“Según esta doctrina fundamental, todas nuestras especulaciones, cualesquiera, están sujetas inevitablemente, sea en el individuo, sea en la especie, a pasar sucesivamente por tres estados teóricos distintos, que las denominaciones habituales de teológico, metafísico y positivo podrán calificar aquí suficientemente, para aquellos, al menos, que hayan comprendido bien su verdadero sentido general. Aunque, desde luego, indispensable en otros aspectos, el primer estado debe considerarse siempre, desde ahora, como provisional y preparatorio; el segundo, que no constituyen en realidad más que una modificación disolvente de aquél, no supone nunca más que un simple destino transitorio, a fin de conducir gradualmente al tercero; en éste, el único plenamente normal, es en el que consiste, en todos los géneros, el régimen definitivo de la razón humana”. COMTE,
Discurso sobre el espíritu positivo, (1997: 17).
El autor de estas ideas fue un claro exponente de la educación universitaria que se impartía en la Francia revolucionaria de la primera mitad del siglo XIX. Vivió de forma apasionada como librepensador y defensor de las consignas de la Revolución. Durante toda su vida se propuso llevar a la práctica de manera “positiva” tales concepciones y a este propósito contribuyó sin duda su habilidad mental, ya que desde la infancia destacó por su gran genio matemático.
Comte fue el primero en acuñar el término “sociología” para definir la nueva disciplina científica que pretendía crear. Sin embargo, la mayoría de los sociólogos actuales parecen aceptar con disgusto que él sea el patrón de la ciencia de lo social. Es cierto que su deseo fue ése, crear una ciencia, pero la verdad es que terminó elaborando una religión laica. Un nuevo culto a la humanidad del futuro.
Auguste Comte fue un hombre moralmente obsesionado por la anarquía moral que observaba en su tiempo y, por tanto, pretendió combatirla por medio de su propuesta de regeneración social. Un sistema autoritario de normas éticas que debía partir siempre de la razón humana y nunca de la religión tradicional. En realidad, a pesar de haberle dado nombre a la sociología, no fue el descubridor del objeto de la misma. Muchos de los enunciados que expuso como propios habían estado ya flotando en el ambiente intelectual del siglo XVIII en Francia y Escocia. Tampoco puede afirmarse que su pensamiento encajara con el de los demás estudiosos que, incluso en su misma época y años después, se dedicaron también al análisis sociológico.
Desde Alexis de Tocqueville hasta el propio Karl Marx, la mayoría de los sociólogos pensaban que el racionalismo y el cientifismo eran negativos para la vida humana, ya que provocaban la desaparición de los valores tradicionales y fomentaban el individualismo de la sociedad burguesa. Por el contrario, Comte creía que la Ilustración racionalista y científica era la única ideología que podía mejorar al ser humano en sociedad.
Con el “positivismo” le ocurrió lo mismo que con la sociología, inventó el nombre pero no fue su creador. Desde esta corriente de pensamiento, gestada al calor de la industrialización y del avance de las ciencias naturales,
se pretendía interpretar el mundo y toda la realidad humana en base exclusiva al método científico. El único válido, según se afirmaba, para alcanzar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Capaz de desvelar todos los misterios de los objetos materiales y descubrir las leyes positivas que los gobernaban. El interés de tal método consistía en que la observación adecuada permitía conocer las regularidades del mundo y, por tanto, era posible así predecir el futuro.
“Así, el verdadero espíritu positivo consiste, ante todo, en ver para prever, en estudiar lo que es, a fin de concluir de ello lo que será, según el dogma general de la invariabilidad de las leyes naturales.” (Comte, 1997: 32).
