San Pedro y el fariseo

Erase una vez un fariseo a quien le llegó la hora de partir de este mundo. Aún le martilleaban en su conciencia las palabras del nazareno contra el que había gritado con la multitud de judíos “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”.

Pero lejos de mostrarse arrepentido, como suele suceder a las puertas de la muerte, más bien quiso continuar la confrontación ahora con su discípulo más destacado, Pedro, al que hizo llamar.

- Si dices que las mujeres de mala vida, los adúlteros, los publicanos, los pecadores, los incumplidores del día de reposo… todos ellos pueden salvarse, ¿cómo no me voy a salvar yo que he sido un hombre respetable y respetado por todos los judíos? -dijo el fariseo.

- Hay una diferencia- contestó san Pedro.

- ¿Quieres decir que mi situación es peor que la de ellos? Pregunta en la sinagoga que conocen al dedillo todas las limosnas que he dado a los pobres. Compara mi pulcro pasado con el de que los que tienen motivos para golpearse el pecho.

- Hay una diferencia.

- ¿Tu maestro nos marginó por el hecho de ser justos? ¿Qué mal hay en ello? ¿Una sociedad sin normas gobernada por pecadores, eso es lo que buscaba? Mira cómo acabó siendo rechazado por el pueblo. Su error se volvió contra él, era insostenible su prédica.

- Hay una diferencia.

- ¿Hipocresía? Nadie habló de hipocresía hasta que apareció vuestro maestro iluminado. Pregunta a la gente común y verás cómo ni siquiera saben qué quiere decir esa palabra.

- Hay una diferencia.

- ¿¡Cuál es!? ¡Demonios, dímelo ya!

- Es muy sencillo. Todos esos pecadores de los que hablas, en definitiva, se han saltado las normas que otros han hecho para ellos, pero tú, con tu hipocresía, te has saltado las normas que tú y los de tu secta habéis hecho para otros. ¿Ves la diferencia?