Hoy hablamos con Alfredo Pérez Alencart, peruano y español, poeta, profesor de Derecho del Trabajo de la Universidad de Salamanca, columnista en diferentes medios de comunicación, miembro de la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía
Recientemente ha sido homenajeado por escritores y artistas de cuatro continentes por su obra poética y su labor a favor de la cultura.
Pregunta.- Acabas de estrenarte como presidente de la Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos (ADECE), ¿cuáles los retos que tienes por delante?
R.- Personalmente creo que mi mayor reto o responsabilidad es tratar de estar siquiera a la altura de los talones de Juan Antonio Monroy, un maestro al que mucho admiro no sólo por sus enciclopédicos saberes, por su praxis en la plantación de iglesias o por sus incontables viajes por los cinco continentes como misionero de la cultura cristiana, sino también por su extrema generosidad para con aquellos escritores o comunicadores que recién empiezan. Esta virtud es poco usual y merece mi aplauso más prolongado.
Ahora bien, ya en el plano colectivo, debo decir que ADECE cuenta con un equipo directivo de primer orden, el cual ha venido haciendo un trabajo encomiable, pues siempre resultan difíciles los comienzos. Gracias a su labor, nuestra Alianza está consolidada y lo que resta es ir sumando miembros, perfeccionando algunos detalles, atendiendo peticiones de los asociados…
Hacia finales de abril tendremos nuestro V Encuentro, el primero bajo esta presidencia que he aceptado con inmensa gratitud y responsabilidad. En Madrid tendremos ocasión de escuchar los mensajes, reflexiones y talleres de Samuel Escobar, Stuart Park, Pedro Tarquis, Juan Triviño, Manuel López, Joel Forster o Daniel Hofkamp, entre otros jóvenes y veteranos. También allí perfilaremos un plan de trabajo a medio y largo plazo.
P.- Eres de otro país. ¿Cómo ha sido tu adaptación tanto en ámbitos seculares como eclesiales?
R.- Dios me ha dado mucho y sé que soy un privilegiado. Por eso me prodigo en cuanto puedo, y más, para ayudar a quienes no tienen las mismas posibilidades. Y aunque siempre hago gala de mi mestizaje étnico y cultural, lo cierto es que en España he sido recibido casi como el hijo pródigo o como el nieto que llegó de Perú. La Universidad de Salamanca me hizo parte de su plantilla de profesores; el Ayuntamiento me viene encargando, desde hace quince años, la coordinación de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos; los medios de comunicación salmantinos me abrieron sus páginas desde hace veinticinco años; Protestante Digital quiso integrarme a su listado de colaboradores; la iglesia evangélica de Salamanca me hizo parte de su congregación… Por todo ello sólo expreso mi mayor gratitud.
P.- Escribes en diversos medios de comunicación evangélicos y seculares, ¿los utilizas para hablar de tu fe?
R.- En los medios evangélicos eso se da por descontado, pues forma parte de nuestra misión comunicativa. En la prensa y la televisión secular lo hago de forma constante, y, lo que es destacable, cada vez más constato que encuentro respeto y aceptación de mi fe cristiana, que ya no ‘molesta’ el que cite pasajes bíblicos cuando abordo distintos temas de la realidad cotidiana de nuestro país.
P.- ¿Piensas que la inmigración ha marcado un antes y un después en las iglesias de España?
R.- Es un hecho sociológico indudable, con sus vertientes positivas y negativas. Lo cierto es que ha servido para ver cómo se recibe al extranjero, algo que se lee y estudia a través de tantos episodios bíblicos, pero cuya práctica no resulta tan fácil, ni siquiera para los que nos denominamos cristianos. Esa inmigración llenó nuestras iglesias, muchas de ellas con serios problemas de escasa membresía. Esta crisis no sólo está devolviendo a una parte de ellos a sus respectivos países, sino que está generando una nueva migración de jóvenes españoles que dejan su patria y su familia, pero también las iglesias donde crecieron. Posiblemente ahora se comprenderá mejor algunos problemas de adaptación de los que aquí llegaron.
