Tras su convalecencia por su herida en la lucha por retener bajo sus secuestradores el reino de Navarra, Ignacio va poco a poco convirtiéndose. En eso ayuda alguna visión de alguna virgen, sus visitas a santuarios y su final llegada a Roma. Va “convirtiéndose”; va haciéndose un hombre nuevo según su camino. Se va “fabricando”. Un nuevo soldado, con nuevas armas, con nuevos señores. No está ya solo, tiene unos compañeros de camino, de su camino. El modo, método, de su conversión lo escribe y lo propone a otros. Son sus ejercicios espirituales.
Ha visto en la “visión de la virgen del Camino” que el Padre los ha entregado como compañía, de compañeros, a su Hijo. Hijo que va con la cruz pesadamente, (lo pongo en mayúscula por formalidad literaria). Ha nacido una nueva religiosidad, la ignaciana, pues se trata de Ignacio, de su mente y criterio. Ha sido entregado por Dios a sus propios caminos. Su camino lo propone a otros, y oyen su voz, y le siguen. La historia inicial: Caín ofreció su ofrenda. Una ciudad, una compañía, una cultura, que se fabrica su religión, que fabrica un Padre, un Hijo y un Espíritu, conforme a su imagen y semejanza, en este caso, la de Ignacio. Añadan, por intercesión de su María, y tienen la imagen completa.
Estaba nuestra iglesia chiquita guardada por su Salvador, y preparada para la hora de las tinieblas (así lo pone Juan Pérez), cuando llegaron a Sevilla los primeros jesuitas. Era ciudad rica y libre, y había hueso para nuevos perros, pero una nueva orden mendicante siempre despertaba recelos en los que ya tenían la mano llena en casas amigas. En 1558 ya cuentan con casa profesa. Adaptados a la ciudad, su iglesia la fabrican de la Anunciación, 1565. Que su María debe estar cercana. María y purgatorio, no se olviden nunca al tratar el papado. Indulgencias, intercesiones, ya dijimos en artículo anterior, secuestros de almas y solicitud de rescate. Miren al nuevo papa; siempre por mediación de su María. Y no es algo medieval esa mariolatría, que la mayoría de apariciones y advocaciones corresponden al siglo XX, y siguen. El anterior llama a su María “arca de la alianza en el cielo”. Y el anterior, que “ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida”. Como es “reina de todo lo creado”, a nada que se descuide, le consagran una nación o toda la humanidad.
¿A qué habían venido a Sevilla? ¿No estaba aquí el mismísimo centro de la Inquisición? ¿No servían los dominicos? Pues vinieron a luchar contra la Reforma protestante. Es muy esclarecedor el dato.
La Reforma está dentro de España; y estos jesuitas notan que no se le está atacando correctamente. Para eso están ellos. Intervienen en el cabildo catedralicio; en la vida de la ciudad, camuflados de amigos. Luego salen en procesión con su victoria, para que todos vean, para que muchas casas apoyen su causa. (Del mismo monasterio de San Isidoro se afirma que, tras la infección protestante, se pidió a los jesuitas que ayudaran para el futuro.)
De la presencia jesuita en Sevilla, para luchar contra la Reforma y contra sectores de la propia iglesia romana que ellos consideraban que no actuaban correctamente, tenemos estudios muy valiosos. Los de Stefanía Pastore, sin duda; y los de Gianclaudio Civale (Chiesa e Inquisizione nella Siviglia del secolo XVI. 1500-1566. Tesis doctoral, no ed. 2006), su conferencia en nuestro congreso intrnacional sobre Reforma Española (2011, universidad Complutense), “Canónigos, inquisidores y jesuitas en la Sevilla de la Reforma, 1558-1564”, sencillamente extraordinaria; por citar algunos.
Cuando
pasamos a su actuación en la Reforma “europea” (tras liquidar, bueno, liquidar, no, que a esa iglesia chiquita no la liquidaron, en ella estamos), los encontramos también cercanos. La semana que queman parte de la iglesia en Sevilla, incluidos los restos de nuestro Constantino de la Fuente, hace profesión de fe cristiana protestante nuestra reina Juana de Albret (sí, nuestra). Ya rondan los jesuitas. Camuflajes y artimañas; que esa reina es una fiera contra la Inquisición, contra el papado y contra el jesuitismo (había estado en el coloquio que participó Laínez). Hay que liquidarla, que nadie se acordará del método (sea furto o trato, como propusieron antes contra su reino) si el éxito final es rendir su reino a los pies del príncipe de los Estados Pontificios. ¿Saben? Ese príncipe pretende tener el poder de liberar legalmente a los ciudadanos de otro reino de la obediencia que deben a sus gobernantes y de ofrecer el reino a quien lo tome por las armas y lo sujete en obediencia al papado; así hicieron con los padres de la reina, y procuraron con ella misma. Eso es el papado.
Los jesuitas contra nuestra reina, (contra su hijo, el rey Enrique) luego contra su hija; con todo tipo de artes malignas; al final, por mano de su nieto, el instrumento de los jesuitas, el rey Luis XIII, consiguen derribar sus trabajos y acabar con el reino de Navarra. Miserables. De pie, gente libre.
En el congreso citado antes sobre nuestra Reforma, quise presentar la oposición entre el modelo de redención, o conversión, del pecador que presenta Ignacio en sus ejercicios y el mostrado por Constantino en su “Confesión de un pecador”. (Esa obra, de corta extensión, se puede bajar en
www.iprsevilla.com) Digo esto porque tuve que leer y estudiar mucho sobre esos ejercicios y sus aplicaciones.
