Dice un proverbio que hay varias cosas que no tienen marcha atrás: la flecha lanzada, la palabra dicha y la oportunidad perdida. Y, pensándolo detenidamente, tiene mucha razón.
Efectivamente, lo de la flecha lanzada no lo vamos ni a cuestionar por razones físicas evidentes. Si se lanzó, lanzada está, y se dirigirá casi inevitablemente hacia su objetivo. Sobre la palabra dicha tampoco tenemos probablemente mucho que dudar. ¡Cuánto mal hacemos y recibimos debido a esas “saetas verbales” que funcionan cuan flechas de verdad para herir y de las que tantas veces hemos de arrepentirnos, aunque sin poder remediar que en algún momento se dijeron! Ciertamente lo dicho, dicho está.
Pero
quiero detenerme hoy en el asunto de las oportunidades perdidas. Porque haciendo uno cierta recomposición de su vida, echando la vista atrás, si algo encuentra, y probablemente mucho más en el ámbito de lo espiritual, es la realidad de que se nos han escapado muchas bendiciones por el camino. A alguien se lo escuchaba explicar recientemente de manera muy sabia y gráfica: es como si, a la hora de que te sirvan la sopa en un plato, tu plato está boca abajo.
La bendición ha sido derramada sobre ti, pero no has estado en disposición de poder recibirla.
En nuestra vida pasa esto constantemente. Solemos ser, a veces, muy dejados en cuanto a estas cuestiones. Pasamos por la vida sin acordarnos apenas de que somos bendecidos, pero que lo seríamos mucho más de estar en verdadera sintonía con los propósitos de Dios para nosotros.
En otras ocasiones, somos demasiado “exquisitos” en cuanto a la manera en que queremos recibir esa bendición y nos cerramos a ciertos tipos de fuentes sólo porque parecen no encajar con lo que nosotros esperamos al respecto. Aceptamos bendición de ciertas personas que el Señor pone en nuestro camino pero no de otras, nos olvidamos de estar expectantes ante el siguiente movimiento que el Señor hará en nuestras vidas, nos sentamos cada domingo a cumplir nuestro cupo de reuniones semanal… pero a menudo atravesamos la vida con nuestro plato hacia abajo.
¡Cuántos ratos de meditación hemos despreciado para hacer en su lugar otras cosas! ¡Cuántas veces hemos dejado pasar de lado bendición al no acudir a una convocatoria con los hermanos, para bendecir y ser bendecidos! ¡Cuántas personas han pasado a nuestro lado y no les hemos compartido del amor de Cristo! ¡Cuántas oportunidades de crecer que hemos dejado pasar sólo por comodidad y cierto “apalancamiento”!
No seríamos capaces, siquiera, de enumerarlas porque tampoco somos conscientes del alcance de la promesa de Dios respecto a Su intención de bendecirnos.
Probablemente, si por un momento fuéramos capaces de discernir el “volumen” de Sus posibilidades y deseos de bendición sobre nosotros, si llegáramos a entenderlo, aunque fuera por un momento, nos escandalizaríamos y empezaríamos a entender lo necios que somos. Porque
no tenemos, ni más ni menos, que las migajas de Su poder, de Su obra y de Sus bendiciones. Y no es porque nuestro Dios sea mezquino, ruin y tacaño. Es porque nosotros estamos, simplemente, en otros menesteres bien alejados de donde Él vuelca Su bendición.
Piensa por un momento en tu propia situación actual, cualquiera que sea, probablemente teñida, como la de tantos hoy, de profunda dificultad.
¿Te imaginas lo que podría suceder en tu vida si existiera la posibilidad de que Dios pudiera bendecirte plenamente, tal y como Él quiere hacer? Tantas veces esto tiene que estar en el sitio indicado en el momento propicio. Otras veces, para captar algo, hay que estar en la sintonía correcta. Tantas otras, alejados del ruido y de todo aquello que nos distrae de lo que debemos escuchar.
En cualquier caso, para que esto sea posible, alineados con Su voluntad, dispuestos a ver, a oír, a crecer y con nuestros sentidos físicos y espirituales bien atentos a las muchas maneras en que Él habla y decide bendecirnos.
· ¿Cuántas bendiciones tienes ya?
· ¿Cuántas esperas recibir hoy?
· ¿Estás expectante para recibir la próxima?
·
Pero más aún… ¿estás preparado para recibirla?
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