Se dice que uno de los síntomas de vejez (yo lo llamo juventud acumulada) es cuando te encuentras con un amigo, no visto en mucho tiempo, y le dices “¿recuerdas aquellos tiempos?, ¡quién pudiera tener los veinticinco abriles!”; porque una tendencia bastante natural del hombre es pensar que los tiempos idos son siempre mejores que los presen-tes. Contribuye a esta filosofía ese sentido de melancolía y nostalgia que son inherentes a nuestra perpetua insatisfacción o búsqueda de felicidad.
¿Será cierto que “cualquier tiempo pasado fue mejor”?; ¿quién puede afirmarlo?
A mí no me gustaría que volvieran los tiempos de los faraones y que por amar al pueblo de Israel me pusieran a construir pirámides, para sepulturas de los tiranos; ni los tiempos de los griegos, porque no conquistaría ni un laurel corriendo un maratón o lanzando un disco. Ni que volvieran los tiempos de los romanos, siendo predicador del Evangelio de Cristo. Quizás me arrojaran a los leones, para que se dieran un banquete con mi carne. No me gustaría que volvieran los tiempos de la Edad Media. Como no soy noble, ni trovador, ni caballero andante, ni Cardenal, que eran los únicos que en aquel tiempo se lo pasaban bien, no creo que fuera feliz en aquellos tiempos.
No me gustaría que volvieran los tiempos de Cristóbal Colón, -cuando no era seguidor del Barça-, cuando se cruzaba el Atlántico en carabelas, tardando meses, cuando ahora se puede cruzar en pocas horas.
No me gustaría que volvieran los tiempos de los bárbaros. ¡Demasiados bárbaros tenemos ya!, gastando el dinero de los contribuyentes, permitiendo injusticias y haciendo leyes de beneficio partidista o de satisfacción de la masa. Y mucho menos que volvieran los tiempos de la esclavitud, pues demasiados abundan ya en el presente.
No, no estoy seguro que los tiempos felices fueran los pasados, ni que lo mejor de nuestra vida es lo que ya hemos vivido. No en vano el sabio que escribió Eclesiastés, ya dijo: “Nunca digas, ¿cuál es la causa de que los tiempos pasados fuesen mejores que estos? Porque no es de sabios preguntar esto”.
“Desde el Corazón”
pienso que los tiempos pasados fueron tan malos y tan buenos como los presentes. La humanidad cambia profundamente muy poco, y la felicidad, la desgracia, el bienestar y el malestar, son relativos. El tiempo pasado, con sus buenas cosas y sus malas es ya irrecuperable. ¿Para qué pensar en él?; a menos que sea para aprender de los errores y rectificarlos o de los aciertos para multiplicarlos.
“Desde el Corazón”
sostengo que pese a todo lo malo que existe, el ser humano vive uno de los mejores momentos de la historia porque tenemos a nuestra disposición, en todos los sectores, posibilidades hasta ayer desconocidas e inalcanzables. Sin embargo, en una de las cosas en que no podría decidir si el mundo ha mejorado, es en la vivencia de la felicidad invisible, la gran reserva espiritual que nos ayuda a no desesperar en los momentos difíciles, cuando hemos perdido alguna felicidad tangible.
Una cosa es cierta: tenemos muchos más motivos para ser felices que antes. En este escrito hoy exceptúo a todos los que sufren en los países más pobres, para quienes la palabra “felicidad” no existe o es un insulto. Sé “Desde el Corazón” que hay millones de seres humanos que viven en la más absoluta miseria –de ahí mi esfuerzo constante en la solidaridad desde mi insignificancia‑ y de que un porcentaje reducidísimo de la población mundial acapara la riqueza que se le niega a la mayoría. Y que me avergüence de un jugador que llora por abandonar su Club de toda la vida, para ir a otro que con 100 millones quita todas las lágrimas y penas. Pero, mi “Desde el Corazón” hoy, no trata de las riquezas, sino de la felicidad.
En la actualidad hay más posibilidades de curar enfermedades, más conocimiento científico, incluso de los mecanismos cerebrales, tan influyentes en la propia felicidad, más recursos a nuestro alcance, más y mejor tecnología, más posibilidades de comunicación entre las personas, más libertad de movimientos, más democracia –aunque no tantos demócratas‑.
La pregunta es si estas mejoras en la calidad de vida han producido o no un mayor índice de felicidad.
Y llegando a estas líneas, soy consciente que me queda mucho por decir, dado que no es nada fácil definir ¿qué es la felicidad? Pero, hasta un próximo artículo, sí afirmaré que: mientras una fe espiritual y madura ayuda en la felicidad, los envidiosos, los tacaños, los rencorosos, los vengativos, los violentos, los racistas, los fanáticos, los insolidarios, los tiranos, los explotadores, los ladrones, difícilmente serán capaces de entender qué es la felicidad. Ni la del cuerpo ni la del alma.
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