“Salvar el alma de las personas y olvidarse de sus miserias, de sus necesidades, de la injusticia social que les margina, de la opresión de los poderosos sobre los débiles, es un insulto a la enseñanza del Evangelio”.
Nuestro entrevistado de hoy es Máximo García Ruiz, oriundo de Madrid, ciudad donde reside. Es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica, y licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca, en la que también se doctoró en Teología. Además, es profesor de Sociología e Historia de las Religiones en la Facultad Protestante de Teología UEBE y profesor invitado de otras instituciones.
Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios. Es autor de veinticuatro libros, algunos de ellos en colaboración.
Pregunta.- ¿Cuál es la lectura evangélica de la crisis por la que atraviesa España?
Respuesta.-Con el uso reiterado y a veces distorsionado del lenguaje, las palabras se desgastan y terminan teniendo valores diferentes a los que originalmente les corresponde. Eso ocurre en nuestros días con términos como “austeridad”, “ascetismo”, “solidaridad”, “justicia social” o “ética”. Si somos capaces de ver la sociedad moderna a través del tamiz del Sermón de la Montaña que, a fin de cuentas, es la síntesis del Evangelio, nos daremos cuenta de que hemos construido una sociedad injusta, insolidaria, glotona y desmedida en el ansia de disfrute incontrolado; se trata de una especie de competición depredadora que desprecia los valores éticos y se comporta ajena a los efectos desastrosos que ocasiona su conducta, hasta que llega la crisis y se siente sorprendida y defraudada de los efectos provocados por su conducta.
Se ha politizado en exceso esa expresión que resume en pocas palabras la respuesta a la pregunta: “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, más bien deberíamos decir por encima de nuestras necesidades. Hemos olvidado la enseñanza central del
Padre Nuestro: “el pan cotidiano”. No hace falta más. Lo necesario para seguir viviendo. Sin ambiciones desmedidas, sin glotonería, sin avaricia. Vivir y hacer posible que otros vivan.
P.- ¿Cuál el papel de los cristianos frente a la crisis? Usted ha escrito un libro, “Protestantismo y Crisis”, donde aborda este tema. ¿Qué nos propone en el mismo?
R.-En mi libro echamos una mirada a una sociedad que hoy podríamos ver como un tanto utópica, que hizo del ascetismo un estilo de vida en obediencia a Dios, de la austeridad una forma de conducta, de la justicia social un reto, de la ética una forma de concebir las relaciones humanas y del amor al trabajo bien hecho una manera de honrar y servir a Dios. A partir de esa experiencia que ha impreso en una parte de la población europea un estilo peculiar de vida que, entre otros logros, ha producido prosperidad social hasta poder implantar el conocido como “Estado del bienestar”, hoy en peligro de desaparecer, el reto que planteamos a los evangélicos españoles es que recuperen esos valores y sean fermento profético en una sociedad sin rumbo. Resulta inútil, incluso ofensivo, hablar de evangelización sin arrancar de un estilo evangélico de vida. Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo. Las iglesias se entretienen demasiado en buscar “nuevos métodos de evangelización”, por lo regular importados de contextos sociales que nada tienen que ver con el nuestro; se afanan por ofrecer buenos espectáculos religiosos, especialmente musicales, de predicar, en muchos casos, la teología de la prosperidad depredadora y dedican menos atención a formar hombres y mujeres éticamente intachables, solidarios con el que sufre. La receta que podríamos dar es sencilla: ser sal en un mundo desabrido y luz para una sociedad en tinieblas; y serlo no solamente de cara a la eternidad, sino pensando en el día a día.
P.- ¿Puede la ética protestante propiciar una prosperidad económica y social hoy?
R.-Es necesario revisar el sentido de prosperidad. Si la prosperidad exige contaminar los ríos y el aire que respiramos, talar los bosques, esquilmar la tierra; si prosperidad es sinónimo de consumismo; si la prosperidad se consigue para una reducida población privilegiada a costa de las tres cuartas partes de la humanidad que vive en la indigencia, que no puede librarse de las plagas que la acosan y que observa impotente cómo se mueren sus hijos por falta de higiene y atención médica; si eso es lo que consideramos prosperidad, mejor que no contribuyamos a ello. En cualquier caso, la ética inspirada por una genuina concepción cristiana de la vida es un revulsivo eficaz para colocar cada cosa en su sitio; para establecer una sociedad más justa y equilibrada; para inspirar a andar la segunda milla con quien ya no puede más o ayudarle a buscar la moneda perdida y que otros le han sustraído impunemente.
