como introductor del monoteísmo le parecía fundamental, continúa más adelante, advirtiendo cómo dialogó, sincréticamente, con el pasado prehispánico: “El cristianismo penetró profundamente en la conciencia de los mexicanos. Fue fértil. Y si negó el mundo indígena, también lo afirmó, lo recogió, lo transformó y creó muchas cosas”. Y desemboca, inevitablemente, en el tema del guadalupanismo: “Fue muy fecundo en el campo de las creencias y de las imágenes populares. Una de las grandes creaciones de la imaginación poética mexicana es la Virgen de Guadalupe. Y eso fue posible gracias a esta síntesis del mundo prehispánico y del cristianismo...”. Su crítica del liberalismo se orienta hacia la falta de creatividad y de apertura: “Yo no encuentro esta fertilidad en los liberales. Fueron admirables, pero su revolución fue la de una minoría de la clase media y de sus intelectuales. Cambió las leyes y las instituciones; no logró cambiar al país profundo”.
En “Paz y la religión”, las citas marcan una línea de pensamiento sostenido que esbozan una visión sumamente crítica, pero aleccionadora, por parte de alguien que abandonó la fe precisamente por las carencias que advirtió en la institución católica, aunque su mirada es bastante nostálgica del manejo del misterio en algunas de sus prácticas rituales. La preocupación por el tema religioso se manifiesta también en su análisis de los ateísmos, por ejemplo, en
Corriente alterna (1967). Y Jiménez añade acerca de las dificultades de Paz para tratar con los dogmas y con temas religiosos muy concretos: “Los aspectos del cristianismo que no consigue digerir son fundamentalmente los relacionados con el problema del mal (libertad y gracia, pecado y redención) y la Iglesia como institución” (p. 59). A la “fecundidad espiritual” del catolicismo mexicano, Paz le opone por contraste lo sucedido en Estados Unidos, donde el protestantismo no permitió que “los dioses se convirtieran al cristianismo”. La religiosidad popular sincrética, por su parte, vista desde esta perspectiva de creatividad, “no ha sido el fruto de la especulación de un grupo de teólogos sino la expresión espontánea de un pueblo que, para hacer frente a sus desdichas,
necesitaba creer”.
[3]
El pasado intelectual de Paz le hacía marcar una diferencia clara entre el pueblo creyente y las jerarquías eclesiásticas y, cuando llegó a afirmar que “la Virgen de Guadalupe nos había defendido más eficazmente de la influencia norteamericana que muchos antiimperialistas profesionales”,
[4]lo hizo en un contexto de fuerte crítica ideológica a las intolerancias imperantes de todos los signos. Para él, América Latina solamente podía “saltar hacia la modernidad” desde su matriz cristiana, como un “salto natural”, pues en este subcontinente “el cristianismo es una vía, no un obstáculo: implica un cambio, no una
conversión como en Asia y en África”.
[5]
Finalmente, al evitar la denominación de “ateo” para sí mismo, Paz se sale del debate previsible entre creyentes y no creyentes porque considera que la vertientes “feliz” de esta corriente no consigue desembarazarse del problema de Dios con sólo negarlo. “Para él los verdaderos ateos son los que creen creer en Dios pero vi ven como si no existiera”. Paz en realidad se sintió más cerca “a quienes, ante la no existencia de Dios, descubren inmediatamente que la vida pierde sentido”, y aquí las citas son obligadas también: “…al desaparecer el poder divino, sustento de la creación, el suelo se hunde bajo sus pies”
[6]y “muerto Dios muere también el hombre”.
[7]Resultaría, entonces, que Paz militó en un “ateísmo agónico” real y serio, consciente de sus desafíos para la sobrevivencia humana en el mundo y de lo abismal de sus dudas, insertas aún en el debate teológico serio. Por tanto, la inicial búsqueda de comunión del joven Paz, desdoblada admirablemente en su poesía, tendría que realizarse de una manera alternativa a la religión, acaso mediante la hermandad compartida de la experiencia estética. Ésa sería, para él, la otra vía.
[1]O. Paz, “Contar y cantar”, en
La otra voz. Poesía y fin de siglo, p. 15, cit. por R. Jiménez Cataño,
op. cit., p. 56.
[2]“Caminos andados y desandados”, en E. Krauze,
Personas e ideas. México, Vuelta, 1989, p. 187, cit. por R. Jiménez Cataño,
op. cit., p. 56.
[3] O. Paz, “Imágenes de la fe”, en
Al paso, pp. 104-105, cit. por R. Jiménez Cataño,
op. cit., p. 60.
[4] O. Paz, “Historias, tiempos, civilizaciones”, en E. Krauze,
op. cit., p. 152, cit., por R. Jiménez Cataño, p. 62.
[5] O. Paz, “La revuelta”, en
Corriente alterna, p. 219, cit., por R. Jiménez Cataño, p. 62.
[7] O. Paz, “El cine filosófico de Buñuel”, p. 117.
Si quieres comentar o