Seguimos con Constantino de la Fuente como referente para comunicarnos con los nuestros del XVI, en la común fe y salvación. No hago aquí presentación de muchos datos biográficos, no es el lugar, sino de su pensamiento e ideas.
Y advierto de antemano que
así como tras su muerte en la cárcel de la Inquisición en Sevilla, sacaron sus huesos para ser quemados (también los de Egidio, que había sido enterrado en la catedral) en el auto de fe de diciembre de 1560, para “borrar su memoria”, así desde hace años han querido de nuevo sacar sus huesos y llevárselos a otro auto de fe, en este caso a uno organizado por vaticanosegundistas para borrar su memoria “protestante” y convertirlo públicamente en un “católico evangélico”.
Esta propaganda se basa en la tesis de que los nuestros del XVI se fueron de la Iglesia romana, contra la que lucharon y ésta los persiguió a muerte, porque “aquella” iglesia no era la actual; en la actual se hubieran quedado muy a gusto. No sacan el corolario lógico, que entonces no son la misma, pero hasta ahí no llegan, pues eso lo rompe y desgaja todo. Quemaron sus huesos con llamas de lenguaje de calumnia y fuego real; hoy quieren de nuevo quemarlo con llamas de miel.
Morirse pensando en que sus dos admirados predicadores, Constantino y Agustín de Cazalla, están procesados y condenados por herejes, es para morirse penando. Carlos V en su retiro de Yuste murió así, y no lo hizo con beatífico semblante (mal que le pese al jesuita Laínez). (Tampoco murió su madre, la reina Juana I de Castilla –46 años encarcelada en Tordesillas, primero por su padre, luego por su hijo–, en beata concordancia litúrgica con Roma; mal que le pese al jesuita Francisco Borgia. Si estaba loca, ¿por qué empeñarse en una vida y muerte racional?)
Ahí vamos. El emperador muere viendo su imperio y su vida junto a dos protestantes. No era un tema menor. Pero lo han querido hacer menor, incluso que ni exista. No hubo Reforma en España, se dice, y se lo han creído. Claro que una Reforma como en Alemania, Ginebra u otros lugares, no es la que se da aquí. Eso es evidente. Pero que en España, medio siglo antes de que Lutero clavara sus tesis de discusión sobre las indulgencias, existía gran conocimiento y estudio de la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) en muchos círculos (por darle un nombre genérico), pues también es evidente. Y que las conclusiones sobre la obra perfecta de Cristo, su beneficio como único camino de salvación, la gracia, la inoperancia de méritos rituales, etc. se explicitan con un lenguaje “protestante”, pues también es evidente. Que todo eso estaba mezclado con múltiples fantasías y desviaciones religiosas, que al lado de personajes serios y fieles se dan otros sostenidos en sus fábulas, como ocurre siempre, pues es evidente.
Su propio hijo Felipe, en la conocida carta que envía a su hermana Juana de Portugal, tras la detención de Constantino y el maestro Blanco, nos indica su percepción de la situación. “Por cartas particulares he sabido que han prendido por la Inquisición a los doctores Constantino y Blanco y a otros algunos letrados. Y según esto, parece que lo de la herejía va muy extendida y fundada, y así conviene que se remedie con tiempo…” (16 octubre de 1558. Aparece como documento 50 en el 2º vol. de la obra de Tomás López Muñoz, “La Reforma en la Sevilla del XVI”, Sevilla, 2011. Este vol. de 580 pág. es todo documentación archivística; tiene 292 documentos.)
Otro documento (9 septiembre de 1558; puede verse como el 49 de la obra antes citada) extenso que muestra la percepción que entonces se tenía de la “Reforma” española es la carta que envía al papa el arzobispo de Sevilla, Fernando de Valdés, dando cuenta de la difusión de la “herejía” española.
