El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios... Ya que Dios, en su sabio designio, dispuso que el mundo no lo conociera mediante la sabiduría humana, tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los que creen... Este mensaje es motivo de tropiezo para los judíos, y es locura para los gentiles, pero para los que Dios ha llamado, es el poder de Dios y la sabiduría de Dios. Pues la locura de Dios es más sabia que la sabiduría humana, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza humana...
Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con gran elocuencia y sabiduría. Me propuse, más bien, estando entre ustedes, no saber de alguna cosa, excepto de Jesucristo y de éste crucificado (1 Cor 1:18-2:2).
Como dijimos la pasada semana la predicación, en su sentido bíblico y teológico, es mucho más que sólo la entrega semanal de una homilía religiosa, con todo respeto por la importancia del sermón. Es más que una conferencia teológica o una charla sicológica o social. Es aún más que un estudio bíblico, elemento esencial de toda la vida cristiana. Entonces,
Por ello, estamos viendo en qué consiste la esencia y el sentido de la predicación.Por todo lo que hemos expuesto hasta ahora sobre la predicción, queda claro que
la predicación es una tarea muy seria, sin duda mucho más grande de lo que solemos pensar.
Con razón observa Karl Barth, en su tratado sobre nuestro tema, que la predicación es una tarea imposible; para ella, observa, todo ser humano es incapaz e indigno (1969:48,52). Es aún imposible que sepa de antemano qué está pasando en la predicación, porque depende enteramente de Dios (1969:48). Tenemos que exclamar con San Pablo, "¿Quién es competente para semejante tarea?" (2 Cor 2:16).
Pero
gracias al Señor, la palabra de Dios nunca corre sin que la acompañe el Espíritu divino que la ha inspirado. Un tema constante en la teología de los Reformadores fue el de "La Palabra y el Espíritu".
LA PREDICACIÓN Y EL ESPÍRITU DE DIOS
La palabra sin el Espíritu conduce a una ortodoxia muerta; el Espíritu sin la palabra llevaba, en la frase de ellos, al "entusiasmo" desordenado. Los Reformadores enseñaban también el testimonium spiritus sancti, sin el que la letra escrita es letra muerta. En un brillante estudio de este tema, Bernard Ramm afirma que fue con esta doctrina que los Reformadores evitaron un concepto cuasi-mágico de la eficacia de la Biblia que podría compararse con el ex opere operato del tradicional sacramentalismo católico. La palabra escrita no opera sola sino vivificada por el Espíritu de Dios.
En nuestro tiempo, Karl Barth ha reformulado esta doctrina en términos muy impresionantes. La palabra de Dios, para él, ocurre en su sentido pleno cuando Dios habla y el pueblo escucha (1969:71). La predicación hace presente a la palabra en forma viva; "cuando se predica el evangelio, Dios habla" (1969:19) y entonces, en la frase de Lutero, "La palabra trae a Cristo al pueblo" (1/1 61). En ese acto de Dios, el "Dios que habló" del pasado se convierte en un presente "Dios que habla", siempre por las escrituras. Por la acción del Espíritu Santo, la Palabra toma vida, como si fuera una resurrección del texto.
La predicación, así entendida, es un acto de Dios, totalmente imposible para un ser humano (1969:21,48,52). El predicador no tiene ningún control sobre la acción de Dios, ni puede garantizar que Dios hablará por medio de su homilía. Eso queda totalmente en manos de Dios y ocurre cuándo Dios quiere y dónde Dios quiere. Por eso -- y esto es lo sorprendente -- la Palabra de Dios por medio de un predicador y su sermón es siempre un milagro (1969:23,101). "En esta situación concreta puede suceder que Dios hable y realice un milagro. Pero nosotros no debemos incluir un milagro, por anticipado, en nuestra predicación" (1969:23). Al predicador sólo le toca anunciar que Dios está por hablar (1969:14) y proclamar a la comunidad lo que Dios mismo los quiere decir, mediante la explicación, en sus propias palabras, de un pasaje de las escrituras (1969:13).
Esta comprensión radicalmente teocéntrica y pneumatológica nos hace entender que la única fuerza verdadera de la buena predicación es la obra del Espíritu Santo. A fin de cuentas, el predicador no puede confiar en la elocuencia de su oratoria ni el carisma y encanto de su atractiva personalidad ni nada parecido. Reconocer que el poder del sermón no pertenece a nosotros mismos, pero que Dios ha prometido el obrar eficaz de su Espíritu, y confiar en el Espíritu y sólo el Espíritu, no nos permitirá emplear mecanismos de manipulación para tratar de persuadir a los oyentes (1 Cor 1:18-2:2; 2 Cor 4:2; 12:16-17; Ef 4:14). No harán falta gritos y gemidos simulados, ni pegajosa música de trasfondo, ni pavonearse de un lado a otro, micrófono en mano. Es el Espíritu Santo quien penetrará en los corazones, y nosotros los predicadores sabremos confiar en su actuar y no interferir contra su eficaz actuar.
