Al escribir esta nota estoy al tanto, como cualquier persona informada, de las últimas noticias que muestran el estado de convulsión en el mundo, y la crónica desde nuevos países que, hasta hace poco, se concentraban en llevar adelante su existencia pacífica; y que ahora son focos de racimos de crisis, por aquello que los expertos llaman “efecto contagio”.
Entrar en detalles de cada situación sería caer en el morbo. Pero, la crueldad con que estos males afectan a familias enteras, amerita investigar las causas que llevan a muchos conocidos a exclamar con angustia “¡Esta situación me va a matar!” y a nosotros mismos a ser acosados por sentimientos de inseguridad.
De algo podemos estar absolutamente seguros todos -y queda hartamente demostrado por si todavía teníamos alguna duda– y es que nadie, por autoridad que tenga o títulos que ostente, es dueño de la solución. De allí que nuestra hipótesis aquí sea: “no existe fórmula humana que solucione de raíz los problemas que padece la humanidad”.
Convengamos que todos los humanos pasamos por enfermedades o lloramos la partida de un ser querido; también, que cada día hay más gente que es amenazada por inflexibles acreedores. Es muy posible que, frente a situaciones como esas, oigamos frases como: “Nunca le hice mal a nadie ¿por qué Dios permite que me pase esto?”; “Si Dios es amor ¿por qué no me sana?”; “Con tantos malos vivos ¿por qué se llevó Dios a esta persona que era intachable?”; “Voy siempre a la iglesia, pero ahora me quitarán la casa ¿Se olvidó Dios de mí?”; y muchas otras, hasta el cansancio.
Duele leer o escuchar esas frases de boca de quienes ignoran u olvidan que Dios es el
“que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.”(1)
¿ESTÁ DIOS AUSENTE EN LAS CRISIS?
La Escritura nos habla de un Creador que todo lo hizo bien y que creó al ser humano para que administrase su Obra. También, nos dice que uno de sus colaboradores cayó sin retorno por cuestionar la soberanía de Dios; y que, para vengarse, indujo a la pareja humana para que desobedeciera al mandato divino (2).
Todo el AT muestra a Dios formando un pueblo, Israel, para que otros pueblos llegasen a conocerle como el único Dios que reúne en sí mismo al amor, la santidad y la justicia. En lo individual, la historia de Job es un claro ejemplo donde Dios revela tener un propósito eterno; con él da un sentido superior a la vida; y lo cumple a favor de sus escogidos aún permitiendo el accionar de fuerzas del mal, a las que destruirá finalmente
(3).
El pecado, al abundar y propagarse, nos hizo olvidar a los humanos que Dios nos ama. Él es una Presencia viva y soberana en todas las circunstancias
(4). Esa presencia es real tanto cuando Su Plan eterno avanza glorioso como también en las crisis causadas por sus enemigos con intención de frenarlo.
Eso tenía muy en claro el apóstol Pablo cuando visitó Atenas; admirado por la idolatría de la civilización más culta de la tierra; en el Ágora, se anima y predica a los filósofos griegos:
“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. (…) Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.”(5)
El anciano apóstol Juan, poco antes de morir, recibe el mandato divino:
“Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.”(6)
La Revelación (o Apocalipsis) es donde él escribe sobre las siete iglesias cuyas condiciones tipifican a todas las iglesias locales que existieron y existirán a lo largo de la historia, obviamente incluyendo las actuales (7).
Se describe a la iglesia en
Esmirnacomo caliente; ardía como fuego en su celo; su fidelidad hasta la muerte era refulgente como un horno encendido a pleno. A
Sardis se la describe tan gélida como el hielo. La última de las siete,
Laodicea, era tibia; ni fría ni caliente
(8).
Según podemos leer en cualquier fuente seria,
la de Laodicea era una congregación asentada en una ciudad próspera, famosa en toda la región por su industria indumentaria de lana y por producir un efectivo colirio para los ojos.
Los laodiceanos se llevaban bien con todos y eran autosuficientes. Consideraban no tener necesidad de nada; es decir, creían estar bendecidos por el estatus alcanzado. Posiblemente estaban democráticamente organizados; por lo cual algunos miembros tenían inclinación por un líder, otros por otro, y había aquellos que no tenían preferencias o eran líderes de sí mismos. Pero todos
diluían la Verdad con las tradiciones heredadas y con mandamientos humanos. Como resultado, nadie prestaba atención a la autoridad de la Palabra de Dios.
Por eso, no sobresalían por su fortaleza o por estar alertas frente a la crisis. Eran como aquél hombre que pierde los remos y su bote es llevado por la furiosa corriente; entonces, desesperado ruega: “Buen Señor, ayúdame; buen Demonio, ayúdame”
(9).