En cualquier caso, en la medida en la que sea aplicada a la conducta familiar, cívica y laboral derivada de la ética cristiana, tal y como Max Weber la percibe de la sociedad calvinista que él analiza, es indudable que los efectos se van a dejar sentir, tanto a nivel personal, como familiar y social.
P.- ¿Pero sabemos realmente qué es la ética?
R.-Desde luego no es equivalente a
moral, aunque ambos términos estén emparentados. Lo definimos ampliamente en el libro al que se ha hecho referencia anteriormente. No estaría de más repasarlo. Una conducta ética va más allá de ciertos aspectos morales que tienen que ver con costumbres sociales (limitados a veces a formas de vestir o no vestir) o aspectos vinculados a las relaciones interpersonales en el ámbito sexual. La ética tiene que ver con valores permanentes: la vida, la dignidad de las personas, la justicia social, la fidelidad con los compromisos adquiridos, el respeto a las leyes que no violenten la conciencia, el sometimiento a la verdad (“vuestro sí, sea sí”).
P.- ¿Todavía quedan resabios de influencia de la Iglesia medieval en gran parte de los estamentos de la sociedad actual?
R.-Muchos. Los transmite, en nuestra sociedad, la Iglesia católica especialmente. Y los mimetizan muchas iglesias evangélicas que son subsidiarias culturalmente del catolicismo. El protestantismo debería independizarse de la influencia medieval de la Iglesia católica y recuperar otros referentes propiamente evangélicos. La cultura netamente protestante es más comprometida con la persona, con la solidaridad, con políticas progresistas (no hablo de partidos políticos, aunque se autodefinan de esta forma). Pero ¡ojo!, con esto no quiero decir incorporar la cultura que nos llega vía Latinoamérica desde los Estados Unidos, aunque pudiera ser de otros lugares. La cultura es un vehículo, pero no una finalidad.
P.- Me pregunto si con todo el sustento bíblico-teológico que tenemos a la mano hemos entendido que la misión que nos dejó Jesús es una misión integral…
R.-Ahí está el
quic de la cuestión. Somos excesivamente helenos en la separación de alma, espíritu y cuerpo. Hay que mirar más a la cultura judía, aunque nada más sea en lo que afecta al caso al que estamos haciendo referencia. Somos una sola cosa; sin líneas divisorias; un solo uniforme; una sola cara; una conducta única, sea en la Iglesia, en la familia, en el trabajo… Salvar el alma de las personas y olvidarse de sus miserias, de sus necesidades, de sus angustias, de la injusticia social que les margina, de la opresión de los poderosos sobre los débiles, es un insulto a la enseñanza del Evangelio.
P.- ¿Debemos participar activamente en la arena pública para hacernos oír, alcanzar una sociedad más justa y solidaria?
R.-No creo que sea necesario redundar más en lo dicho anteriormente. La respuesta enfática es: ¡sí! Ahora bien, como individuos, hombres y mujeres cristianos, no las iglesias. Las iglesias que se ocupen de predicar, enseñar e inspirar a los creyentes y dejen a los gobiernos que gestionen la cosa pública. Y ahí es donde deben estar los creyentes para ser sal y luz.
P.- Se ha avanzado mucho en términos de libertad religiosa comparado a otras épocas. ¿Es que ya está todo conseguido?
R.-Si hablamos de España, es indudable que, salvo algún resquicio por resolver, tenemos un marco jurídico que garantiza suficientemente la libertad religiosa. En los años 60 del siglo pasado, cuando fue promulgada la llamada Ley de Libertad Religiosa 44/1967, que en realidad era únicamente una ley de tolerancia, muchos pensaron que ese era el tope de exigencia. Luego llegó, con la democracia, la Ley de 1980, que ésta sí que es una ley de libertad religiosa.
Lo que ahora falta tiene que ver con la aplicación de la ley y con los sustratos culturales, que están por superar. Queda mucho camino por recorrer. Los gobernantes, los estratos educativos, la justicia, los medios de comunicación, están muy imbuidos por la cultura católica; y la jerarquía católica tiene los tentáculos muy largos y alcanzan a todas las capas de la sociedad. Hay mucho camino por recorrer y ese camino hay que transitarlo introduciéndose eficazmente en la sociedad.