P.- ¿Cuál nuestro papel frente a la crisis?
R.- Hay tiempos domesticados y hay tiempos azotados por fieras tempestades: nada de presuntuosidad en los primeros; nada de claudicación y desencanto en los segundos.
P.- ¿Debemos pronunciarnos públicamente frente a las injusticias que afectan la dignidad del ser humano?
R.- Debemos clamar contra toda injusticia, contra toda impunidad, contra todo atropello de la dignidad humana. No sé por qué tanto silencio, tanto esconder la cabeza, tanta connivencia con políticas espurias que atentan contra los justos derechos de los hombres.
No hay que olvidar el hombre es lo sagrado, según mandato del propio Jesús, pues forma parte de los dos mandamientos centrales para todo cristiano. El amar a Dios sobre todas las cosas, y el amar al prójimo como a uno mismo. Por lo tanto, sagrada misión es proteger al hombre, especialmente al más indefenso, al postergado o excluido, al sufriente, al injustamente tratado…
Si se hace a su debido tiempo, fuera de las capillas, nunca se será corresponsable de la abyecta situación socio-política y económica de nuestro país, con una galopante corrupción moral alejada de todos los valores bíblicos.
P.- ¿Es integral la misión que nos dejó Jesús?
R.- Claro que sí. No se puede ser cristiano a tiempo parcial, ni tampoco cristiano ‘no practicante’. Pero por sobre todo no se puede pretender que otros acepten a Cristo leyéndoles o hablándoles solo la mitad de la cartilla, bien sea sólo lo espiritual y trascendente para la salvación; bien sea solo lo social, aquellas cosas más inmediatas y necesarias para la vida en sociedad. El Evangelio nos habla del milagro eterno, pero también del Reino de aquí.
Por todo ello, no es permisible que todavía existan predicadores que se hagan los bizcos o lleven puestas unas gafas desenfocadas, para así leer y hablar de los pasajes que mejor se adapten a sus intereses. El cristiano debe aceptar la totalidad de la Misión; aceptación que implica su cabal cumplimiento. Lo otro resulta un autoengaño, y lo que es peor aún, una evidente desobediencia al Señor que tanto invoca, pero solo de boca le honra. Y es tan integral que no puede olvidar, aunque lo quiera, las diáfanas palabras de Santiago, el hermano de Jesús:
“¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso puede tal fe salvarlo?... Pero ¿quieres saber, oh hombre vano, que la fe sin obras es estéril?”.
No podemos permitir que alguien nos diga: Arrodillado siempre. Por sus obras nunca se le conoció.
P.- ¿Por qué escribes?
R.- Por un impulso de extrema necesidad. Un poeta escribe sólo cuando ya no puede almacenar más, en la memoria de su corazón, todos los asombros que va acopiando en su tránsito existencial. La Poesía es una oración invencible que apuntala en grado sumo la Esperanza. Pero estoy hablando de la Poesía genuina, no de los versos que empapelan las urbes. Muchísimos versos puede que no contengan nada de Poesía, pero luego lees unas líneas en prosa y te percatas de su irradiante voltaje poético, de la íntima conmoción que te genera.
Esto en cuanto a la escritura poética. Otra cosa sucede cuando escribo artículos o reseñas. Aquí la necesidad es otra, más comunitaria, más acorde con el espíritu cristiano. Se trata de apoyar al prójimo escritor, de alentarle en su larga y esforzada marcha. Por ello suelo escribir artículos semanales en torno a libros no sólo de poesía o narrativa, sino también de ensayo filosófico, histórico, teológico o político. Esto lo hago en prensa escrita y digital de España, Portugal e Iberoamérica.
P.- ¿Cuáles los autores que han influenciado en tu poesía?
R.- ¡Son tantas las voces que me han nutrido en este aprendizaje! Uno lee y relee las obras que entiende trascendentes; pero también observa hasta la última telaraña o injusticia cotidiana; pero también siente las grandes o pequeñas realidades del ser humano. Y luego se ordena ese caos hasta que la poesía que uno escribe adquiere su propia impronta, desligada ya de las referencias fundadoras, pero nunca del todo, pues milenaria y ucrónica es la cadena que emparenta a los poetas afines, esas afinidades electivas de las que hablaba Goethe.
