Emmanuel Carballo (1929) es un crítico literario nacido en Guadalajara, Jalisco, cuya trayectoria ha estado marcada por la polémica. Especialista en la literatura mexicana del siglo XIX, sobre la cual publicó un amplio diccionario en 2001, es muy conocido también por su libro de entrevistas Protagonistas de la literatura mexicana (1965, 2005), así como por sus proyectos editoriales independientes como la editorial Diógenes.
También ha escrito poesía y cuento, y ha ganado varios premios, el Nacional de Ciencias y Artes, entre ellos. Fue profesor en la Universidad de Guadalajara y en la UNAM. Fundó la
Revista Mexicana de Literatura junto con Carlos Fuentes, y el suplemento
La Cultura en México de la revista
Siempre!, que en los años setenta dirigiría Carlos Monsiváis. Asimismo, dirigió o colaboró en diversas publicaciones culturales.
En otro proyecto, Empresas Editoriales, dirigió la colección Nuevos escritores mexicanos presentados por sí mismos, que incluyó sobre todo a autores nacidos en los años treinta. Allí aparecieron los nombres de Sergio Pitol, Vicente Leñero, Juan García Ponce, Gustavo Sainz y varios más.
En diciembre de 1966 correspondió el turno a Monsiváis, en lo que algunos han calificado como “la autobiografía que Monsiváis quisiera sepultar”, siguiéndole el juego sarcásticamente.
[1] Nunca reeditada (http://es.scribd.com/doc/138445908/Carlos-Monsivais-biografia-precoz), fue escrita cuando el autor tenía 28 años y es estricta contemporánea de
La poesía mexicana del siglo XX, antología que dio a conocer la misma editorial meses antes. Fueron las primeras muestras de un talento literario singular. Con estudios inconclusos de economía y letras, para entonces, el cronista de la colonia Portales ya había “publicado artículos, ensayos y traducciones en prácticamente todas las revistas y periódicos del país”, había sido becario del Centro Mexicano de Escritores y representante mexicano en el Seminario Internacional de la Universidad de Harvard, y dirigía dos programas de radio, según se lee en la contraportada de la autobiografía. “Prepara una novela, una biografía de Salvador Novo y una Historia del cine mexicano”, finalizaba diciendo ese texto; de estos proyectos, hasta 2000 se concretaría el segundo.
Carballo escribió un prólogo de poco más de cinco páginas en el que describe al autor de Principados y potestades como un escritor precoz y ávido de novedades, a quien conoció diez años atrás, pero sin olvidar la tradición religiosa a la que perteneció, incluso con un toque irónico: “Si hoy día Carlos es tímido, a mediados de los años cincuenta daba la impresión de ser aspirante devoto a pastor presbiteriano. […] …sectario en cuestiones de comida y como buen hijo de familia protestante enemigo del alcohol y los inevitables placeres adyacentes” (pp, 5, 6). La percepción de su “ubicuidad” y de su pluralidad de aficiones culturales ya era una leyenda desde entonces, y Carballo no escapa a ella:
Monsiváis es un joven […] atento a lo que pasa en México y en los demás países, ubicuo ya que está en todas partes y en ninguna (porque siempre tiene prisa de ir de un sitio a otro y a todos lados llega tarde), lector que lo mismo transita por los dominios de la economía, la sociología y la política que por los caminos sinuosos de la literatura, las revistas (buenas y malas, en inglés y en español), los comics y las hojas subversivas de difusión minoritaria, adicto del cine en tal medida que pasa por alto las servidumbres y se rinde por poco tiempo a los rasgos más firmes de las modas sucesivas, entusiasta de la música (jazz, spiritual, folk songs, boleros)…
El retrato del prologuista presenta a un escritor en estado larvario que prepara el momento de su despegue, además de que ya ejerce cierta influencia como “maestro entre discípulos de la misma edad”, por lo que lo compara nada menos que con Pedro Henríquez Ureña. Lo ve, atinadamente, triunfando en su fragorosa “batalla contra la solemnidad” y en la trinchera de “desmitificar la provincia y reducirla a lo que es, el reino del subdesarrollo, la última frontera en que la cursilería aún encuentra partidarios que la hagan suya”.
Sobre su estilo, Carballo encuentra que el éxito de Monsiváis “no sólo depende de las ideas que expone en las conversaciones, artículos y ensayos sino de la manera como las maneja, manera que rompe con los moldes establecidos” (p. 7), pues se basaba en el ataque directo a la seriedad con que el
statu quo imponía sus criterios. Y explica sus mecanismos escriturales con más detalle que abarcan también su cercanía con la cultura popular: la exageración, la comparación, la parodia, el entredicho:
En letras casi siempre malignas que usurpan el sentido de viejas canciones, en pastiches que introducen la burla en asuntos que generalmente se consideran serios, Monsiváis desliza la parodia y valiéndose de ese método, de convicta intención satírica, introduce el desorden, el relajo y sus impredecibles consecuencias subversivas. Al juzgar indigna de crédito o aceptación tal o cual teoría, tal o cual hecho, aplica un procedimiento que pone entre paréntesis, en cuarentena, ideas o acontecimientos que más que ampararse en las condiciones objetivas se resguardan en creencias punto menos que inservibles.