Los ejercicios ignacianos son la expresión de la propia experiencia de Ignacio, que luego él la propone a sus compañeros. Han sido usados por todas las secciones de la Iglesia romana, no solo por los jesuitas, aunque ellos sean sus principales mentores. Se tiene que disponer de 30 días para realizarlos. Es imprescindible un director, y que se realicen en un retiro. Están escalonados en cuatro partes, y reflejan un método de carácter psicológico. Tienen un lenguaje muy “evangélico”, y presentan una modalidad de conversión que, modificando alguna referencia, podrían usar como esquemas en no pocas iglesias evangélicas. El papado sigue vivo y activo porque muchos protestantes tienen el mismo sustento: un evangelio de obras.
Ignacio presenta el antiguo evangelio de la serpiente, pero con el nuevo lenguaje que se está usando en la Reforma; se camufla en ese lenguaje. Conversión integral; nada de ritualismos, sino experiencia religiosa (aunque si para eso necesitas algún ritual, vale); ser uno mismo; nuestra decisión es imprescindible; el Señor nos dará su fuerza si le dejamos hacerlo; ¿les suena? Pues eso son los ejercicios espirituales de Ignacio. Es una técnica de conversión. Tras su aplicación, sales una nueva persona. Cuando en las iglesias evangélicas se dice que hay que tratar a los niños porque es más fácil convertirlos; o que si cada creyente hiciera unas horas de evangelismo; o que si cada creyente trae a la iglesia a un amigo; o que si hacemos tal cosa tendremos tales iglesias fundadas, o tantos convertidos; etcétera; pues eso son los ejercicios espirituales ignacianos. Son el evangelio que dice que Cristo no puede salvarme si no le dejo; que la voluntad del pecador es esencial para “aceptarlo”; que puede ser Señor de todo, pero no de mi voluntad, que sobre ella mando yo. El muerto, parando la resurrección.
Miren a Ignacio en este cuadro. (Pertenece a la iconografía que produjeron en su casa e iglesia en Sevilla. Esas dependencias, tras su expulsión, se usaron como edificio de la Universidad de Sevilla, hasta 1956.)
Se trata de Ignacio y la eucaristía. Esa imagen es pedagógica, como la mayoría de la iconografía jesuita. No hay santa cena; no hay comensales; no hay comunidad; solo está la nueva autoridad religiosa, para establecer el nuevo orden religioso. ¿No propone la Reforma la individualidad, la salvación no por pertenecer a una comunidad, sino por “decisión” personal? Pues aquí lo tienen. El modelo “protestante” de salvación, compuesto ahora por Ignacio. Este es el verdadero. Él está controlando la exégesis; y lo propone al espectador. La Escritura está (en los ejercicios se usan textos bíblicos, en algunas aplicaciones, en abundancia), pero la mano de Juan tiene que escribir según la autoridad de Ignacio. Él define la eucaristía. La experiencia personal, por encima del texto y de la comunidad ¿les suena? A
cristo se le come “individualmente”. Ignacio dispone cómo comer y qué comer: ha fabricado un
cristo para
su conversión. Eso son los ejercicios; eso es mucho evangelio “protestante”.
Cristo se da a través de Ignacio. En los ejercicios no se dice de momento, pero está implícito el proceso. “Con esta técnica te salvarás”; y en ella se cuenta de entrada con la autoridad jerárquica. No solo en la presencia necesaria de un director, sino en la validez del texto por la autoridad de su fundador. De todos modos, se enfatiza que esos textos no se reciben sino por la propia experiencia, se tienen que “actualizar” en tu vida. Tú tienes que ser el “dueño” de tu conversión; no te puedes convertir por la experiencia de Ignacio, él solo es un ejemplo; ¿les suena? El problema es que el mundo evangélico no pocas veces ha hecho a Cristo una especie de Ignacio, para enseñarnos una técnica, y con ella luego nosotros
nos convertimos.
Este segundo cuadro (junto a estas líneas) donde se ve a Ignacio con el niño Jesús (también de los jesuitas de Sevilla), es todo un ejemplo de lenguaje. Las imágenes, el teatro, los gestos, han sido siempre un instrumento fundamental en la enseñanza jesuita. (Es porque se enfatiza la primacía de la voluntad sobre el intelecto; en la imagen se “mueve” la voluntad. Por eso el “evangelio” de la voluntad requiere imágenes que dirijan los sentimientos. Ay miseria, esos cultos de “decisiones”.) Pero en este caso les ha salido mal.
Lo que queda es un cristo en manos de Ignacio. Eso es el fundamento de los ejercicios espirituales. Eso es el papado. A partir de eso, pon lo que quieras. Hubo uno (Cristóbal de Vega, 1595-1672) que escribió que en la eucaristía se comen a su María; que realmente cristo la instituyó para poder “regresar” y estar de nuevo en las entrañas maternas. Que sigue amamantando en la eucaristía. Por supuesto su María estaba en la última cena, pero no en el mismo sitio que los otros, sino en aposento adjunto, y su Pedro le llevó la eucaristía, y cosas semejantes.
Pero la imagen es expresiva. Vean el efecto de una simple gotera. Todo el evangelio de la serpiente antigua se viene abajo con una simple gota de agua. El que está en los cielos se ríe de ellos. De los del papado y de sus “hermanos” evangélicos.
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