En tal sentido soy deudor consciente del Salomón de los Cantares, pero también de Píndaro, Vallejo, Horacio, Baquero, Olga Orozco, Luis de León, Jesús, Basho, Isaías, Tundidor, Miqueas, Romualdo, Juan de Yepes, Eunice Odio, Rilke, Quevedo, Darío, Emily Dickinson, Pessoa, Job y Eclesiastés (o los poetas que estén tras ellos como portavoces de lo numinoso), Gonzalo Rojas, Juan de Patmos, Rimbaud, Gangotena o Cernuda, por citar sólo a algunos de los que estimo mis ancestros. Esto no quiere decir que escriba como los maestros citados, sino que la lectura de sus obras me ha repercutido en lo profundo, avivando esa llama que no quema. La Poesía es el mayor esfuerzo del lenguaje, pues al decantar las sílabas desafía a esa gastada palabrería que banaliza cualquier idioma.
P.- ¿Piensas que la poesía puede ser una vía para llevar las Buenas Noticias en medio de la sociedad?
R.- Lo extraño más bien resulta lo contrario. No entiendo el porqué de ese inexplicable destierro de la poesía en los intentos de evangelización, en las pocas campañas de puertas afuera. Y más me asombra la desafección que muchos líderes tienen hacia la poesía. Y me asombra porque no hay que ser erudito o sagaz exégeta para constatar que más de la mitad del Libro de los Libros está perennizado en lenguaje poético.
Probablemente se deba a que las costumbres de la prédica eclesial se ha contaminado de los tópicos del mundo respecto a la poesía, algo así como que las rimitas no dicen nada, o que eso es cosa de enamorados algo entontecidos por su querencia. Pero esto no lo digo como queja, sino como pedagogía para teólogos renuentes a hablar de poesía, aunque cuando predican suelen hilvanar metáfora tras metáfora, no siempre bien logradas.
Jesús, poeta a la intemperie que no tenía dónde recostar la cabeza, como Verbo carnalizado habitó la tierra poéticamente, es decir, expresó las Buenas Nuevas con Poesía y con Parábolas. Sólo un poeta-profeta como Jesús pudo hacer girar más rápido la rueda de la historia hasta cambiar el mundo desde su divina sensibilidad: “Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis”. Jesús, del linaje del poeta David, fue el referente máximo de Pablo de Tarso, quien en su primer viaje misionero a Europa, en el areópago de Atenas, hablaba de Dios y de su cercanía con aquellos que transmiten la voz de lo sagrado: “Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: porque linaje suyo somos”. ¡Cuánto sabía Pablo del poeta estoico Epiménides y también de su paisano Arato, poeta de Cilicia!
Hoy bien podemos ofrecer las Buenas Nuevas empezando con la poesía lírica de David, o también con la poesía amorosa del Cantar de los Cantares, con la poesía aforística y/o filosófica de Proverbios y Eclesiastés, con la poesía dramática del libro de Job, con las parábolas de Jesús, con la poesía social, clamando contra las injusticias, como la de Miqueas o Amós… Por ejemplo, qué persona de los ocho mil trabajadores que a diario se despide en España no escuchará atentamente estos versos de la Epístola de Santiago:“He aquí, clama el jornal de los obreros/ que han cosechado vuestras tierras/ el cual por engaño no les ha sido/ pagado por vosotros”.
En España hay demasiados Díaz-Ferrán que fraudulentamente han vaciado los fondos de sus empresas, dejando no sólo sin trabajo a sus empleados, sino también debiéndoles salarios atrasados y otros beneficios sociales. Quien hasta hace algunos años decía esto en las iglesias, difícilmente se libraba de que lo estigmatizaran de “rojo” o “comunista”. Pero los tiempos han cambiado, no así la Palabra contenida en el Nuevo Pacto.
