Para poder progresar en la lectura de una foto, después del ”qué” (“¿qué veo, qué ‘es’ esto que me muestra la imagen?”), hemos de huir de la trampa de interesarnos por la ficha técnica de la fotografía: cámara, objetivo, accesorios, datos de la toma, programa de tratamiento de imagen y demás. Las fotos no las ‘hacen’ las máquinas, sino las personas. Por lo tanto,
la pregunta que más nos va a ayudar no es “¿con qué cámara, óptica, etc.?”, sino” ¿quién? (“quién es -o puedo deducir que puede ser- el autor -o autora- de esta foto?”).
Ahí estamos. Para ir formándonos nuestro criterio visual, hemos de seguir con la lectura de la imagen exactamente los mismos pasos que con el lenguaje escrito, radial o audiovisual. Así, del mismo modo que cuando nos hablan de un libro lo primero que preguntamos es el nombre del autor, si de un espacio de radio el del conductor y si de una película el del director, pues ante una foto procede hacerse la misma pregunta.
Así pues,
para proceder a un análisis serio, objetivo y riguroso de una imagen hemos de tener en cuenta la personalidad y las motivaciones del fotógrafo que cabe inferir a la vista de la tipología y demás circunstancias ‘legibles’ de la propia imagen. No podemos juzgar con los mismos parámetros la foto profesional de una prueba de competición olímpica para su distribución a los medios que la foto que hace un chaval a sus compañeros de clase en una competición escolar para el álbum personal. Elemental.
En el caso de
esta foto, salta a la vista que está hecha por un fotógrafo profesional. Pero como quiera que no existe una única tipología de fotógrafos, hemos de afinar más en la pregunta: ¿quién, qué tipo de profesional y antes de persona podemos presumir que puede haber hecho esta foto?
La pregunta también podemos plantearla perfectamente en el sentido inverso desde la lógica de la exclusión: “¿Quién no?”, qué tipo de profesional y de persona no identificamos como posible autor de esta foto.
La respuesta a esta última pregunta la da la propia foto. Podemos no solo suponer sino afirmar con un altísimo porcentaje de posibilidades de acierto que el autor de esta foto no es ningún reportero que, hallándose la mañana del 11 de septiembre de 2001 en Williamsburg a orillas del río Este frente a Manhattan, viese de repente la descomunal, aterradora columna de humo que salía de la skyline, la silueta de la ciudad… justo donde debían estar las Torres Gemelas.
Un reportero ‘de raza’ habría salido al punto disparado a cruzar el puente de Williamsburg para acercarse al lugar de los hechos en la Zona Cero para hacer ‘en vivo’ el reportaje de su vida.
Cuando hubiese llegado allí podría, en el mejor de los casos, hacer buenas fotos de la gente huyendo despavorida de la gigantesca nube de polvo negro… las mismas fotos que podían hacer todos. La foto diferente, en cambio, la imagen definitiva, ‘la’ foto, en cambio, la habría dejado justo en su punto de partida, al no haber advertido o reparado en esa escena de unos jóvenes despreocupados en animada tertulia mientras a sus espaldas se perpetra la colosal tragedia.
Quien sí estaba allí para hacer la foto fue Thomas Höpker, uno de los mejores fotoperiodistas de todos los tiempos. Su ‘fotón’ del 11-S no es fruto del ansia de estar el primero en primera fila para hacer la más que improbable ‘foto del año’ al fotógrafo ávido de premio y fama internacional al fotógrafo.
Tal cliché no funciona en modo alguno con un fotógrafo humanista comprometido como Höpker, un profesional que, por no tener prisas, supo esperar veinticinco años desde 1964, en que ya era un destacado miembro del equipo de fotoperiodistas de Stern cuando la agencia Magnum le invitó a sumarse como colaborador, hasta 1989, en que fuera admitido como miembro de pleno derecho para, pasados veinticuatro años más, pasar a presidir la emblemática Magnum Photos entre 2003 y 2007.
El 11-S, Höpker hizo lo contrario que nuestro hipotético fotorreportero con prisas. Acudió, por supuesto, a las inmediaciones de la Zona Cero, pero se le negó la posibilidad de “acercarse al suceso”. Al negársele la oportunidad de hacer fotos en directo, hizo de la necesidad virtud y se dirigió al otro lado del East River para ver lo que no le iban a impedir ver y fotografiar: la dantesca panorámica de la imagen total de la ciudad todos consideran como la capital del mundo y que acababa de ser objeto del mayor atentado terrorista que se recuerde.
El resultado habla por sí solo. El factor clave que subyace a la producción de esta foto nada tiene que ver con el equipo del fotógrafo, la técnica que use ni con la prioridad de acceso de los fotoperiodistas al lugar de los hechos.
El factor clave es el factor humano: la ejemplar talla humana de un fotógrafo y maestro de fotógrafos comprometido hasta el tuétano con la fibra humanista que mueve la sangre que corre por sus venas.
Todo un gran fotógrafo estrella… que lejos de creérselo, se resta importancia.
“Yo no soy un artista”, dijo en una entrevista a Der Spiegel. “Solo soy un hacedor de imágenes”. Su inquebrantable militancia en la concerned photography , la fotografía comprometida, la justifica afirmando que “nada hay más interesante que la realidad”. Del mismo modo, su desmitificación de la técnica fotográfica no es menos lapidario: “La mejor herramienta del fotógrafo son sus pies”.
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