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¿Qué le dice el pasado a tu fe?

Los relatos bíblicos están a disposición de nuestra memoria para alimentar nuestra fe.
EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín Torralba 07 DE JUNIO DE 2013 22:00 h

Josué hijo de Nun envió desde Sitim dos espías secretamente, diciéndoles: Andad, reconoced la tierra, y a Jericó. Y ellos fueron, y entraron en casa de una ramera
que se llamaba Rahab, y posaron allí.Y fue dado aviso al rey de Jericó, diciendo:
He aquí que hombres de los hijos de Israel han venido aquí esta noche para espiar la tierra.
Entonces el rey de Jericó envió a decir a Rahab: Saca a los hombres que han venido a ti, y han entrado a tu casa; porque han venido para espiar toda la tierra.Pero la mujer había tomado a los dos hombres y los había escondido; y dijo: Es verdad que unos hombres vinieron a mí, pero no supe de dónde eran. Y cuando se iba a cerrar la puerta, siendo ya oscuro, esos hombres se salieron, y no sé a dónde han ido; seguidlos aprisa, y los alcanzaréis.
Mas ella los había hecho subir al terrado, y los había escondido entre los manojos de lino que tenía puestos en el terrado. Y los hombres fueron tras ellos por el camino del Jordán, hasta los vados; y la puerta fue cerrada después que salieron los perseguidores.
Antes que ellos se durmiesen, ella subió al terrado, y les dijo: Sé que Jehová os ha dado esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre nosotros, y todos los moradores del país ya han desmayado por causa de vosotros. Porque hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto, y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán, a Sehón y a Og, a los cuales habéis destruido.Oyendo esto, ha desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en hombre alguno por causa de vosotros, porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra.Os ruego pues, ahora, que me juréis por Jehová, que como he hecho misericordia con vosotros, así la haréis vosotros con la casa de mi padre, de lo cual me daréis una señal segura;y que salvaréis la vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas, y a todo lo que es suyo; y que libraréis nuestras vidas de la muerte.
Ellos le respondieron: Nuestra vida responderá por la vuestra, si no denunciareis este asunto nuestro; y cuando Jehová nos haya dado la tierra, nosotros haremos contigo misericordia y verdad. Josué 2: 1-14

¡Cuántas veces se habla de la fe, desgraciadamente, como de un acto vacío de lógica, de contenido, más basado en el impulso ignorante y supersticioso de débiles, que de una acción basada en elementos coherentes! La fe es una gran desconocida para nosotros, incluso siendo cristianos.

Hemos conocido una pequeña muestra de lo que la fe puede hacer en nuestras vidas materializándose en esa salvación tan grande que hemos recibido. La creemos por fe, pero aún no la vemos de manera palpable, aunque por la fe también empezamos a vivirla. Pero no terminamos de saber cómo se maneja ese elemento misterioso al que llamamos fe.

El gran “problema” que tiene la fe es que se basa en lo que aún no ha llegado, en lo que aún no vemos. Y en ese sentido, aunque conocemos en teoría que la fe desencadena grandes dosis de poder en movimiento, de milagros, incluso, porque Jesús así lo explicó, pocas veces llegamos a verlos porque, tal y como Él tuvo que decir en su tiempo, somos “hombres y mujeres de poca fe”.

La semana anterior considerábamos el gesto que tuvo aquella mujer con flujo de sangre al acercarse de manera poco ortodoxa a Jesús para poder tocar aunque fuera el borde de su manto. Y también los resultados que de aquel acto de fe se desprendieron.

En esta ocasión tomo el ejemplo de Rahab para considerar cómo la fe está bien lejos de ser vacía y falta de contenido. Cuando Rahab habla con los dos espías y manifiesta abiertamente su fe, no sólo con palabras o con intenciones, sino jugándose literalmente la vida por la causa del Dios de Israel, apela de manera bien evidente al pasado conocido del pueblo de Dios. Siendo ella ajena a ese pueblo no le pasaba desapercibida la grandeza desplegada en tantos momentos previos a ese que les tocaba vivir. Y todo lo sucedido no podía sino mover en ella la convicción de que se estaba posicionando en el bando correcto y que el riesgo que iba a asumir estaba bajo el control del Dios que gobierna en el cielo y la tierra. En ese sentido, el riesgo dejaba de ser tal aunque nos cueste creerlo.

Nuestra fe tampoco está vacía. Tenemos el testimonio de tantos y tantos en las páginas de las Escrituras sobre los que conocemos cómo Dios tuvo a bien actuar. Conocemos los detalles de milagros, vemos sus vidas desde la perspectiva del narrador omnisciente, conociendo incluso los pensamientos y la intimidad de muchos de ellos. Conocemos, en medio de esas historias, el corazón de Dios y la manera en que Él ha ido interviniendo a lo largo de los tiempos en Su pueblo e incluso en los que no forman parte de Él para ir apuntando poco a poco hacia Su plan perfecto de salvación por ti y por mí. Por eso, al considerar en qué basamos nuestra fe, sería bueno que pudiéramos, como Rahab, en momentos de duda, adversidad, miedo y riesgo, echar la vista atrás y pensar en todo lo que Dios ha ido haciendo hasta el día de hoy.

