Hoy la imagen buscada son los números. Los resultados. Las muchedumbres y multitudes, pero... sólo uno fue necesario que le creyese a Dios para ser la semilla de su pueblo escogido. Uno solo, éste, pudo expresar que obedecía sin saber a dónde iba, y que creyó que de sus lomos, ya viejo y cansino, saldrían naciones y pueblos como la arena del mar o las estrellas del cielo.
Sólo un joven fiel y santo fue necesario para que preparase el lugar donde setenta personas vivirían y se multiplicasen por miles. Sólo uno, éste, juzgado sin justicia, pagó con cárcel su santidad y por doce años sólo vivió el abandono de los suyos y el desprecio de los demás. Sólo éste uno fue capaz de permanecer fiel a sus sueños de adolescente y ver con sus propios ojos que su fidelidad era reflejo de otro aún eternamente fiel.
Sólo uno, tartamudo y temeroso, fue necesario para ser usado como instrumento de liberación de todo un pueblo esclavizado por 430 años a manos del mayor imperio conocido. Sólo uno, éste, fue llamado amigo del Eterno, que hablaba con él como cualquiera habla con su compañero. Este sólo uno fue dueño de una vara que le servía para sostener su pesado y anciano cuerpo y a la vez devorar la figura rastrera del enemigo del Pueblo de Dios.
Fue necesario sólo uno, que se mantuvo desde su juventud como una fiel sombra durante día y noche de un líder, su líder, a quien vio como ejemplo vivo de relación humilde y mansa con aquel Eterno que le llamaba. Sólo éste, fiel y servicial, fue usado para que por medio de una obediencia sin cuestionamientos a acciones locas e incomprensibles, viesen caer las murallas sobre las cuales vigilaban las cuadrillas filisteas. Sólo uno, éste, fue usado por el Eterno, para que de pie ante la multitud de un pueblo, dijese en alta voz: “Vosotros podéis escoger a quien sirváis, pero yo y mi casa serviremos al Señor”.
Sólo una mujer, valiente y segura de sí misma y con un profundo y raro sentir en su corazón, pudo cobijar bajo el heno de su tejado a espías que eran ojos y voz de un ejército conquistador de promesas. Sólo su decisión salvó a ella y a su familia y abrió las puertas para la conquista de una tierra prometida.
Sólo uno, amigo de su amigo, visionario de una promesa dada de la cual fluía leche y miel, pudo creer que aun ya de viejo, tenía las fuerzas necesarias para poseer aquello que se le había entregado siendo joven.
Sólo uno, el menor de siete hermanos, sólo pastor de ovejas y experto tañedor de arpa fue escogido entre hombres grandes y forzudos, sus propios hermanos, para dirigir los destinos de una nación a la que él habría de extender sus dominios a fronteras nunca antes alcanzadas. Sólo uno, éste, tan experto en tañer su arpa como para disparar su honda, fue capaz de enfrentarse a un gigante ante quien miles temblaban de miedo al solo verles venir a ellos. Sólo éste, uno, pastor de ovejas, con olor a ovejas, compositor de salmos y tañedor de instrumentos, excelente tirador de honda, sintió el aroma y la suavidad de un aceite sobre su cabeza, y una voz ronca y pausada que le declaraba rey sobre Israel.
Sólo uno, el copero de un rey, con un corazón que latía de amor por su tierra y los suyos, fue necesario para lograr que las murallas de su amada y lejana ciudad fuesen reconstruidas para devolverle la dignidad de pueblo escogido. Fue necesario éste, sólo uno, que no se dejó amedrentar por un enemigo que pretendiendo mostrar fiereza y determinación, mostraba sus fauces sin dientes ni poder. Sólo uno, este copero, conocía que en su corazón latía lo que solo su Dios había puesto, y que éste, su Dios, en medio de las pruebas y dificultades, ya le había entregado la victoria.
Sólo uno, un niño en inocente sueño, fue necesario para despertar a un adormilado profeta y juez sobre Israel, para que comprendiese su error como padre y su anquilosada rutina de gobernar un pueblo. Sólo un niño, éste, dispuesto a escuchar la voz de Dios y a responder “habla Dios, que tu siervo oye”, fue necesario para guiar los destinos de su gente y dar inicio a una generación de jueces que marcarían rumbo a Israel.
Sólo uno, que recorrió los desiertos de Palestina alimentado de langostas y miel silvestre, fue el responsable de anunciar la venida del Reino de los cielos. Sólo uno, éste, entregó sin sentimiento de pertenencia, los discípulos que por tres años le habían acompañado. Sólo uno, éste, ofreció su cabeza, la primera de un sin fin de mártires por la causa, al denunciar aquello que a los hombres les parecía bien y legítimo, pero a los ojos del Santo era corrupción y pecado.
Sólo una, no un hombre sino una mujer, fue la primera que en su alocada carrera buscaba llegar al santo sepulcro para cubrir con aromas naturales el cuerpo de aquel a quien llamaba Raboni. Sólo una, la perdonada pecadora, junto a otra también del mismo nombre, fueron a comunicar a los hombres de “fe” que ya no estaba el cuerpo de su amado perdonador.
Sólo uno. No más, es necesario. Parece hoy tan loco como el mundo mismo.
Sólo uno es necesario para que en las manos del Eterno Todopoderoso sean transformados pueblos, vidas, aldeas y naciones.
Sólo uno, tú eres el escogido y necesario. NO. Hay un error, sólo tú no puedes. Sólo yo no puedo. Necesitamos a otro, al que está pero no vemos; al que nos ha dado ya la victoria; el que la ganó con sudores de agua y sangre sobre una cruel cruz. Él es el UNO, el ÚNICO, que junto a ti y a mí puede transformar lo que todos los hombres y mujeres juntos jamás podremos, tan sólo una vida, una aldea, un pueblo, una nación.
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