Traté de animarlo lo mejor posible, le hablé atropelladamente a la puerta de la capilla, en los momentos de la despedida del culto, de la juventud acumulada, sin percibir que en realidad yo soy más viejo que él, ay, bien pocos años.
“La vejez –le decía‑es la cosecha de una larga siembra. Depende de lo que se siembre, de cómo se siembre y del modo de cultivarlo, y tú has sembrado mucho trabajo y dedicación a los tuyos. Por esto no tienes que preocuparte, porque por ley de vida nos vamos acercando a ella minuto a minuto. Lo importante no es tanto llegar, cosa que conseguimos simplemente viviendo, sino llegar siendo uno mismo. La vejez reconocida es una estancia más en la vida, en la que podemos seguir siendo jóvenes a nuestros ojos, aunque sólo sea a nuestros ojos. “Desde el Corazón” pienso, que se es viejo cuando uno se ve viejo, y la mujer, cuando los otros la ven vieja.
Alegrémonos hombre –le dije‑, hemos llegado a este momento no improvisadamente, ha sido como varias operaciones de cirugía estética pero al revés. De modo que podemos hacer hermosa la propia juventud acumulada. “No sé, no sé, me dijo‟.
Nuestra edad es el botín, el tesoro de lo que hemos vivido. Ahora, a cada uno de nosotros nos toca seguir siendo por dentro, y por fuera, el anciano que deseamos ser. Es un trabajo, el que nos toca ahora, el de alcanzar una madurez satisfactoria. Así que los primeros pasos serán comenzarla alegremente.
“Todo lo que me dices, Pastor –continuó tras un instante‑le vendría muy bien a un viejo, yo no lo soy; no soy ya joven, es verdad, pero tampoco viejo. El hecho que me hayan jubilado tan injustamente no quiere decir nada: un trámite administrativo fuera de mí, lejos de aún mis anhelos, ajeno a mí… lo que sucede –agregó muy quedamente‑ es que se me ha venido todo encima, al mismo tiempo. O que me he dado cuenta repentinamente ahora, que se me ha ido viniendo todo encima: la jubilación, que junto a desalmados impuestos y canallescos usureros, me han roto la inercia de mis ocupaciones, de mis duros trabajos mecánicos pero amados por los años; el perjuicio y tristeza que eso ha producido en mis seres queridos, y –a ti no te lo puedo ocultar‑ una disminución de ingresos, que, en momento como el que vivimos, convierte el porvenir no por más corto en menos tenebroso… y eso, cuando aún tengo fuerzas para trabajar, para compartir mis conocimientos de experiencias de vida. Ahora mismo, la jubilación ni está bien pensada ni me parece justa, pero si es Dios quien así lo quiere, bendigo Su nombre”.
Ese domingo miraba al suelo de la calle con una contagiosa tristeza. Yo le dije: “el anciano, en todas las culturas, y en la nuestra cristiana, ha sido el sabio a quien se respeta y se le pide consejo. Es una oportunidad de darse a los demás”. “Eso ya no es así; no nos engañemos Pastor. La experiencia de otro ya no la quiere casi nadie”.
Te comprendo, “Desde el Corazón” por lo que estás pasando. Tú has sido un trabajador empedernido, un maestro de mecánicos. Puedes dar muchas clases y enriquecer a muchos; lo que no puedes ni debes hacer es quedar observándote en la jubilación, te hará caer en la melancolía, e incluso empezarás a preocuparte por síntomas de enfermedades que antes te traían fresco.
Me dijiste, “como no tenga nada que hacer me voy a volver tonto” y pensé que mientras notaras esto, es que sigues estando estupendo. Y como sé que tienes alma de servicial, me recordaste que incluso sobre los objetos de la creación ha grabado Dios la ley del servicio prestado con simpatía. A las nubes del cielo se les ha ordenado su extinción al servicio de la lluvia. Los arroyos mueren contentos al vaciarse en la vastedad del océano. También las montañas prestan servicios porque son como manos gigantescas para asir y distribuir la humedad, enviándolas a las llanuras en corrientes que se han de repartir para dar salud a la tierra.
Ni una sola gota de agua tiene una vida egoísta, ni una ráfaga de viento deja de cumplir su misión. Lo que el Creador ha impuesto a la naturaleza por ley, amigo de jubilación, debemos imponérnoslo a nosotros mismos por nuestra propia voluntad.
Las aguas, las nubes, las montañas y hasta la tierra que se consume por dar vida, parecen invitarnos a vivir al servicio de nuestros semejantes, empezando por los de casa. Haciendo el bien, ensalzamos la madurez, ponemos corona de oro a la jubilación, mejoramos el universo de Dios.
El servicio al prójimo, el ser útiles, siempre llena de dignidad la vida y el amor que fluye en actos prácticos, son evidencias de que a uno le gobierna una ley tan alta que no se detiene en cuestión de edad ni de jubilación; así que a vivir llenos de inspiración, de poder y de amor: JUBILADO SÍ, PERO NO.
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