Dios es un Dios de maravillas. Nos mentimos y engañamos si creemos que Dios no hace milagros hoy. El gran problema para nosotros es que nuestra vista es bien limitada y que nuestro conocimiento de lo que sucede alrededor nuestro también lo es, a pesar de tener más medios que nunca para estar bien informados. Nuestro egoísmo y el individualismo en el que vivimos nos llevan a vivir cada vez más aislados, sin conocer lo que sucede en torno a nosotros. Nos hemos convertido en seres tremendamente inmediatistas de escasa memoria. Pero a nada que nos ponemos con oídos atentos a preguntar alrededor, a alguna de esas personas con las que compartimos banco de iglesia el domingo por la mañana, descubrimos que Dios sigue obrando entre Su pueblo con la misma fuerza, generosidad y poder que hace veinte siglos (haz la prueba y atrévete a preguntar de qué maneras prodigiosas está Dios obrando es sus vidas, porque eso dará aliento a la tuya). A veces tenemos los milagros tan cerca que no los vemos, no los reconocemos, y peor aún, no los atribuimos a la fuente correcta, que es Dios mismo.

Los relatos bíblicos están a disposición de nuestra memoria para alimentar nuestra fe. Cada uno de esos milagros en la vida de otros nos hablan de milagros potenciales en la nuestra. Ese milagro que se da en nosotros es testimonio para la fe de nuestros hermanos que nos rodean, de la misma forma que todo aquello que acontece de parte de Dios en sus vidas es testimonio para nosotros acerca de la realidad de un Dios viviente y que sigue actuando en favor de Su pueblo. Nuestro gran problema, entonces, no es que Dios no haga milagros hoy, lo cual es falso. Es que no tenemos memoria suficiente como para recordar que Dios jamás ha abandonado a un hijo Suyo. Es más, no deja caer ni un cabello de nuestra cabeza y cada uno de esos cabellos retenidos son un acto sobrenatural en nuestras vidas, aunque no tengamos conocimiento consciente de ello.

La memoria de Rahab le hizo posicionarse del bando de Dios. Recordar lo que Él había obrado en un pueblo que ni siquiera era el suyo era suficiente para tomar partido. Ella, desde ese conocimiento, no tenía excusa como para no depositar fe en Él. Y así lo hizo. Y esa fe fue mucho más que una decisión sin más. Tuvo consecuencias, porque la verdadera fe siempre las tiene. De hecho, una fe sin consecuencias sí suele ser una fe vacía porque implica una buena dosis de duda. Y ésta última es incompatible con la fe.
Si Rahab hubiera tomado una postura de fe pero no se hubiera lanzado a ayudar a esos hombres, con todo el peligro que eso implicaba, sólo hubiera habido una explicación posible: que en el fondo no creía tanto en el poder de ese Dios de Israel. Sin embargo, en su convicción no hay lugar para la duda. Las dudas desprestigian la fe y lo que es peor, la desproveen de obras, porque hacen que se quede a medio camino, inevitablemente. En una verdadera fe no hay riesgo cuando esa fe se deposita en el Dios todopoderoso. El único riesgo es no usar todo el potencial de esa fe, porque en esto no hay términos medios.

Pedro en ningún momento estuvo expuesto a riesgo mientras caminó sobre las aguas puesta su mirada en el Maestro. Sólo empezó a arriesgarse verdaderamente cuando le asaltó la duda. En ese instante preciso, sus pies empezaron a hundirse, con ellos el resto de su cuerpo y, por supuesto, la poca fe que le quedaba en ese momento.

La duda funciona allí como un verdadero pantano de arenas movedizas al que sólo podemos vencer quedándonos quietos y depositando fe de nuevo en el único que puede salvarnos.

No darle a Dios nuestra confianza completa significa convivir con la duda y en ese sentido, ésta agujerea la única red con la que contamos en este mundo lleno de peligros: Dios mismo. Rahab y tantos otros ejemplos de la Biblia son relatos vivientes de una fe en movimiento. Están ahí inmortalizados para alentarnos en los momentos difíciles de nuestro caminar. El camino está lleno de peligros, pero las murallas caerán siempre al sonar de las trompetas si es nuestro Dios quien las dirige.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Mar
12/06/2013
23:20 h
1
 
Valoro el riesgo que implica asignar a la Fe un argumento. Yo no sé hasta donde Rahab (el caso tomado para este artículo, no lo que dice la Palabra en verdad) actúa por fe, por lógica, o por interés y eso es un poco lo que se puede leer en el texto. Considero interesante y oportuno pararse en la memoria, anclarse en el punto del rescate, del milagro permanente, de lo que hizo Dios por nosotros; sin embargo, para conocerlo, hay que creer, para salvarse hay que creer y en ese punto estamos sin historia previa, la medida de fe, aumenta por ejercitarla en oportunidades que Dios nos da y por oir su palabra ( volver a sus actos y promesas, en síntesis es lo que dice el artículo); pero para eso hay
 



 
 
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