No es teología de salvación; es teología de poder; instrumento de dominación sobre las otros. Ignacio y su sociedad de obediencia al poder papal. Instrumento contra la Reforma; porque la Reforma suponía el peligro de la pérdida de poder y dominación.
Ejemplo: ¿Alguien supone que al papa le importaba el purgatorio?; ¿ánimas del purgatorio? No. Ánimo recaudatorio. De eso se trata. Para obtener poder y beneficios temporales, de aquí, no de allá, se inventaron ese espacio. Y la Reforma vino a romper el monopolio. Y lo vieron. Y actuaron a muerte contra todo lo que les quitaba el poder.
¿Que la Reforma rompe la unidad de la cristiandad? Eso lo percibe el emperador, y quiere arreglar el asunto, pero el papado ve más, y va más allá. No se trata de la cristiandad. ¿A quién le importa algo así? Importa que no se rompa la caja de recaudación, que no se dividael censo, que no se pierdan vasallos y súbditos. Importa al papa la doctrina, solo en cuanto es doctrina que libera a los que traen los dineros. ¿Un Evangelio gratuito? ¿Un Cristo solo y suficiente Salvador? ¿Y los sacramentos; y los méritos que administra el papa? ¿Que no hay camino de santidad; que ésta se tiene solo en Cristo? Sus platos suculentos, sus anillos, sus tiaras de oro, sus palacios, sus dominios y señoríos, todo se perderá si viene el Cristo, si aparece su Palabra. Sabe el papa que es una lucha a muerte; un Cristo liberado de la tiara es su muerte. En su ceguedad pensaron que tenían en su mano al que es Libre y libera. La Palabra del Evangelio es el testimonio que descubre su tiranía.
Estas apreciaciones son el preámbulo para presentar a Ignacio.
La mejor manera de acercarnos a la eclosión de los ánimos de reforma, lo que luego aflora en la dinámica social inmediata a la publicación de las tesis de Lutero, no es mirar al Norte, sino a la península Italiana. Ahí está la cuestión fundamental que se ventila. Ahí está el espacio de lucha permanente por el poder del trono papal. Familias que se odian y luchan a muerte; tal es el tesoro que tiene esa silla en su asiento. Luchas fratricidas para sentar a alguno de sus miembros. Nápoles, Milán, Génova, Venecia, Sicilia, etc.; eso es el previo a la Reforma Protestante. No se suele mirar ese espacio, pero es la clave. Las guerras de Italia, a las que es incluso difícil nombrar y secuenciar.
Las guerras de Italia tienen siempre como fuente principal al papado. Eso de la unidad que nos han vendido es tan falso como el purgatorio, pero han hecho caja. Esas guerras papales van desde 1494 a 1559, son el mejor mapa para ver el carácter del papado: traición, doble lenguaje, deslealtad, acuerdos que se cambian al rato de firmarse. Es donde mejor (bueno, uno de los espacios, hay muchos más) se puede apreciar la pedagogía política que se aprende del papado, y que ha creado escuela. Todo vale para conseguir o conservar el poder. Realmente a Maquiavelo se lo dieron hecho. (Escribió El Príncipe, 1513, con las actuaciones de los Borgia, especialmente de César, en su horizonte, y con el modelo selecto de Fernando el Católico; se podría decir “el de Maquiavelo”.) Ésa es la manera de hacer política que se ha aprendido no de Pedro, sino de la basílica de San Pedro. Tampoco quiero agobiar al lector con todas las guerras, se puede quedar desde el inicio hasta el saqueo de Roma, en 1527. (Sí, ese saqueo que hicieron las tropas de su Católica Majestad, donde el papa se rindió y tuvo que pagar rescate. Entre las tropas de saqueo venía algún cardenal.) Si quieren ver la “unidad” del papado, pueden, con gran trabajo, intentar pintar las secciones de un mapa de Italia desde 1494 a, por ejemplo, 1535. No hay colores para tanto cambio y recambio.
Sigamos con la pedagogía política papal, de la que luego los de Ignacio serán maestros consumados. A ver qué podrá aprender un gobernante francés al que han llamado para que libre al papa de la fuerza de Venecia (a la que ha excomulgado), y cuando Venecia está ya sometida, se le levanta la excomunión, y se le dice al francés que se vaya a su casa; si éste reclama alguna compensación, se le amenaza de excomunión. La excomunión, el entredicho, esa moneda acuñada en el mismo sitio y por el mismo martillo que el purgatorio, para ganar dineros.
