Este último domingo de junio de 2013, las selecciones nacionales de España y Brasil disputarán (o habrán disputado, según cuando lean este artículo) la final de la Copa de Confederaciones, campeonato organizado por la FIFA en el que se enfrentan los representantes de las seis confederaciones, vencedoras en sus respectivos campeonatos, el vigente equipo campeón del mundo, y el anfitrión del próximo mundial.
La finalidad del torneo, según el organismo, es la de probar la capacidad del país donde se celebrará el siguiente certamen. Según el periodismo deportivo español, y para la plataforma audiovisual que ha ofrecido los partidos, el hecho de que España venza a Brasil en Maracaná (lugar de peregrinaje para los aficionados al fútbol) demostraría que nuestra selección sería algo así como la campeona del universo.
Regresando al planeta Tierra, es evidente que para los que disfrutamos de este sano deporte (por televisión, claro) un partido de esta categoría es lo bastante importante como para no hacer otros planes. En mi caso, el visionado se acompaña además de un cuidadoso ritual alrededor de la preparación de unas deliciosas hamburguesas (al final os dejo una variante de mi receta).
Además de ver cómo España puede vencer a domicilio a La Canarinha, esta edición del torneo ha dejado curiosidades: las dos versiones de Italia (la lenta y rácana frente a la modernización del
catenaccio de los años sesenta), la presión de Brasil sobre su joven estrella Neymar, la limpieza de los jugadores de Tahití, el esfuerzo y solidez de Japón (a pesar de perder todos los partidos), la cansina Uruguay; y los conflictos entre la expedición española y la prensa brasileña, con denuncias de por medio, que han situado a la selección en el papel de villano... algo que probablemente cambiará en el Mundial con la presencia de Portugal.
Pero además de esto, ¿qué proporciona al fútbol la capacidad de congregar a cerca de catorce millones de espectadores, cómo ocurrió en la tanda de penaltis de la semifinal contra Italia?¿Por qué, por ejemplo, RTVE ha recortado en transmisiones de otros acontecimientos, deportivos o no, e incluso se plantea el regreso a la publicidad, pero ha pagado 35 millones de euros por las emisiones de la Champions League para la próxima temporada?
Intentemos arrojar luz sobre la complicada cuestión del fútbol y la televisión, que trasciende la evidente relación entre audiencia y publicidad.
El fútbol representa como pocos acontecimientos el fenómeno de la globalización. Cualquier paso que queramos prever sobre tal fenómeno, lo ha dado ya el balompié con meses, e incluso años, de anterioridad. No solo apela a una serie de “valores” que consideramos positivos (al final hablaremos de esto), sino que se convierte en su portavoz principal; son muchos quienes coinciden en el aspecto anestésico para la sociedad de las finales y los encuentros que suelen llamarse “de interés general”.
El fútbol recuerda en montones de ocasiones al circo romano, y ciertamente sus efectos en la población hastiada pueden resultarnos muy similares. Geográficamente, también es oportuna la comparación: de modo parecido a los principales auditorios destinados para las luchas de gladiadores, los clubs de fútbol más antiguos se establecieron en ciudades portuarias, aprovechando las rutas comerciales y marcando, sin pretenderlo, el inicio de la exportación de practicantes y tácticas; es el caso de Génova en Italia, Barcelona en España, Le Havre en Francia, o Liverpool en Inglaterra, extendiéndose poco después al comercio en el interior: Hannover en Alemania, por ejemplo. Es comprensible el recelo y el desinterés hacia el fútbol de determinadas personas, lo que no resta un ápice de su trascendencia para una mayoría; también esto es la globalización, es decir, la tendencia a estado líquido de la clase media, junto a la ampliación del abismo entre partidarios y detractores.
Las fronteras ya no significan lo mismo que hace años. El fútbol se ha extendido durante el pasado siglo con una rapidez vertiginosa, debido primero a la industrialización, y más tarde a los cambios definitivos en la comunicación. La emigración de jugadores sudamericanos (importante factor en la exportación del continente), africanos y también asiáticos, es el empuje irreversible de esta coyuntura que se nutre de la desigualdad social. Podríamos decir que el fútbol entra en el estadio final de la globalización. Resulta lógico, hasta cierto punto, que ante la escasez de pan, pidamos más circo.
