La sociedad en que nos ha tocado la suerte o la desgracia de vivir .y que todos de alguna forma, consentimos- emplea más que otras, un idioma: el numérico.
Más que frases claras hay sólo cifras. La amistad y el amor se miden con invitaciones y regalos; el éxito, a tenor de los ingresos; la admiración por los metros cuadrados de piscina; la bondad, por el monto de la limosna y no de la justicia; la importancia en los medios de comunicación por los millones robados; el glamur en las revistas del corazón, por la cantidad de amores conquistados y abandonados.
Y ya no nos asombramos de leer que altas personalidades están embarulladas en sucísimos negocios o que puestos principales y principales apellidos son el pedestal de fortunas principales. Los dineros públicos, han sido antes dineros privados, y nadie tiene el derecho a desviarlos. El silencio tantas veces comprobado de la administración pública, así como quienes no salen a explicar claramente si han tenido sobresueldos ilegales, no supone impunidad.
Desde el Corazónsé que el bien común es un concepto vago, cuando no se construye sobre la ética y justicia cristiana, y siempre corre el riesgo de ser definido por cuatro sinvergüenzas. Y de esto ya hablaban los profetas de antiguo.
La política sin ética me da asco. Porque manipula y tergiversa las pasiones honestas del ser humano (igual que el futbol, y de ello .pues el futbol me gusta. escribiré otro día; pues hasta los políticos dicen que este deporte es un bien común): el amor al partido y a sus representantes.
Se nos está diciendo desde largos meses ya, que hay millones de millones de déficit y deudas; pues que las salden los caraduras que las han ocasionado o, en última instancia los socios afiliados a partidos o sindicatos que lo deseen, pero jamás los contribuyentes. Que aprendan de las Iglesias Evangélicas y sus fieles que se lo pagan y sostienen todo: culto, sostenimiento, obra social y decenas de actividades más de caridad bien entendida.
Que las deudas del Gobierno, de ciertas Cajas y Bancos tengamos que pagarlas los contribuyentes, es como mínimo un timo, gracias a unos cuantos ladrones descarados aunque enmascarados. Y si reconocieran tal corrupción de guante blanco, debe-rían hacer como el bajito grande Zaqueo, personaje bíblico, que cuando reconoció por el poder transformador del Evangelio, que había defraudado, robado y cobrado impuestos por él mismo urdidos, devolvió su capital y a los engañados con intereses y todo. ¡Cuántas cuentas pendientes tienen tantos con los defraudados!
Eran tiempos aquellos que los hombres hablaban menos de “vivir su vida” y más de ser honrados. No se preocupaban tanto como nosotros de asuntos económicos y políticos, pero tomaban más interés por las cosas espirituales y morales.
Ahora, desde que la atracción del Cielo –influencia también de los que no tienen interés en la justicia divina‑ se ha debilitado para muchos hombres, y estos mismos se han desengañado de los tejes y manejes de la también Banca Vaticana, el apego a la tierra se ha intensificado, como era de prever. Al intento de madurar en honradez integral ha sucedido el de buscar riqueza y poder.
El ídolo de nuestra época no es el santo, sino el hombre que “triunfa” y “sabe engañar”. “Desde el Corazón” pienso que el poder, la riqueza y el bien común son ideales legítimos, pero con ciertas garantías que –a la vista está‑ suele ignorar el mundo moderno. Esas garantías se nos revelan de forma práctica en todos los aspectos de la vida de Jesús, desde sus recónditos años en Nazaret hasta su pode-rosa ascensión a la vista de muchos.
Un divino poder que se trueca en sirviente, un maestro que acepta ser discípulo, un conciudadano que se gana el respeto de todos, un riquísimo Señor que se hace pobre para enriquecer al pueblo. Todos los poderes políticos, sociales, industriales, económicos y religiosos deberían someterse al poder que los gobierna y regula según los designios de Dios, antes de reclamar su derecho a sobrevivir. El poder no ha de ser refrenado meramente desde abajo, porque el mismo poder humano, trata de manipular al pueblo, ni mediante el reto anarquista o el golpe revolucionario, sino que ha de ser limitado desde arriba.
A los poderes terrenales se les puede pedir que obedezcan al Poder superior a ellos. Sólo podrán pedir obediencia a su autoridad cuando obedezcan los deseos de su autor y reverencia cuando ellos veneren a Dios.
El divino Jesús fue el único ser en la tierra a quien todos, ricos y pobres, amos y criados, poderosos y débiles, siervos o magistrados, pueden reclamar como propio y decir verdaderamente de Él “salió de nuestras filas y es de los nuestros. Él es el modelo a seguir”.
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