Por otra parte, nunca tomaremos la promesa del Espíritu como un pretexto para la pereza. Convencidos del inmenso privilegio de ser instrumentos del Espíritu, estudiaremos las escrituras con mayor ahínco y prepararemos los sermones con todo cuidado y pasión.
El texto favorito de algunos predicadores, "no se preocupen de qué van a decir; el Espíritu Santo los enseñará lo que deben responder" (Lc 12:11-12), no se aplica a la preparación de sermones ni al estudio sistemático de las escrituras sino a casos de arresto y persecución, cuando uno no tiene tiempo para preparar su defensa. La exégesis bíblica no aparece entre los dones carismáticos de la iglesia. El Espíritu Santo nos acompañará con su luz en nuestro estudio de la palabra, pero sólo si de hecho la estudiamos (2 Tim 2:15; 1 P 3:15; Hch 17:11; 1 Tes 5:21; Mat 22:37).
LA PREDICACIÓN Y LOS SACRAMENTOS
Llama la atención que el NT comienza con la proclamación y el sacramento juntos. Cuando Juan vino predicando el reino de Dios, llamaba a los oyentes a un cambio radical de actitud ("Arrepiéntanse", Mt 3:2) ratificado por una acción sacramental (3:6, ser bautizados). Jesús también vino predicando el reino, exigió arrepentimiento (4:17) y se dejó bautizar por Juan (3:13-16). El evangelio de Mateo también concluye con el mandato de evangelizar a todos los pueblos y bautizarlos (28:19).
Proclamación y sacramento se unieron cuando Juan apareció "predicando el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados" (Mr 1:4; Lc 3:3; Mt 3:6,8,11). El bautismo conocido en Israel antes de Juan era el bautismo de prosélitos. Como gentiles inmundos, ellos tenían que limpiarse en el río Jordán y renacer como nuevas personas, ahora judíos, hasta con nombre nuevo, según algunas fuentes. Entonces pedirle a un judío de nacimiento que se someta a tal bautismo era tratarlo como gentil, como que no fuera israelita, y obligarlo a reconocerse a sí mismo como tal. Por eso el bautismo de Juan significaba un acto de profundo arrepentimiento. Al dejarse bautizar también, Jesús, que no tenía pecado alguno de que arrepentirse, se identificó con los pecadores en ese escandaloso sacramento del arrepentimiento.
En la acción sacramental, Dios mismo actúa en el actuar de la comunidad, como en la predicación Dios habla en nuestro hablar. En ese sentido, el sacramento también es milagro, parecido al sermón. Esa correlación de palabra y acción apareció antes en los profetas de Israel, que solían coordinar integralmente la palabra profética y la acción profética. El acto sacramental es palpable y visible, por una mediación material: el agua en el bautismo, el pan y el vino en la comunión. Dios, el creador de la materia, se place en hablar también por ella, como su lenguaje no-verbal (cf. Salmo 19:1-4).
Ambos, el lenguaje verbal de Dios y su lenguaje no-verbal, son necesidades esenciales para la comunidad y deben mantenerse en su debido equilibrio. Ni la celebración del sacramento debe eclipsar a la predicación, como en el catolicismo tradicional, ni el énfasis "púlpito-céntrico" debe restarle valor e importancia a los sacramentos. Debe haber una relación coherente y dinámica entre los dos.
LA PREDICACIÓN Y EL CULTO
Por "culto" entendemos la celebración de la comunidad de fe en todos sus aspectos y momentos. Incluye el cántico, la lectura, la oración, la confesión, el silencio, los testimonios, el sermón y el sacramento. A veces se analizan como leitourgia (liturgia, doxología), kerygma (proclamación) y didaje (enseñanza) En todo debe estar presente, por lo menos implícitamente, la diakonia (servicio, praxis).
El sermón no debe verse como una interrupción extránea del culto, tampoco la adoración congregacional como "preliminares" para el sermón, ni el sacramento como un mero apéndice, ni mucho menos una nota al pie, del resto de la celebración. En el culto contemporáneo, hay una fuerte tendencia a sobredimensionar los momentos en que nosotros hablamos a Dios (cántico, testimonios, oraciones) pero subvalorar los momentos en que escuchamos a Dios hablarnos a nosotros (la lectura, confesión, silencio, sermón y sacramento).Especialmente notable y preocupante es la ausencia del silencio en casi todos los cultos, en el que Dios nos pueda hablar.
La tendencia hoy en muchas iglesias evangélicas es de priorizar exageradamente la "A y A" (Alabanza y Adoración) a expensas, lamentablemente, del sermón. El cántico, a menudo estilo rock 'n roll, dura unas horas, repitiendo muchas veces los mismos coros, y a la hora de proclamar la palabra, todos (incluso el predicador) están agotados. Es común escuchar desde el púlpito frases como, "el Señor nos ha bendecido tanto, y ahora es muy tarde, de modo que el sermoncito será muy breve", o aun peor, "el Señor nos ha bendecido tanto esta mañana, no vamos a tener sermón hoy".
