Casi me convencen colaboradores de la Radio de no entrevistar a un santo Silencioso. ¿Cómo puede entrevistarse a una persona de boca cosida?; tendrás que conformarte con observarlo –me decían y en todo caso, grabarlo en vídeo, pero esto no funciona para la Radio. Ni siquiera te permitirá hacerle preguntas.
A pesar de todo, he probado y me ha ido bien. Lo he encontrado muy dispuesto (mucho más que algunos de aquí abajo, que presumen de ser –hombres de diálogo y jamás tienen tiempo para intercambiar dos palabras).
- Me han dicho que no podría entrevistarte. Que me darías con la puerta de tu silencio en las narices.
- “Exageraciones. Cultivo el silencio, porque no me gusta que me consideren charlatán. El silencio, por naturaleza es acogedor, atrae, no rechaza. Y además sé distinguir entre curiosidad e interés real, entre palabras y chácharas”.
- Has de perdonarme. Pero entre nosotros, aquí abajo, necesitamos las palabras para “decir”.
- “Pero no todas las palabras son aptas. Algunas resultan feas, falsas, profanadoras, blasfemas. De lo que se trata es de dejar de lado las palabras ruidosas, las vanas parlerías, las sucias, las que prometen y no cumplen, las que piden y no agradecen. Vuestra sociedad hace estragos con las palabras, pues han terminado por hacer callar el silencio, por ahogar su voz. Las palabras sin silencios para meditarlas, crean confusión. En vez de “revelar” “velan”, estorban, engañan, y tantas palabras sin silencios para reflexionar, consiguen degenerar, y en vez de emplearse para comunicar, se usan con despreocupación para manipular, dominar condicionar, sofocar la libertad, desviar”.
- Pero hombre, si no tengo palabras ¿qué apunto en mi libreta de entrevistas? Si el silencio desaparece, nos quedan las palabras.
- “Te equivocas –me dice- ahí abajo os falta… la palabra”.
- Me quedo perplejo, no atisbo a qué escribir en mi libreta…
- “Pues escribe que son necesarios ciertos silencios para distinguir entre “palabras habladas” y “palabras hablantes”. Las palabras habladas son vocingleras, gargarismos lingüísticos, eufemismos distorsionantes y embaucadores, definir el crimen como interrupción de embarazo, el derecho a decidir en contraposición al “derecho a la vida”, en vez de robo, errores financieros. Palabras que se complacen en sí mismas. Y las “palabras hablantes” son las que dicen algo. Palabras esenciales. Transparentes. Verdaderas. Palpitantes. Incandescentes. Palabras que hay que tomar en serio. Palabras que tienen peso. Palabras que llegan desde el espíritu. Palabras que quizás te revuelven, despiadada y misericordiosamente, todos los rincones del ser. Palabras que te echan encima, dentro del alma una sensación que redarguye y moviendo al arrepentimiento llenan de paz. Palabras simples y misteriosas. Palabras leves, que no se pueden tomar a la ligera”.
- “Oye, perdona si he hablado más de la cuenta. Me sucede precisamente a mí, Silencioso; siempre que hablo de la belleza de la palabra, me dejo llevar por el entusiasmo”.
- No, no, si tienes muchas “palabras hablantes”, de ahí que te pregunte ¿cuál es el verdadero lenguaje?
- “Pues mira, te invito a que con silencio reflexiones en lo que dice Eclesiastés, cuando afirma que:
“hay tiempo de callar y tiempo de hablar” pero respondiendo a tu pregunta te diré que es el que brota de la profundidad, de zonas secretas extraídas no sin dificultad de cargas concentradas de silencios. Y así cada palabra es como un alimento vivo que se desprende de la persona que habla. Es el lenguaje que resucita las palabras: Dios, amor, amistad, fe, caridad, castidad, fidelidad, verdad, solidaridad, pero espléndidas, eficaces, revaluadas ante las ruidosas palabras de charlatanes religiosos, ceremonias sin sentido, alabanzas de esperpento. Restituidas a su inocencia y profundidad originarias. Palabras, que al igual que la música tiene silencios, éste se muestra con el lenguaje de la humildad, del ser, sí, sí “el ser”. El lenguaje de quien tiene algo importante que comunicar. Y sobre todo, el lenguaje del amor. Como cuando el amante habla a la amada, la amada escucha más el silencio que la palabra, como si susurrara… calla para que pueda “oír”. El lenguaje que sabe distinguir entre mutismo y silencio. Y en este sentido, para que cierres la entrevista en mi silencio, me digo, que si todos guardáramos un poco de silencio, se podría entender “algo”.
- Callad, si queréis que alguien escuche”.
*De la serie de unas imaginadas entrevistas a los santos de “Allá arriba” que irán apareciendo.
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