-¿Eres tú san Alegre?.
-“¿Quién te lo ha dicho?”.
Un colega tuyo con quien me he encontrado hace un momento.
“Pues te ha gastado una buena broma…”
¿Por qué, no te llamas así?.
-“San Alegre era él”.
-¿De verdad?.
-“Sí, pero no pongas esa cara hombre… Perdóname, no pretendía confundirte. Pero es que san Alegre soy yo, y él. Todos cuantos somos huéspedes del Paraíso”.
-No había caído en ello.
-“Aquí pasa como en el triste Vaticano, que andas por la plaza de San Pedro, y dices ‘Monseñor’ y se te giran todos, pero hay muy pocos Alegres”.
-O sea, que Alegre no es un nombre.
-“Se trata más bien de un don, que todos valoramos enormemente. Porque sin él no te admiten aquí arriba”.
-¿Estás bromeando otra vez?
-“No hombre, no. Sólo se puede bromear con las cosas serías. Y la alegría, aquí arriba, se considera una cosa muy seria. Y ya que vas con tu libretita apuntando cosas de tus entrevistas, te contaré algunos detalles sobre la alegría; en ello soy un experto, como todos por aquí, por otra parte. En tu mundo, al que pertenecí, descubrí que todos buscan su propio placer, pero también experimenté que por gracia del Creador, desde el instante que el humano integra su vida hacia Dios, conoce el intenso e indestructible gozo que a los santos nos define como san Alegre”.
-Pero en mi recorrido por las entrevistas no he visto instrumentos de diversión…
-“¿Y para qué? si vosotros mismos sabéis que demasiada diversión fatiga; si una ambición conseguida se hace fastidiosa; que los leves amores que se divulgan y prometen plenos contentos pierden en el tiempo su esplendor y atractivo. Sí, tus otros compañeros de textos y entrevistas, saben que el mundo nunca da felicidad verdadera”.
La alegría no se deriva de las cosas que conseguimos o de las personas que conocemos, sino que la crea el alma misma cuando nos olvidamos del ego. La mentalidad de los hombres de abajo, propia de un niño mimado, le dice que puede conseguir todo lo que quiera y que el mundo está obligado a satisfacer todos sus caprichos. Y así, cuando el ego se convierte en el centro alrededor del cual todo gira, el hombre queda vulnerable a todo. Y este ego siempre es insaciable si no está dirigido. El hombre centrado en su ego considera una tristeza la negación de cualquiera de sus deseos. El capricho se convierte en su señor, lo trivial en su tirano, y, en vez de poseerse a sí mismo, los hombres desean ser poseídos por los objetos exteriores, que son como engañosos juguetes, como los que a los niños les aburren en las primeras horas. Y en la medida que un hombre necesite más cosas para estar alegre, más aumentarán sus probabilidades de desengaño y desesperación”.
-Mucho me estás enseñando, pero recuerda que las entrevistas requieren respuestas breves, concretas y fluidas, así que, con pocas palabras, ¿por qué no me dices qué es para ti la alegría?.
-“Proclamación de lo absoluto de Dios y relativización de todo lo demás. Preparación a la eternidad a través del sentido de la providencia y de la fidelidad del Altísimo. La alegría quita de encima el polvo de lo contingente, los andamios tambaleantes que sostienen nuestros monumentos como los zancos que nos proponemos para ayuda del camino, el truco y el barniz, los disfraces de hojas de higuera que nos hacemos para cubrir la desnudez, los falsos valores, los pesos embarazosos.
La alegría da la verdadera dimensión de las grandezas falsas, la desdramatización de los incidentes del camino, la corrección de las visiones equivocadas de la realidad, la expoliación de las apariencias, la tutela de la propia libertad, y también de la dignidad. ¿Te basta?”.
-Ya lo creo, tengo material para una bien alegre entrevista. Te lo aseguro san Alegre.
*De la serie de unas imaginadas entrevistas a los santos de “Allá arriba” que irán apareciendo.
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