Leí hace unos días en la contraportada del diario típico de Barcelona, la declaración de Jack Gaitelli, creador de la fundación “Objetivo 50”, una declaración que me dejó en los labios el sabor a ceniza, decía: “Si has cumplido los 50, nadie se mirará tu currículum”.
Releí su declaración y quiero pensar que fue escrita en momento de desaliento, y en particular, en su propia experiencia de quedarse sin empleo tres veces seguidas por sus algo más de 50 años.
En la entrevista que en el propio periódico se le hace, se puede vislumbrar –bien que la organización que él ha creado para ayudar a los desempleados séniors es interesante- que siente lo horrible que es envejecer en este mundo tan hostil donde la vejez está desprestigiada y ahora ya bien difícil, laboralmente, para los cincuenteros.
Y recordé no extrañarme cuando escuché de labios de una gran mujer, la increíble sentencia de: “¿por qué no nos moriremos todos en la víspera de la ancianidad?”.
“Desde el Corazón” callé ante tan descorazonadora frase, pues conociendo a la inteligente y eficaz mujer, pensé que no podía hundirse tan baratamente por tener veinte arrugas más.
Como alguien que ronda ya los 70, solicitaré que me perdonen por no escribir acerca de “pues ha llegado el tiempo de descanso”; “ya ha cumplido mucho en sus años, ahora se merece un reposo”. No lo haré, porque pocas cosas me entristecen más que esas personas que ya sólo se dedican a recordar, como si estuvieran dispensados de seguir viviendo.
Y voy a empezar reconociendo que tiene que ser difícil envejecer en un mundo como el nuestro, en el que ya no se miran los currículum de los que han superado los 50 años, como difícil en una España nuestra, en la que, mayores de 50 años, sólo trabajan entre el 25 y el 30 por ciento.
Que es difícil incluso, el haber dejado de ser joven. Porque hoy los ídolos son la velocidad, la lucha, la fuerza, el nervio. Una canción voceada con juventud, con brío de saltimbanqui, que va de un escenario a otro acompañado de jóvenes bailarinas, así mismas ligeras de todo, pero jóvenes, tiene mejor puntuación que un joven melódico, tranquilo que adorna con tonos de terciopelo su balada (véase Numero Uno).
Una verdad dicha serena y apagadamente, casi parece un sueño. Una mentira voceada con juventud y griterío, casi suena por una verdad. Este mundo ha endiosado a la juventud, no por lo que tenga de verdadera o de justa, sino por lo que tiene de juvenil. Sí; debe ser –es- difícil envejecer, ahora.
Y “Desde el Corazón” me digo ¿qué tenemos que hacer los que ya nos acercamos a los 70 u 80, a los que nos dicen los propios médicos que hay que cuidarse, que ya no estamos para hacer chiquilladas, y hasta la propia familia nos dice: a descansar toca?.
Pues hay que hacer lo que debería esperarse de un adulto, o de una persona de “juventud acumulada”, ser fieles a nuestra adultez o madurez. Que llevemos con dignidad los 50, los 60, los 70 o los que nos toquen. Que aceptemos el gozo de ser frutos sin añoranza de ser flores, menos aún, de criticar o imitar la juventud. Y así “Desde el Corazón” soy de los que piensa que aún soy competente para trabajar, aunque no se mire mi currículum, y que sigue siendo importante la cosecha que aún pueda producir.
De la vehemencia y el entusiasmo debe brotar la paz y la serenidad. De la búsqueda inquieta de la felicidad debe emerger el atardecer del aprecio y el saboreo del bien poseído.
De la capacidad de asimilación ha de fortalecerse la riqueza interior y del optimismo, la esperanza. El ímpetu y el vigor deben producir la paciencia y la ternura. De la ilusión debe brotar la lucidez.
De la fe en los demás, pese a tantos desengaños, hemos de llegar a la sabia indulgencia y la comprensión de todo. De la alegría de vivir hay que sacar el gozo de haber vivido. De la necesidad de amar y ser amado, tiene que surgir la derrota de todos los egoísmos y un amor. Al fin, plenamente desprendido.
Nuestro currículum no está cerrado aunque no nos lo lean. Debemos preguntarnos si podemos añadir: que en nuestra adultez hemos llegado a la serenidad, la experiencia, la efectividad de binomio joven/sénior, el sentido del humor, la comprensión de todos. Y añadir, sin tapujos, que de nuestra juventud no cargamos con una atadijo de nervios, de tozudez, de humor avinagrado, de ideas petrificadas y tozudas, de impaciencia, de condena de todos los que nos rodean, y en particular, el cultivo del más refinado de los egoísmos.
Así será como no tendremos que mendigar estima, ni mimos para nuestra paz, nos llenará nuestra vida y trabajo, el oficio de repartirla. Y no añoraremos un barato prestigio que nos llegue de afuera. Porque por dentro estaremos estallantemente vivos.
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