Para las nuevas generaciones el concepto de La Verdad ha dejado de ser una noción puramente intelectual. En la actualidad, lo que creo ha dado paso a lo que vivo. Es por ello, que
expresar una verdad que no encarno, se convierte en ruido para nuestros receptores del siglo XXI.
Jesús usó el modelo hebreo de enseñanza, aun cuando tenía a su alcance el modelo griego. Hemos inspirado nuestro sistema educativo actual en el prototipo griego, y lo desarrollamos tanto en la escuela como en la iglesia. Es desde este modelo que explotamos una y otra vez la práctica de sentar a los alumnos de manera pasiva, para que simplemente escuchen al orador. Estamos convencidos de que la sola transmisión de información moldeará el carácter. Sin embargo, como afirman los autores de “Raíces, Pastoral Juvenil En Profundidad”:
“El Maestro por excelencia no usó los medios de forma arbitraria sino que solamente utilizó los que le ayudarían en la consecución del fin que se proponía... si Jesús llevó a cabo su trabajo con los doce de esa manera, ¿podemos permitirnos el lujo de hacerlo de forma diferente?”
Cuando leí “Plan Supremo de Evangelización” del profesor Robert E. Coleman, descubrí que imitar a Jesús en el área de discipulado es posible si diferenciamos métodos y principios. La reproducción del método rabínico que Jesús usó, donde el discípulo vivía con su maestro las 24 horas del día por tiempos prolongados, es de difícil desarrollo en nuestra cultura. Sin embargo,
hay principios universales detrás de este método que Jesús usó, como el pasar tiempo con tus discípulos en el contexto de la vida real.
Aunque el Maestro se valió de la transmisión de información para su objetivo, usó de mucho más, pues el concepto de discipulado desde el ejemplo de Jesús es transmisión de vida, y hace falta más que oratoria para ello.
Estoy convencido de que la iglesia, en el cumplimiento de la Gran Comisión, necesita seriamente cambiar la imagen del alumno por el del aprendiz. Nos ayudaría volver a recuperar el valor de aquellos antiguos gremios medievales donde uno se formaba a los pies del maestro en el contexto de la vida cotidiana.
Además, con respecto al discipulado actual, he observado que
en muchas tradiciones cristianas la gran comisión ha sido sustituida, en el mejor de los casos, por la transmisión de las 4 leyes espirituales y en el peor, por la domesticación. Es decir, enseñamos a los discípulos a moverse en nuestras subculturas evangélicas y cuando aprenden a levantar las manos o permanecer quietos en reverencia (según la denominación), a asistir fielmente a los programas regulares y a diezmar u ofrendar, damos por finalizados nuestros objetivos.
Nuestro llamado a hacer discípulos debe recuperar el sentido de acompañar en el Camino, y esto implica no quedar atrapados en nuestros eventos y estructuras, sino ser capaces de reconocer la singularidad de la experiencia de cada discípulo.
El fracaso de la teología por trasmitir vida debería sacarnos más frecuentemente de nuestros púlpitos. De esta forma podremos convertirnos en estructuras de credibilidad, encarnando esa verdad que tan bien proclamamos y proveyendo unas relaciones significativas que recuperen la transmisión de vida al estilo de Jesús.
La invitación de Jesús es “Sígueme”, y como bien dice mi amigo Félix Ortiz, debemos preguntarnos “¿a dónde?”.En artículos anteriores nos hemos acercado al concepto de pecado y de salvación, señalando que nuestro Salvador apareció para restaurar todo lo que habíamos estropeado. En las Escuelas Vivenciales, en las que dialogamos sobre los temas de esta serie, decimos con frecuencia, que Jesús nos invita a colaborar con Él en el proceso de restaurar el universo hacia aquello que debió ser y que el pecado no permitió. ¿No crees que este es un proyecto por el que merece la pena entregar nuestras vidas?.
Ser y hacer discípulos es un camino que se recorre, es el proceso dinámico de ir juntos tras Jesús con el fin de que su carácter sea formado en nosotros. No se trata solamente de llevar a las personas a una oración, y no es enseñarles a moverse por las tradiciones a las que pertenecemos, por legítimas que sean. Un discípulo colabora con Jesús en su misión en el mundo, mientras él desarrolla en nosotros el hombre nuevo.
Es fácil señalar como poco comprometidos a los jóvenes que abandonan sus comunidades cristianas, pero a veces ignoramos que no entender la esencia del discipulado nos ha llevado a ofrecerles un proyecto por el que no vale la pena morir, y a veces ni siquiera vivir.
Si eres de los que crees que la Gran Comisión es para cada seguidor de Jesús, entonces no podemos escapar de las preguntas: “¿a quién estoy discipulando? y “¿en qué ejemplo estoy basando o basaré mi estilo de discipulado?”.
En las entregas pasadas hemos visto que la perspectiva integral de la salvación, reforzada por una espiritualidad que es capaz de conectar con Dios en la vida cotidiana, nos ayudarán a vivir la misión como un estilo de vida. Pero todo ello será muy difícil si no recuperamos los principios de discipulado del Maestro. Y mucho más, cuando la verdad para nuestros jóvenes, ha dejado de ser un concepto, y tienen que verla encarnada para reconocerla y aceptarla.
Tenemos el reto de acompañar a esta generación en su peregrinaje espiritual, y esto, no es necesariamente ofrecer más estudios y actividades, sino, como nos recuerda el cuadro de Jesús en el camino de Emaús, es bajar a la realidad en la que viven para acompañarles (Lucas 24:14), ministrar sus corazones (Lucas 24:32) y hacer relevante la Palabra de Dios en sus vidas (Lucas 14:25-27).
El siguiente video creo que ayuda a entender mejor las ideas expuestas:
Para los que quieran profundizar en la práctica de un acompañamiento espiritual que no se basa en programas, eventos y actividades, les aconsejo el
curso gratuito de Raíces aquí.
Este artículo forma parte de la revista P+D Verano/05,descárgala aquí (PDF).También en ISSUU:
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