Todo aquello a lo que no podía aplicarse tal método carecía, en su opinión, del más mínimo interés. Lo importante era saber centrarse en lo positivo, es decir, en lo real que se opone a lo quimérico, en lo verdaderamente asequible; pero también en lo útil que puede mejorar al individuo o a la sociedad; en lo que proporciona certeza o evita las vanas especulaciones teóricas; y también en todo lo preciso que permite organizarse racionalmente. En definitiva, todas estas definiciones comtianas de lo positivo conducen a la misma conclusión: hay que sustituir en todas las cosas lo absoluto por lo relativo. Nada de verdades eternas, nada de revelaciones divinas ni manifestaciones sobrenaturales, todo lo que existe puede explicarse mediante acontecimientos naturales positivos.
No obstante, Comte se enfrentó a un serio problema. ¿Qué ocurría con aquellos fenómenos humanos que todavía no habían sido explicados, como los sociales y políticos? ¿existían leyes de lo social susceptibles de ser descubiertas por el método de la ciencia? ¿podía la filosofía positiva dar cuenta de ellas? Este es el principal reto al que el pensador francés pretendió responder. Las leyes del espíritu humano podían y debían ser encontradas por la última y más grande de todas las ciencias, la física social, que posteriormente acabaría llamándose “sociología”. Una nueva disciplina que, según Comte, tenía que reorganizar la sociedad y reformar la educación para que ninguno de tales ámbitos volviera a apoyarse jamás en la teología o en la metafísica, sino exclusivamente en la ciencia.
Su desconocimiento de la cultura bíblica, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, le llevó a escribir que en la fe monoteísta la vida social no existía, mientras que, por el contrario, el espíritu positivo que él proponía era directamente social y solidario.
“A los ojos de la fe, sobre todo monoteísta, la vida social no existe, por falta de un fin que le sea propio; la sociedad humana no puede entonces ofrecer inmediatamente más que una mera aglomeración de individuos, cuya reunión es siempre tan fortuita como pasajera, y que, ocupados cada uno de su sola salvación, no conciben la participación en la del prójimo sino como un poderoso medio de merecer mejor la suya, ...El espíritu positivo, por el contrario, es directamente social... Para él, el hombre propiamente dicho no existe, no puede existir más que la Humanidad, puesto que todo nuestro desarrollo se debe a la sociedad.” (Comte, 1997:94).
Es posible que determinados ambientes religiosos de la época de Comte manifestaran una fe individualista y deformada. Sin embargo, no existe la menor duda de que la sensibilidad social que mostraron, tanto el pueblo hebreo como los cristianos primitivos, siempre que se mantuvieron fieles a la voluntad de Dios, fue un testimonio solidario y fraternal en medio de otros pueblos que oprimían y avasallaban al ser humano. El hecho de que ciertos sectores del cristianismo contemporáneo de Comte practicaran una religiosidad exclusivamente vertical, no confirma que el mensaje bíblico al respecto fuera éste precisamente. Son abundantes los textos de la Escritura que promueven la vida social y las relaciones justas entre las personas y los pueblos.
En sus reflexiones sociales Comte partió de la base de que la sociedad era antes que el individuo y no al revés. No aceptó tampoco la idea mítica de que la realidad social se reducía a un contrato racional permanentemente válido. El ser humano no era el creador del entorno social sino más bien su producto. De ahí que para comprender lo social hubiera que empezar estudiando al hombre como un animal más. Las personas, según él las veía, no eran ya seres diferentes dotados de conciencia y libertad, sino objetos equiparables a los minerales, las plantas o los demás organismos vivos y como tales debían ser analizadas. Así es como nació la sociología, como una ciencia que trataba a la sociedad como si fuera una cobaya de laboratorio. Una física de lo social que pretendía descubrir las leyes del comportamiento humano. En su opinión, esta especial ciencia física social que él proponía era la última disciplina que faltaba por crear para alcanzar el bienestar de la humanidad, poder predecir el futuro y controlar la conducta del hombre.
