El domingo es cuando los cristianos menos se parecen a sus vecinos: ese día cantamos, expresamos la fe con diferentes posturas y escuchamos sobre la Biblia. Sin embargo, el resto de la semana, apenas nos diferenciamos de los no cristianos en nuestros trabajos y universidades. La diferencia es menor si estos no cristianos tienen educación y no dicen palabrotas. El impacto que creemos que necesitan solo lo experimentarán si logramos que nos acompañen a escuchar a un buen predicador, cosa que cada día se hace más difícil.
En la entrega anterior, hablamos de recuperar una espiritualidad integral. Liberarnos del dualismo sagrado/secular nos ayuda a conectar con Dios no solo el domingo, sino también el lunes, no solo en el edificio donde nos reunimos, sino también donde trabajamos o estudiamos. Con esto en mente, creo que abordaremos mejor la revisión de nuestro concepto de misión, pues quiero referirme a él en el contexto de la vida cotidiana.
Escuché en Inglaterra al escritor Rick Warren decir que
hemos cortado las manos y los pies al cuerpo de Cristo y lo hemos convertido en una gran boca.
Creo que en gran parte de la iglesia de occidente, el concepto de Misión, sufre el reduccionismo de ser solamente la proclamación de las buenas noticias, y ello, desde el puro estilo de la oratoria griega. Cuando la misión se reduce a llevar a personas al cielo a través de la predicación, acabamos percibiendo como secundario aspectos claves del ejemplo de Jesús.
Necesitamos ser conscientes de las consecuencias de este reduccionismo en un mundo post-moderno, que como afirma el apologeta Ravi Zacharias : “oye con sus ojos y ve con su corazón”. El mensaje desde nuestros púlpitos, por muy ortodoxo que sea, es para esta generación un escaparate más y ni siquiera el más importante. Se trata para muchos de más ruido. Las estrategias de comunicación que nos sirvieron para el modernismo ya no tienen el mismo impacto para una generación plural y global, bombardeada de mensajes y promesas cada día.
Se ha hablado mucho de los peligros de la era post-moderna para la iglesia, sin embargo, creo que el mayor reto es que vamos a tener que recuperar el modelo de misión de Jesús, al menos, si queremos alcanzar a esta generación con el evangelio. Sin un contexto de credibilidad, las palabras, por más ciertas que sean, carecen de autoridad y poder visible para este siglo. Jesús pudo decir “si no creéis mis palabras creed mis obras”, porque en él ambas cosas son dos caras de una misma moneda.
La proclamación del Reino (verbalizar el evangelio) y la demostración del Reino (la manifestación del Amor en un mundo roto) deben ser inseparables en nuestros días. Se trata, usando el ejemplo de Warren, de añadirle pies y manos a la boca, lo cual significa mucho trabajo para una iglesia tan acomodada.
Nuestro concepto de pecado determina nuestro concepto de salvación, y nuestro concepto de salvación, determina nuestro concepto de misión. Ya hemos visto que el pecado ha traído ruptura con Dios, con nosotros mismos, con nuestro prójimo y con el medio ambiente y que esto ha llevado a que Jesús venga a restaurar todo lo que hemos estropeado. La muerte y resurrección de Jesús hace posible que formemos parte de una nueva humanidad, la cual se caracteriza por la misma vida de Cristo en nosotros.
Además, no se trata de nuestra misión, sino de la misión de Dios, El es el gran Restaurador que invita a la Iglesia a colaborar en la construcción de su Reino, y como él mismo nos enseñó, el Reino se establece cuando su voluntad se lleva a cabo en la tierra como en el cielo.
Nuestro mensaje es Jesús mismo, y él ha decidido darse a conocer desde nuestras vidas, y lo hace como siempre lo hizo, con palabras y obras. Esta perspectiva nos permite levantarnos en la mañana y vivir en clave misional las 24 horas del día. Convierte nuestros lugares de estudios, trabajo y vecindarios en oportunidades de ser agentes de restauración. Libera la misión de la exclusividad de un evento o profesionales para integrarla en lo cotidiano de cada cristiano.
Es el sueño de millones de jóvenes que repartidos por el globo han encontrado su identidad en Jesús y han convertido el evangelio en un manual para imitarle. Han entendido que el Espíritu está restaurándoles con el propósito de que Cristo sea formado en ellos. A la vez son enviados a tiempo completo a vivir como él vivió, independientemente que estén estudiando, trabajando o paseando. Es un sueño por el que merece la pena vivir y también morir y que parte de encontrar nuestra identidad y misión en Jesús.
La base para lo que trato de expresar la volvemos a encontrar en la encarnación. Jesús dijo “como el Padre me envió así yo os envío” y al mirar al Misionero por excelencia nos damos cuenta de que él se ha hecho presente en medio de nuestra necesidad, y no solo ha estado ahí, sino que ha llegado al punto de identificarse con nosotros. Aún podemos identificarnos con otros sin cambiar su realidad, pero Jesús entregó su tiempo, su vida para transformar nuestra realidad. La presencia, la proximidad y la entrega hacen que las palabras de Jesús para este mundo sean palabras de autoridad, y él ha dicho “os envío de la misma manera que yo fui enviado”.
La iglesia de hoy enfrenta el reto de salir de la burbuja para experimentar presencia, proximidad y entrega en un mundo roto, al menos, si quiere tener autoridad para proclamar verbalmente las buenas nuevas a la generación del S.XXI, cosa que a mi entender es necesario y urgente.
¿Qué aspectos del discipulado nos ayuda a formar cristianos misionales?, ¿qué tendremos que revisar en nuestra eclesiología y liderazgo para liberar a estos agentes de restauración en un mundo roto?, en las próximas entregas trataremos de ofrecer elementos para el diálogo de estos asuntos.
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Este artículo forma parte de la revista P+D Verano 04, que puedes leer a continuación odescargar aquí (PDF).
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