Nuestra Iglesia cristiana católica está afirmada sobre roca, las otras sobre lodo suelto, aunque parezcan de granito, es una fantasía para engañar.
Al mentar a los jesuitas han aparecido cuestiones básicas, como la del libre albedrío. Gustará más o menos, pero la Reforma y la ética protestante se asientan en el servo arbitrio, no hay otra. Luego eso se puede estudiar y explicar, pero no hay otra.
Se ha presentado, lo que es evidente, que el jesuitismo dentro de la Iglesia romana es el más claro mentor de esa posición necesaria para salvarse por obras. Les pongo algunos datos del propio Ignacio. Esto se puede encontrar con facilidad, al final de sus
ejercicios ordenó 18 “Reglas”, entre ellas, la 1ª, “Que depuesto todo juicio, debemos tener ánimo apropiado y dispuesto para obedecer en todo a la verdadera esposa de Cristo nuestro Señor, que es nuestra santa madre Iglesia jerárquica”; o la 4ª que “es de alabar mucho la vida religiosa, la virginidad y la continencia, y no tanto el matrimonio como ninguna de éstas”. La 5ª, donde se deben alabar “otras perfecciones de supererogación”. También otras en las que se insta a alabar las supersticiones propias del papado: reliquias de santos (“haciendo veneración a ellas y oración a ellos”), peregrinaciones, indulgencias velas encendidas en las iglesias, ayunos, abstinencias, cuaresmas, vigilias, penitencias (mejor las externas); los ornamentos de las iglesias, las imágenes (“y venerarlas según lo que representan”), etc. En la 11ª se prefiere a los escolásticos antes que los “positivos” (Jerónimo, Agustín, Gregorio, etc.).
La 13ª es básica, junto con la 1ª. “Debemos siempre tener para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina”. Pero sobre eso del libre albedrío, precisamente en estas reglas finales se dice en la 14ª, “Dado que sea mucha verdad que ninguno se puede salvar sin ser predestinado y sin tener fe y gracia, es mucho de advertir en el modo de hablar y comunicar de todas ellas”. Luego en la 15ª, “No debemos hablar mucho de la predestinación por vía de costumbre; mas si en alguna manera y algunas veces se hablare, así se hable que el pueblo menudo no venga en error alguno, como algunas veces ocurre, diciendo: Si tengo que ser salvo o condenado, ya está determinado, y por mi bien hacer o mal, no puede ser ya otra cosa; y con esto entorpeciendo se descuidad en las obras que conducen a la salvación y provecho espiritual de las almas”. Y sigue en la 16ª, “De la misma forma es de advertir que por mucho hablar de la fe y con mucha intensidad, sin alguna distinción y declaración, no se dé ocasión al pueblo para que en el obrar sea torpe y perezoso, sea antes de la fe formada en la caridad o sea después. Y en la 17ª se avisa que “No debemos hablar tan largo instando tanto en la gracia, que se engendre veneno para quitar la libertad. De manera que de la fe y la gracia se puede hablar cuanto sea posible mediante el auxilio divino, para mayor alabanza de su divina majestad, mas no por tal suerte ni por tales modos, mayormente en nuestros tiempos tan peligrosos, que las obras y el libre albedrío reciban detrimento alguno o se tengan por vacios (=nada)”. Para unos esto es roca, para otros, lodo suelto. Existe un
ecumenismo tanto en la roca como en el lodo. Ya viene el aguacero.
Disculpen la cita larga anterior.
Sobre el papado y el jesuitismo siempre se cita la supresión de la orden por Clemente XIV en 1773 (él mismo había estudiado con los jesuitas). Este es un momento de debilidad del papado, que tiene que sacrificar su mejor ejército. Así lo dispusieron los poderes políticos del momento. Es normal, si los Estados Pontificios son parte del juego, pues a veces se pierde. La cosa no se paró ahí. El sucesor de Clemente, Juan Ángel Braschi (Pío VI, 1775-1799), también gran seguidor del jesuitismo (no los reinstaló, pero sí liberó a su general, preso en los propios Estados Papales), por no plegarse del todo a los deseos de Francia, fue llevado preso, y murió como tal. En Francia la iglesia “institucional” le negó entierro sacro, y la autoridad describió su muerte como que “ha fallecido el ciudadano Braschi, que ejercía de profesión de pontífice”. Una roca. ¿Cuántos entresijos, miserias, traiciones? ¿Por qué se olvidan esas cosas, esas situaciones, esas declaraciones? ¿Cómo se puede afirmar que eso tenga algo que ver con nuestro Pedro?
El sucesor del papa muerto preso, al principio tuvo algo de favor con las aplicaciones de gobernanza de Napoleón (que ya está por ahí); incluso aceptando, cuando era cardenal (nombrado a los 42 por su familiar Pío VI), someterse a la República Cisalpina que había creado Napoleón. La elección de este papa, Barnaba Chiaramonti (Pío VII, 1800-1823), se produjo en el exilio, luego de haberse decretado que “ya no habría más papas”, con Roma tomada, en Venecia. Una curiosidad, que esto era común, el emperador Francisco vetó a dos cardenales; es decir, que eso pasaba. Una roca. (El “espíritu santo” solo podía elegir a los no vetados.)