Si se puede afirmar que el catolicismo tradicional tendía a enfatizar tanto el sacramento que llegaba a eclipsar al sermón, muchas congregaciones evangélicas contemporáneas están cayendo en la misma trampa, pero sin el sacramento. Martín Lutero, a denunciar la priorización de la misa en desmedro del sermón, pronunció palabras que se aplican quizá aun más a muchos cultos protestantes hoy:
Ahora para corregir este abuso, lo primero es saber que la comunidad cristiana nunca debe reunirse, sin que ahí la misma palabra de Dios sea predicada y que se hagan oraciones... Por eso, donde no se predica la palabra de Dios, sería mucho mejor ni cantar ni leer ni aun reunirse... Sería mejor omitir todo lo demás, menos la palabra., porque no hay nada mejor que dedicarnos a ella.
LA PREDICACIÓN COMO VOZ PROFÉTICA
Si la predicación es palabra viva de Dios, lo cuál es la esencia de la profecía, entonces la predicación debe entenderse como palabra profética. Jesús mismo, el Verbo encarnado, vino con un marcado carácter profético (Mt 16:14), y las escrituras tienen un carácter marcadamente profético, desde el profeta Moisés hasta los profetas hebreos, por lo que la predicación de Cristo y de las escrituras también debe ser profética.
Se puede decir que en la Biblia los primeros predicadores, y no sólo maestros de la ley, fueron los profetas en Israel. Aunque hoy tenemos sus profecías en forma escrita, originalmente ellos pronunciaron sus incendiarios discursos en plaza pública. Y hoy, si nuestra predicación es palabra de Dios, como hemos afirmado, entonces toda predicación debe tener algo de carácter profético. Eso es la falta más común y más seria en la mayor parte de la predicación; de hecho, a menudo la predicación en muchas iglesias es anti-profética y alienante. Tal predicación es infiel a la vocación con que Dios nos ha llamado.
La palabra "profecía" es uno de los términos bíblicos que peor se entienden. Se suele entenderla como esencialmente predicción del futuro, como revelación sobrenatural de información secreta, o como una palabra divinamente autorizada que nadie debe cuestionar. ¡Todo equivocado! El vaticinio de eventos futuros constituye una mínima parte del mensaje profético. El profeta no lo era por predecir, ni dejaba de serlo si no predecía. En segundo lugar, el AT prohíbe y condena la adivinación, a lo que corresponde un gran porcentaje de supuestas "palabras proféticas" hoy. Y lejos de otorgarles a los profetas una autoridad incuestionable, casi divina, Pablo dos veces exhorta a los fieles a examinar las profecías con discernimiento crítico (1 Tes 5:21; 1 Cor 14:29).
Un aspecto del significado del día de Pentecostés, pocas veces reconocido, es que aquel día marcó para siempre la naturaleza carismática y profética de toda la iglesia, sin distingo de género, edad o condición social (Hch 2:17-18). Eso significa un llamado profético especialmente para los y las líderes de la iglesia y una responsabilidad ante Dios y la historia de no traicionar esa vocación. Una iglesia que no encuentra su voz profética, sobre todo en momentos de crisis histórica, es simplemente una iglesia infiel.
La palabra viva de Dios exige obediencia en medio del pueblo y de la historia. Una predicación que semana tras semana no conlleva exigencia profética, y no tiene cómo obedecerse en todas las esferas de la vida, de seguro no es Palabra de Dios. Se dedica a ofrecer un menú variado de productos de consumo religioso pero no nos llama a tomar la cruz y seguir al Crucificado en discipulado radical (Mt 16:24).
Nuestros tiempos nos han traído, junto con infinidad de voces anti-proféticas, otras voces que valientemente proclamaron las buenas nuevas del Reino de Dios y su justicia, del Shalom de Dios y del gran Jubileo con su programa profético de igualdad. Los tres más destacados -- Dietrich Bonhoeffer, Martin Luther King y Oscar Arnulfo Romero -- sellaron su testimonio con su sangre. Dios nos los envió, en el más auténtico linaje de los grandes profetas de los tiempos bíblicos.
Que Dios nos ayude a aprender de ellos y seguir su ejemplo.
BIBLIOGRAFÍA:
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Léon-Dufour, Léon-Dufour Xavier, Vocabulario de teología bíblica (Barcelona: Herder 1973)
Sacramentum Mundi, Karl Rahner ed (Barcelona: Herder 1984) 4:193-199, "Kerygma"; 5:147-159, "Palabra; Palabra de Dios" y 5:535-542, "Predicación".
Ramm, Bernard, The Witness of the Spirit (Grand Rapids: Eerdmans, 1959).
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Stam, Juan, Apocalipsis y profecía (Bs.As.: Kairos 1998, pp. 26-50; 2004:33-64).
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