Porque vaya que las frases tomadas de canciones hallaron un lugar entre sus páginas, ya fuera como recursos para subtitular y modular sus argumentos o, definitivamente, para vehicular sus afirmaciones críticas y despiadadas. Al modificar su sentido por colocarlas en contextos inesperados, tales frases producen en el lector una cadena de nuevas asociaciones y significados. Monsiváis perfeccionó los procedimientos descritos por Carballo, a grado tal que pasar la vista por las líneas de sus textos obliga a pausar la lectura continuamente debido a los resortes del humor que obligan a la franca carcajada y al asentimiento logrado con base en un bombardeo de lo conocido visto desde una perspectiva inédita. Y así lo haría todo el tiempo, incluso en los momentos más dramáticos, como el terremoto de 1985, cuando en
Entrada libre. Crónicas de la sociedad que se organiza (1987) no vaciló en incluir los chistes surgidos de la imaginación popular.
El prologuista saluda el advenimiento de un crítico y cronista, “por carácter, formación y actitud”; un “juez de la historia reciente de México”. E identifica su destino con el de su mentor, Salvador Novo, cronista de altos vuelos, a quien seguramente sustituirá, afirma. Luego de esa semblanza que en grandes trazos plasmó tan magníficamente lo que ya era y sería Monsiváis con el tiempo, Carballo pasa a reseñar, un tanto tramposamente, su primera obra publicada, la antología de poesía mexicana del siglo XX, a la que califica como una selección de poemas “rigurosa y brillante”, en la línea de la que en 1928 produjo Jorge Cuesta. “Se trata de una obra que no pretende quedar bien con Dios y con el Diablo, con las preferencias muy personales del antólogo y los juicios de valor que por establecidos se han vuelto lugar común. […] Equidistante de cualquier actitud sectaria, a favor del arte comprometido o en contra de la expresión lúdica, sitúa poetas y poemas con objetividad y depurado gusto estético” (pp. 8-9).
Entrando en detalles sobre los poetas y corrientes que aparecen en la antología monsivaíta, de los antiguos y obligados (Francisco González León, Ramón López Velarde, José Juan Tablada, Alfonso Reyes) hasta los más recientes en esa época (Rosario Castellanos, Rubén Bonifaz Nuño, Marco Antonio Montes de Oca, Homero Aridjis), pasando por otros autores intermedios cronológicamente (Efrén Hernández, Renato Leduc, Alí Chumacero), Carballo destaca la huella de Octavio Paz en el prólogo del joven antologador: “Monsiváis es a Paz lo que éste a los Contemporáneos (a Cuesta y Villaurrutia, principalmente), una consecuencia libremente elegida y, por supuesto, la única digna de considerarse en estos días” (p. 9).
El prólogo concluye con una aseveración que a Monsiváis no debió incomodarle, sino muy por el contrario, a pesar de que con Paz tuvo varios escarceos y diferencias, pero siempre una sólida amistad: “El rigor, la heterodoxia y el subjetivismo de que se sirve Carlos Monsiváis no están muy lejanos de los que emplea Octavio Paz en sus ensayos y artículos. Junto a sus propios hallazgos (sobre todo de sociología e historia política aplicados a la poesía), Monsiváis toma en cuenta, y a veces sigue mansamente, los puntos de vista de Octavio Paz, en este momento el ensayista más sólido, inquietante y personal de la literatura mexicana” (p. 10). No sobra decir que ese mismo año aparecería
Poesía en movimiento, otra antología de Paz, Aridjis, Chumacero y José Emilio Pacheco, más divulgada y breve que la de Monsiváis, pero ante cuya calidad el futuro Premio Nobel dudaría si ese nuevo proyecto debía finalmente publicarse.
[2]
[1]Patricia Vega, “La autobiografía que Monsiváis quisiera sepultar”, en Eme Equis, núm. 118, mayo de 2010, pp. 40-53, www.m-x.com.mx/xml/pdf/118/40.pdf. Vega retomó fragmentos de la autobiografía y armó el artículo para destacar algunos aspectos de la vida del joven Monsiváis. Allí incluyó varias fotografías inéditas proporcionadas por él.
[2]Cf. O. Paz, “Un juicio de Octavio Paz sobre la antología de Carlos Monsiváis”, en
Revista de la Universidad de México, núm. 3, noviembre de 1966; y H. Bellinghausen, “1966, el año cero de Monsiváis”, en
La Jornada Semanal, núm. 800, 4 de julio de 2010,
www.jornada.unam.mx/2010/07/04/sem-hermann.html.
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