Pero también podemos seguir el método de Pablo; es decir, utilizar los versos de poetas no creyentes, pero reconocidos en todos los territorios de la lengua castellana, como podría ser el caso del nicaragüense Rubén Darío, cuando decía: “¡Torres de Dios! ¡Poetas!/ ¡Pararrayos celestes,/ que resistís las duras tempestades,/
como crestas escuetas,/ como picos agrestes,/ rompeolas de las eternidades!//… Esperad todavía./ El bestial elemento se solaza/ en el odio a la sacra poesía,/ y se arroja baldón de raza a raza”.
P.- Háblanos de tu libro “Cristo del alma”.
R.- Es un largo poema-río, compuesto por cincuenta textos de trece versos cada uno. Su escritura fue el resultado de un “parto” de menos de tres meses, aunque la gestación se demoró cinco años, los mismos que yo guardé silencio para escudriñar la Biblia en versión Reina Valera 1960, y en escuchar, aprehender y procesar los estudios que realizaban en mi iglesia.
Algunos amigos ajenos al cristianismo me alertaban para que no publicara un texto tan explícito de mi fe, algo mal visto en los círculos poéticos. Recordando lo que le pasó a Cristo en la Cruz, me dije que nada podrá asemejarse a tal flagelo, salvo que no me invitaran a sus encuentros y publicaciones. Poco “castigo” para mi heterodoxia poética, pensé.
Ahora bien, ha sido Cristo el que me ha amparado con sus privilegios, pues encima es el poemario que más satisfacciones personales me viene dando, además de permitir demostrar que la poesía a lo numinoso bien puede ser de calidad reconocida.
En tal sentido, más que abundar en lo que busqué con el libro, me permito recordar el comentario que, en 2009, cuando se publicó, me escribiera Circe Maia, magnífica poeta uruguaya y premio nacional de poesía de su país: “Poeta y amigo Alfredo: Es con gran placer que te escribo… me han impresionado mucho los poemas de
Cristo del Alma, una creación poética verdaderamente extraordinaria. Pese a la ausencia de formación religiosa por mi parte (nuestro país es muy laico), y pese al hecho de inclinarme hacia el escepticismo, he sentido siempre aquel primer deslumbramiento que me produjo la lectura de los Evangelios. Y fue siempre la figura de Jesús entre los pobres, los desamparados, los perseguidos, la que he admirado. Es esa la figura que resplandece en tus poemas, que desbordan de una fe auténtica y dolorosa, generadora de poderosas imágenes… Te felicito…”. Creo que éste es un aceptable testimonio de lo que podemos hacer hacia fuera de las iglesias.
P.- ¿Qué nos puedes decir de “Prontuario de infinito”?
R.- Aunque escrito con un lenguaje de diferente temperatura, este libro puede ser considerado como un complemento de
Cristo del Alma, sólo que esta vez el cometa o la travesía de los sentidos y de las invocaciones va hacia el Dios del Universo.
Lo titulé así porque busca ser un sencillo compendio, resumen o guía elemental para adentrarse en lo más inasible, en lo infinito del Espíritu, en el cosmos de todos los misterios. Pero no me desligo de las atropellantes realidades de nuestro diario vivir; es más, parto del hombre y voy hacia el Hombre. También me flanqueo de la naturaleza para que no terminen por desfalcar su abundancia. Y no renuncio al Eros sagrado porque comprendo que es un fruto de la Vida.
Prontuario de infinito es el gozo del Amor: una obra madura de mi relación con Dios y con mis prójimos.
En este libro mi poesía se entronca con los orígenes y con esa necesidad del hombre de indagar en lo Divino, máxime en tiempos convulsos como los de ahora. Derruidos o en franca huída los dioses del consumo y el espectáculo, el hombre de hoy necesita quitarse sus costras espirituales. Y para ello no necesita liturgias o rituales religiosos; tampoco intermediarios. En mi caso el anclaje lo encuentro en el Cristo de los Evangelios.
