Estudiar tres años de posgrado y terminar con un M.A. en Filosofía me ha dado, entre otras cosas, el dolor de cabeza de luchar con cosmovisiones por más tiempo del que me gustaría.
“Cosmovisiones” es una palabra que nadie usa que simplemente significa ‘formas de ver el mundo’.Digo luchar porque, sin buscarlo demasiado, algunas de esas formas se tomaron turnos para tratar de desarmar mi mundo.
Recuerdo noches, después de salir de clases de tres horas sobre Kant o Nietzsche, en las que tenia que para el coche para luchar con la pregunta:
¿Por qué Jesús?
Después de miles de años de opiniones sobre lo que hacemos debajo del sol, esa
es una de las preguntas obligadas para cualquiera que tenga un poco de interés por la vida. ¿Por qué Jesús?
Sea que creas en Dios o no, seguro que te has cruzado con ella de alguna manera, porque Jesús tiene ese magnetismo.
Puedes rechazarlo o aceptarlo, pero la historia demuestra que no puedes ignorarlo. Jesús sigue robándole portadas a Obamas y Steve Jobs en algunas de las revistas mas importantes del mundo como Time o National Geographic.
¿Por qué Jesús?
Antes de contarte cómo respondo yo a esa pregunta, déjame poner algo más sobre la mesa. Uno de los problemas con tratar de contestarla es que,
cuando se trata con palabras como ‘Jesús’ o ‘iglesia’, llevamos demasiado bagaje encima. Son como el amigo que no sabe contar chistes cuando se te acerca y te dice: “¿Te cuento un chiste?”. Por alguna razón intuyes que va a ser malo.
Pero, si puedes, quédate conmigo. Porque no voy a responder a esa pregunta. Voy a darte la clave para poder entenderla.
Voy a dejar el bagaje y centrarme en la persona.
Quizá cuando ves una pregunta como esa esperas una lista de los mejores argumentos que pueda haber. Y los hay. Muy buenos.
Pero te voy a contar algo que quizá no hayas escuchado antes: creo que todo esto de ‘por qué Jesús’ no puede empezar ahí. Primero, porque hay algo demasiado mecánico en esa clase de argumentos. Podemos usarlos si quieres, pero
recuerda que no hablamos de una idea, hablamos de una persona. Segundo, y más importante, por una razón más sencilla: sin mucho esfuerzo, tienes la capacidad de racionalizar lo que sea. Lo que sea.
Incluso aunque vieses a Jesús mismo sentado a tu derecha, tendrías la tentación de pensar que simplemente necesitas un poco más de azúcar en la sangre.
En realidad, para poder ver la importancia de la persona que más ha cambiado la historia tienes que empezar por donde estás ahora. Tienes que descubrir una de las verdades que más nos cuesta integrar en nuestro día a día: no tienes ni idea de qué va esto que llamas vida.
No se tú, pero
cuanto más sincero soy conmigo mismo, más siento que alguien perdió mi manual de instrucciones o que me han lanzado al escenario sin ensayo previo, y desnudo.
Estudiar. Entender qué haré el año que viene. Ser madre. Ser amigo. En todas estas áreas parece que hay una desconexión y cada persona se pregunta, ¿hay alguien que tenga esto bajo control?
¿Cuántas veces te has sentido abandonado en una ciudad llena de gente?
¿Cuántos lunes te has levantado si tener ni idea de por qué deberías fichar un día más?
¿Cuántas veces te has preguntado por esa sensación interna de que la vida debería ser “algo más”?
Es ahí cuando entiendo por qué la historia está llena de opiniones y “cosmovisiones”. Y es ahí cuando entiendo la conversación entre Pedro y Jesús.
Quizá no la has leído nunca antes. Si no lo has hecho, tienes que saber que en un momento de su vida, Jesús se encontró seguido por masas. Literalmente, lo aplastaban como una estrella de rock a la salida de un concierto. Querían más milagros.
Pero
llegó un momento en el que Jesús pasó a enseñar su verdadera identidad. Jesús enseñó cosas que ni los que lo escucharon por primera vez, ni tú ni yo queremos escuchar. Milagros, sí. Pero eso de ser “Hijo de Dios” lo dejamos para cuando el sol esté más cerca del horizonte. Y fue en ese momento que la gente empezó a dejarlo: “Un momento, ¿No es ese el hijo de nuestro vecino José? ¿Qué está hablando de que viene del cielo?”.
En ese momento, cuando todos lo están dejando, Jesús se gira a sus discípulos que lo han seguido por años y les hace la pregunta que más me captura en toda la Biblia: “¿Queréis vosotros iros también?” Esta es la pregunta que rompe la mayoría de las imágenes que tenemos de Dios. Porque,
aunque podría serlo, Dios no es un controlador egomaníaco. El Dios de la Biblia es un Dios que crea y mantiene el universo. Pero es un Dios que es capaz de mirarte a la cara y preguntarte si quieres irte. Sin compromisos. Pura libertad.
En ese momento, Pedro da la respuesta más humanamente honesta que alguien hubiese podido dar:
“¿A quién podríamos ir? Solo tú hablas de vida eterna”.
Otras personas, como la mayoría hoy, le habrían pedido a Jesús más pruebas (Juan 6). Le dijeron: “¿Qué haces para que creamos lo que dices?”.
Pedro dijo, “Tú tienes algo”, y aunque ahora no tiene mucho sentido, quiero descubrirlo.
¿Puedes ver qué está pasando aquí? Alvin Plantinga, William Lane Craig, William Dembski, John Lenox, o Richard Swinburne entre muchos otros, son genios que han dejado claro que
podemos hablar de razones para convencer sobre Dios y Jesús. Pero solo un profundo sentimiento de asombro por lo que sea que pasó en ese judío carpintero puede hacer que siquiera tenga sentido la pregunta ¿Por qué Jesús?
Es el sentimiento de asombro que surge cuando te ves a ti mismo. Y es el sentimiento de asombro que nace cuando piensas cuáles son las opciones.
El mensaje de Jesús es violento. Pero no prestarle atención es una locura.
¿Por qué Jesús? “Solo tú hablas de vida eterna”. Si alguien te habla de algo mejor, cuéntamelo. Por favor.
Este artículo forma parte del Número 1 de la Revista Protestante Digital Verano. Puedes leerla a continuación odescargarla aquí (PDF).
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