Una de las suertes de tener un suegro con pasiones parecidas a las tuyas es que cuando lo visitas siempre puedes encontrar buenos libros en su fantástica librería. A veces, la mejor satisfacción para alguien como yo es encontrar una buena joya dónde ya había mirado un millón de veces antes. Paso los ojos por la misma estantería que ya había ojeado y me encuentro algo que no había visto antes.
Uno de los libros que me encontré hace no mucho es Spiritual Theology, de Diogenes Allen. Es un libro genial que describe los distintos ángulos del camino espiritual por medio de siete preguntas clave. Pero, al final, la pregunta clave es la misma que las personas se han hecho siempre, ¿cómo encontrar a Dios?
Incluso los que creen en Dios pasan por épocas en las que se preguntan “¿de verdad he encontrado a Dios?” o “¿Se puede encontrar a Dios en esta vida?” Esta es la pregunta que une a la mayoría de creyentes y ateos que están a ambos lados del espectro.
En el día a día, el que no cree avanza para buscar esperanza en la posibilidad y el creyente retrocede para evaluar.
Para tratar de responder a esa pregunta, Diogenes Allen recorre en uno de los capítulos la mil veces recorrida vida de León Tolstoi. Pero esta vez, Allen ofrece un resumen que no había visto antes nunca. Allen dice que la vida de Tolstoi refleja los seis estados por los que generalmente una vida que de verdad quiere encontrar a Dios pasa. No es una fórmula; es una imagen de las dinámicas humanas.
Primero, hay una necesidad consciente de Dios y de empezar a buscarlo. No es una emoción ni una razón pura. Es, por poner una ilustración, parecido a lo que pasas el primer día después de que te despiden de tu trabajo: “¿Y ahora qué?”
Segundo, uno encuentra barreras para creer en Dios. Quizá es la idea de que la ciencia hace imposible que uno pueda creer en Dios, o quizá es la posibilidad de que la Biblia sea un cuento chino, o quizá la idea de que la iglesia se lo haya inventado todo para ganar poder y dominar a las masas.
Tercero, la eliminación de estas barreras al entender mejor y con más claridad qué es lo que el cristianismo, en sus puntos más esenciales, de verdad enseña. Hay que recordar que este es quizá uno de los estados más críticos, precisamente porque la mayoría no rechaza esos puntos esenciales, sino una caricatura barata de los mismos.
Cuarto, la necesidad de ir más allá de solo “pensar en” o “pesar acerca de” y dirigirte directamente a Dios, quizá orando.
Quinto, entras en una etapa en la que vas de la certidumbre a la duda varias veces al día. Esta parte es muy común en las narraciones de viajes hacia la fe.
Sexto, por último, uno entra en la convicción de lo que Allen llama “la presencia habitual de Dios”. El último estado no es solo una experiencia mística
momentánea, sino el entendimiento de vivir en contacto con Dios, y que ese contacto se hace palpable a través de actividades como la oración, el estudio de la Biblia, la adoración o la vida en comunidad con otros. Esta convicción de la presencia habitual de Dios es tan fuerte que permite momentos - o incluso periodos largos - de duda, de distracción o de pesadez en el espíritu, sin eliminar su presencia.
¿Te identificas con alguno de estas fases? ¿Puedes verte a ti mismo empezando un viaje como éste?
Hay dos cosas curiosas en esta lista. Lo primero es la idea de proceso. Uno pasa por estados que no se pueden evitar. Uno puede perderse en el intento. Lo segundo, pensé cuando lo leí, no es en lo que dice directamente. Lo curioso es que de alguna manera expone el error que la mayoría - o quizá solo algunos - hacemos al pensar en conocer a Dios. ¿Te llama algo la atención en este proceso? Lo interesante es que la idea de la convicción sobre Dios está
al final. En general, la idea es que primero te forjas la convicción y después entras en la posibilidad de conocer a Dios. Esta idea está tan extendida y enraizada en nuestras cabezas que, quizá ya lo has probado. Si intentas empezar una conversación sobre Dios con alguien, la pregunta más repetida, que sale en los primeros treinta segundos, es “¿Puedes probarme que Dios existe?” No es que esa no sea una pregunta importante. Lo es - ¿quién quiere empezar un viaje sobre algo que no existe? -. Y, desde luego, hay mucho que decir sobre ella.
Pero lo que creo que es valioso en la imagen que Allen pinta del camino de Tolstoi es que en ese camino el principio y el final se sostienen el uno al otro. Es decir,
uno empieza en función del final y uno termina en el final que pretendía al principio (en este caso “¿existe Dios?”).
Quizá para ti Dios sea una imposibilidad matemática, o un producto de la imaginación de personas irracionales. Quizá para ti Dios es sólo un clavo ardiendo al que sujetarse por la realidad de la muerte, oscura y agonizante. Quizá para ti es imposible si quiera pensar en Dios en una época en la que la mayoría de las instituciones que le dan sentido en nuestro mundo ya no tienen a Dios en cuenta, o es posible que no consideres tu propio viaje espiritual porque - reconozcámoslo - hasta ahora no te ha ido mal sin él.
O quizá, jamás le has visto el sentido porque simplemente has intentado empezar por el final.
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