Es una carta en la que, básicamente, viene a pedir dineros para sostener mejor a la Inquisición, pero que razona por el peligro extendido de la herejía española. Digo “española” porque así lo indica el propio Valdés, al referir la existencia previa de los grupos de alumbrados que no fueron sofocados a tiempo. “Considerados bien estos negocios, parece que no dejan de tener el principio de más lejos [vaya, que son de aquí]. Y que las herejías de que el maestro Juan de Oria fue acusado, y de los errores que vinieron, los cuales llamaban alumbrados o dejados, naturales de Guadalajara y de otros lugares del reino de Toledo y de otras partes, eran de la simiente de estas herejías luteranas…” Aduce que los inquisidores de esos momentos no estuvieron ni ágiles en la represión, ni bien enterados siquiera de las doctrinas (“no estaban prácticos de estos errores luteranos”). Igual pasa con el caso de Egidio, que tras su abjuración se dedicó a lo mismo que antes hacía, predicar esas herejías a sus grupos en Sevilla; y que los inquisidores no vieron la situación.
Toda la comarca del cabildo catedralicio de Sevilla (Écija, Niebla, Jerez, Reina, etc.), Valladolid, Toro, Zamora, Palencia, Logroño, y esto impregnando a todos los estadios de la sociedad, nobleza, clero, mercaderes, pueblo bajo, etc.; y por medio de literatura (que se conserva y puede seguir infectando). En fin, que la percepción no era de una simple cagada de mosca que, proveniente del despacho de Lutero, se hubiera despistado y dio en la blanca inmaculada sociedad española. Aunque nos han vendido, y algunos han comprado, algo así.
Cuando el profesor José Luis Villacañas en su ensayo
¿Qué imperio? (2008) presenta la comprensión de esa época de Carlos V en relación, entre otras cuestiones, con la vivencia religiosa
protestante de una parte de nuestro suelo, está mostrando un camino fructífero, desde luego nada transitado. (Sus investigaciones históricas previas;
Jaime I el Conquistador, 2003, y
La formación de los reinos hispánicos, (2006, ambas editadas por Espasa).
Cito extensamente al profesor Villacañas, creo que es conveniente. Al recordar la tesis de Bataillon de que en Sevilla está más Erasmo que Lutero en la iglesia disidente, y reconociendo que ninguno son sus fundamentos; “en efecto, pronto nos damos cuenta de que se trata de algo más complejo que alteraba la comprensión general del cristianismo tradicional. Tal cosa se descubre cuando vemos que el lema no es tanto la justificación por la fe, sino otro que circula de forma expresa o implícita por todos los espíritus hispanos espirituales. Se trata del `beneficio de Cristo´… El beneficio de Cristo no es solo la mera fe, sino [en palabras de Constantino] ‘una fe acompañada y encendida por la caridad´”.
“Esta actitud transformaba completamente el catolicismo español. Pues este, como es sabido muy tradicional, incluía dos religiones en sí: una que consideraba excelente seguir los
consilia evangélica [consejos] y otra que se atenía a la teoría de las buenas obras”. Esto es así, y creo que el mundo evangélico se pierde cuando desconoce este punto. Por ejemplo, la experiencia personal de Lutero no se puede entender sin este plano. “En realidad, consistía en la definición de un camino estrecho de perfección que exhortaba la
imitatio christi, realizando los consejos evangélicos de pobreza, castidad, desprendimiento y desprecio del mundo. En esto se cifraba la perfección evangélica… Sin embargo, el resto de los cristianos podía no seguir los consejos evangélicos y apartarse del camino de santidad. Su meta era sencillamente entrar en el Cielo y disminuir el Purgatorio y sus penalidades al máximo. Para ellos estaban las buenas obras. Estas poseían una estructura compensatoria. Puesto que quien no desprecia el mundo opera en él y asume sus valores, y por eso necesariamente peca, si quiere llegar al Cielo ha de hacer obras que compensen esos pecados. Esas obras, sin embargo, las debe realizar a favor de la Iglesia, pues sólo a ella compete acortar el tiempo del Purgatorio. Así que el sentido de las buenas obras es penitencial, por lo general compensa el pecado aunque no lo evita, y consiste en cumplir con ciertos mandatos canónicos, como limosnas, indulgencias y donaciones a la institución católica. De ahí que las buenas obras configuren una forma de ser que no contempla tanto la obediencia a los mandamientos, sino la compensación por sus violaciones”.