Regresando al terreno donde queremos centrarnos, llevó un tiempo establecer este vínculo entre fútbol y televisión. No fue hasta principios de los cincuenta que el terminal de televisión sustituyó a la radio. Los organizadores de los partidos y responsables de las ligas no veían con buenos ojos el invento; pensaban que podían vaciarse los estadios, ya que el verlos en casa suponía ahorrarse el transporte público, el frío, y el precio de la entrada. ¿Qué motivó el cambio de opinión? La oportunidad de la venta de aparatos, junto a la reciente inclusión de la publicidad en los acontecimientos de estas características; no debe alarmarnos, pues el fútbol sí que se llevó bien desde sus inicios con el sector empresarial. Cuenta Pascal Boniface, director del instituto de relaciones internacionales de París, que “el primer partido que se retransmitió en Francia fue el que enfrentó a Francia y Alemania en 1950. Por aquel entonces había en Francia 1.500 receptores de televisión. Pocos días antes de la retransmisión empezaron a venderse a un ritmo de mil televisores diarios”.
En 1954, año en que se celebró el Mundial en Suiza, empezó a formarse la idea de que las retransmisiones de los partidos podían influir de algún modo en el estado anímico de la población, además de ese derecho tácito a que los ciudadanos (incluso en lugares poco democráticos) conocieran los resultados y el desarrollo de sus selecciones. Un dato: en Birmania se permite un único programa occidental: la emisión de “El partido de la jornada”, producido por la BBC. Otra anécdota que no deja de ser significativa es que en 2001 Hugo Chávez tuvo que pedir disculpas (sí, han leído bien) al interrumpir por error el encuentro Venezuela-Argentina con un discurso de su ministro de Educación, Cultura y Deportes, Héctor Navarro. Lo cierto es que, de manera pacífica, el fútbol ha conseguido cosas donde otras actividades apenas consiguen una nota al pie.
En 1966 pudo verse una primera cobertura completa del campeonato mundial. La final fue seguida por 400 millones de espectadores en más de 30 países. A estas alturas ya no había acontecimiento, quizá salvo los Juegos Olímpicos, capaz de reunir a tanta gente para seguir los progresos de su representación nacional. A partir de 1970, el color pasó a sustituir al blanco y negro. En 1982, año de Naranjito, 1800 millones de telespectadores presenciaron la final entre Italia y Alemania Federal (3-1). El mundial de México, en 1986, fue la última vez que Brasil y España se vieron en un enfrentamiento oficial; el año del
gol fantasma de Michel se empleó hasta la saciedad la novedosa técnica de la repetición, lo que demuestra que las retransmisiones futbolísticas son también pioneras en el avance tecnológico aplicado a la televisión.
Este incremento explica el interés de la adquisición de derechos televisivos.
Europa es, a día de hoy, teleadicta y teledependiente. Philippe Vasort, observador internacional, habla de este asunto: “La cifra de telespectadores es uno de los fundamentos del poder financiero y simbólico de la cadena retransmisora. El fútbol ayuda a ganar cuota de mercado, atrae patrocinadores y participa de hecho en la articulación del mercado capitalista y liberal, propiciando su fomento y globalización y, en consecuencia, su perenne continuidad tanto desde el punto de vista práctico como filosófico. ¿Existe, en efecto, una iglesia más amplia y extensa?”, concluye. Por si queda alguna duda, sirvo otro dato: en 2008, Cuatro aumentó su audiencia de un 7,9% en mayo a un 13,1% en junio (su récord histórico), bajando en julio al 8%. Obviamente, el hecho debe a la Eurocopa aquella donde España pasó a la final tras una angustiosa tanda de penaltis con... premio: Italia.