Esta condición es nauseabunda para el Señor. No la tolera. Por eso les advierte que los vomitará de su boca
(10).
Si leemos con detenimiento este pasaje veremos que la clave de todo está en esta declaración del Señor de la iglesia (“el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios”):“reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (11)
Notemos que
no es una declaración de venganza por las transgresiones y ofensas de esa iglesia. Por el contrario, es la de un padre amoroso que corrige severamente a sus hijos para que no se pierdan. Muchas veces los padres estamos tentados a dar más cosas a un hijo desobediente con tal de aplacarlos en sus crisis de rebeldía (y que nos dejen en paz). En otras ocasiones, después de intentar contenerlos (y de contenernos) terminamos explotando con ira y los castigamos movidos por ella. El Padre celestial no obra así con nosotros.
¿Qué padre que realmente ama a sus hijos no sufre cuando los corrige?
El amor de Dios lleva al arrepentimiento genuino, única manera para ser perdonados.
La figura central es la de ese paciente Señor llamando a la puerta de la iglesia que lo ha dejado afuera.
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” (12)
Notemos bien: mientras camina entre las luces del candelabro el Señor llama a los corazones de los miembros alejados o hipócritas; les pide que lo dejen entrar y les promete una íntima comunión espiritual a quienes le reciban. No está llamando a la puerta del corazón de un pecador irredento. Equivocan el sentido escritural quienes utilizan este pasaje para predicar a los incrédulos.
¡Jesucristo está llamando exclusivamente a la puerta de Su iglesia; al corazón del pastor, de los ancianos, de los encargados de los distintos ministerios, de los diáconos y de cada uno de los miembros de esa congregación que se autodenomina “cristiana”!
Esta es la manera en que, a menudo, Él hace sonar el timbre de la puerta espiritual en los hogares de los cristianos nominales cuyos oídos están prestos a escuchar los llamados de la moda, el placer, la ambición o los negocios; pero, que por esa razón, ya no prestan atención a los reiterados timbrazos de Quien pacientemente pasa una y otra vez, se detiene y llama con insistencia a quienes ama y le han dejado afuera. Él desea entrar.
Algunas veces Él llama por medio de la enfermedad, otras por medio de pérdidas financieras, y otras por una muerte en la familia. La enfermedad, la pérdida material y la muerte son reales y se sufren; pero los de la casa no siempre vemos en ellas que es el Señor quien está llamándonos.
Si en medio de una crisis nos diésemos cuenta que es el Señor quien nos llama a través de ella, no demoraríamos en abrirle la puerta.
Si le abrimos, comprobaremos que su promesa es fiel y verdadera: Él entra, quita la tibieza interior con su cálida presencia; nos brinda su inigualable comunión y con ella trae consuelo, paz y total confianza en sus propósitos.
Finalmente, notemos la importancia de la Palabra de Dios para las iglesias. Siete veces Cristo llama a las iglesias a oír lo que el Espíritu está diciendo.
Si las iglesias dejan de escuchar la voz del Espíritu mediante la Palabra, empiezan a escuchar las voces de los falsos maestros y se alejan de la verdad. No neguemos la fe, aunque nos cueste la vida. Guardemos Su palabra y no neguemos Su nombre.
Sin la Palabra de Dios no hay vida ni esperanza para las iglesias.
“Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”(13)
Demos gracias a nuestro Padre celestial porque en medio de toda crisis Él permanece fiel, es nuestro pronto auxilio y nos recompensará si perseveramos hasta el fin (14).
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Notas
Ilustración: los momentos de crisis son oportunidades para reflexionar y cambiar. Link.
1. Mateo 5:45
2. En los primeros capítulos del Génesis tenemos el origen del propósito divino desarrollado luego en toda la Biblia
3. Este libro enseña que Satanás existe y que es un ser creado que no hace nada que Dios no le permita; y que los seres humanos solemos confundir las riquezas materiales con las bendiciones de Dios (aunque de Dios sean el oro, la plata y todo lo que hay en el planeta, Él da dones a cada uno como Él quiere) y creer que los valores morales son méritos humanos que obligan a Dios a actuar en nuestro favor
4. Lucas 12:6,7
5. Recomiendo leer todo este incidente en Hechos 17:16-34
6. Apocalipsis 1:19
7. Ibíd. 2 y 3
8. Ibíd. 3:14-22
9. Comentario Bíblico- Volumen XII, El Apocalipsis, por B. H. Carroll, Ediciones CLIE, ISBN 84-7645-221-7
10. Ibíd. 3:16
11. Ibíd. 3:14 y 19
12. Ibíd. 3:20
13. Ibíd. 3:21
14. Salmo 46:1; Mateo 24:13
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