El hijo llega a casa a final de curso y le dice a su padre:
- Papá, ¿te acuerdas que me prometiste que si sacaba buenas notas me comprarías la moto?
El padre, muy ilusionado contesta: claro, hijo.
El hijo, a la vez que le entrega el informe le dice: pues te vas a alegrar muchísimo, porque gracias a mí te vas a ahorrar un montón de dinero.
Naturalmente es un “chiste”, pero tiene muchos visos de expresar una realidad de nuestro tiempo. Y he titulado este “Desde el Corazón”, “Me regalarás una camiseta del Paris Saint Germain si apruebo el curso” porque he conocido esta simpática petición de un buen muchacho realmente. Mi lamento es que sé de familias, en dónde los jóvenes moradores, no hacen trabajo alguno si no se les “
unta”: llevar la basura al contenedor 5 Euros. Salir a comprar el periódico, 3 Euros. Fregar los platos, 6 Euros. Ir a comprar la fruta olvidada, a la frutería de enfrente 4 Euros.
Créanme, es así en no pocas casas. Y tal actitud me suena a campanas fúnebres de la humanidad. ¿Ha llegado el dinero tan hasta las entrañas de lo más desinteresado con que contábamos, la familia?
Supongo que se concluirá el mundo sin que nos hayamos puesto de acuerdo sobre el papel del dinero en la vida humana. Porque hemos nacido y vivido tan embadurnados en él (o en el sueño de tenerlo), que ya parece ser el aire que respiramos.
Nuestro refranero está infestado de dichos que lo canonizan: “Tuyo o ajeno, no te acuestes sin dinero”, “Vale el dinero, lo demás, cero, cero, cero”, “Al perro que tiene dinero se le llama Señor Perro”, “El dinero huele bien venga de donde venga”, “No hay tan buen compañero como el dinero”, “El doblón nunca huele a ladrón”. Y aún los más inteligentes entre los pensadores ante él se arrodillan. CERVANTES asegura que “sobre un cimiento se puede levantar un buen edificio, y el mejor cimiento y zanja es el dinero” QUEVEDO dice que: “dar pasos hacia el dinero es dar buenos pasos”. “La llave del oro, maestra de todas las guardas” aseguró CALDERÓN. Estas citas no tienen fin, y son tristísimas.
Mas dejando de lado el papel del dinero en nuestras luchas ¿cómo no temblar ante la idea de que haya invadido hasta el interior de los hogares: que a un hijo le pague su madre por hacerse la cama; que otro no ponga la mesa si no le dan unos Euros para irse al cine…? Que el papel moneda termine por ser el metro de los sentimientos es algo, me parece, que huele ya a podrido.
Cuando “Desde el Corazón” pienso en esto, busco el por qué siento una seria tristeza. Y de momento
sólo se me ocurren dos improvisadas respuestas: o surge de que los hijos no se sienten verdaderamente parte de la familia, o se les ha educado sobre la idea de que sólo se ha de trabajar o estudiar en la medida en que es pagado. No sé cuál de las dos hipótesis resulta más grave.
Porque lo que
no me parecería lícito es volver todas las acusaciones contra la adolescencia o la juventud: “¡Estos chicos de hoy son unos materialistas!” Todos lo somos por instinto. Pero algunos son educados en los ideales y otros en las propinas.
En mi infancia me hubiera resultado inverosímil que se me ofreciera el premio en metálico como estímulo permanente de la acción. Jamás mi madre me dijo eso de “si apruebas te compraremos una bicicleta” ¡Por otra parte, mi sueño de infancia! Estudiar era parte de mi oficio y el orgullo de ofrecer una alegría en casa era el estímulo suficiente para buscar las notas mejores. Y me parece que algo parecido ocurría en los hogares de mi vecindario.
Es en esta generación que se ha establecido la crecida de las promesas y los pagos como sistema estimulante. Y creo que se puede comprobar peores resultados que en los tiempos de mi infancia: “¿cómo se va a luchar con tanta ilusión por conseguir una motocicleta como por obtener el brillo de alegría en los ojos de los padres? y sé a ciencia cierta, que el volumen de la felicidad poco tiene que ver con la fuente pecuniaria de la que brota.
Por eso, “Desde el Corazón” ¿cómo no sentir compasión hacia esos muchachos que nacen hoy midiéndolo todo por el valor-dinero? Hace varios días que no veo bien los colores, y mi fuero interno me dice, que me han confundido los colores de la camiseta del “P.S.G.” o quizás el pensar que hay que pagar 100 Euros de sobretasa de egoísmo.
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