La amplitud y disolución de horizontes que se producen en estos acontecimientos trae espectaculares transformaciones en el mapa político global. Israel participó por primera vez en un certamen de la FIFA en 1950, entrando en un grupo “europeo” que contenía, atención, a Yugoslavia, Siria y Turquía. Entre 1954 y 1990, se pasó a la nación a la confederación asiática, aunque jugara contra europeos en convocatorias oficiales. Desde 1994, Israel regresó a la UEFA, formó parte de Oceanía, y luego otra vez cambió a Europa. ¿Por qué? Por causas similares y a la vez opuestas a las que rigen en las votaciones del festival de Eurovisión: políticas. En 1966 se temía el boicot a la FIFA por parte de Siria. En 1967 ocurrió la Guerra de los Seis Días y en 1973 la del Yom Kippur, lo que provocaba los recelos de los participantes de Oriente Medio. Había que evitar a toda costa las tensiones con los países que rodeaban a Israel, de ahí estos extraños giros federativos. En el año 1998, Palestina ingresó en la FIFA, lo que motivó el regreso de su eterno rival a los grupos europeos (recordemos que recientemente la España sub-21 ha conquistado su Eurocopa en Israel). La FIFA tiende a aceptar a naciones excluidas de la ONU, como Escocia, Irlanda del Norte, o Puerto Rico, o a superpotencias del deporte como las Islas Feroe, Nueva Caledonia, y una de las más llamativas, Gibraltar, vía UEFA.
Existe, por otra parte, el “otro fútbol”, que para un escritor no deja de resultar atractivo: las cantidades ingentes de historias personales tras las figuras de la élite, pero también de los futbolistas de equipos de bajo presupuesto, e incluso de segunda o tercera división, que tienen su particular momento en la historia de este deporte. Está la soledad del portero, la dureza del lateral, la inteligencia ajedrecística de los centrales y “pivotes”, la explosión del delantero centro, la impetuosidad de los mediapuntas... el deporte existe por la fiebre de las gradas, las implicaciones políticas de muchos encuentros, los juegos de tensión económica y social, las tragedias y los triunfos, el rumor de los negocios paralelos, o la contemplación a distancia del experto u observador de los jugadores emergentes... claro que no todo esto acaba siendo recogido por las cámaras o por los comentaristas.
Otro aspecto que escapa al foco de las cámaras es el de los beneficios derivados, es decir, el merchandising. De los veinte clubs más ricos del mundo, solo tres de ellos tienen en la venta de camisetas y otros productos parecidos su principal fuente de ingresos. Eso sí, uno de los tres es el que encabeza el listado: la mitad de lo que ingresa el Real Madrid procede de esta actividad. Los otros clubs son el Bayern de Munich, y el Schalke 04. El resto de clubs reparten sus fuentes de ganancias entre la recaudación de entradas y los derechos televisivos. El FC Barcelona, por ejemplo, saca más del 40% en este concepto, aunque no es ni de lejos quien extrae más beneficios por este medio. Son los equipos italianos los que han creado el modelo de explotación que se utiliza en nuestro país, siendo los principales la Juventus, el AC Milan y el Inter. Los equipos ingleses, como puede imaginarse, llenan sus estadios cada fin de semana, de ahí que su recaudación principal viene de las entradas, sea por tradición de asistencia o por modelo económico.
Como en muchos otros ámbitos de la vida moderna, quienes quieran progresar, o como mínimo mantenerse, han de tener en consideración el aspecto empresarial. Esto explica el cambio de nombres de muchos estadios (Emirates Stadium para el Arsenal, Allianz Arena para el Bayern, etcétera), en absoluto una práctica exclusiva del fútbol, y la unión histórica entre empresas y clubes (Philips con PSV Eindhoven, o Fiat con la Juve), tan inquebrantable, o más, que la establecida con la ciudad... tan independiente del partido político de turno.
Sin embargo, también se producen otras interesantes situaciones y movimientos que guardan relación con la globalización que merecen la pena unas líneas de atención:
1. La paradoja del apoyo a las identidades nacionales dentro de un fenómeno planetario.Joseph Blatter, actual presidente de la FIFA, se ha pronunciado cuando ha podido en contra de la imagen universal de los futbolistas, colocándose como voz contraria a la globalización y hablando del “riesgo de babelización del fútbol”. Pero esta diferencia entre pureza y falta de integridad que se percibe en el moralista discurso de Blatter tiene poco que ver con la realidad de que al fútbol le favorece ese continuo traspaso de jugadores de un club a otro. Lo cierto es que los clubs comparten un objetivo común (aunque sea suyo y egoísta), y estimular las identidades nacionales desemboca finalmente en la agitación del mercado televisivo. A Blatter no le interesa la paz mundial, sino que el ánimo variable del espectador le lleve a consumir partidos por el sistema del pago por visión. Hay que tener cuidado con el empleo de términos como “valores tradicionales”, “identidad regional”, “factor cultural”, porque a menudo van cargados de intenciones.
