Uno de los tantos asuntos que amenazaron con quedarse en el tintero de 2013 fue el recuerdo puntual de dos sucesos acaecidos en América Latina en 1963, sí, hace ya 50 años. Ambos, ligados al devenir de las iglesias del continente, fueron acontecimientos que, con el paso de los años, han sido revalorados en su justa dimensión como verdaderos hitos en la transformación de la cristiandad latinoamericana, con todo y que no dejaron de tener vertientes polémicas, pues significaron grandes saltos en la transformación de su conciencia y misión. Eran los años de los inicios del movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL), fruto, entre otras cosas, del interés del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) por trabajar temas de frontera entre sus miembros. Asimismo, el ecumenismo daba firmes pasos ante la oposición de amplios sectores de las iglesias más tradicionales.
El primer suceso fue el
Congreso de Estudio sobre la naturaleza de la Iglesia y su misión en Latinoamérica, patrocinado por el Comité de Cooperación Presbiteriana de América Latina (CCPAL) y que tuvo lugar en Bogotá, Colombia, entre el 1 y el 8 de diciembre de dicho año. Allí, se dieron cita varios de los más conspicuos representantes del movimiento misionero mundial, como era el caso de
Lesslie Newbigin (director de Misión y Evangelización del CMI),
John A. Mackay, Ralph W. Lloyd (presidente de la Alianza Presbiteriana Mundial) y
Richard Shaull (ex misionero en Colombia y Brasil, profesor del Seminario de Princeton y pionero de la llamada “teología de la revolución”), además de militantes muy activos en las diversas instancias que surgieron en esos años. Destacan los nombres de
Mauricio López (funcionario del CMI),
Alvin Schutmaat (misionero en Venezuela y Colombia, especialista en música y liturgia),
Orlando Fals Borda (profesor universitario y sociólogo eminente),
Joaquín Beato y
Gonzalo Castillo Cárdenas (posteriormente profesor en el Seminario Presbiteriano de Pittsburgh), y delegados de más de 10 países.
El colombiano Castillo Cárdenas, secretario ejecutivo de la CCPAL, reunió en un volumen algunos trabajos preparatorios, presentaciones de las mesas redondas y las conclusiones aprobadas por el congreso. En la introducción, el editor explica el proceso que desembocó en el congreso y los pasos dados desde un año atrás en la planeación del mismo. Llama la atención el énfasis específico que le dieron los organizadores al necesario balance entre los niveles de iglesias locales y regionales. Mediante la figura de “Institutos Nacionales”, se avanzó en la organización y promoción del análisis eclesial que se estaba gestando. Se realizaron ocho en diferentes momentos hasta la convocatoria para el congreso, pues la secuencia buscada consistió en articular la reflexión y llegar a ese momento climático.
Entre los primeros textos, sobresalen los de Beato (“La misión profética de la Iglesia”) y el propio Castillo (“El desafío de la América Latina a las iglesias evangélicas”), pues manifiestan el cambio de lenguaje y de enfoque que se estaba dando al interior de estas comunidades, algo impensado en las décadas pasadas.
Partiendo de premisas bíblico-doctrinales claras, Beato afirma: "Es urgente que el mensaje de la Iglesia Evangélica ponga, valientemente, bajo la soberanía de Dios lo que ocurre en los hogares y en las calles, en las plazas y avenidas, en los mercados y en los almacenes, en las oficinas y en los despachos, en las escuelas y en los hospitales, en los tribunales y en las alcaldías. Le compete dar testimonio de un Dios soberano que, en Jesucristo, juzga el ser humano total, en la totalidad de sus relaciones. (pp. 23-24)"
Y
Castillo incluye al final de su exposición una pregunta sumamente acuciante que flota aún en el ambiente:
"…es preciso notar, con acción de gracias, que las iglesias protestantes
adultas (las más antiguas) ya están tomando conciencia y comenzando a responder al reto planteado por la situación latinoamericana, en lo que tiene que ver con la situación revolucionaria, con la necesidad de aculturación y con la unidad evangélica. […] La cuestión es si los cristianos en su conjunto, y en particular los líderes de las iglesias estarán dispuestos a darle a esta problemática la prioridad que ella exige, y más aún, si estarán dispuestos a hacer los ajustes y sacrificios, los cambios y reorientaciones, con la rapidez, la firmeza y el valor que la situación demanda" (p. 51, énfasis del original).
En la sección que lleva el título del libro,
hay dos participaciones de Mackay: “La Iglesia de Cristo: su misión y unidad” y “La misión de la Iglesia local”. En la segunda sección (“La realidad latinoamericana”) se incluye otra: “El catolicismo latinoamericano ante la renovación del catolicismo romano contemporáneo”, junto a “El protestantismo en América Latina”, de Castillo, además de temas relacionados con la educación y la realidad socio-económica, a cargo estos últimos de Fals Borda y Beato.
Destaca también la participación del diputado mexicano Melchor Díaz-Rubio (“La realidad política de la América latina”), un discurso de alabanzas al gobierno de su país, al lado de Shaull (“La Iglesia y la situación político-ideológica de América Latina”), quien partiendo de dos preguntas básicas (¿qué significa para el hombre hoy el Evangelio de Cristo? Y ¿cómo puede el cristiano expresar su preocupación por el hombre en la situación en que vivimos?) afirma: "Nos sentimos bien en una sociedad liberal y democrática de este tipo, sin muchas complejidades ni choques violentos. Hasta llegamos a pensar, a veces, que la pervivencia de la iglesia depende de la preservación de este orden.
Desafortunadamente, existen muchas señales en la América Latina de una crisis cada vez mayor de este estilo de vida. De un momento a otro se puede producir otro tipo de sociedad bien diferente. […] Nos enfrentamos con nuevos problemas que exigen otras soluciones. Este es el hecho que nos lleva al campo político e ideológico, porque es en este campo donde están aconteciendo las cosas nuevas que van a cambiar, tal vez radicalmente, las formas de nuestra vida latinoamericana" (p. 157).
Este tipo de pensamiento teológico muestra ya el avance hacia lo que pocos años después se conocería como “teología de la liberación”, aunque como ya se ha dicho aquí, estos intentos partían de supuestos más ligados a la tradición doctrinal protestante. El libro concluye con las conclusiones aprobadas por el congreso en seis mesas de trabajo centradas en el testimonio de la Iglesia, a organización y administración eclesiásticas, los ministerios, aculturación de las formas de vida y misión, la congregación como comunidad misionera y las relaciones entre las iglesias.
Como se ve, se trató de una reunión innovadora y estratégica que proponía nuevos rumbos para las comunidades de orientación reformada o calvinista, la mayoría de las cuales continuó durante largos años por el camino del conservadurismo y hasta del fundamentalismo. En las mesas, las tímidas voces de muchos participantes no lograron disimular el temor de que muchas de las propuestas no alcanzarían formas concretas para llevarse a cabo.
Este congreso se realizó inmediatamente antes de la Conferencia sobre Misión y Evangelización del CMI en la ciudad de México, de la cual nos ocuparemos en la siguiente entrega.
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