La palabra integridad nos habla que algo debe estar completo, entero, que no carece de ninguna de sus partes, cabal, perfecta, ajustada a peso o medida, lo que le cabe a cada uno, puro, probado, que no tiene fisuras.
Cuando hablamos de misión estamos diciendo que compartimos la misión del Dios misionero y no estamos trabajando en ningún proyecto privado.
Estamos al servicio de la Misión de Dios (Missio Dei). Nuestra misión es compartir la suya.
Por otro lado la palabra cooperación nos habla de Koinonia (Filipenses 1:5), de comunión, de solidaridad, contribución, reciprocidad, equidad, de compartir algo, ya sea un propósito, una experiencia, el sufrimiento, persecución, la debilidad y fortaleza, realidades y privilegios en común, compartir tiempo, la alabanza, la riqueza, el dinero, lo que sea, debe ser compartido.
Es "común" en el ser y el hacer; es el hilo que une todo. Lo que se comparte primero en el contexto de la iglesia es la fe. Lo que sale de la koinonia de la fe es la koinonia de la obra. El compartir la fe viene primero y define la cooperación práctica. Pero la común fe debe tener una salida a la participación práctica y esto tiene consecuencias concretas.
Como Iglesia o cuerpo de Cristo tenemos un futuro en común y una misma identidad. Implica recibir a otros, no excluir, perdonarnos, humillarnos, rebajarnos, nadie tiene superioridad sobre el otro. Esta identidad y futuro indica tener un mismo sentir y parecer en unanimidad con los planes del Padre. Comprender nuestras diferentes culturas y ayudarnos mutuamente. Es apertura hacia la vida del otro y hacerlo al estilo de Jesús.
La historia sobre el ciego Bartimeo tiene mucho que enseñarnos sobre la evangelización, comunión, integridad y solidaridad.
Jesús preguntó “¿Qué quieres que haga por ti?” Mr 10:46-52. Porque
la comunión (koinonia), solidaridad e integridad es valorizar al prójimo. Es sencillamente saber preguntar: ¿Qué quieres que haga por ti? ¿Cuál es tu verdadera necesidad?
Es muy común observar que los comentarios de Marcos sobre los discípulos están caracterizados en que no entienden. Tienen las mentes embotadas. En otras palabras no ven todo como debe ser, les falta claridad y visión completa. El tema central es la posibilidad de ver. Nosotros muchas veces nos encontramos en el mismo proceso que los discípulos. No vemos con claridad y no entendemos. Necesitamos alcanzar una visión más clara de la misión, la evangelización y la comunión.
Quizás nos encontramos en medio de un proceso como el ciego de Betsaida (Mr 8:22-26). Pero en este proceso hay esperanza y posibilidades futuras: el ciego de Betsaida como el ciego Bartimeo llegaron a ver. También vieron los discípulos y también podemos ver nosotros.
Nosotros podemos alcanzar una visión más clara de la misión que tenemos ahora. Pero hay un precio para pagar: el seguimiento a Jesús y el proceso de recibir la vista van de la mano.
Jesús pregunta y marca su valorización por el hombre. Marca su sencillez, está abierto ante las necesidades del otro. Está disponible. La respuesta del ciego: “Quiero ver” es su respuesta y no una imposición de Jesús. Se sana, es un milagro de Jesús en ese momento, su fe lo ha sanado. Decide seguir a Jesús y hay transformación.
Marcos en su evangelio presenta un contraste muy fuerte entre las aspiraciones de los discípulos y el ciego. Les hace preguntas parecidas. Mientras que los discípulos piden status y privilegio, el ciego contesta: “Rabí, quiero ver”.
Marcos le da valor al protagonista del pasaje indicando su nombre. No es un ciego y mendigo sin nombre. Esto es muy significativo. Tenemos que aprender la manera en que Jesucristo respondió a la necesidad de la persona. Bartimeo es una persona marginada. Se le considera pecador, marginado de la alianza, marginado económicamente, marginado del aprecio y estima de los demás por su ceguera. Tiene que estar mendigando y se siente solo.
¿Cómo responde nuestra tradición o trasfondo teológico a la solución de los Bartimeos?
Algunos harían imposición de manos, orar y pedir sanidad. Otros, resolver su situación económica, enseñarle a leer en Braille, conseguir un perro guía, buscarle empleo, concientizarle por su condición de explotado.
Otros responderían de acuerdo al ministerio del cuerpo donde encontraría amor, aprecio, perdón, aceptación. Otros rápidamente le dirían que acepte a Jesucristo como su Señor y Salvador. Con énfasis tan variados el ciego conocería un aspecto de Cristo. Pero faltaría algo: hacerlo a la manera de Jesús.
Su método fue la apertura a la necesidad del otro. Ante el clamor de Bartimeo, Jesús se detiene, lo manda llamar y después le dirige la pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? Todas estas acciones valorizan a la persona y no a un método, a una ideología o doctrina.
Parece que Jesús no uso ningún tipo de método especial para establecer un vínculo. Simplemente apelo a la comunión, se mostró abierto al interesarse por el otro. Porque la comunión, cooperación, integridad y solidaridad es compartir la vida. Sencillamente dar valor al otro. Es preguntar lo que corresponde y no otra cosa.
Muchas veces no queremos preguntar ¿Qué puedo hacer por ti? Tenemos temor. Corremos el peligro o riesgo de que Bartimeo nos pida algo que no está en nuestra agenda o aun más, algo que no queremos dar o hacer. Nos causa cierta inestabilidad e incomodidad hacer preguntas que pueden alterar nuestro orden. Preferimos tener el control y manejar la agenda en cuanto a lo que se debe tratar, hacer y aprobar.
Esta historia también nos enseña que tenemos que seguir hacia adelante con la Fe puesta en el Señor. Implica la autogestión, confianza y dependencia de Dios. El orden establecido según nuestras capacidades nos puede decir que podemos hacer y que no podemos hacer. Bartimeo decide rechazar el rol que la multitud le quiere imponer. No acepta quedarse ciego, mendigo y callado. Rechaza esa condición. Entra en escena en el momento no señalado. Decide ir a Jesús como su principal recurso. Rompe el molde, no acepta papeles impuestos. Está en juego quién es Jesús y qué es para él.
Seguir a Jesús es aprender a dejar algo: una barca, un manto, una forma de pensar y actuar. Bartimeo dejo todo, arrojo su capa, dio un salto, no esperó, se abrió camino, no se conformó con el lugar que le habían dado y se acercó a Jesús. Seguramente pensó: soy ciego pero no me voy a quedar así. Comienza a sanarse en el instante mismo que decide ir al encuentro con Jesús. El milagro es romper con los standards y barreras que nos pone la gente o que muchas veces nos colocamos nosotros mismos.
Finalmente debemos tratar de entender cuál es nuestra verdadera necesidad. Tal vez en este tiempo el Señor está trabajando en el proceso de nuestra vida, iglesia y ministerio. Nos está preguntando: ¿Sabes cuál es tu verdadera necesidad?
ALGUNAS PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN:
¿De qué manera valorizo al otro en el evangelismo, la comunión y la cooperación? ¿Cuál es el estilo y liderazgo espiritual que marca una diferencia? ¿Cómo me suelo relacionar con todo el cuerpo de Cristo? ¿Recibo o excluyo? ¿Pregunto o impongo mi agenda? ¿Escucho la voz del Espíritu Santo o me ajusto solamente a los planes ya establecidos?
Nadie puede estar completo, entero, cabal, íntegro si no es semejante a Jesucristo.
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