“’Quiero ir por otro camino’, ha dicho Constantino en su predicación sobre el salmo
Beatus vir [Sermones sobre el primer salmo de David; lo tenemos editado], su obra más vivida, intensa y apasionada. Allí habla contra los que aconsejan ‘al pueblo caminos anchos de la ley’ [curiosamente, ese es el camino de los méritos], de tal manera que hacen cristianos de nombre ‘y en la vida epicúreos’… La necesidad de romper esta dualidad en las formas de entender el cristianismo mueve a todos nuestros
herejes y todos ellos han asumido que la soledad es el precio que ha de pagar quien anda por el camino estrecho. ‘Lo ha de andar muy solo’, dice Constantino y en ello ve ‘cierta señal’, aunque en modo alguno asume que esta posición tenga gloria alguna”. Ante la oposición a este camino (el estrecho, el de la fe viva), en el que algunos objetarán que solo lo pueden andar unos pocos sabios y santos, Constantino afirma la verdad de la Escritura: es el único, y es para todos; quien está en Cristo, ya se halla en él. Esto es nuestra Reforma española. Me temo que una Reforma que desconocen en no pocos círculos evangélicos, los cuales funcionan con una teología más parecida a la de la Roma que repudian nuestros padres y madres del XVI.
“La gracia, el beneficio de Cristo es ante todo ‘lumbre de su palabra’. Todo esto cortocircuita tanto la centralidad de los mandamientos en tanto mero código —nadie puede justificarse al cumplirlos puesto que el hombre no es capaz de la perfección completa por sus propias fuerzas—, como de las buenas obras en tanto meros actos externos… En realidad todo el pensamiento de Constantino se centra en la Ley. Todo el segundo sermón es un comentario de este imperativo: ‘en la ley de Él pensará de día y de noche’, y toda la transformación que experimenta el ser humano por la gracia y la misericordia de Dios consiste en que esa Ley quede escrita en su corazón sin hipocresía y doblez… ‘La Ley del Señor esté en el corazón de los hombres’, y de aquí solo cabe esperar ‘un gran contentamiento en obrarlo’… Como el mítico libro
Del beneficio de Cristo, Ponce de la Fuente ha defendido la capacidad práctica del ser humano, pero solo tras la justificación de Cristo. No hay pelagianismo aquí y la doctrina brota cercana a la
Institución Cristiana de Calvino, publicada en 1539, aunque no quiero afirmar la influencia, sino la convergencia”.
“La gracia logra que entre la ley y el ser humano torne a existir un camino transitable: ni perfección
per se al margen de la ley, ni imposibilidad de cumplirla, sino ánimo práctico. Nada de libre arbitrio natural, sino libertad del cristiano
tras la liberación. Sólo entonces puede alcanzarse un verdadero conocimiento de la Ley y su realización. ‘Todo el cumplimiento de la ley… presupone el sacrificio de Jesucristo’”.
“Esta libertad, sin embargo, no es un asunto individual. Ofrece una certeza, sí, pero no para cualquier cosa, sino para cumplir la Ley… Puede ‘decir el sí aunque todos digan no’, pero no tenemos aquí a esa personalidad carismática que se siente superior y que sigue su propio criterio y juicio. El juicio personal del cristiano brota de la aplicación de la Ley y no la impugna en su contenido imperativo ni vale solo la propia conciencia [el autor pone en nota al pie “Desde luego no es este rasgo el menor a la hora de aproximar a Constantino Ponce con Calvino”]. El cristiano libre [ésta, ésta es nuestra Reforma] sigue su camino, a veces como Abraham, en la ‘soledad del escogido de Dios, sacado de su naturaleza, desterrado de sus parientes y conocidos’, y siempre está abierto a nuevos destierros… “La libertad del cristiano consiste en la disposición a despedirse del mundo como patria, pero también en la posibilidad de despedirse de la patria como mundo. Extranjeros y advenedizos, esa es la condición de la libertad y dignidad del cristiano. Puede hacer su casa en cualquier parte y sabe que Pablo llamó a los cristianos ‘desecho y basura del mundo’. Hay una disponibilidad al desarraigo y a la emigración, pero no es lo que desea el cristiano
per se. El justo desea vivir en paz con el prójimo y, en el tercer comentario sobre
el árbol plantado a las corrientes de las aguas, Constantino aborda la condición social del justo”.
Y para seguir en buena vecindad con los lectores, paro aquí. La semana próxima, d. v., seguimos con nuestra Reforma, al lado de Constantino. Seguro que aprendemos cosas valiosas.
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