Por ello,
Prontuario de infinito quiere ser un fósforo para alumbrar el porvenir, pero también la realidad espiritual que nos cobija. Lo que he escrito no es sino la hambrienta imagen del hombre que necesita recorrer el acueducto milenario que lo conduzca a vivir encima de los pájaros, arponeando misterios e interrumpiendo la crucifixión del joven Dios. Son siete poemas, como los brazos de la Menorah hebrea o las siete iglesias a las que se dirige el poeta Juan de Patmos, donde se aguarda o presiente el prodigio. Siete largos poemas como las largas extensiones de un candelabro: en ellos me desentraño y me quedo como hombre sin nada, sin pertenencias, tal como llegamos al mundo o partimos de él. Sólo que la última marcha ya está anclada en la perfecta esperanza.
Todo el libro contiene un cántico satisfecho, aquel que sólo se logra cuando se desciende al gozoso cráter del Amor. Su lenguaje, en parte es diáfano y en parte está empapado de azogue, para así otorgarle perennidad y/o posibilidad de múltiples comprensiones y exégesis, a la manera de los poetas bíblicos. Es, en definitiva, una esquirla de mi espíritu, en clave mística, que se confunde con el Cuerpo apenas mensurable.
P.- ¿Qué significó para ti El arca de los Afectos, un reconocimiento hecho por tantos poetas, escritores, traductores y artistas de diversos países, especialmente de España, Portugal e Iberoamérica?
R.- Un sentimiento irreprimible de Gratitud. Es cierto que uno ha ido sembrando por aquí y por allí, no esperando nada a cambio; pero también es cierto que como hombre que escribe poesía me alegra cuando veo tantas muestras de amistad, de fraternidad, de análisis serio de la obra poética que hasta ahora he publicado.
Y tratándose de hermanos evangélicos, mucho celebré que en el libro coordinado por Verónica Amat estén nombres como Samuel Escobar, Juan Antonio Monroy, Luis Rivera Pagán, Isabel Pavón, Huaping Han, Samuel Díaz Pinto-Montoro, Leopoldo López Samprón, Frank Estévez, Joseph Kodio, Pablo Wickham, Hortense Jidjou Sime, Helina Aulis, Marcelo Gatica, Cyril Kérimian, Carlos Nejar, Delfina Acosta, Luis Alberto Ambroggio, Leopoldo Cervantes-Ortiz, Judicael Mbella, Ana Jiménez, José Sánchez, Ángel Díaz, José Alberto Ramos, Gloria Sánchez, o tú misma. Es decir, una hermandad de cuatro continentes, cristianos de todas partes.
A estos sumo el nombre de mi querido hermano Pedro Tarquis, cuyo poema esta publicado y/o grabado en mi corazón. También las numerosas felicitaciones de hermanos, llegadas vía correo electrónico.
P.- ¿Cómo estimular a los más jóvenes a ejercer sus dones, ya sea en poesía, pintura, música… y al mismo tiempo cumplir con la misión de la iglesia?
R.- Pues primero tendría que estimularse a los líderes de las propias iglesias. Hay ciertos atisbos esperanzadores respecto a un cambio de esos criterios restringidos, pero falta muchísimo camino por recorrer. Hasta ahora lo único que, básicamente, ha merecido la aprobación, ha sido la música para acompañar los cultos dominicales, y aún en este ámbito hay congregaciones que se rasgan las vestiduras cuando los músicos van introduciendo canciones con mayor vitalidad y alegría. Prefieren himnos próximos al duelo infinito.
En las iglesias hay que abrir los cultos, las publicaciones y las demás actividades, a la poesía dedicada a Dios, pues si los Salmos son sagrada poesía, ésta que hoy se escribe bajo inspiración del Señor no puede entenderse como algo nimio, colateral o de ‘relleno’. Lo mismo pienso respecto al teatro, la pintura, la danza… Y la mejor estimulación, una vez lograda la excelencia de cada don, sería programar actos públicos con clara vocación evangelística, pero también donde se puede dar relevancia al trabajo creador o interpretativo de nuestros jóvenes.
Finaliza la entrevista. Gracias, querido Alfredo, por el tiempo y dedicación que has puesto a la hora de plasmar, en este medio, opiniones que nos llevan a la reflexión. Y a la acción. Que tu medida de compromiso con Dios y con el prójimo continúe ensanchándose.
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