Hace unos años se hizo prácticamente célebre la frase “¿Quién me pone la pierna encima para que no levante cabeza?” a partir de uno de los participantes de un conocido programa de televisión. Aquello sólo era una pequeña muestra del poder que tiene lo mediático para catapultar a cualquiera que entre en su maquinaria, ya sea para bien o para mal.
La frase fue repetida por todos, reproducida hasta el hastío en todos los programas de zapping posibles, editada y reeditada hasta decir “Basta” y sólo la mención de sus primeras palabras evocaba en cualquiera, prácticamente, la frase al completo.
Sin embargo, más allá del tinte cómico que entonces la frase podía tener,
todos en algún momento hemos podido hacernos esa misma pregunta con esas o con distintas palabras: “¿Quién mueve los hilos de mi vida?” “¿Quién está interesado en que no salga adelante?” “¿Cómo se vive en un mundo donde uno no siente que controle su propia existencia?”. En estos tiempos que corren, donde a una desgracia parece suceder otra, donde una mala noticia siempre suele llamar a una segunda, ¿cómo no hacerse este tipo de preguntas? Pero, más importante aún, ¿cómo nos las respondemos cuando nos las hacemos?
En el mundo lo tienen relativamente fácil: o directamente deciden que no hay nadie detrás o, si se decide lo contrario, se opta por pensar que quien anda entre bambalinas debe ser alguien muy mezquino para permitir que pase todo lo que pasa. No piensan en una fuente de mal, en cualquier caso, sino en un dios de dudosa conciencia o reputación. El mal, simplemente, les parece algo inexistente o demasiado fantasioso como para que pueda ser verdad.
Entre creyentes, al contrario de lo que pudiera parecernos, las cosas tampoco están muy claras, o al menos no tanto como debiera a la luz de lo que la Palabra nos revela. Sobre todo porque tenemos esa tendencia facilona a decir que todo lo bueno viene de Dios (que es verdad) y todo lo malo viene de Satanás (que, en otro sentido, es cierto también). Pero esto no es toda la realidad de las cosas. Lo cierto, según se nos plantea en el Evangelio y también en el Antiguo Testamento, es que Dios se encuentra permitiendo tanto lo uno como lo otro. Y más aún, que cada elemento de nuestra vida es usado por parte de Dios y por parte de Satanás, aunque de forma diferente y con objetivos bien distintos.
Así, las cosas, no nos conviene perder esto de vista. Principalmente porque, cuando echamos la culpa al maligno de muchas de las desgracias y sucesos de nuestra vida y observamos los zarandeos a los que somos sometidos, fácilmente caemos en la trampa de pensar que no somos responsables de lo que nos sucede ni de la respuesta que damos ante todo ello.
Sin embargo, y muy por el contrario, somos del todo responsables del uso que hacemos de nuestras pruebas y de los acontecimientos que en nuestra vida tienen lugar. Piense el lector, si no, qué diferente es nuestra actitud ante las cosas cuando atribuimos lo que nos sucede a una fuente o a otra. Cuando lo atribuimos a Satanás, solemos eludir nuestra responsabilidad y autovictimizarnos. Cuando lo achacamos a Dios, sin embargo, parece que entendemos mejor que tenemos una responsabilidad ya que de manera bien clara se nos habla de prepararnos, de fortalecernos y del papel que juegan las pruebas en nuestra vida y nuestro crecimiento cristianos.
Detrás del telón hay dos fuerzas en permanente lucha. Pero nosotros no estamos vendidos a ello de forma trágica. Haríamos bien, sobre todo cuando tenemos tendencia a eludir nuestro papel ante las asechanzas del diablo, en considerar que cada una de las cosas que ocurren en nosotros es el resultado de la obra de un Dios soberano que permite que todo lo que sucede acontezca y que, si decide que Satanás no mueva un dedo contra nosotros, nada ni nadie puede interponerse en Su camino. Cada elemento es producto directo del ejercicio de Su voluntad y se espera de nosotros que queramos y sepamos dar la talla, armados y protegidos con la armadura al completo, ya sea que el mismo elemento esté siendo usado en nuestras vidas por parte del tres veces Santo para moldearnos, o por parte del príncipe de este mundo para hundirnos y alejarnos de la voluntad de Dios.
Lo que ocurre detrás del telón es importante. Pero quizá más importante aún es lo que ocurre en el escenario de nuestras vidas, porque no somos marionetas sin criterio.
Tenemos voluntad, libertad, responsabilidad y capacidad de movimiento. Tenemos la necesidad de considerar hacia dónde están orientadas nuestras lealtades, hacia quién, por tanto, se manifestará de forma evidente nuestra fidelidad, y en qué línea se construirá nuestra vida.
El desenlace final está escrito y la victoria final, ganada en la cruz. Pero el desarrollo de nuestra vida, las decisiones que tomamos, quedan lejos de estar predeterminadas en un sentido dramático e inamovible. El evangelio está lleno de consideraciones para nuestro bien, de orientaciones para vivir una vida que honre al Creador.
¡Claro que considera la realidad de huestes de maldad haciendo “de las suyas” mientras puedan y el Señor se lo permita! Pero no dudemos que, en todo lo que acontezca alrededor y en nosotros, podremos decir sin temor a equivocarnos que lo que sucede viene del permiso de Dios y que, siendo así, habremos de responder conforme a la profesión de fe con que fuimos llamados.
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