Otro ensayo interesante fruto de estos días de homenaje por el centenario del Premio Nobel de Literatura mexicano es “El idealismo concreto de Octavio Paz”, adonde José Antonio Hernández García se sumerge en la temática de la muerte y la religión en la obra paciana. Señala que fue una amplia preocupación “desde sus ensayos donde hurga el sentido mexicano del culto a los muertos hasta sus
Vislumbres de la India; desde las nostalgias de Villaurrutia hasta la
Muerte sin fin de Gorostiza; desde el ser-para-la-muerte de Heidegger hasta el dolor místico y gozoso de Juana de Asbaje; desde el
Cementerio marino de Valéry hasta la incomprensión ante la Amada inmóvil de Amado Nervo. La muerte —como el tiempo, la fugacidad, el amor, la intermitencia del ser o la libertad— es uno de los temas esenciales que animaron su voz y su reflexión”.
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Inmediatamente después dirige el análisis hacia la propia muerte del poeta porque la actitud ante aquélla “puede constituir una piedra de toque que ilumine con nueva luz el último matiz de su búsqueda espiritual, a veces tan mal apreciada debido a la vastedad de sus inquietudes e interrogantes filosóficas, inherentes a su espíritu liberal y a su sensibilidad siempre alerta”. Las preocupaciones religiosas de Paz, añade, “para él fueron siempre, eminentemente, intelectuales —juzgadas por su altura moral o por su compromiso ético, pero compulsadas por la idea de la libertad opuesta a cualquier discurso totalitario e ideocrático— y parecía contextualizarlas bajo el devenir histórico de los pueblos e insertarlas en la problemática naturaleza de las sociedades actuales”. Según Hernández, Paz fue “un hombre temeroso de que los absolutos conculcaran cualquier libertad individual congénita. De allí su reticencia ante el Estado y la Iglesia”. Esta reticencia no inhibiría nunca sus atisbos a lo sagrado desde diversas ventanas.
En efecto, su acercamiento a ciertos tópicos religiosos se encuadró siempre en paradigmas o modelos antropológicos, filosóficos o psicológicos. Prácticamente nunca manifestó sus aficiones personales, si las tuvo. No se lanzó indiscriminadamente, tampoco, contra las creencias ni mucho menos las ridiculizó. Su libro sobre Sor Juana Inés de la Cruz lo enfrentó con miembros del catolicismo a quienes respondió acremente sus críticas. Hernández llama la atención al hecho de que Mircea Eliade no apareció nunca en las revistas dirigidas por Paz y que tampoco lo citó cuando debió venir al caso aun conociendo buena parte de su monumental obra. En
Corriente alterna, agrega, es palpable su influencia, especialmente al momento de afirmar que “el hombre es una metáfora del universo, y lo vincula tanto a la poética como a su correlato cósmico. El hombre siempre tiene capacidad de redención”. También recuerda algunas otras polémicas con personajes tan disímbolos como Ramón Xirau, Álvaro Mutis o Raimon Panikkar acerca de temas religiosos. Sobre el diálogo con el último, notable sacerdote y pensador catalán-hindú, recuerda que “fue una de las pocas veces en que, con claridad, un interlocutor le señaló limitaciones e insuficiencias derivadas del desconocimiento de Paz del alemán y, consecuentemente, de su lectura de Heidegger”.
Hernández coincide con Jiménez Cataño al momento de acercarse a la poesía paciana para encontrar allí algunos de sus “atisbos a lo absoluto”. Y cita “Elegía interrumpida”, un texto donde “parece decretar su descreimiento de la escatología católica: ‘Es un desierto circular el mundo,/ el cielo está cerrado y el infierno vacío”. Al referirse al idealismo de Paz, encuentra que “no es abstracto, inasible, metafísico. El suyo es un idealismo concreto que nace de su imaginación poética, de su nostalgia, de su pasión, y cobra su dimensión absoluta en el lenguaje que, a su vez, lo recrea. Es la idea que queda atrapada en la realidad del lenguaje y, de allí, funda su propia realidad que comparte su estatuto ontológico con el mundo. El deseo es la idea y la carne su concreción, enlazadas por argamasa del tiempo que las hace suspenderse en la volatilidad del instante que es, paradójicamente, la semilla de la eternidad”. Será en el erotismo y la muerte donde se manifestará la visión paciana de la idealización concreta que lo llevó a ver en “el destino del poeta” una negación de futuros salvíficos aunque compensados por la refulgencia luminosa e histórica.
Jiménez Cataño presenta en el segundo capítulo
Lo desconocido es entrañable… una muy sucinta pero sugerente introducción a la poesía de Paz al inicio de la cual insiste en su supuesta dificultad de lectura basada en la variedad de formas que la integran. Al no asumirse como una “introducción literaria”, intenta ejemplificar la temática expuesta en el primer capítulo, esto es, la búsqueda continua de la otredad, de la omnipresente
otredad: “Al final del laberinto está la comunión: la unión con el otro, el amor” (p. 40). Para este autor, el erotismo del poeta nunca es gratuito y representa una indagación que “busca expresar dimensiones no sensuales del amor”. Aquí confluyen la inviabilidad de la comunión en determinadas condiciones, la muerte y, por supuesto, la
libertad, otro de los grandes temas pacianos. La transformación del uno en el otro es el vaivén ontológico en que se mueve esta poesía. Al detenerse en textos específicos, explica Jiménez Cataño: “Paz dialoga con con ‘su
otro’ en ‘Antes de dormir’, dirige la palabra a su vida y su muerte en ‘Carta a dos desconocidas’, y se ve salir de casa a sí mismo […] pero la otredad de sí mismo no da compañía”, no consigue la
comunión.
Esa incompletud aparece y reaparece en varios textos: en
Piedra de sol se opta por el erotismo pero éste también defrauda: “El amor comienza en el cuerpo/ ¿dónde termina? […] Fatal espejo:/ la imagen deseada se desvanece”. Jiménez Cataño encuentra un “itinerario ontológico” en tres poemas extensos de Paz:
Piedra de sol, cuyo tema “es la presencia de la amada y el recorrido hacia ella”;
Blanco “es un itinerario cromático que, traduciendo a espacio el tiempo, va del blanco al blanco”; finalmente,
Pasado en claro “es un itinerario hacia el principio, hacia la vida del propio autor” (p. 44). El gran tema es “necesariamente la
otredad, también cuando se habla del colibrí [en
Ladera este]o de la naranja sobre la mesa [en
Árbol adentro]”. La materialidad de la palabra será también gran protagonista de la poesía paciana. Este ejercicio de “lectura ontológica” de la poesía del autor de
El mono gramático servirá para profundizar en el resto de su obra.
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