2. Estados Unidos contra Europa. La espectacularidad del deporte americano frente a la táctica del cerebral viejo continente. Los americanos no soportan la violencia fuera de los campos (y en las gradas) que se dan en el exterior, si bien es cierto que no hay partido de hockey sin pelea sobre el hielo. Tampoco entienden del todo que la mayoría de los goles suelen marcarse hacia el final del partido, ni la ambigüedad de un empate a cero, donde las victorias pertenecen al terreno de la moral y no según el criterio objetivo de un resultado.
3. Infancia y mercado de fichajes. El periodista chileno Juan Pablo Meneses ha escrito una intensa crónica,
Niños futbolistas, sobre los niños que apuntan alto en esto del fútbol, y qué ocurre con el 99,9% de los chavales que “no llegan”. Es inquietante que los contratos comerciales empiecen cada vez antes, produciéndose casos escalofriantes de un abierto tráfico de niños, en muchos casos “comprados” por 200€ para que jueguen en un club al que no han elegido ir nunca. Y en este terreno España es también pionera, por desgracia.
4. La afición en los países emergentes. Dejando aparte a Brasil, que países como Rusia, India, China y Sudáfrica no tengan selecciones competitivas no significa que no exista afición a este deporte. De hecho, cada vez más se amoldan los horarios en nuestro país a sus husos horarios, con el fin de entrar en el mercado asiático o americano.
5. El interés de los clubs grandes por ser protagonistas mediáticos. Esto se deriva de los distintos modelos de explotación audiovisual. En países como Alemania, Inglaterra, Francia u Holanda, los derechos pertenecen a su liga correspondiente. En los denominados PIGS (de las iniciales en inglés de Portual, Italia, Grecia y España), los derechos televisivos son para los clubs, y en todos los casos tenemos a dos clubs principales de larga rivalidad con una importante diferencia de presupuesto y juego respecto a los demás equipos.
6. Estilo futbolístico y significado de un gol. Argentinos y brasileños comparten la idea de que un gol de falta directa no reviste belleza. Digamos que es un gol de suerte para ellos. Por el contrario, para un seguidor británico un gol siempre es una cuestión personal. Nick Hornby resume un gol de Charlie George, jugador que dio para el Arsenal la FA Cup del '71 que ganaron al Liverpool, en “un gesto de provocación, especialmente si las gradas ya están basadas por esa media luz que desprende la violencia”. Un gol puede, a menudo por desgracia, convertir una buena tarde de diversión en una muestra de bajas pasiones. Bueno, tal vez si no eres un y tu equipo pierde por siete a cero, puedes permitirte pasar de ese hecho. La cuestión es que el fútbol no es un entretenimiento cualquiera. “Yo voy al fútbol por muchas y variadas razones —escribe Hornby en
Fiebre en las gradas—, pero no voy buscando entretenimiento. Cuando miro a mi alrededor un sábado cualquiera y veo todas esas caras que delatan el pánico, la reconcentración y el mal humor, me doy cuenta de que los demás sienten lo mismo que yo. Para el hincha que lo es hasta la médula de los huesos, el fútbol espectáculo existe tal como existen esos árboles que se desploman en medio de la jungla: hay que presuponer que esas cosas ocurre, sólo que uno no está en condiciones de apreciarlas”. Y remata diciendo que “los periodistas deportivos y los amantes del sillón y el televisor, bien dotados del espíritu corintio, son los indios amazónicos: saben más que nosotros, aunque visto de otro modo, saben muchísimo menos”. El fútbol es una realidad paralela, un universo que funciona en otro plano de espacio-tiempo, “tan serio y estresante como el trabajo, dotado de las mismas preocupaciones, esperanzas y desilusiones, de las mismas alegrías ocasionales”, puntualizó el histórico futbolista galés Alan Durban.