P.- ¿Hemos perdido los evangélicos nuestra capacidad crítica y reivindicativa?
R.-Espero que no. Aunque, a decir verdad, no creo que hayamos destacado mucho por desarrollar esa faceta en el pasado inmediato, salvo en la época pre-constitucional. En la actualidad observo cierto borreguismo; una especie de pudor que no quiere ofender a las autoridades. A nuestros líderes parece que les asusta molestar a las autoridades. Se mantienen encuentros con gobernantes, se reciben algunas migajas de subvención que condicionan subliminalmente, se dialoga (cuando ellos quieren) sobre diferentes temas, pero falta mordiente. La aplicación de la Ley de Libertad Religiosa es cicatera y así llevamos más de 30 años. Es hora de irse al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo; hora de plantear demandas concretas, como la que hizo el pastor Manzanas (¡¡y ganó!!). Hay miedo a utilizar los medios que la democracia pone a nuestro alcance; una especie de respeto reverencial hacia los gobernantes. Una cosa es orar por los gobernantes y otra perder la capacidad de exigencia de ser tratados con equidad y justicia.
P.- ¿Podría hacernos una radiografía de la educación en España? Secular y en valores cristianos…
R.-No me muevo en esos ámbitos. Hay personas mucho más cualificadas que yo para hacer esa radiografía. Dicho en pocas palabras, en este terreno es probablemente en el que más se sigue dejando sentir la influencia del catolicismo pre-constitucional, heredero del nacionalcatolicismo. La Iglesia católica ejerce su influencia no solamente de forma directa a través de la amplia red de centros docentes que patrocina (con fondos del Estado), sino por el control y el chantaje que permanentemente le hace a los diferentes gobiernos de la nación, se definan de izquierdas o de derechas. El diálogo aquí se estrella contra unos muros inexpugnables. Una vez más hay que tomar el camino de Estrasburgo.
Personalmente opino que la formación cristiana es cosa de la familia y de la Iglesia. La escuela debe formar en historia de las religiones, en valores sociales y cívicos, pero la religión debe quedar fuera de las aulas, evitando, eso sí, y hay que vigilarlo muy bien, una educación laicista, que es algo diferente a laica.
P.- ¿Cuál es el gran reto que tenemos los evangélicos en este siglo XXI?
R.-Seguir siendo creyentes en unan sociedad secularizada. Aprender a ser creyentes respetando que otros puedan serlo de forma diferente o, incluso, no serlo.
P.- ¿Cree necesario que los evangélicos de nuestro país nos sentemos y nos hagamos una radiografía para tener un diagnóstico certero de nuestra situación actual?
R.-No es cosa sencilla porque cada grupo denominacional lleva siempre consigo la mochila de su propia ideología. Y son muchos los gurús, apóstoles de nuevo cuño y pseudolíderes que, a falta de profundidad espiritual y teológica, recurren al fanatismo y a la obediencia ciega como sinónimo de espiritualidad.
No es sencillo porque los congresos, cuando los hay, suelen centrarse en mirar hacia dentro, son endógenos, en lugar de poner su mirada en el exterior. Pero sí, sería conveniente dedicar algo de tiempo a saber quiénes somos, de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde caminamos. No estaría de más, para ello, escuchar “el consejo de los mayores”, al menos sus reflexiones fruto de años de experiencia. Pero en esta sociedad vertiginosa no hay tiempo para escuchar a los viejos. Las nuevas generaciones deberían redefinir su perfil, ciertamente, pero sin dejar de mirar, para aprender, al pasado, evitando, por supuesto, convertirse en estatuas de sal.
P.- ¿Cómo conoció a Jesús?
R.-La suma de tres factores: juventud (16 años) + unos jóvenes amigos que se ocuparon de compartir su fe conmigo + un folleto recibido oportunamente.
Finaliza la entrevista. Gracias, Máximo, por estas reflexiones sobre pensar en recuperar esa cultura netamente protestante, más comprometida con las personas, con la solidaridad… Pienso que si las influencias que recibimos, incluso llegadas de otras latitudes, son buenas y por esta línea, bienvenidas sean. Doy gracias por el legado que nos han dejado los de dentro y los de fuera, y que en épocas de oscurantismo se dejaron la piel para alcanzar ciertas libertades de las que hoy gozamos.
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