Nuestro mundo está lleno tanto de profetas de lo sombrío, como de charlatanes mentirosos y soteriólogos de falsas esperanzas, y yo sería uno de los primeros si no creyera en Dios.
Hace cincuenta años casi todo el mundo tenía en los labios la palabra “progreso”, “bienestar”. Ahora casi todos hablan de “derrotas”, “crisis”, “abismos fiscales” y de las más espeluznantes bombas: desde las que destruyen vidas sin tocar construcciones, hasta las nuevas de poderes electromagnéticos que pueden manejar la meteorología y desviar tormentas a donde se quiera y producir tsunamis que destruyen ciudades costeras a capricho.
Claro que esta actitud pesimista varía en razón y proporción directa a la forma que seguimos las noticias mundiales. Ello no se debe a que exclusivamente las noticias sean depresivas, sino que
rara vez tenemos tiempo para contrabalancear y seguir con cierta reflexión las noticias de guerra y calamidades con otros factores. Como resultado, las gentes llevan vidas políticas y no espirituales.
Sería interesante ver a informa-ores tomar gráficos médicos de los enfermos en los hospitales y telediariar sus resultados, leyendo titulares que después de unos detalles de los correspondientes comunicados se eligieran en exclusión de otros: Oiríamos cosas como estas: “Apéndice extirpado con éxito”; “Cáncer de mama sanado”; “Prótesis asumidas con perfección”… “Enfermos sanados”.
Hay una tremenda desproporción entre los titulares y las informaciones de los medios de comunicación. Lo impresionante debería estar identificado con personas con amor y cariño, y que educan a sus hijos en la triple devoción a Dios, al prójimo y a la ética ciudadana; pero esto no motiva titulares de Prensa, más triste aún, se las considera conservadoras. Pero supongamos que Esplendorosa Esplendor, después de trece meses de unión biológica se separa de su marido y dará motivo de noticias y extensas horas de casposas tertulias.
Algo así sucede con las guerras y la situación mundial. Los tiempos son malos. Y lo son porque nunca hasta ahora ha habido una civilización mundial “tan culta” y tan indispuesta a la Divina Luz.
Nunca hemos tenido tantos monstruos ilustradísi-os y tanta ciencia para producir el mal. A pesar de estos hechos, para mí, “Desde el Corazón”, esto no es aún el fin de la civilización, ni hemos de perder la esperanza, particularmente, los que todavía miramos la Luz con los ojos del corazón. Hemos alcanzado un momento de la Historia en que Dios nos permite sentir nuestra inferioridad después de nosotros haber confiado mucho y tan sólo en nosotros. Muy a menudo un padre permitirá a su hijo, que cree saberlo todo, que sienta su decepción en la construcción de sus planes, hasta que acuda humildemente a pedir la ayuda del padre.
En vez de una elegía de desastres estamos en un período de humillación. Fuimos dejados a nosotros mismos, a nuestros métodos y a nuestro criterio. Ya de antiguo el Evangelio nos enseña que olvidando los hombres a Dios “… se envanecen sus razonamientos y el corazón se entenebrece y profesando ser sabios, se hacen necios…”
Un labrador fue con su hijo a un trigal para saber si estaba listo para la siega. El hijo señaló las espigas más erguidas y dijo: “las que se doblegan no deben valer gran cosa”; el padre respondió: “¡ay, chiquet! esta espiga que crece tan recta, lleva poco grano y no vale mucho, mientras que las que se inclinan modestamente, están rebosando de hermoso trigo”. En la vida nacional, como en la naturaleza, la humildad que inclina la cabeza ante el creador, es el principio de la grandeza.
Nos esperan, para muchísimos, grandes días, aunque entre tanto acecha la catarsis en la que aprenderemos que, como los rayos solares no pueden sobrevivir sin el sol, ninguna puede prosperar sin Dios. Esta esperanza podrá traducirse en victoria por uno de estos dos medios: despertar nuestros corazones en la vida espiritual y de oración, o sentirnos a una pulgada del desastre, hasta que desde los abismos de nuestra insuficiencia clamemos a la bondad de Dios y nos dispongamos a vivir como verdaderos hombres.
El mundo y en particular España está llena de millares y millares de buenas gentes, existe una inspiratoria intensificación por la vida espiritual, las intercesiones de muchos se mantienen y aumentan y siguen habiendo muchos indignados luchando por la genuina justicia.
No estamos perdidos. Sólo estamos perdiendo nuestro orgullo y como la sombra del sol se hace más larga cuando sus rayos están más bajos, los hombres nos hacemos más grandes cuanto menores nos hacemos.
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