7. La burbuja del fútbol. Ya hemos apuntado al moralismo y a los gestos superficiales sobre el césped. Pero el césped es más bien la extensión de la vida exterior: una élite de jugadores que viven en su propia burbuja. Al mismo tiempo, sobre esos jugadores recae una excesiva responsabilidad, se tiende a verles como santos o como salvadores de no se sabe muy bien qué (cuando la media de esas personas tiene veinte y pocos años), y solo puede llegar a ofrecer un rato de entretenimiento. “Solo podemos marcar goles”, afirmó hace poco un jugador brasileño, con cierto brillo de súplica en sus ojos. Al final, son solo hombres. Eso sí, con una popularidad y capacidad de rendir beneficios superiores a las de cualquier político, directivo de empresa o dirigente gubernamental. A los futbolistas se les da un poder que no pueden o no saben emplear, y probablemente no sean conscientes de ello.
El fútbol necesita la televisión, y viceversa. Pero es mucho más complicado que una relación interesada. Como hemos visto, son muchos los factores que forman parte del juego, y otros tantos que hemos dejado en el banquillo. Demasiados para poder abarcarlos con un solo vistazo, y sin embargo, ninguno puede ser ignorado. Para mucha gente es sencillamente un deporte noble. Para unos cuantos una cuestión de vida o muerte. Y para la mayoría, siguiendo la famosa cita de Bill Shankly, parece que es más importante aún.
HAMBURGUESAS DE CAMPEONATO:
(las cantidades indicadas son individuales; basta con multiplicar estas especificaciones por las personas que acudan al encuentro frente al televisor)
Ingredientes:
- Dos piezas de carne (preferiblemente de ternera o pollo) moldeadas en forma de plato.
- Canónigos (es posible encontrarlos en el supermercado envasados con distintas variedades y lavados). Representa el césped corto y veloz de Maracaná.
- Queso brie.
- Dos piezas de pan para hamburguesa (con sésamo o sin, a preferencia del consumidor).
- Tomate daniela (no me lo invento, es una variedad de tomate), comúnmente confundido con el tomate de rama... es parecido en sabor, pero más grande; en Málaga es variedad dominante. Es un tomate de tono vivo y una textura que recuerda la riqueza del estilo futbolístico de La Roja.
- 15 ml. salsa Worcestershire (aquí se conoce como Lea & Perrins), para sazonar la carne.
- 15 ml. de ron añejo.
- 15 ml. de aceite de oliva virgen.
- Ketchup (recomiendo Heinz, aunque no apoyo a John Kerry). Representa el esfuerzo.
- Mostaza de Dijon. Es un toque francés que remite a la época del colonialismo.
Preparación:
Esta receta la aplico con una carne poco hecha. En caso de preferir la carne más cocinada, es preferible sustituir los canónigos por lechuga tipo romana e incluir cebolla (frita o fresca).
Se dispone la carne en una sartén con el aceite caliente. En la primera vuelta, volcamos el ron. Damos la vuelta y añadimos la salsa Perrins. Es importante hacer esto con sumo cuidado, debido a que el ron y la salsa Worcestershire son inflamables; en la medida de lo posible, hay que procurar no tapar la sartén, y permitir que los líquidos se evaporen rápidamente. Damos una tercera vuelta, y colocamos el queso brie sobre la carne, para dejar que se funda ligeramente sobre la misma. Apagamos el fuego.
Como sustitutivo al ron + salsa Perrins, puede utilizarse una cucharada de bourbon, o dos de cocacola, en caso de no querer emplear alcohol.
Abrimos el pan, y untamos una punta de mostaza. La mostaza de Dijon es fuerte, hay que tratarla como si fuera wasabi, no sirve para embadurnar la carne con ella. Colocamos la carne con el queso adherido, el kétchup, los canónigos sabiamente distribuidos, y el tomate (previamente cortado en rodajas) para contener la euforia vegetal.
En lo posible, evitar añadir sal a la elaboración.
Acompañamiento y bebida:
Se recomienda acompañamiento de palomitas o nachos con pico de gallo. El maíz es una buena pista. Sobre la bebida, quien no prefiera el rico guaraná puede refrescarse con Leffe negra, cerveza oscura belga de estilo abadía, de densidad media sin ser pesada, con un punto a caramelo debido a la conservación en roble.
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