Una de las grandes zozobras que preocuparon al sociólogo francés durante toda su vida, fue la decadencia que experimentaba la vida religiosa en su país. A pesar de ser muy crítico con los religiosos de su tiempo, supo reconocer que la desaparición de la religiosidad en Francia, durante el siglo XVIII, constituía una de las principales causas que estaban en la raíz de las perturbaciones sociales de la época. Esta observación le llevó a convencerse de que las personas necesitan una fe, una moral y unos valores para vivir adecuadamente. Todo esto era lo que habían perdido sus compatriotas durante la Revolución. Por tanto, ya no poseían nada a lo que aferrarse. Se necesitaba que alguien les devolviera algo en lo que creer. Comte abrigó la esperanza de que la ciencia positiva que él predicaba sería este principio reconciliador que la sociedad requería. Y así intentó elaborar una ciencia social que fuera la culminación de todas las ciencias, el último peldaño del saber humano capaz de organizar racionalmente a la sociedad y dirigirla hacia los valores positivos.
Sin embargo,
lo que Comte creó no fue una verdadera ciencia, sino el Catecismo Positivista de una nueva religiosidad, la Religión de la Humanidad. Y él se autodenominó el sumo sacerdote de esta religión que tenía como fin principal crear grupos de hombres que vivieran como si ya estuviesen en la nueva sociedad perfecta. Quiso establecer un régimen absolutista, una sociocracia fundamentada en la sociología y dirigida por una élite de sabios, de los que él sería el jefe espiritual. El Dios de los cristianos tenía que ser sustituido por esa otra divinidad abstracta que era la propia humanidad en general. En vez de Dios arribaba el Hombre con la misión sagrada de ver para prever y adueñarse así del mundo.
Las normas básicas de tal culto eran el amor al prójimo, el orden social y el progreso humano. Esta curiosa religión sin Dios había sido concebida a imagen y semejanza de la Iglesia católica, ya que Comte estuvo muy influido por el ideólogo católico, Joseph de Maistre. Incluso llegó a proponer que el símbolo cristiano de la cruz fuera cambiado por una nueva señal que consistiera en palpar sucesivamente los órganos que, según la teoría cerebral entonces vigente, se relacionaban con las mencionadas normas del amor, el orden y el progreso. Su nueva trinidad estaba formada por el Gran Ser, que era la humanidad; el Gran Fetiche representado por la Tierra y el Gran Medio, es decir, el Espacio.
Ninguna de tales ideas se llevó a la práctica. La religión de la humanidad nunca llegó a existir, a excepción de alguna pequeña sociedad positivista. El sumo sacerdote Comte consiguió hacer muy pocos prosélitos y en su funeral sólo estuvieron presentes un par de docenas de amigos. Su pasión por la regeneración social le llevó al extremo de convertirse en un anti-intelectual que llegó incluso, aunque resulte paradójico reconocerlo, a despreciar los estudios teóricos por muy científicos que fueran, si éstos no presentaban una aplicación práctica en la sociedad.
El sociólogo Timothy Raison lo explica así:
“... con todas sus excentricidades, Comte fomentó ciertos rasgos que sus más “normales” sucesores absorbieron involuntariamente. A pesar de sus raíces teoréticas, se convirtió en anti-intelectual. Su contemporáneo John Stuart Mill llegó a la conclusión de que “no es exagerado decir que Comte adquirió gradualmente un odio real por todos los empeños científicos y puramente intelectuales, y propendía a no retener de ellos más que lo estrictamente indispensable”... La pasión de Comte por la regeneración social le desvió e incapacitó para el estudio intelectual de la sociedad y sus instituciones.” (Raison, T., Los padres fundadores de la ciencia social, Anagrama, 1970: 42).
A pesar de tales críticas de sus sucesores,
lo cierto es que a Comte se le recuerda sobre todo por su famosa Ley de los Tres Estados; un intento teórico que pretendía explicar la evolución histórica de la humanidad; un mito social que procuró eliminar al Dios del universo a cambio de divinizar el universo de los hombres, o sea, la historia del ser humano. Analizaremos más tarde tales ideas míticas, mientras tanto veamos cómo transcurrió la vida de este singular pensador en el siguiente artículo.
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