Pío VII tenía su tiara con su triple corona y todo, pero estaba a las órdenes de las potencias del momento, como siempre. Lo que pasa es que en estos tiempos convulsos, las fuerzas no tenían un solo color. Con el noble Napoleón es llevado a Francia para coronarle. Allá que va. Pero ese Napoleón conoce algo de historia y sabe de lo peligros de esas manos coronando su cabeza; que esté presente, que unja y bendiga, pero me corono yo mismo. Así lo hizo. Y también corono a mi esposa Josefina; el papa que contemple y acepte, y sepa quién manda. Una roca. Al final tampoco sirve de mucho, Napoleón ocupa Roma en 1808 y se anexiona los Estados Pontificios. Pío VII, prisionero a Francia. Algo es algo, las circunstancias dan para una nueva advocación de su María.
Este papa es relevante en cuanto muestra la naturaleza de la institución. Un poder terreno más.
Cuando Napoleón es derribado, se levanta el antiguo edificio. No un solo absolutismo, sino varios. Y ahí están de nuevo los Estados Pontificios, ratificada su existencia, aceptados en el orden internacional que se crea en los congresos de Viena (1814), Verona (1822) y Chieri (1825). Este papa, por supuesto, en el nuevo tiempo y para el nuevo orden recupera a su ejército, los jesuitas, en 1814.
Hizo más. Como en este tiempo se están liberando las naciones americanas, pues él les insta a que sigan bajo la bota del Felón. De 1816 es su encíclica
Etsi longíssimo terrarum, donde los obispos y clero “de la América sujeta al Rey Católico de las Españas”, deben frenar las ideas de libertad, “los gravísimos prejuicios de la rebelión, si presentan las ilustres y singulares virtudes de Nuestro carísimo Hijo en Jesucristo, Fernando, Vuestro Rey Católico, para quien nada hay más precioso que la Religión y la felicidad de sus súbditos”. (A mí no me miren, que eso lo escribió él.)
Hizo más.
Como en el congreso de Viena se asumía lo pernicioso de las libertades sociales de las que era sujeto y defensor los Estados Unidos de América, pues contra ellos vamos. Era tierra de misión. El primer jerarca de la Iglesia romana, John Carrol (1735-1815), este papa lo nombró arzobispo en 1808. Por un lado se niega la esencia de esa nación, por otro se lega su presencia con un nuevo lenguaje adecuado a las circunstancias. Sí, Carrol era jesuita. Empiezan las escuelas, la formación, la falsificación de la Historia.
El Banco Central y luego la Reserva Federal, por ahí andan los que casi nadie los ve cuando andan.
Con Ronald Reagan, el primer embajador ante la Santa Sede. Sí, muy romanista. Buenos amigos. Buenas migas. Lodo suelto. Nada de protestantismo, nada de la fe de los padres fundadores, ahora buscan lo que Pablo repudió. Se cae la pared, y arruina a todos los que se cobijaron bajo su apariencia. Ecumenismo en el lodo, otros en la roca. Ése es el nuestro.
Una cita más. William Shaw Kerr en
A Handbook on the Papacy, 1950, se preguntaba algo que es vigente. Ante las proclamas de libertades, de democracia, etc., que se hacía desde el Vaticano, incluso apareciendo como el lugar de la moral cristiana a donde se necesita “volver” para mostrar al mundo un verdadero cristianismo; y todo eso casi en los escombros de la guerra; “Es difícil entender cómo puede el Papa reclamar ser el vicario de Dios después de los mostrado en la guerra… Ese vicario de Cristo no tenía sino la posición de neutralidad [cuando, dicen ahora, estaban las fuerzas satánicas luchando contra Dios]… Su “absoluta imparcialidad hacia los combatientes” [14 marzo, 1942]… Cuando la conciencia de la humanidad se asombra ante el ataque cruel de Mussolini sobre Abisinia… cómo excusar el silencio del Papa”… Etcétera.
No les cito más, porque es solo un ejemplo de cómo se olvida lo evidente. Pues ya está la memoria recuperada, son barro malo, lodo suelto.
Te seguirán procurando engañar con las argucias de las obras. Verás a un jesuita (o de otra orden, pero esta es la que tocamos) luchando contra la pobreza en un barrio marginal; muy bien. Verás un misionero unido a una guerrilla de liberación en algún lugar; muy bien (o mal, dependerá). Pero esos luchadores contra las opresiones son el camuflaje para ocultar a los suyos que están provocando esas penurias, esas dictaduras, desde despachos y guiando la mano que firma las leyes opresoras.
Han quedado al descubierto; no te fíes ni te pongas a su lado, que la pared ya no aguanta, que viene el aguacero. Con nosotros, en la roca. Nuestro Redentor siempre vence, y nos lleva a la victoria con él.
La semana próxima, d. v., a ver qué hicieron esos jesuitas en el reino de Navarra y los otros territorios protestantes de la reina Juana de Albret.
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