Más pedagogía. Un cardenal, enemigo jurado del papa que tiene la tiara, propone al rey francés que conquiste los Estados Pontificios (así, tal cual), para quitar de allí al papa del infierno. ¿Qué pensaría ese rey de la lealtad, de la unidad, o de algo parecido, que muestra ese cardenal? Si ya es un modélico ejemplo de moral y buen hacer político lo que “enseña” ese sujeto, ¿qué dirán en Francia, cuando ese cardenal suba al trono papal y amenace al rey francés de excomunión por falta de lealtad al papa? Esa es la moral enseñada por la tiara; si la cambian por un embudo, queda en su punto. Esa es la “libertad” política de los estados súbditos del papa. Así les ha ido. Esto es Historia.
La conducta de un papa no era algo “personal”. Precisamente, como príncipes italianos, su proceder afectaba a sus ciudades-estado vecinas, y por su referente de centro de la “cristiandad”, con sus ritos y símbolos aceptados por otros reyes, afectaba a toda la política internacional. Recuérdese, por ejemplo, que el Borgia, con sus manos de adulterio, es el que traza la línea de conquista y “evangelización” para los nuevos descubrimientos. Como se estaban poniendo las cosas, si un papa decidía colocar a algunos de sus hijos en algún ducado, eso se tornaba un asunto “internacional”, porque los estados vecinos tenían alianzas, y no estaban por la labor de dejarse quitar un pedazo. El problema de los papas es que esos intereses personales cada vez chocaban más con los de los poderosos “súbditos” del imperio, de Francia o España. A cada paso se encontraban los papas con los ejércitos franceses o españoles en las puertas de sus palacios. Ayudaban a quitarles un enemigo de encima, pero luego ellos se convertían en el enemigo que tenían que expulsar de suelo italiano.
Y a Ignacio, ¿cuándo llegamos? Ya, ya.
Tenía Fernando el de Maquiavelo sus miras en el reino de Navarra. El papa de turno, en este caso Julio II (el que tuvo que “conquistar” a espadazos bastantes de los terrenos de los propios Estados Pontificios que el papa Borgia había dado a los suyos; ese Alejandro VI casi liquida los Estados), quiso recompensar a su aliado. Y le abrió las puertas del reino, al abrirle la caja de la “moral y ética política” del papado, y sacar alguna moneda de esas que forman la esencia del Derecho Canónico (donde el embudo se hace jurisprudencia).
Primer paso, justificar la conquista y robo con una excomunión de los legítimos reyes navarros; aunque fuere con bulas fabricadas un poco después de tener los ejércitos dentro. (No voy a añadir a lo que en este mismo periódico se ha dicho sobre la infamia de la conquista del reino de Navarra. La editorial Pamiela tiene abundante bibliografía.) Engaño y falsedad; y eso es la gloria de España. Mal asunto, pero ya viene, ya está la libertad; por eso el papado se muere. Ya lo dijo uno de los nuestros (quien quiera que se ponga a éste lado): “Y los pensamientos de otros, que eran tenidos por santos y santificadores de los hombres, son descubiertos ser de tal condición, que no pueden sufrir la santidad de Jesucristo, contra la cual se rebelan hasta echarla del mundo si pudiesen”. (Juan Pérez,
Epístola consolatoria, Sevilla, 2007.) Esto es ley evangélica; donde está la santidad de Cristo, no hay poder eclesiástico humano; donde se da poder con la religión para beneficio propio, de cualquier iglesia, ahí no está la santidad de Cristo. Estos nuestros estaban presos en la cárcel de la Inquisición en Sevilla, por obra especial de la primera actuación de los de Ignacio.
Intentan reconquistar sus legítimos soberanos el reino de Navarra, y en la toma de Pamplona, 1521, (entonces no una fortaleza, como luego la construyen) cayó herido un capitán de los usurpadores, luchando contra los navarros. Como antes había bombardeado a la población civil, quisieron lincharlo; pero un buen soldado “enemigo” (Esteban de Zuasti) impidió que lo liquidaran. Fue llevado a su castillo, y allí se recuperó leyendo algunos libros de santos y caballerías. Ponle una aparición de una virgen, y ya tienes a Ignacio.
Volveremos a encontrarnos, d. v., la semana próxima; como diría Casiodoro de Reina, no para analizar una cosa viva, sino un cadáver (=el papado), y así avisar a otros de lo que ha producido su muerte, para que no se mueran y vivan.
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